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MANUSCRITO PERDIDO EN EL DIA DE ACCION DE GRACIAS

"El cuerpo de Jonah Boyd" de David Leavitt

Por Jorge Marchant Lazcano


David Leavitt irrumpe en la literatura norteamericana a mediados de los años 80, con "Baile de Familia", una formidable colección de cuentos, y luego con "El lenguaje perdido de las grúas" (1987), novela ampliamente difundida en lengua hispana. Convertido a los veintitantos años en "el escritor gay canónico por excelencia", sus obras siguieron publicándose una tras otra por Anagrama de Barcelona, no siempre con el mismo nivel de recepción por parte del público. Al menos en Chile. Ya sabemos que, por estas partes, los libros amarillos de Anagrama son excesivamente caros, aunque probablemente no es culpa de Jorge Herralde, su editor, quien nos ha abierto la puerta grande para leer a autores anglosajones de la talla de Harold Brodkey, Paul Auster, Ian McEwan, David Lodge, John Banville, Allan Hollinghurst o Christopher Bram, por nombrar a notables, entre los que Leavitt tiene un lugar excepcional.

Descendiente más o menos directo del llamado realismo sucio de Raymond Carver - pero desde la turbadora variante de la homosexualidad -, en "El lenguaje perdido de las grúas" la historia de un padre y su hijo manifestando su condición gay a destiempo, bajo distintas circunstancias, parece una catástrofe aparentemente trivial - más aún si viven en Nueva York -, pero la conmoción que provocaron en esos años de derrumbe masivo, no disminuye ni un ápice su fuerza narrativa veinticinco años después.

"El cuerpo de Jonah Boyd", su más reciente novela, al igual que "Amores desiguales", otra de sus grandes novelas, incursiona una vez más en los sinsabores de la vida familiar americana, desplegada ante nosotros como un enorme fresco de agridulces resonancias. Pero con una extensa obra en el cuerpo y el convencimiento de que la publicación de novelas gay ha quedado de alguna forma en el pasado, el autor decide romper los esquemas - su propio canon -, y contar el cuento desde una variante oportuna y algo patética. En "El cuerpo de Jonah Boyd" desaparecen las voces de ciertos representantes de la intelectualidad y la cultura gay, para que crezca la contundente y poco oída voz de una deslustrada gorda norteamericana. Como Ruby, aquel personaje obeso creado por nuestro José Donoso en "Donde van a morir los elefantes" (1995) como símbolo de una obsesión sexual en medio de un campus universitario norteamericano, Judith "Denny" Denham, la narradora de esta novela es otra gorda como las que, alarmantemente, crecen y crecen en las ciudades de los Estados Unidos. Secretaria y amante de Ernest Wright, director del departamento de psicología de una universidad californiana, Denny penetra al interior de la familia de su amante, y nosotros con ella.

El punto de partida es el Día de Acción de Gracias de 1969, pavo incluído, en donde la rutina familiar de padres e hijos, se verá completamente - y para siempre - alterada por la visita de un odioso escritor alcohólico, Jonah Boyd, y su extraña mujer. En tiempos sin computador, el escritor viaja con los cuadernos de su nueva novela a cuestas. Esa misma noche, los textos desaparecen misteriosamente, y el tema de la propiedad literaria y de la obsesión por el éxito, a través de la sátira y la comedia negra, se imponen progresivamente. Leavitt ha vivido en carne propia el tema de la acusación de plagio a propósito de su novela "Mientras Inglaterra duerme", y es probable que nuestra Marcela Serrano aún no se reponga del robo de un manuscrito, esta vez, computador incluído. Los creadores conocemos perfectamente el vértigo que puede acarrear el incierto destino de un texto, en nuestras manos o en las ajenas. Desde las irónicas confesiones de una gorda excepcional, Leavitt crea diálogos frescos y oportunos, sin perder ni un ápice de esa admirable capacidad para sorprender con su ingenio, al plasmar los quiebres generacionales entre padres e hijos que más parecen enemigos. Su estilo es natural y enérgico, con una prosa limpia y directa - sin adornos de ningún tipo -, que desembocará treinta años después, cuando una Denny ya jubilada logrará unir los cabos sueltos, y confirmarnos el inmóvil protagonismo de la casa en donde sucedieron los hechos, y por cierto, la calidad de antihéroe del hijo menor de Ernest Wright. No se vaya a creer que el muchacho mató a Jonah Boyd, porque tal como lo dice Denny en las últimas líneas de este energético y espectacular libro, aquí no hay "cuerpo de evidencia", "cuerpo de trabajo", y mucho menos, "el cuerpo de Jonah Boyd".

 

 

 

 

 

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Manuscrito perdido en el Día de Acción de Gracias.
"El cuerpo de Johan Boyd" de David Leavitt.
Por Jorge Marchant Lazcano.