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“FOTO DE PORTADA”
Autor: Diego Muñoz Valenzuela. Cuentos. 159 páginas. 2020. Editorial Zuramerica.

Por Juan Mihovilovich



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En esta paradójica “reconstitución de escena”, Diego Muñoz Valenzuela, en diez notables cuentos, configura un ideario que rejuvenece sus historias, que las resitúa en el Chile de hoy devastado por un tiempo que pareciera haber dado un salto enorme para caer justo en el mismo sitio que hizo resurgir esta obra indispensable desde las cenizas del olvido.

Narraciones de variada extensión y clara intención cierran una línea circular dejando en su interior seres dispersos, acosados, nostálgicos o erráticos  que se topan levemente como si se tratara de un calidoscopio humano en el que cohabitan historias múltiples, paralelas, que nos atrapan con una sutileza insinuante haciéndonos partícipes de lo irreal desde un contexto fragmentado, trizado o simplemente roto, pero siempre desde una óptica envolvente, panóptica, que logra que nos miremos asombrados ante idénticos escenarios.

Si algo define en parte este mundo expresivo de Diego Muñoz Valenzuela      es una suerte de ambivalente espacio-tiempo con la finalidad de que determinados acontecimientos cobren vida  a través de un pretexto circunstancial que, por lo general, fluye producto de un quiebre psicológico individual o colectivo.

En Foto de portada, que sirve de título al libro como una emblemática “nueva dignidad nacional”, nos muestra los resabios de un espacio coercitivo en que un puñado de universitarios idealistas y revolucionarios intentan  oponerse al predominio asfixiante instituido por una Dictadura cruenta.  Y desde ese reducto docente surge la necesidad de asaltar “los palacios de invierno” a partir de una intervención desembozada que terminaba con la autonomía universitaria y que relegaba la libertad estudiantil con la opresión, la persecución y el soplonaje.

Émulos de una virtual “primera línea”, Vicente y el Guatón Alvarado junto al narrador, se constituyen en adalides de un encarnizado desafío ante las fuerzas policiales. Y en esa confrontación, premunidos de una ira incontenible, son objeto de una foto de portada en el “diario maldito.”  Entretanto el devenir hizo de aquello un cúmulo de sospechas, ¿por qué nadie tomó detenidos a los líderes del foro? ¿Qué fue de ellos? Sólo que el desenlace imprevisible devuelve el sentido de la epopeya: una suerte de “locos lindos” incapaces de destruir el sistema. Sin embargo, quedaron en la retina del narrador como la promesa del advenimiento democrático y sus figuras las evocará con un dejo de tristeza contenida: fueron la punta de lanza, la vanguardia ingenua y visceral del nuevo orden.  Quizás el duplicado mismo de un periodo en que los conciliábulos y el miedo consolidan el poder sombrío, mientras los que reinician el camino observan con estupefacción desde la otra orilla cómo se reconstruye la sociedad, el país, el fin de los sueños.

Luego Déjalo ser, nos muestra los despojos del autoritarismo que anula una forma de amor, esa forma de amor “extraña” que  comúnmente se oculta y se vive angustiosamente en tanto se asiste a la vida funcional como si todo estuviera bien, como si la exteriorización  de nuestras relaciones obstruyeran dar paso a lo que verdaderamente somos o pretendemos ser.  Déjalo Ser es un  cuento perturbador, pero más común de lo que  se sospecha.

En Adagio para un Reencuentro, las dimensiones son una ilusoria fijación material: un padre muerto y su hijo vivo se encuentran de manera tan real en las calles de San Francisco que el dolor por el deceso paterno es sustituido por una convergencia compasiva que sobrepasa la idea de la mortandad. Como una corriente alterna la figura paterna supera el límite de la existencia paralela y accede al plano sensorial para transitar junto al hijo por bares y avenidas. Allí rehacen el invisible hilo conductor de un amor mutuo que rompe definitivamente el espejismo de la muerte.  Un cuento profundo, vital, doloroso, pero que abre una puerta ínter dimensional  avizorando, con   certera habilidad, que la bruma de los tiempos corre análoga y presta  a resquebrajar el  mundo formal si imaginamos que los sentimientos humanos tienen un anclaje mayor que la restrictiva pérdida filial.

En Mirando los Pollitos,  -otro de los relatos descollantes del volumen-se evidencia  la misteriosa devoción de un personaje auténtico, de una bondad de antología que se dispersa por la ciudad  llevando  a cuestas  el martirio de la cesantía como una piadosa mentira familiar.  En el desconcierto de una urbe despiadada, pragmática y competitiva, circula una sociedad indolente, ávida por atesorar un materialismo corrupto como lo único digno de vivirse. Desde su perspectiva desesperanzadora que linda con la fantasía de la memorable novela “Hambre” de Knut Hamsun,  el protagonista se identifica con la miseria animal encerrada en una vitrina.  Ya el Nobel sudafricano J.M.Cotzee en “La Vida Animal” nos esclarece sobre ese apetito voraz  del hombre moderno: la reproducción tecnológica en serie, sistemática y uniforme  de millones de seres vivos que terminan a diario en los mataderos del planeta. Allí se transforma definitivamente la ternura natural de un  reino menor –ese algo tan suave y afelpado  como el ave de nuestro autor- en un deglutir  irracional  unido al patético dinero circulante.  Sino fuera porque en ese periplo existencial la humanidad más pura está latente y el personaje se  refunde con vestigios solidarios, podría suponerse que todo intento esperanzador es  estéril.  Sin embargo,  de nuevo la ternura salva.  Se trata de un cuento lúcido, conmovedor  e inolvidable.

Las historias de este libro,  en definitiva,  expresan una visión de mundo acuciada por las carencias  y ausencias indudables  de los héroes que lo transitan.  No es dable esperar  una especie de reconciliación con la vida que les toca vivir ni menos conjeturar sobre un ocasional conformismo o aceptación de una realidad  que, casi siempre es inasible y escurridiza.

Así, los relatos Yesterday”  y Ojos un Poco Perdidos  surcan las difusas aguas de la  nostalgia unida a un presente diluido en la incomprensión de un tiempo ingobernable. Ello se patentiza por la conjunción de factores juveniles e históricos asumidos  desde una perspectiva sicológica, reflexiva y de cara a las externalizaciones.  Acosados por la constatación  lapidaria de no haber tenido correspondencia auténtica con un país aterrorizado, los personajes recurren  a la ensoñación, pero ella se reviste de esa  otra realidad  no susceptible de mediciones históricas o del poder, sino aquella de los sentimientos verdaderos que surgen de la introspección.  Así se entrecruzan  en la memoria narrativa los valores permanentes del ser humano, aunque parezcan fugaces, como la efímera  vinculación amorosa de un joven que lucha clandestinamente junto a una joven europea solidaria ante el régimen opresivo y sus toques  de queda, forjando en la búsqueda mutua una exigencia afectiva, un “salvoconducto” que permita circular con discreción tras la sobrevivencia. 

Por ende,  el itinerario hacia la adultez  pareciera  un brinco a-histórico, como si los personajes transitaran súbitamente por un  pliegue intemporal y regresaran a un espacio conocido que, no  obstante, por  obra y gracia de un destino que no construyeron, ahora les resulta ajeno e irreconocible.  Los protagonistas se han revestido de una especie de aureola mítica que los salva del olvido, y el narrador humaniza el recuerdo como si inconscientemente reconstituyera un pasado abyecto. Esa reconstitución reside en la pureza juvenil y su idealismo frente a acontecimientos que marcarán a toda una generación y que, “después de treinta años”,  se rehace en el estrecho abrazo de la madurez.

En otros relatos -Vientos de cambio, Apuntes para una historia siniestra y El día en que el reloj se detuvo-  se conjugan la decadencia del mundo moderno. De manera estremecedora  en Apuntes…se busca la lozanía eterna por medio de una incipiente industrialización del aceite humano. Con un manejo sorprendente de lo siniestro al servicio del poder mercantil aquí se fusiona el desquiciamiento humano y la dependencia monetaria.

En suma: cuando el virus de la insensatez corroe los espacios antiguos y modernos, cuando esos invisibles enemigos se mimetizan en un neoliberalismo despiadado cuyo único norte continúa siendo la codicia desenfrenada, esta recreada mise en scene de Diego Muñoz Valenzuela nos representa un salto atemporal, a la vez que nos advierte sin tapujos de los peligros que encierran las sociedades desprovistas de un sentido esencial: su espíritu de fraternidad.

Un libro imprescindible hoy como ayer, que se esmera en instalarnos en el centro mismo de nuestro extraviado humanismo.


(Puerto Cisnes, mayo del 2020)        



 

 

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Autor: Diego Muñoz Valenzuela. Cuentos. 159 páginas. 2020. Editorial Zuramerica.
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