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Poemas de Juan Manuel Roca


 

 


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Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946). Poeta, narrador, crítico de arte y periodista. Por diez años ha coordinado y luego dirigido la revista dominical El espectador. En 1997 recibe el titulo Honoris Causa de la universidad del Valle. Por su obra ha obtenido diversos reconocimiento como el Premio Nacional de Poesía de la universidad Antioquia (1979), el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura 2004, el Premio José Lezama Lima en Cuba (2007) y el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval en México (2007). De sus libros de poesía destacan: Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975), Los ladrones nocturnos (1977),Señal de cuervos (1979), Fabulario real (1980), Ciudadano de la noche (1989, 3ª edición 2003), Pavana con el diablo (1990), La farmacia del ángel (1995), Los cinco entierros de Pessoa (2001), Teatro de sueños con César Vallejo (2002), Un violín para Chagall (2003, 2ª edición 2004), Las hipótesis de nadie (2005), Cantar de lejanía (2006), Lugar de apariciones. Antología Personal 1973-2007 (2007), Testamentos (2008), Biblia de pobres (2009), Pasaporte del apátrida (2012) y Tres caras de la luna (2013). Es autor de los ensayos Museo de encuentros (1995) y Cartógrafa memoria (2003). Su novela Esa maldita costumbre de morir fue publicada por la editorial Alfaguara (Madrid, 2003). Su obra ha sido traducida a diversos idiomas.

 

 

AL POBRE DIABLO

Al hombre anclado en la esquina del olvido, al hombre escupido por viejos matones de barriada,

Al jubilado de sí mismo, al muchacho humillado que se esconde detrás de su acuosa mirada,

Al que estorba en la fiesta de los audaces, a los que no han tenido oficio conocido y no podrían balbucir el retrato hablado de su madre,

A los que siempre parecen estar en otra parte, al que escapa de las miradas cuando lo buscan en el parque como pasto de burlas,

Al confinado al cepo del silencio en la ronda nocturna de los sabios, al que tartamudea como una vela encendida,

Al que está a punto de abrir la puerta de emergencia que conduce a un pasadizo de ingreso al otro mundo,

A la oveja negra de la familia que picotea fármacos y grageas para intentar espantar la jauría de sus miedos,

Al sumo sacerdote de la religión de las derrotas, a los despreciados por sus espejos, al que prefiere ser prófugo de su cuerpo antes que ser su propio carcelero,

A los que ignoran qué responder cuando preguntan “¿quién anda por ahí?”, al que “le daban duro con un palo y duro también con una soga”,

Al que cambiaría el becerro de oro por una charla con parias y tenderos, al aturdido, al turulato, al pestífero que pregunta en qué lugar queda la vida,

Al incierto cuya sombra cojea más que su cuerpo, a los que han sido más pateados que el balón de una escuela, al sospechoso de todas las aduanas por su morral lleno de vacío,

Al que no logra ser jinete de sí mismo, a los que ejercen el papel de niños clandestinos y solo juegan cuando no los obligan a mendigar,

Al hereje hecho a imagen de nadie, a los abucheados por la multitud en un país de dioses abolidos,

A los que desafinan en el coro, al que suena como el platillo de una batería que cae en el silencio de un velorio,

Al imprudente que no espera a que el flautista de Benarés duerma la cobra para mirarla a los ojos,

Al hombre de cristal que atraviesa en medio de una pelea entre dos bandos de picapedreros,

A los desobedientes que quisieran confinar en un rincón del museo del olvido, al que nadie espera al regreso de la guerra,

A los que desalojan de su casa y luego expulsan para siempre de su cuerpo, al espantapájaros burlado por el cuervo,

Al portavoz de sí mismo que odian los feligreses de todos los partidos, al que conducen a la comisaría mientras grita que la civilización es “puta vieja y desdentada”,

Al que jugó su corazón y se lo ganó la violencia, al que intenta dormir “en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo”,

Al perseguido que pretende esconderse en el poema de un gitano y al gitano que pretende esconderse tras la sombra de un violín,

Al impulsado a la plaza del escarnio, al asediado por la jauría de Salieris de parroquia que le ladran a su sombra,

Al calumniado por los sacristanes de la envidia que lo maldicen en la lengua de los muertos,

A los que no extienden su sombrero para pedir migajas de milagro, a los que están en la mira de los hacedores de villanos en los diarios y en las redes policiales,

Al que solo conoce la lengua del silencio, al que llevan al tribunal por negarse a vestir el uniforme de la muerte,

Al que devela la miseria que ocultan los himnos, a los hombres acosados que sospechan que todas las ventanas del mundo están a punto de saltar al vacío,

A los desplazados y sus muros de aire, al boxeador que cae a la lona sacudido por un gancho de derecha,

A los locos del pueblo que cruzan enfundados en una capa de harapos como reyes miserables,

Al músico envuelto en un gabán raído al que le indican los empresarios la puerta de servicio del lento salón de baile,

Al que se niega a escuchar el canto de los vendedores de humo, al gato escaldado por el carnicero, al caballo espoleado por el miedo,

Al sin suerte que practica el tiro al blanco y siempre atina en el centro del error, al niño solitario que espía la vida a través de los cerrojos,

Al aguafiestas. Al que llega tarde a su propio velorio. A los poetas enjaulados por todos los tiranos

Les dedico esta ronda de palabras sin blasones: algo de ellos convive sin remedio en mi pellejo.

(inédito)

 

 

LA ESTATUA DE BRONCE
(A la manera de Ossip Brodski)

Primero haremos, si el Cabildo de la ciudad lo permite, el caballo.
Un alazán en bronce con sus patas delanteras levantadas
Como ejemplo para cruzar obstáculos y abismos.
Luego fundiremos el hombre,
Pues un caballo sin jinete no es digno de una plaza
Y ni siquiera puede llamarse monumento.
Que todo el burgo aporte llaves, aldabones, candelabros,
Monedas, candados, espuelas, medallas y cubiertos
Para fundir el hombre a su caballo.
Después discutiremos el lugar para la estatua y la forma de su pedestal.
¿Un recodo cercano a las montañas
Entre bosques de sauces y eucaliptos?
No estaría mal construir en el sitio elegido
Un pequeño parque que permita a las mucamas
Citarse con sus novios al pie de la escultura.
Debe amoblarse el espacio con bancas de madera:
Los oficinistas comerían emparedados a la hora del receso.
Bella será la sombra al mediodía
De Caballo y jinete sobre la grava y el asfalto.
Las hojas caídas de los árboles
Tejerán un tapiz crujiente al paso de los estudiantes.
Los viejos fotógrafos
Sacarán los domingos sus cámaras de cajón
Y harán que los enamorados prolonguen el tiempo de los besos.
Todo concertado con autoridades eclesiásticas, civiles y militares.
Luego vendrá la discusión.
¿Quién debe ser el hombre encima del corcel?
Sabios hay pocos. Guerreros y héroes son dudosos.
Un filósofo a caballo
No puede replegar su pensamiento.
Los poetas viven recostados en la hierba.
Los campesinos no montan caballos de viento.
Los directores de orquesta no pueden dirigir
Desde una montura de bronce y el lomo inclinado de un caballo.
Los jubilados prefieren cabalgar nubes
Y permanecer sentados en los bancos.
Los pintores trazan caballos pero aman más los caballetes.
Los arquitectos pierden la perspectiva.
Los almirantes prefieren las crines de las olas.
Las bailarinas no necesitan pedestal para su vocación de aire.
Los astrólogos son una franca minoría.
¿Quién podrá ser el jinete de bronce
Sobre el imponente y brioso caballo de bronce?
Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren.
Un hombre que sea su propio mentor,
Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna.
Ya está. Levantémosle una estatua al asesino.

 

 

EN EL CAFÉ DEL MUNDO

Por la mañana,
Cuando un sol de páramo merodea la ciudad,
Las meseras del café
Limpian las sobras de una conversación
Y las manchas que dejan en el piso
Las voces nocturnas.
A alguien debió caérsele en el baño
La palabra amor,
Pues no se soporta el olor a flor marchita
Que invade sus muros.
Limpien, limpien las palabras regadas en el mantel
O esparcidas como cigarros apagados
En los rincones. Sólo son pavesas de voces,
Cenizas del verbo, frutas disecadas.
Las meseras espantan a las moscas con un diario:
Las palabras no son hadas caídas de labios del fabulador,
Ni cadáveres en fuga hacia el vacío,
Pero las moscas se frotan las patas
Frente a sus melancólicos residuos.
Tal vez al borde del vaso con restos de cerveza
La palabra país se haga recuerdo
Pues hay algo de tela de araña, de ruina de tiempo,
De un mestizaje de sueño y pesadumbre
En torno de la mesa.
Aún están las sillas con las patas arriba
Como carrileras o pirámides o torres
De una Babel silenciosa
Y las meseras se aprestan a barrer un otoño de voces.
Palabras que fueron mordidas con pasión
O arrojadas por la espalda,
Palabras titubeantes en labios del herido
O untadas de una tenaz melancolía,
Mariposas derribadas en su vuelo.
Las meseras ignoran que limpian y barren las palabras,
Que algunas recorrieron el mundo, muelles y hangares,
Para venir a morir bajo una mesa.
La palabra libertad que agitó su bandera de harapos
Se deshace entre los restos de la noche
Y no es fácil remendarla con agujas de lluvia.
Ni perros ni gatos husmean los escombros
Donde se acumulan los sinónimos del hombre.
Hasta la palabra miedo
Ha mudado de piel y ya no tiembla.
Ah, diligentes meseras que ponen orden a los objetos
Aunque nadie los nombre. Yo las veo
Recogiendo pedazos de la palabra cristal,
Entre enceguecidos Narcisos
Que fingen no verse en aguas pantanosas.
La palabra muerte no quiere deshacerse,
Se resiste a morir en el café de la noche.
Las pulcras meseras recogen,
Entre papeles arrugados y sombras y cabellos y fantasmas,
Las sílabas del día, sus inciertas potestades.
Limpien, limpien llanuras, suburbios, subterráneos,
Glaciares y jardines y patios y collares,
El eco del silencio que atraviesa la noche.

 

 

POEMA CON TIGRES

El tigre lleva en la piel los barrotes de su jaula
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Eduardo Umaña Bernal

Siempre, entre el tigre y mi precaria humanidad, hubo una jaula.
A veces nos separaban los barrotes del zoo,
A veces las rejas que traman las palabras.
Ni el tigre de Blake,
Ni el tigre al que Valery llamó
Campo listado o cosa parecida, rugieron en mi tienda.
Ni siquiera el tigre de Borges
Cuyo lazarillo es la noche.
Menos aún el tigre de la Malasia,
El temido de Ishnapur,
El tigre de la aldea que se escondía en la niebla.

Mi tigre siempre fue tigre de papel.

Yo iba por las junglas del lenguaje,
Un pobre cazador dormido entre fogatas,
Alguien que seguía las huellas dactilares de la fábula.

De safari por la lengua esparcía trampas
Para atrapar la palabra tigre y amansarla.
A duras penas apresaba una dulce jaguaresa
En la floresta de letras de Horacio Quiroga.

Pero hoy vi tus pasos sigilosos,
Los vi en la algaraza de los tucanes y los monos

Que señalaban en su alarma la dirección de tus garras.
Te vi junto al río y ya no hubo más jaula que mi miedo,
Tigre en libertad,
Flama en la noche de los sentidos.

 

 

LAS HIPÓTESIS DE NADIE

Puede ser el viento.
La página en blanco. Puede ser.
Puede ser el que viene
Borrado por la lluvia.
Ahora recuerdo a un hombre ciego
Una dulce tarde de Friburgo.
Iba solo por la nieve
Con una sonrisa de beatitud
Y un bastón tan blanco como los copos.
Cruzó a mi lado sin verme:
Yo era su Nadie,
Un fantasma en ese reino luminoso.
Puede ocurrir que seamos
Los ciegos de Nadie.
Nadie acaso sea el que en la alta noche
Abre las ventanas con golpes sin acordes
Para hacernos hablar en la lengua del sueño.
Puede ser quien dejó
Para siempre un abrigo abandonado,
Un abrigo raído en la percha del café,
Un abrigo que se vuelve bandera del vacío
Hasta que desaparece un día, como su dueño.
No he visto tremolar la bufanda de Nadie
Pero es seguro que su tejido es de viento.
Puede ser el que nunca fue,
El que nunca será,
El que se cansó de haber sido.
Quizá sea en el país de los desaparecidos
El único aparecido que llamamos fantasma,
El que pone a traquear
Las escaleras en la noche
O tumba un sartén en la cocina,
El que cambia de sitio a los cubiertos
Que no logramos encontrar,
El ladrón de lejanías.
Puede ser el viajero de sí,
El nómada de sí mismo.
Ha ejercido mil oficios a destiempo:
Arrastra papeles en la calle solitaria,
Lleva diarios atrasados
De un extremo a otro en la ciudad,
Trae un olor de extramuros a su centro,
Rasga los carteles del cine de ayer,
Hace partir los trenes
Con sólo sonar una campana.
Puede ser el viento.
La página en blanco. Puede ser.

 

 

LECCIÓN DE ANATOMÍA

Se nos dio el cuerpo
Para tener más cerca al enemigo,
Para vigilarlo
Y que no tenga tiempo
De apostarse tras un árbol
A esperar nuestro paso.
Se nos dio el cuerpo
Para que entre él y nosotros
No haya terrenos minados
Ni emboscadas.
Se nos dio sin exigirlo,
Como al príncipe el trono,
Para que no pudiera
Mezclar el vino con veneno
Sin abdicar de su reino.
En adelante se impuso
La costumbre de ir con el cuerpo
A todas partes,
De bañarse con él
Para evitar la sorpresa
De un brillo de puñal tras la cortina.
Construimos el hábito
De seguirle los pasos al cuerpo
Y tenderle la trampa del espejo,
De no dejarlo a solas
Ni siquiera cuando duerme.
Se nos dio el cuerpo
Para tener más cerca al enemigo.

 

 

PARÁBOLA DE LAS MANOS

Esta mano toma un fruto,
La otra lo aleja.
Una mano recibe al halcón, se quita un guante,
La otra lo ahuyenta, prende una antorcha.
Una mano escribe cartas de amor
Que su equívoca siamesa puebla de injurias.
Una mano bendice, la otra amenaza.
Una dibuja un caballo,
La otra, un puma que lo espanta.
Pinta un lago la mano diestra:
Lo ahoja en un río de tinta, la siniestra.
Una mano traza la palabra pájaro,
La otra escribe su jaula.
Hay una mano de luz que construye escaleras,
Una de sombra que afloja sus peldaños.
Pero llega la noche. Llega
La noche cuando cansadas de herirse
Hacen tregua en su guerra
Porque buscan tu cuerpo.


Selección de Emilio Coco



 



 

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Poemas de Juan Manuel Roca
(Medellín, Colombia, 1946)