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Más vidas que “El Gatopardo”

Por Jorge Marchant Lazcano/ Desde New York
Nación Domingo, 26 de octubre de 2008

El autor de “Sangre como la mía” narra la historia de una de las obras póstumas más importantes de la cultura occidental. Rechazada por las editoriales Mondadori y Einaudi, Feltrinelli la publicó con ojo visionario en noviembre de 1958. Luego, adaptada al cine por Luchino Visconti, “El Gatopardo” se convirtió en un clásico, inmortalizando la idea de que todo cambia para que todo siga igual.

"El Gatopardo" bien podría no haber visto nunca la luz. Sin embargo, la célebre novela del príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa, cumple el próximo mes cincuenta años. Es una de las obras póstumas más famosas de la literatura universal. Porque, además, nació a la vida sin padre: su autor había muerto de un tumor al pulmón en julio de 1957 y no tuvo la fortuna de ver como su novela se convertiría de inmediato en uno de los mayores best-sellers de la literatura italiana del siglo XX (52 ediciones en los primeros cuatro meses) y más de tres millones de copias vendidas. Traducida a casi todas las lenguas, es el equivalente a lo que fue "Cien años de soledad" en la década siguiente.

De seguro, en Italia habrá festejos para celebrar la plena madurez de este hijo póstumo con tan buen destino. En los Estados Unidos, ha aparecido una edición conmemorativa, publicada por Pantheon Books, (en España la ha publicado Edhasa) que incluye un prólogo escrito por Gioacchino Lanza Tomasi, en donde aclara algunas controversias en torno a la gestación y publicación de la célebre novela. Lanza no sólo es un notable musicólogo -ex director artístico del Teatro de la Opera de Roma y del Masimmo de Palermo-, así como ex director del Instituto de Cultura Italiano en Nueva York, sino, fundamentalmente, el hijo adoptivo del escritor.


UNA GRAN HUMILLACIÓN

Pese a sus privilegios de aristócrata, no le resultó fácil a Giuseppe Tomasi conseguir un editor para su novela. Quizás ese mismo hecho le jugaba en contra, en la Italia post Segunda Guerra Mundial, con un escenario cultural dominado por la izquierda después de largos y duros años de fascismo. La aristocracia terrateniente siciliana había sido finalmente abatida por la reforma agraria, y "El Gatopardo" hablaba precisamente de la decadencia y caída de la familia siciliana de Don Fabricio Corb

ra, Príncipe de Salina. Si alguien era el menos adecuado para leerla y "recomendarla" a la Editorial Mondadori, ese era precisamente el escritor Elio Vittorini, autor de "Conversación en Sicilia", una novela neorrealista sobre las agonías del pueblo siciliano durante el fascismo. En su interés por descubrir los secretos en torno a la publicación de la obra de su padre adoptivo, Lanza señala en su prólogo que Vittorini le habría escrito una carta al autor de "El Gatopardo", diciéndole: "No está muy mal para una evaluación, pero no hay nada acerca de su publicación". Aun así, Vittorini le habría sugerido a Mondadori que mantuvieran puesto el ojo en Tomasi di Lampedusa. En rigor, el rol de Vittorini en Mondadori, era traducir obras inglesas y norteamericanas al italiano. Algo parecido sucedió luego con Einaudi Editore, quien le envió una carta de rechazo a Tomasi unos pocos días antes de su muerte.

Apremiado por las circunstancias ya casi fatales, y convencido de los méritos de su obra, dos meses antes de que el tumor lo venciera, Giuseppe Tomasi escribió un par de cartas que recién fueron encontradas el año 2000 por un sobrino del escritor, al interior de un libro en su biblioteca. Tanto el príncipe como su mujer tenían el hábito de utilizar libros como escondite para papeles privados. En una de las cartas dirigida a Lanza, el escritor le suplica en un tono casi desesperado: "Quiero que se den todos los pasos para publicar ‘El Gatopardo’, no es necesario decirlo, aunque eso no signifique que se publique a costa de mis herederos; consideraría eso una gran humillación".

La historia demuestra que no fue necesario llegar a la denigrante etapa de la autopublicación. Finalmente, Giorgio Basani, el autor que aún no había escrito "El jardín de los Finzi-Contini" (1962), revisó y editó el texto para Feltrinelli, un editor recién aparecido en el mercado italiano, pero con el mejor ojo del mundo. El año anterior había publicado la edición oficial de "Doctor Zhivago" del ruso Boris Pasternak, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1958, un mes antes de que "El Gatopardo" comenzara su vida.


CUESTIÓN DE LEONES O CHACALES

Fue, indudablemente, otro aristócrata italiano quien colaboró, a su medida, al gran éxito de "El Gatopardo". Luchino Visconti y la película que filmó cinco años después. Pese a las cercanías sociales, Visconti militaba en el Partido Comunista, lo que hizo que, en alguna medida, la izquierda comenzara a ver la obra de Giuseppe Tomasi como algo más que un romántico testimonio de un tiempo muerto. Con la misma agudeza crítica y estética con que enfrentaría el neorrealismo ("Obsesión" y "Rocco y sus hermanos") o el nazismo ("Los Malditos"), Visconti logró conferirle a sus glamorosas imágenes, la inteligencia y sensibilidad que constituyen la base de "El Gatopardo". La concepción de un tiempo histórico, cercano a Stendhal o Balzac, a quienes Tomasi había leído profusamente, y a la vez, el tiempo psicológico de Proust. Es otro italiano, Claudio Magris, quien parece dilucidar la fascinación de "El Gatopardo" para nuestro tiempo: "Quizás la razón principal de su éxito -escribe- consiste en la creación de un mundo que, en el acto mismo en que es creado poéticamente y evocado con nostalgia, es mostrado como un moribundo; es más, es algo que ya está muerto y que, acaso desde siempre, ha estado anquilosado en una ficción de existencia".

La novela se inicia hacia 1860, en la etapa final de la unificación italiana, cuando toda la península será por primera vez un único estado. Giuseppe Tomasi estuvo toda su vida preparándose para escribir su ópera prima y obra maestra. En rigor, fue su única novela. Había nacido en Palermo en 1896 y vivió con su mujer, una aristócrata báltica, entre Londres, París y su palacio de Palermo. No hizo otra cosa que leer y estudiar la literatura francesa, y durante veinticinco años meditó acerca de la novela que finalmente escribiría, y cuya figura central, el Príncipe de Salina, estaría inspirado en la imagen de su bisabuelo, de acuerdo a las cartas finalmente encontradas.

Sin descendencia, sería recién en 1956, un año antes de su muerte, cuando el escritor adoptaría a Gioacchino Lanza, quien era un sobrino muy cercano a él y un joven amigo, quizás consciente que sólo en esas condiciones, su obra tendría posibilidades de vida. Tal como lo explica don Fabricio en páginas de la novela: "La Iglesia nos ha otorgado una explícita promesa de inmortalidad; nosotros, como clase social, no la tenemos. Cualquier paliativo que nos pueda dar otros cien años de vida es como una eternidad para nosotros...". "El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos, y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, pero todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra".

Tal como lo dijo Lanza en la Universidad de Nueva York hace algunos meses, el milagro que Lampedusa provoca con su novela, es que "cada cual cree que él es el príncipe."

No lo sabremos nosotros, quienes alguna vez nos creímos los jaguares de Latinoamérica.

 

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LUNARES NEGROS

Jorge Marchant Lazcano

Como me sucedió con gran parte de mis primeras lecturas, llegué a la novela de Lampedusa a través del cine. En este caso, la deslumbrante película de Luchino Visconti. Corría marzo de 1963 y la popular revista Ecran publicaba nutrida información sobre el filme que había ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes. No sé si la película se estrenó en Chile ese mismo año. Sólo recuerdo que la exhibieron en el cine Ducal, frente al Municipal, hasta donde debieron llegar los acordes de la gloriosa banda sonora de Nino Rota. (Curioso que haya sido el mismo Rota quien diez años más tarde le pusiera música a “El Padrino”, la continuación histórica de “El Gatopardo”.) Fue, rotundamente, uno de los primeros acontecimientos culturales de mi temprana adolescencia. Una película histórica no estaba centrada necesariamente en un melodrama pasional como sucedía con los clásicos de Hollywood, desde “Lo que el viento se llevó” a “El árbol de la vida”. Aunque la relación amorosa la vivieran Alain Delon con Claudia Cardinale, el eje de la narración era un meditabundo príncipe siciliano, interpretado por el norteamericano Burt Lancaster, observando cómo su mundo se venía abajo. Algo de lo que ocurría en “El Gatopardo” estaba sucediendo a nuestro alrededor. Aunque Fidel Castro había iniciado en Cuba una revolución real en donde las cosas nunca más volverían a ser las de antes -y de la cual no nos hablaron absolutamente nada en el colegio-, en Chile inauguraríamos al año siguiente la llamada “revolución en libertad” de Eduardo Frei Montalva que tenía -a nuestra medida- el olor de la célebre máxima de la novela de Lampedusa: “La necesidad de que todo cambie para que todo permanezca igual”.

Yo estaba iniciando mi incoherente biblioteca personal, con títulos como “Cumbres borrascosas” de Emily Bronte o “Las llaves del reino” de Cronin. La película terminaba precisamente tras el gran baile con un vals inédito de Verdi, pero al leer la novela descubrí que la obra se extendía hasta 1910, unos cuarenta años después, con las hijas del príncipe de Salina convertidas en unas venerables solteronas, y la hermosa Angélica, con várices, en la viuda de Tancredi. El perro Bendicò que corría por los pasillos del palacio en Palermo desde las primeras páginas del libro, terminaba embalsamado como la mascota de Arturo Alessandri Palma que se exponía en un museo de la Quinta Normal de Santiago. Su destino, la basura, porque debía estar completamente apolillado como la misma historia que había quedado atrás.

Tal vez creí, al leer el libro, que se había publicado muchos años antes, a modo de “Casa Grande” de Orrego Luco, retratando la caída de nuestra propia edad de la inocencia social. No supe entonces que “El Gatopardo” estaba recién iniciando su vida, un poco menor que yo mismo. Lampedusa no había hecho otra cosa que mirar hacia atrás y crear una ficción que tras la Segunda Guerra Mundial se había derrumbado por completo y para siempre. Creo que es una lectura imprescindible al momento de escribir novela histórica.

 

 


 

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Más vidas que “El Gatopardo”.
Por Jorge Marchant Lazcano/ Desde New York.
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