Proyecto Patrimonio - 2018 | index |
José Miguel Martínez | Autores |

 

 





Ajuste de cuentas
En El diablo en Punitaqui. José Miguel Martínez. Tajamar, 2013, 146 páginas.

Por José Miguel Martínez
Publicado en https://www.tajamar-editores.cl/
Agosto, 2013


.. .. .. .. ..

-¿Y qué los trae a Bolivia, cabros? -preguntó el Chiri.
Diez minutos antes, el gordo Granola y su compañero se lo habían topado en el mercado de las brujas, en el centro de la Paz. El Chiri, al verlos, no se inmutó. Se paró en seco y miró los aguayos del puesto que tenía a su lado. El gordo Granola en cambio se dirigió directo a él. Con ambas manos agarró su rostro y, con una sonrisa genuina, auténtica, le dijo:
-¡Qué flaco estás, hueón! Ven, déjame invitarte a almorzar.

***

-Un ajuste de cuentas –dijo el gordo Granola, masticando el pollo con la boca abierta.
-¿Dinero? –preguntó el Chiri.
-Dinero –respondió Granola, sin levantar la vista de su plato. El Chiri miró con los ojos inquietos al compañero del gordo Granola, un tipo grande, corpulento, de rasgos asiáticos.
-¿Y quién es tu amigo? -dijo volviendo su mirada a Granola.
-Mi compañero, el señor Gómez. Salude al Chiri, señor Gómez.
-Hola -dijo el señor Gómez, sin que la expresión de su rostro se alterara del todo. A su lado, un perro negro y peludo se paseaba nervioso, con la lengua afuera, atento a algún pedazo de comida que cayera del plato.
-Bueno Chiri, ¿dónde podemos encontrar al señor Mandíbula?
-Su negocio fue guateando con el tiempo… es posible que ya no esté en el mercado –dijo el Chiri, moviendo la cabeza de un extremo de la calle al otro. A la izquierda había varios puestos de souvenirs que vendían chalecos y ponchos. A la derecha, un par de mujeres rechonchas caminaba calle abajo, ambas cargando sus guaguas en mantos multicolores amarrados a la espalda. El Chiri se quedó pegado, observándolas.
-No me vengas con huevadas –dijo Granola, masticando con ganas y mirando en la misma dirección que el Chiri.
-Mira, gordo –el Chiri volvió sus ojos a Granola-, no tengo problema en ayudarlos a encontrar a Mandíbula. Solo digo que no sé si todavía esté por acá.
-Bien. Eso es todo lo que queremos, Chiri. Ver si él sigue en el mercado.
-¿Nada más? -preguntó el Chiri, sonriendo. El gordo Granola untó las últimas papas fritas en ají.
-Claro, hombre, nada más –respondió, observando las enormes paletas amarillentas de la sonrisa del Chiri.
El señor Gómez miraba todo con la misma expresión vacía con la que había saludado al Chiri. A su lado, el perro negro seguía salivando y moviéndose ansioso alrededor de sus piernas.

***

-Son unos hijos de puta… -dijo el Chiri.
Diez minutos antes habían entrado por una puerta estrecha, la cual daba a través de un oscuro pasillo a un patio interior, rodeado de oficinas de turismo abandonadas en el primer y segundo piso. Entraron a una que tenía un cartel de fondo blanco, escrito en letras rojas:

M A N D Í B U L A   T O U R S

Cinco minutos después, el gordo Granola y el señor Gómez llevaron al señor Mandíbula a la bodega de la oficina, y lo amarraron a una silla de madera. Luego lo amordazaron, le cortaron tres dedos de una mano (la derecha), le quebraron una pierna (la izquierda) y le tajearon la cara. Un tajo debajo de uno de los pómulos parecía la silueta de una paloma. Mandíbula, un hombre de temple y reconocida quijada, se mantuvo estoico durante todo el proceso. No gritaba: solo gruñía de vez en cuando. El Chiri observaba petrificado y seguía diciendo con un hilo de voz:
-Son unos hijos de puta...
Mientras el señor Gómez castraba a Mandíbula con un cuchillo cortaplumas, el gordo Granola se quitaba con un pañuelo blanco la sangre de los guantes de cuero café oscuro. El truco, pensó Granola, está en limpiarse antes de que la sangre se seque. Pero, a pesar de fregar y fregar, no parecía satisfecho con el resultado.
-Bueno, ¿y qué esperas ahí parado? Mejor anda a preparar un matecito de coca para todos –le dijo al Chiri, todavía restregando los guantes.

***

-Las personas cambian, Chiri -dijo el gordo Granola luego de sorbetear su té de coca.
-Puede que eso sea cierto -dijo el Chiri. Sus manos tiritaban y la taza de té hacía un ruido suave e intermitente al golpear el plato-. Pero tú cambiaste para mal.
-No, Chiri, yo hago mi pega nomás. Al jefe no le gusta cuando le roban plata ni cuando se meten con sus minas.
El Chiri no respondió. El señor Gómez se limitaba a beber su mate de coca y no decía nada. Una tenue luz entraba por la ventana entreabierta de la oficina de turismo. Adentro había olor a encierro. De la ventana se escuchaban los ruidos y griteríos del mercado.
-Es cierto, las personas cambian -dijo Granola-. Hay un punto de inflexión, un momento en la vida de cada hombre en que es necesario definirse, moldearse. Y para eso hay que enfrentar el horror.
El Chiri seguía sin decir nada. Miró a través del estrecho vano de la ventana. Abajo, en medio de las oficinas abandonadas y sentada en un suelo de adoquines, una mujer morena y arrugada amamantaba a una guagua envuelta en un aguayo café.
-En mi caso -agregó Granola, como si se lo hubieran preguntado-, se trataba de un miedo, ¿cómo decirlo?... matemático. Un terror, según creía yo, incurable, inclasificable. ¿Y sabes cuándo se sanó?
El Chiri dejó la taza de té sobre el plato. Seguía con la mirada fija en la guagua mamando en el patio de abajo. Volvió su vista hacia Granola, y abrió la boca unos segundos antes de pronunciar palabra alguna.
-¿Qué quieres decir? –preguntó. Se estaban mirando a los ojos y las manos del Chiri seguían temblando. Granola tenía sus brazos apoyados en la mesa, sus dedos apenas se movían. Tanto sus ojeras como la expresión de su boca apretada lo hacían parecer un bulldog.
-Haz memoria, Chiri –dijo.
El Chiri se puso la palma de la mano en los labios, en actitud pensativa.
-Eso fue hace más de quince años –dijo unos segundos después.
-Sí –dijo el gordo Granola-. Fue hace más de quince años.
-Pero éramos unos pendejos… Además fue en defensa propia. Esos bolivianos iban a violarnos y luego matarnos. O matarnos y luego violarnos, ya ni me acuerdo en qué orden.
-En defensa propia o no, algo gatilló en mí la muerte de ese hueón. Por primera vez me sentí liberado, como si hubiera asesinado con mis propias manos al horror mismo, el horror geométrico que tanto me atormentaba. ¿Puedes entenderlo, Chiri?
El Chiri se limitó a parpadear desconcertado. A su lado, una paloma gorda y grisácea se había posado en el marco de la ventana.
-Después, de vuelta en Santiago, me di cuenta que tenía harto talento –dijo Granola, mirando a la paloma.
-¿Para qué?
Granola sonrió. Volviendo sus ojos hacia el Chiri dijo:
-¿Para qué va a ser, hueón?
El Chiri tomó una larga bocanada de aire.
-¿Me puedo ir ya? –dijo exhalando. No había tocado su té de coca. Al levantarse, el gordo Granola le extendió la mano derecha, acaso para despedirse. El Chiri, más por temor que por otra cosa, extendió su mano también. Se dieron un firme apretón. Granola posó su otra mano -la izquierda- sobre la mano derecha del Chiri, en señal de amistad.
Dos segundos después, le quebró su dedo índice de un tirón. El dedo, al quebrarse, hizo un ruido que se confundió con la taza de mate haciéndose trizas al caer de la mesa. La paloma voló por la ventana.

***

-Son unos hijos de puta… -balbuceo casi imperceptiblemente el Chiri, con la boca ensangrentada.
Diez minutos antes, el gordo Granola y el señor Gómez –siempre silencioso- lo habían empezado a torturar. Primero lo amarraron a la misma silla de madera donde antes había estado el señor Mandíbula, quien ahora se encontraba dentro de una bolsa de basura negra, un bulto apoyado en el muro a unos pocos metros de ellos. Luego le sacaron, con un alicate, tres muelas y cuatro dientes, las paletas superiores incluidas, esas paletas amarillentas que hacía menos de una hora antes el gordo Granola había contemplado mientras terminaba de almorzar. Además, le quebraron otros dos dedos (de la mano derecha) y también le sacaron a cuchillazos un ojo (el izquierdo). El Chiri, a diferencia de Mandíbula, sí chilló y pataleó con cada agresión.
-¿Sabes? –dijo el gordo Granola-, hace más de diez años, en ese viaje que hicimos mochileando a través de Bolivia, yo creí que tú también te habías enfrentado a tu horror personal. Creí que por eso mismo habías decidido quedarte a vivir acá. Pensé: está mirando a través del horror, como yo. Está abrazando su destino. Cuál fue mi sorpresa, hueón, al enterarme hace tan solo un par de semanas que la cosa no era así para nada, que en realidad te estabas escapando.
La sangre brotaba a borbotones de la boca y del ojo ahora tuerto del Chiri. Trató de decir algo.
Granola dijo:
-¿Que acaso pensaste que yo no me iba a enterar nunca? ¿Que mi hermana iba a guardar el secreto para siempre? ¿Que acaso creíste que la Carito te iba a querer toda la vida? No, hueón, quizás hace diez años ella no quiso revelar el nombre, ni a golpes me quiso decir el nombre del padre de su hijo guacho, pero ella se cansó de esperar en vano, ella se cansó de esperarte. Y ahora sé que el cabro chico es tu hijo bastardo, es tu guacho, Chiri de mierda.
El señor Gómez, siempre lacónico, desenfundó un revólver de su chaqueta y se lo pasó al gordo Granola.
-El Colt Single Action Army es el revolver más grandioso que el hombre haya fabricado. Está especialmente diseñado para un ajuste de cuentas personal, como este. Son solo seis balas, Chiri, más que suficiente para desplomar a un pendejo maricón como tú. Ahora, te voy a decir lo que va a pasar. La primera bala será para tus bolas. Las siguientes dos, para tus rodillas. La cuarta y quinta bala, para tus dos hombros. La última bala será para el único ojo bueno que te queda, ¿me entendiste, hueón?
El Chiri tenía la boca chorreando sangre y miraba al revólver con la cabeza gacha, sin decir nada.
-¿Tienes unas últimas palabras que decir –dijo Granola, estirando el brazo y apuntando el arma a sus testículos-, antes de que te viole a balazos, Chirimoyo concha-de-tu-madre?
El Chiri escupió en los zapatos del gordo Granola, lo que era una mezcla entre sangre y saliva (más sangre que saliva) y luego dijo:
- ¡Al menos fue un polvo buenísimo, gordo hijo de puta!



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2018
A Página Principal
| A Archivo José Miguel Martínez | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Ajuste de cuentas
En El diablo en Punitaqui de José Miguel Martínez. Tajamar, 2013, 146 páginas.
Por José Miguel Martínez
Publicado en https://www.tajamar-editores.cl/
Agosto, 2013