Somos contemporáneos, ambos puntarenenses, los dos ausentes por largos años del terruño natal y, probablemente por eso, impregnados de una cierta nostalgia en nuestras narrativas. He visto que, desde jóvenes, hemos compartido un bien fundado humanismo y, el haber estudiado las leyes en la misma época, para bien o para mal, nos debe haber inculcado un cierto raciocinio cartesiano. Luego de ejercer de abogado durante algún tiempo, él se hizo juez para dirimir conflictos y dictar sentencias perentorias; mientras yo me mantuve en largos estudios y en la investigación, optando después por los informes y negociaciones internacionales en muchos países, con aviones y hoteles aburridos incluidos.
Me refiero a Juan Mihovilovich, el talentoso y reconocido escritor, miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua. Pese a esta afinidad que en toda lógica nos hubiera conducido como por un tubo al acercamiento, solo dos veces he visto a Juan. Las dos han sido breves y en la segunda nos dimos un sentido abrazo. Luego, los WhatsApp nos han acercado y, a tal punto, que empezamos a conocernos de a poco a la distancia; él en Curepto, yo en Santiago. Diríamos, simplemente, que la magia de las letras nos ha convocado recientemente a este encuentro que se mantenía en espera.
He leído estos días su último libro El amor de los caracoles (Simplemente Editores) junto a varios ensayos y comentarios que se han referido latamente a la obra; cual de todos más halagüeño y estimulante para el autor e incitativo para el futuro lector. Durante la presentación del libro, que tuvo lugar en el centro Gabriela Mistral de Santiago y a la que asistí, compartí con varios magallánicos entusiastas. En esa oportunidad, el destacado escritor, Sergio Infante, nos conmovió con una versada crítica de la obra, resaltando los méritos, el talento y la forma narrativa del escritor. Mucho ya se ha dicho y escrito después, sobre la calidad de este último trabajo literario que nos regala el buen Juan, y que nace y crece en la tierra fértil del Maule, en la que ha hecho su residencia de retiro y la que nos invita a descubrir también a nosotros con su canto narrativo. En los numerosos artículos publicados que comentan la novela, creo que todo ha sido escrito con pertinencia y fundamento, con la pluma de los eruditos que auscultan e interpretan, que buscan y encuentran sentidos, que ven y sienten más allá de las letras. A través de esa elogiosa crítica que nos hace penetrar en la obra, no hay dudas de que estamos en presencia de un verdadero y merecido éxito literario que, desde ya, marca un hito en lo publicado últimamente en Chile y, probablemente, hasta en Hispanoamérica.
Así entonces, frente a ese entorno de valoración y regocijo que tan bien acompaña el lanzamiento del libro, y sin buscar ser original en mis humildes opiniones, debo confesar que he extrañado el hecho de que los críticos no se hayan referido a la ternura presente en esta obra como componente esencial dentro de la narrativa. Se lo dije por teléfono a Juan, luego de haber leído los primeros capítulos. Es cierto que la novela puede ser desmenuzada, analizada y vista desde varias aristas. En todas, se encontrará riqueza y talento, profundidad, coherencia. Cada comentario es por cierto pertinente, y cada lector buscará la forma de apropiarse del libro para hacerlo memoria. En lo que a mí concierne, entre varios otros elementos que, por haber sido ya expuestos prefiero por consiguiente obviar, la lectura de El Amor de los caracoles me ha despertado una gran ternura.
“Delicadeza, suavidad, blandura” son sinónimos de ternura, palabra que describe lo tierno, aquello que es “fresco, reciente, joven, nuevo”, nos dice la RAE; o bien, algo “correspondiente a la niñez, por su delicadeza y docilidad”.
Cotejando atentamente estas acepciones del diccionario, mi expresión no es entonces ni infundada ni exagerada. En la obra reciente de Juan Mihovilovich, la narrativa no solo es amena, sobria, original...sino que es también tierna; y lo afirmo haciendo míos cada uno de los sinónimos antes citados.
Dichosos aquellos escritores que, a nuestra edad, pueden echar mano, tan expresivamente a la ternura para entregarnos su prosa que, por instantes, se transforma en poema; y para hacernos sentir también a nosotros, lectores contemplativos, aquel sentimiento que conmueve y perturba, que pinta arcoíris en los cerros, compone melodías, canta con el roce del arroyo sobre la piedra; esa ternura que nos hace sentir la respiración del anciano junto la risa del niño, el eco de las olas lejanas, la caricia de la brisa matinal, el olor del aromo, la suavidad de la tierra húmeda y la dulzura de la fruta madura recién cogida de la rama...aquella ternura que nos retrotrae a la infancia y nos provoca la emoción de volver a sentirla muy cerca, cuando ya pasados los setenta, con el Amor de los caracoles al alcance de mis ojos y mis manos, como ahora, puedo compartirles estas tiernas emociones que nos regala este hermoso libro.
Por todo aquello, me sumo a muchos otros comentarios para expresar mis infinitas gracias a Juan.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La ternura en el “Amor de los caracoles”
Una mirada sentida a la última novela de Juan Mihovilovich.
Por Guillermo Mimica