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Hombres al sur de José Miguel Martínez
Por Juan Ignacio Colil
Publicado en http://www.lacallepassy061.cl/ 6 de abril 2015
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Uno de los primeros libros que recuerdo haber leído en mi lejana niñez es Pacha Pulai, de Hugo Silva. Me fui metiendo en la historia y me gustó esa mezcla de épocas, de la ficción y la realidad, de no saber de qué lado estaba uno. Luego me pasó lo mismo con La ciudad de los césares de Manuel Rojas. Curiosamente dos libros que se encuentran al final con una ciudad, aunque los caminos son diferentes
Hombres al sur tiene algo de esa tradición. Acá no se llega a la ciudad de los césares, pero también nos espera una ciudad al final o algo parecido a una ciudad, si así podemos llamar al caserío que era Punta Arenas a mediados del siglo XIX.
Hombres al sur también recoge los años de cine que no han pasado en vano por la cabeza del autor, se nota que José Miguel Martínez tiene esa fiebre de películas, road movies, el western, el cine B. La novela es una película y a la vez es varias películas. Algo de El bueno, el malo y el feo, algo de Capitán de Mar y Tierra y un par de cucharadas de la Noche de los muertos vivientes.
Uno se pregunta ¿cómo se ingresa a una novela así? José Miguel hace las cosas simples, lo que siempre es una virtud no solo en literatura. Es decir, nos presenta la historia de una manera sencilla. Aunque para eso me da la impresión que se estuvo rompiendo la cabeza por un tiempo, buscando los datos, dando con el tono apropiado, reviviendo una época muerta, reviviendo a unos personajes que hasta la novela solo eran nombres y semblanzas como se dice.
Hace tiempo que no leía una novela en que los personajes no tienen celular y hace mucho más tiempo que no leía una novela donde la gente anda arriba de un caballo, un poco entregada a la suerte, a los cambios del clima y por sobre todo, a los cambios de la naturaleza humana.
Y así comenzamos. La historia se inicia con dos hombres en medio del paisaje sureño del siglo XIX. Evidentemente uno piensa en las películas de vaqueros, pero ojo porque acá no hay jovencitos, ni familias en un casa en la pradera. Los personajes se mueven por un paisaje aún desconocido, pero a poco andar vamos descubriendo las brutales huellas de la civilización. Mapuches, colonos y chilenos lanzados a la vida conforman el elenco.
Mientras yo leía pensaba a dónde vamos porque de repente uno siente que va cabalgando al lado de los personajes. La acción fluye. Surgen nuevos sujetos. Nos vamos yendo cada vez más a un sur más profundo y a un pasado desconocido. Un pasado de brutalidad e injusticia, bueno, la brutalidad nunca nos ha dejado, tampoco la injusticia.
Uno tiende a creer que los episodios narrados en esta novela son cosas que sucedieron en otras partes o que solo han ocurrido en la cabeza del autor, se tiene la absurda idea de que acá nunca ha pasado nada. De pronto la novela nos arroja en medio de ese caserío / colonia penal apocalíptica que fue Punta Arenas. En ese momento aparecerán los personajes en su horroroso esplendor. Suena cliché pero es un lugar sin Dios ni Ley o, mejor dicho, con una nueva Ley y un nuevo Dios.
Cambiaso parece personaje de cine B arrojado en un paisaje marciano. Los días que se prolongó su breve reinado está entre las historias más bizarras de la república y eso que la angosta faja de tierra se nutre de historias bizarras que tantas en el tiempo han sido. Las historias bizarras del siglo veinte han ido sepultando a Cambiaso y lo han convertido en un episodio extraño; un lunar dentro del mar de la tranquilidad en que vivimos; hasta que Hombres al sur lo vuelve a poner en órbita. No para ensalzarlo, ni para hacer una apología de la locura colectiva, sino para decirnos que siempre estamos a un personaje de la catástrofe.
Hay verdades que son incuestionables, pocas, pero las hay, una de ellas es que la novela termina. No hay vuelta atrás. Existe una última página y uno se queda con el libro entre las manos y con las imágenes dando vueltas sobre la cabeza.
Hombres al Sur me gusta, tiene la virtud de meterte al otro lado de la historia, considero que no es pretenciosa ni efectista. José Miguel no se caracteriza por eso, sino que prefiere la solidez y la brutalidad de los hechos. El autor queda escondido tras la obra. Uno lee y solamente al finalizar –y una vez que las imágenes se han aquietado– recuerda que es una novela.