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LOS PLACERES
Y LOS LIBROS
"Sangre
como la mia":
Amores
gay se llamaba la película
Fernanda
Donoso
Diario La Nación. Jueves 20 de julio de 2006.
Infravalorado,
Jorge Marchant Lazcano es una mezcla de best-seller y fantasma. Vive una
parte de la vida en Nueva York, escribe guiones en Chile, y cada novela suya fagocita
lectores atrapados por sus ficciones rápidas, escritas con un mix de risa,
cotidianidad y dolor. Y también con un juego de lugares comunes que desconcierta
porque se mezclan siempre con algo que no abunda: la belleza.
Todo esto
para decir que más allá y más acá de las modas y circuitos
literarios, “Sangre como la mía”,
su última novela, no tiene ninguna posibilidad de pasar inadvertida. Y
no sólo porque en este libro, más que en ninguno anterior, Marchant
Lazcano afronta el tema tabú y vendedor por definición: la homosexualidad.
Cuestión con tanto secreto como exhibición, tanto pudor como morbo.
La autobiografía en este caso es y no es un plus. Es y no es un pretexto.
Para empezar, hay dos niños, uno, llamado “La dama de las camelias”
por su profesor de gimnasia, una niña, en cierto modo; y otro, un ser crítico
y seguro de sí mismo, sobrino del dueño del teatro Bandera donde
la señorita Romero, la vigilante diva de la revista “Ecran” vive y reina.
Con realismo, “Ecran” no cambia de nombre para ser el centro de la imaginación
cinematográfica de un mundo chileno pre-televisivo, ni la señorita
(María) Romero (“como Katharine Hepburn en “La mujer del año”, o
“echada para atrás en los lujosos aviones de Panagra”) se disfraza demasiado.
Le bastan unas pulseras ruidosas y un paletó para estar a la última
moda de los ’50: en esa década instala el novelista a la mitad de sus personajes,
y la historia desemboca en el sida, la peste rosa que acecha.
Más
romántica que erótica, la narración le debe mucho a Manuel
Puig y su devoción por las películas. Hay algo angustioso y alucinado
en el adolescente cinéfilo que no puede dejar de comparar cada situación,
cada diálogo, con las escenas de la fábrica de sueños, más
reales que la realidad. Evasión, se llamaba la película, y cualquiera
se evade en un Chile cincuentero en el límite con tantas cosas prohibidas
y sofocadas. Y así llegamos al presente, como dirían los profesores
de historia, despertándose un poco. “En una de esas, yo estaba muerto pero
ni siquiera yo mismo me había dado cuenta”, diría Marchant Lazcano.
“Como le pasó a William Holden en aquella película inolvidable que
estaba a punto de estrenarse”.
“SANGRE
COMO LA MÍA”
Jorge Marchant Lazcano
Santiago, Chile, 2006
Alfaguara,
323 páginas