"Es un juego que he tenido entre manos durante varias décadas", reconoce, aunque ni él tiene muy claro "por qué insistí tanto en querer contar esta historia de una revista femenina a partir de una experiencia muy breve que yo tuve". Periodista, escritor, dramaturgo y guionista de televisión —en los años 80 y 90—, Jorge Marchant Lazcano (Santiago, 1950) trabajó dos años en la antigua revista Paula, a fines de los 70, después de haber vivido unos meses en Estados Unidos y colaborado desde allá con varios medios chilenos. A su vuelta, tenía dos ofertas de trabajo y optó por esta revista "de género más masivo, más cultural, si se quiere", donde fue jefe de redacción. Hubo momentos estupendos y otros más bien amargos, porque me sacaron de un día para otro", recuerda.
Observador fino e incisivo, Marchant llevó esta experiencia primero a las tablas, en "Última edición" (1983), una obra en clave irónica que tuvo gran éxito, pero no cayó bien en algunas directoras de revistas. Ya entonces, Paula pasó a ser Gracia, nombre que ahora retorna en Asuntos mal tratados (Cuarto Propio), su decimotercera novela después de La Beatriz Ovalle, Sangre como la mía, El ángel de la patria y, la más reciente, El favorito de las viejas, por mencionar algunas de sus destacadas ficciones. La dedicatoria es para Anita Reeves, quien encabezó aquel elenco de actrices.
El título está tomado de una cita de Un cuarto propio, de Virginia Woolf, que se incluye como epígrafe y "donde ella plantea que nuestras madres, o sea, nuestras ascendentes, nunca pudieron resolver bien sus asuntos; un tema cultural que atañe no solamente a las madres, sino que en general al género femenino". Más que un juego de palabras, entonces, porque en la novela también hay maltrato y abuso, quiso expresar esa dificultad de las mujeres "de asumir bien su historia, su trayectoria".
Un mundo de mujeres
Ambientada en los inicios de la pandemia, la trama se va armando, precisamente, a partir de las voces de mujeres: Carolina Urzúa, directora y fundadora de la revista Gracia; sus hijas, Mariana y Elisa Llona, y Julia Oportot, personaje central que conocemos a través de referencias y chismes, y cuya voz se impone solo en la última parte. Casada en los años 50 con el destacado arquitecto Gustavo Llona, Julia abandona misteriosamente a su marido y a su hijo Horacio, de solo seis años, después de un viaje a Europa. Al correr del tiempo, su figura, o la ausencia de ella, impacta también a Carolina, esposa de Horacio, y a su descendencia. "La novela se construyó en torno a ella —explica el autor—. Yo diría que antes de que visualizara la acción en una revista, Julia ya tenía una historia en el pasado que iba a provocar efectos en sus nietas. Construir una historia de puras mujeres me pareció fascinante".
—¿Por qué decidió contar la historia a través de varias voces?
—Fue un ejercicio bastante atractivo para mí como escritor jugar con esa suerte de chismerío; los personajes cuentan cuentos que pueden ser ciertos o pueden ser mentira. Ese juego lo utilicé muchas veces en las relaciones entre los personajes.
—¿Qué lo hizo volver sobre Paula-Gracia y con un proyecto tan diferente?
—Tuve en algún momento la sensación de que, más que la revista, los personajes surgieron con sus propias vidas. Eso fue lo que más me entusiasmó y me motivó a trabajar los personajes femeninos. La revista era como un escenario que necesitaba para ponerlos. Y me pareció atractivo que se enfrentaran al tema del feminismo y a los problemas que tenían con determinados hombres en sus vidas a partir de su experiencia como periodistas.
—¿También lo pensó como una síntesis de la sociedad chilena?
—Exacto. Ese era el gran tema por el que escribí inicialmente esa obra de teatro y un poco lo proyecté en la novela ahora. La revista es un pequeño mundo que se amplía a un Chile real. En ese mundo hay notorias diferencias sociales, que siempre se han escondido. En plena dictadura se nos hablaba de que este era un país de hermanos, y eso funcionaba mucho en el idioma de la revista. Era "la gran familia de Paula". Pero eso no era cierto; me tocó ver enfrentamientos de clase entre determinadas periodistas y otros sectores de la revista; cosas que nadie vio, porque no se querían ver.
En ese pequeño mundo surge Mario Gallardo, un joven homosexual que, en abril de 1973, se une a un grupo que protesta en la Plaza de Armas por la brutalidad de los carabineros y a quien Carolina entrevista en su oficina, aunque no puede publicar el artículo. "Esa es una fantasía absolutamente mía, porque quise mezclar esos dos mundos. No corresponde a nadie, aclara. "Es un personaje que viene de la calle, de una situación muy concreta. Representa también un poco el arribismo chileno, cómo se construyen estos personajes, que de la nada y sin tener mayores conocimientos, sin tener estudios, de repente llegan a ciertos lugares".
Hay un símil, en ese sentido, con el marqués de Cuevas, protagonista de su novela anterior. "Sin duda. Hay evidentemente un vínculo y también con mi novela inicial, La Beatriz Ovalle", reafirma.
—¿El clasismo y el arribismo como elementos centrales de la idiosincrasia chilena?
—Sí, son elementos que han estado tan presentes en la época en que nos tocó vivir. Durante la Unidad Popular había un enfrentamiento social fuerte; después, en la dictadura, todo esto se convirtió en una cosa tan majadera, esta ascensión social extrema; tener poder, tener más dinero, era como una obligación. Yo siento que fueron períodos propicios para este arribismo desatado.
La mirada crítica respecto de la sociedad chilena es una constante en las ficciones de Jorge Marchant, en las que reconoce influencias extranjeras y una formación clave. "La Beatriz Ovalle tiene mucha ascendencia también en Manuel Puig, sin duda. La lectura de Puig fue marcadora, Boquitas pintadas, La traición de Rita Hayworth, fueron novelas muy incisivas y que también aprendimos a leer gracias a nuestros profesores de Periodismo en la Universidad de Chile, fundamentalmente Alfonso Calderón, un gran
maestro, y otro profesor muy importante de ese período, y que está un poco olvidado, Luis Domínguez. Él nos hizo tomar la voz de un determinado personaje y con eso construir una historia, idealmente una novela. Yo creo que eso fue el inicio de La Beatriz Ovalle".
Homofobia en la prensa de izquierda
—¿Cómo surge esta mala madre que es Julia Oportot?
—Es un personaje absolutamente ficticio, pero yo quise detener mi mirada en otro sesgo, que ha sido el lesbianismo en Chile. Ahí le doy el palo a la revista, donde nunca se planteó el tema. La homosexualidad entró muy tarde; en rigor, el primer reportaje grande sobre homosexualidad salió en el período en que yo estaba, y era un documento cerrado, que tú tenías que cortarlo para leerlo. Y tal como lo planteo en la novela, estaba lleno de tecnicismos, se metía en el tema religioso, más que humano, estaba lleno de cortapisas para no ir al fondo.
—En la novela también alude a una prensa de izquierda que no tiene nada de progresista.
—Era una prensa absolutamente machista, homofóbica, conservadora. Yo tengo la peor opinión del Clarín o del Puro Chile. Por eso copié ese encabezado, que es de una violencia y de una brutalidad enormes. Eso salió en el Clarín, pero representaba un pensamiento y una postura. Revelaba una inferioridad de pensamiento muy grave, y eso se lo transmitieron a generaciones de jóvenes.
—Solo al final conocemos la voz de Julia, ¿qué desafíos le demandó construir este personaje?
—Le di muchas vueltas; en algún momento la visualicé como en los años veinte, pero después me di cuenta de que eso no me calzaba con los elementos que estaban entrando en juego Es un personaje que me entusiasma mucho y que está muy ligado con otros que me han cautivado profundamente en la literatura: Cathy Ames, de Al este del paraíso, la madre de los dos muchachos, que es uno de los personajes más perversos de la literatura norteamericana del siglo veinte, fascinante dentro de su horror. Otro es Marion, de una novela de John Irving que se llama Una mujer difícil, una mujer que abandona a su hija cuando tiene unos ocho años, desaparece de la novela y entra nuevamente como 300 páginas después, cuando ya la hija es una escritora famosa. Y uno mucho más sencillo, pero que a mí me provocó ternura: Laura Brown, de Las horas (Michael Cunningham). Son personajes que tuve muy presentes en el momento de armar la biografía de Julia Oportot.
En la última parte de Asuntos mal tratados, Marchant también retoma la figura de Mistral, sobre quien escribió la obra teatral "Gabriela", en 1981. ¿Se ha transformado en un ícono en estos años? ¿Hemos logrado conocerla mejor o hay distintas Gabriela, según quien la estudie y la ponga "en escena"? Él afirma: "Creo que su imagen solo se ha ido agrandando y tomando real sentido, desde comienzos de los 80, cuando tuve la oportunidad de darle vida por primera vez en el teatro chileno. Aquella era sin duda la otra Gabriela, mucho más oficial si se quiere, de acuerdo a la bibliografía conservadora que teníamos a mano. Entonces creímos en el trabajo que realizó (Sergio) Fernández Larraín en torno a las cartas de amor con Magallanes Moure, pero ya hace mucho tiempo hemos descubierto el 'engaño', el terror de Fernández respecto a su lesbianismo, especialmente a través de su biógrafa Elizabeth Moran. La correspondencia privada de la Mistral no estaba entonces disponible. Ya era un ícono, pero menos real que el ícono que es ahora. Tenía entonces un velo de misterio y de cierta fantasmagoría".
—¿Eso lo motivó a volver sobre ella?
—Su parte más vital en los últimos años fue sin duda la presencia de Doris Dana en su vida, y es lo que tomé para que un personaje femenino en los años 50 sienta una desmedida atracción por ella, especialmente al verla de regreso en Chile acompañada por aquella joven secretaria, algo difícil de entender por el machismo chileno.
Encuentros con la muerte
—¿Por qué quiso relacionar la pandemia que están viviendo sus personajes con la del VIH en los años 80?
—Para mí era súper importante crear una relación entre los dos relatos, partiendo de la base de que la pandemia la sentí muy fuerte, muy violenta. El hijo mayor de mi única hermana estuvo seis a siete meses internado, y esperando prácticamente la muerte. Felizmente resistió y salió adelante, pero fue bien violento en términos de la cercanía familiar. Además, pienso que no se le tomó el suficiente sentido a la tragedia que fue, a la cantidad de muertos que tuvimos en este país; nadie hizo un duelo. Y tomando en consideración lo que habíamos pasado en los años 80, 90 con la otra pandemia, de la cual se habló muy poco y se trató de callar al máximo, sentía que no podía dejar pasar esta oportunidad de enfrentarme con este episodio. Creo que esos dos encuentros con la muerte han sido demasiado fuertes. No se hizo un monumento, algo que reflejara lo que nos pasó, que no sabemos si va a volver a repetirse.
—En la novela usted anticipa que puede ocurrir este olvido, ¿cree que es un mecanismo de defensa?
—Hay un grado de frivolidad, también. No hay ningún ejercido, ningún intento de profundizar en lo que pasó, en las consecuencias médicas, ahora se está hablando de la cantidad de vacunas que quedaron sin utilizarse, que se van a votar seguramente a la basura, porque ya no sirven. Esos pequeños relatos también habría que atenderlos.
Afectado él mismo con el VIH, Marchant se ha dedicado a investigar el tema. "Yo me hice una carpeta en torno al VIH/sida, que la fui armando durante muchos años, y me ha servido no solamente a mí, sino que también la he prestado; son documentos de nuestra historia que han sido muy útiles para varias obras de creación en torno a este tema. La cantidad de desinformación que hubo, el sesgo que se le dio muchas veces al tema desde un punto de vista religioso, una cuestión de cielo o infierno, más que una cosa ética de salud, son errores que le costaron la vida a mucha gente y también le costaron una vida más normal, más plácida, más íntegra a mucha gente que sobrevivió", enfatiza.
Jorge Marchant dice que en el último tiempo lleva una vida mucho más solitaria, sale poco y cerca. Tiene dificultades para caminar y, para ir más lejos, cuenta con Rodolfo, su marido. "Siento que he llegado a una edad en que ya hay que plantearse ciertas cosas y hay que mirar con cautela el panorama. Sobre todo por lo que significó en nuestras vidas la pandemia. La muerte de mi mamá (en abril de 2023) también me hizo reflexionar", admite.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Jorge Marchant:
"Construir una historia de mujeres me pareció fascinante"
"Asuntos mal tratados". Cuarto Propio, 2023, 299 páginas
Por María Teresa Cárdenas Maturana
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 4 de febrero de 2024