Del libro Cazador de Instantes, de José María Memet
Por Christian González Díaz*
La libertad está llena de instantes, en esos instantes, algunos hombres calculan la mirada de su conciencia, apuntan sobre el objetivo y disparan su tridente, para cazar. No existen entonces murallas que impidan abrir el infinito de los horizontes y no existen escusas para observar desde lo lejos, hay que estar ahí presentes.
La textura del libro Cazador de Instantes de José María Memet, de las Editoriales Continental y ChilePoesía, desde su portada hasta la imagen brillante que acuña su mirada, es una invitación al uso permanente de la conciencia, un mar de aclaratorias respecto de lo importante y lo esencial, una suma fastuosa de instantes que hicieron que los sueños, en el Chile del Bicentenario, siguieran existiendo. Las palabras de José María son memoria permanente del universo, son poesía escrita desde la noble función del escritor como testimonio de su tiempo. Como escribiera el escritor francés Antoine Houdar de la Motte (1672-1731) “Mediante la lectura nos hacemos contemporáneos de todos los hombres y ciudadanos de todos los países”. Eso es lo que sucede cuando comenzamos las primeras hojas de este libro, nos volvemos habitantes universales, gracias a la energía de las letras de éste Cazador de Instantes, que desde Chile da homenaje a los luchadores de todos los tiempos, aquellos imprescindibles de la libertad, compañeros de viaje, amigos entrañables del autor.
“Como si el sueño fuera escrito en estrofas regulares, cada nocturno despertar significa el reacomodarse del cuerpo a su idea fija: que el enemigo monta guardia en él”, considera éste cazador las palabras de Enrique Lihn, los Himnos, las marchas, el arte mayor, para dar inicio al tránsito del lector, su letra aguda señala las direcciones de la humanidad, en La Gran Marcha con lucidez señala: Nunca se es más libre que en un sueño. Los sueños no tienen moral, ni ética, son sueños y las estrellas son hermosas. No son cálculos matemáticos, ni de conveniencia histórica los que el autor utiliza para enviar su mensaje, los argumentos son de una belleza austera, que siente la embestida de los accidentes, de la muerte y de la soledad que envuelve a la lucha en algunos instantes: la poesía es un arte mayor para volvernos solitarios. Un arte milenario para miles de años posteriores. Hasta el respirar y el paso del oxígeno está grabado en la nada.
Repetir es nefasto si se trata del poder. Pensar, sigue siendo el camino. La poesía, la felicidad. Así, y bajo ésta lógica, el poeta participa de la realidad junto a sus pares, con los soñadores comparte sus sueños, con los guerreros espera la noche o el alba. A los enemigos les habla de frente y a los amigos también. Como Don Pablo Neruda escribía: “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”. José María nos regala: Ser niño toda la vida implica dejar crecer las alas en la espalda y no matar al que sonríe, menos envidiar a quién conoce el fondo marino de la mente.
De Nicanor Parra nos presenta un instante, de esos cazados en el pulso del ADN del decir. Bitácora de éste cazador de instantes, en su largo viaje por los sitios primordiales del universo, en las batallas de las letras que vuelan y la sangre que se derrama en la tierra. Es su conciencia la que habla, la que le dicta los versos y deposita la tinta que conoce bien sobre los instantes de la vida y de la muerte.
Los deseos de libertad y de conciencia, como alma de este libro, recorren sus páginas entregándonos la carga de letras honestas frente al paso de la historia.
Sus recuerdos vencen la muerte y hacen presente en el escenario a sus amigos. Siempre hay luz cuando un amigo regresa. Así justifican los versos la necesidad del poeta de continuar soñando, es la vida de José María Memet un constante cuestionamiento a las atrocidades de nuestros tiempos, una voz instigadora de acciones, de pensamientos y de esperanzas. Una praxis que completa las respuestas de los amantes en el universo. La transparencia es la materia del amor. Se reflejan en los fragmentos y la vida que está en ellos.
Es el paisaje de la vida que muestran sus letras una buena manera de sonreír, pues es habido conocedor de que la manera de educarnos está en el conocimiento de que las sonrisas despiertan los ojos en la oscuridad. Abriendo el cielo para habitarlo después del gran día, después de la gran noche. …Vivir como un ganso silvestre, volando, migrando cada año. Llegando a casa y yéndose de casa. Eso es la vida, volar hasta caer sobre el cielo.
De hermano a hermano, zigzaguea entre anécdotas, sueños y verdades, instala un discurso testaferro ante el sistema perverso para que puedan leerlo en los callejones de la población, ahí junto al pueblo que es quien primero se suma a la lucha. Aparecen los lugares y se manifiesta la experiencia respecto del orden que busca la justicia. El olvido no asiste a este encuentro, pues son los accidentes de la indolencia humana los que nos dicen que los caminos se acaban y que la muerte nos espera.
El merecimiento no supone la entrega de los resultados que buscamos, es la insistencia la que finalmente transforma la realidad y la adecua a nuestros requerimientos. Es por ello que, el recuerdo de los asesinos, la constatación de la negligencia política y la importancia del amor y los amigos, navegan en esta cacería conducida por José María Memet, un permanente cazador en el universo de los instantes, que nos libera de la esclavitud. La escuela es una cárcel, tu vida es una cárcel, el hospital es una cárcel, la política fabrica los barrotes. Sabe este poeta contemporáneo de la guerra permanente, que la poesía gana espacios como el paisaje al vacio, como la vida a la soledad, como las aves ganan al espacio los caminos.
Numerosas son las referencias de este libro. La menos inteligente, la menos informada y la burda, la realizó para la Revista de Libros del Mercurio, Ignacio Rodríguez. Nada nuevo para un obtuso residente de la mediocridad periodística. Afortunadamente sus pares escritores han opinado también de éste libro, mención especial merece la epístola del Poeta Mapuche Elicura Chihauilaf al Mercurio, que brota de la amistad y las letras, esas originales, ancestrales y perennes. Los lectores de este libro tendrán la posibilidad de cazar junto a Memet los instantes y sentir de ellos lo esencial y lo necesario.
Luego de la lectura estaremos alentados a dar juicio a la historia que no se pierde en la nada, esa que se recuerda, esa que no se perderá en un asado cualquiera y que permanecerá intacta, pues contiene la fuerza del libro que es testigo y guerrero, de los tiempos.
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* Christian González Díaz. Poeta, Narrador y activista. Nace en Santiago de Chile, en 1974. Especialista en plataformas para el desarrollo de iniciativas Sociales, económicas y Vitales. Su Literatura da testimonio de su trabajo político y la búsqueda de transformaciones sociales que generen armonía para todos. Ha publicado desde 1997, Textos de formación y liderazgo, poesía y referencia critica. Sus textos han sido traducidos al alemán y al francés. Actualmente trabaja en “Maleta Uno” recopilación de parte de su obra y señala su relación con el Chile Cultural Contemporáneo.