EL CARPINTERO
Allá en el sur, allá donde el barro
es el único sendero hacia los pueblos,
allá donde los árboles caen con la lluvia
y los pájaros ven la muerte de sus nidos:
un hombre mide las tablas, toma una,
la marca: el serrucho une al mundo
en ese corte.
Luego nace una ventana,
una puerta que abre Dios en esta noche.
En el alma de la sierra
están los pueblos,
con las huellas de su vida
que van lejos.
Luego observa aquella mesa en la madera:
el cepillo empareja hasta el silencio
y se arrastra la viruta por la tierra.
Está solo. El martillo hunde los clavos.
Las heridas que se abren en un hombre:
son las suyas.
LAS CONSIGNAS
Los hombres que surgen en toda la ciudad,
la muralla que se tiñe,
la pintura apresurada que chorrea
y que suspende estos segundos a la muerte:
es tal vez lo que antecede a la victoria.
Luego corren a otro muro,
tal vez crece en la pared la primavera.
La policía indaga mientras tanto,
los gangsters del gobierno dan órdenes
y la sangre tiñe aún más estas paredes,
y si la sangre tiñe aún más estas paredes,
¿se quedará el humilde con su pan sobre la mesa, su miseria?
La luz ¿no habrá de ser aún la mano del que sufre?
MÁS ALLÁ DE LA VEJEZ
Sentado en una cama, mira.
Es él que está sentado
en esa muerte.
La mirada lo lleva a la ventana
El viento mueve pastos que movieron el cansancio.
El viento queda muerto en esa casa.
El invierno lo rodea.
Entre el frío.
La estufa defiende pieza a pieza
su existencia.
Pero no,
cuando el fuego de los ojos se silencia,
la lumbre que requiere ese dolor
no puede despertar sino en la muerte...
... y la sombra —aquella sombra que atraviesa el corredor,
aquella sombra que nace de sí mismo
toma para siempre de su cara las arrugas,
a un costado del amor se es parte
indisoluble de los hombres...
abre la puerta, abren la puerta de la tierra:
entran para siempre en este mundo.