Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Joaquín
Mateo Trujillo | Autores |
Mariana y
Diaconisa
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Misterio en cuatro momentos
Joaquín
Trujillo
“’Roma ya no
está en Roma, sino que aquí junto a mí’.
Amigos, ese pensamiento es falso.”
Gabriel Marcel, Roma ya no está en Roma.
“¿Dónde me ocultaré
cuando el bíblico ojo divino
se pose sobre mí
como se posó sobre Isaac?”
W. Zsymborska, “Noche” en Llamando al Yeti.
“If all time is eternally present
All time is unredeemable.”
T. S. Eliot, Burn Norton, I.
Personajes:
MARIANA ................. Diaconisa
RENATO .................... Su
esposo
MARCIA .................... Hija
de ambos
BRAULIO .................. Sacerdote.
Es ciego
LUCIA ....................... Hermana
de Mariana
SILVESTRE I .............Papa
de Roma
Un emisario, Coro de cristianos.
Escenario único
Cripta de una catacumba romana. Tumba al centro que hace las
veces de altar en la Iglesia primitiva. Sobre aquélla y al
fondo, una escalinata desemboca arriba y a la derecha en una puerta
que se asemeja a la entrada de una bohardilla iluminada. Las paredes,
hacia el fondo, son la continuación de un octaedro al interior
del cual el mismo público está incluido. Nichos sellados
y vacíos empotrados en las paredes, donde también hay
inscripciones extrañas entre las que figuran: cruces, peces,
pastores, vocablos arameos. Al fondo, tras la tumba y bajo las escalinatas,
una gran cruz construida con dos pilares de madera que se sostienen
amarrados.
Prólogo
Oscuridad profundísima. Ahora se ilumina. Tiempo de marcha.
El coro va conformándose, poco a poco, al centro.
Coro:
I
Jerusalén, Jerusalén sepultada en vida.
Jerusalén, Jerusalén en Roma está cautiva.
Jerusalén, Jerusalén habita el subsuelo
como una cruz que velando poderosamente
fue extraviada por Dios en páramo desierto.
Roma es Sodoma.
Cabalga la ramera Babilonia.
Jerusalén, Jerusalén…
II
Es el año trescientos trece de Nuestro Señor,
pero bien podría ser este año o el próximo año,
o el de mil doscientos siete en que ardía el Languedoc.
Es cualquier año, aunque un año siempre posterior
a la inmaculada concepción y a tentación de tiempo de
cuaresma.
Cualquier año venidero que pese todavía sobre la tierra.
Todo tiene un tiempo señalado y por el tiempo hay final posible.
Todo muerto nace, y ya lo muerto no persiste.
Y este es un año de un tiempo
después del Cristo Triunfante
y anterior al Reino de Dios.
Por eso, más nos vale resistir
y guardarnos píos para el Gran Juicio
como si aquí todo fuese a morir.
“Todo tiene un tiempo señalado”,
y el tiempo tiene sus días contados.
III
Jerusalén en tiempo circunscrito
a la eternidad del tiempo infinito.
Jerusalén, Jerusalén…
Se oscurece la escena porque el coro desaparece. Marcia se levanta,
al centro, después de persignarse frente al altar.
Momento Primero
Marcia:
No por ser una niña cristiana
pronta a comulgar por vez primera,
se verá en mí, nada más
-tras la spina del Circo Romano-,
que reserva de risa y licencia.
Nadie vive tan fuera del tiempo
para, ahora, en questo instante
en que medito en voz inocente
verme lanceada por el colmillo
del león viniendo cual monumento.
La catacumba con su hedor espanta
al pagano ciudadano romano.
Gracias aroma de la escoria por espantar al Diablo
y consigo, las dependencias de su sinagoga
y los que hoy habitamos la extendida letrina.
Gracias a los excrementos de Roma
por guardarnos de otro sensual aroma.
Mariana:
Hija mía,
Desprecias demasiado el mundo
para serte indiferente
quizá lo suficiente.
Ya no recuerdes la ciudad
y sus paseos peatonales,
sus baños públicos y templos
que no verás, mientras acontezca,
el impropio gobierno de los augustos.
Marcia:
Jamás veré la gran ciudad,
sus paseos peatonales,
sus baños públicos y templos,
porque no hay nada tan propio de Roma y su emperador
como paseos peatonales, baños públicos y templos.
Mariana: (Haciéndola callar con una seña.)
Silencio guarda, niña, pues ya está rezando
Braulio, nuestro anciano y ciego sacerdote.
En verdad no ve ni la bruma que le ciega,
y sin embargo, recibe cada rumor
como si la voz humana fuera una cruz.
Marcia:
Nada he dicho para llegar a perturbarle.
El Padre Braulio, prosiguiendo en oración,
nada escucha porque su cabeza ora lucha,
ora reclama atención de Nuestro Señor.
Mariana:
Ay… Tanto sabemos de aquél
que nada sabemos de nosotros.
Nos prefiere en nuestro sueño.
(Cambiando repentinamente de tema.)
No hay luz sobre la tierra.
Marcia:
Eso no podemos saberlo.
“De lo que no se puede hablar, hay que callar.”
Mariana: (Bosteza.)
Es la hora en que se duerme.
La noche ha caído ya.
Marcia:
Eso no podemos saberlo.
Es la hora en que yo duermo
porque bostezas en señal de noche,
pero aquí es la noche desconocida
como la oscuridad sin antorchas que la rompan.
Mariana:
¡Vete a dormir!
Marcia: (Alzando la voz.)
¡Quiero comprobarlo!
Un ruido entre las sombras.
Mariana: (A Marcia.)
Hacia nosotras se dirige.
Su furia tú provocaste.
¿No ves? Yo te lo dije.
Braulio: (Desde el fondo.)
Mariana,
tu hija requiere la sombra
como prueba de la noche,
y aquí tiene pura sombra
que es “luz muy clara para visión mortal.”
Mariana:
Ay, Padre Braulio.
Braulio:
¿Qué podría pedir yo sino la noche?
Pues “El hombre sabio no distingue el día de la noche.”
Mariana:
¡Ay! Braulio, no escuche a mi hija.
Es una pobre niña desdentada.
Braulio:
Si tu hija quiere la sombra…
Mariana: (Interrumpiéndolo con suma delicadeza.)
Padre…
Braulio: (Continuando.)
…Si tu hija quiere la sombra…
la sombra como prueba de la noche,
es porque ha visto la luz de una forma inusual
al de esta casa, sus padres… la comunidad.
Marcia:
He visto la luz de las antorchas.
Braulio:
Que es, en verdad, un resplandor.
Marcia:
Yo quiero saber de esa luz.
Esa luz del día.
El día termina sin ella.
Braulio:
Pero esa luz tan diaria y solar
no es amiga de las zonas ocultas por el pavimento de Roma
que es también nuestro techo cobijador.
Marcia:
La luz hace al día. Quiero verla.
Braulio:
¿Tan invisible como es?
Porque la quieres… tú has conocido…
y ello merece una penitencia dolorosa.
La luz nunca hace al día,
el día hace a la luz,
y el día se compone de horas.
Pues ahora es la noche. Duérmete:
Lo debes a la noche momentánea y provocada,
esta noche buena, noche que asilándonos: salva.
Mariana:
Pero… El Cielo, la luz…
Es curiosa la niña.
Braulio:
El cielo nos suprime por igual
y cargamos su peso desde siempre.
Todos los días que esconden su luz
pesan diariamente al día siguiente.
La noche no renueva casi nada
y pronto acaba su vacío en día.
Por los ocultos sitios de la casa
la luz profana la carente vida.
La vida está visible por la luz
que el cielo transportó en su apertura.
El sol está bramando en las alturas,
pero nuestro cielo es techo y sombrero
como este cielo bajo las estrellas
que al fuego opone durante el invierno.
Sale Mariana tras Marcia. Oscuridad.
Momento Segundo
Un ronroneo de trompeta. El coro entra agitado.
Coro:
¿Qué hay? Noticias de la superficie.
Sé breve en esta ocasión.
Entra un emisario imperial.
Emisario:
¡Escuchad la noticia!
A ningunos tanto debería interesar como a vosotros.
El coro se reúne en torno al emisario que permanece de
pie en la escalera. Llegan Mariana y su hija Marcia.
Emisario:
El Emperador grita: Ya no soy un dios,
ni tampoco lo han sido mis predecesores.
Un hombre: (En el coro.)
¡Ya no pide sacrificios!
Estamos librados de la obligación de pecar.
Emisario: (Continuando abstraído.)
Un dios lejano, pero presente desde los tiempos de Cesar Augusto
se lo hizo saber cuando nada glorioso y triunfal
resultaba de la campaña contra Majencio
por el mismísimo Constantino comandada.
Hasta que, temiendo la derrota,
un señuelo apareció entre todo ese polvo
donde la sangre aún no alcanzaba los suelos.
Entonces, pidió al Cristo: ¡Dame la victoria!
y saliendo de los cielos una cruz
la victoria se le confirió
por gracia del dios del subsuelo.
In hoc signo vinces, dijo una voz.
Coro:
¿In hoc signo vinces, dijo una voz?
Emisario:
El Emperador ha dicho:
“Ya nadie visite esa guarida
si no es para recordar los muertos
que allí todavía yacen hacinados.
Ya nadie ocúltese en ella
por temor a la burla pública.
Ya nadie se niegue un instante del día.
El emperador es cristiano
y lo será, en su gloria, Roma.
Coro:
¿Qué dice el emisario? ¿Es una broma?
Salga alguno a verificar esta historia.
¿In hoc signo vinces, dijo una voz?
Cuántas falsas alarmas.
Cuántos mártires por ellas recogidos
de los patíbulos de la Gran Ciudad.
Desde antiguo se nos ha dicho: ¡salid,
sois libres, retornad a vuestros quehaceres!
pero, estando en ellos, algo ocurre;
un emperador sucede a otro
en cosa de horas,
y henos prontamente huyendo a la vieja morada.
Vamos por la catacumba in descenso,
la tierra escindida vuelve a cubrirnos,
y ¡ay! en la huida las pertenencias se quedan,
un hijo perdido, un pariente cristiano-puro arrestado,
saldos cuantiosos de pérdidas. Llega la turba pagana
en la orgía yendo y viniendo se da un recreo,
y es, entonces, cuando nuestros hogares abandonados
son presa del saqueo a mano desarmada.
Tales fechorías se cometen con
la bien habida propiedad cristiana.
Bien pudiera pensarse
que es política del Imperio
deponer los emperadores
cuando el vino de las tinajas
ha pasado a la boca, de la boca al cuerpo,
y del cuerpo a estas alcantarillas,
y, puesto que la fiesta no hace al vino,
nada mejor que dejar salir
al ciudadano más probo
que por motivos de su dios
debe darse al trabajo arduo:
La bebida hace al ataque.
Continuación del rito.
Emisario:
Dejaros de quejas.
Siendo yo mismo cristiano,
he yo comprobado
que Constantino habla en serio.
Dios le ha dado la victoria.
In hoc signo vinces, se le dijo
e hizo grabar en los escudos XP.
Mariana: (Saliendo de entre el coro.)
¡Ay!
Coro:
Es Mariana la que habla. Nuestra diaconisa.
De seguro dirá lo más prudente.
Mariana: (Señala las inscripciones latinas de la pared.)
Mirad cada una de las grabaciones de la pared.
Escuchad el poema inscrito para el Papa Sixto mártir:
“Tempore quo gladius secuit pia viscera matris.”
¿Es el llanto por la Iglesia, capricho del Papa Dámaso,
el más poeta de todos nuestros papas?
Esa inscripción no está repartida por nada.
Una y mil parecidas se leen a diario.
¿Las leéis? Ciertamente se han vuelto costumbre.
¿Son por ello menos terribles y sagradas?
Nos ha obligado la persecución
a vivir en necrópolis plebeya
y hasta conformar un templo de ella.
Cementerio, hogar, templo, sagrario:
Similares,
sin embargo podrían ser lugares
tan diferentes el uno del otro,
tan cercanos al público jolgorio
y a la luz,
pero he aquí que no pueden ser sino
cementerio, hogar, templo y sagrario
todos bajo el mismo cielo de tierra
que la profunda excavación admite.
Cada vez que se nos ha dicho: salid
una voz inaudible como la nuestra
nos dijo:
¡Entrad más y más en los conductos de Roma
hasta que en las grutas subterráneas halléis
el Reino de Dios, pues Cristo, Nuestro Señor
llega justo por donde no se lo espera!
Tanto que el Cielo sea su propio revés.
Ya lo sabéis: “La tierra abierta nos espera.”
Coro:
¡Oh!
Es sabia nuestra Mariana, la diaconisa,
pero cada día se vuelve más lunática.
¿Que ahondemos estas grutas para hallar el Cielo?
Mariana querida, ¡el cielo está sobre el suelo!
Mariana:
Por eso tan vana ha sido la entrada
en los dominios del aire invisible,
y en la luz, ésa que en él se transporta.
Vosotros ya lo decíais:
Siempre es trampa la salida
cuando la última se quiere.
¿Podemos concebirnos sin espera? ¡No!
Vendrá Cristo sin aviso. Habrá que esperar.
Vivir en el Mundo es dar plazo a la maldad.
Emisario:
No sólo quiere darles tolerancia Constantino.
Pide el bautismo y hacer de Cristo el único dios.
Mariana:
¿Y para ello él pretende nuestro cortejo?
Qué fúnebre será aquél tratándose
de un rey,
un rey, glorioso y cruel tan perecedero
como los más tolerantes de antaño.
Emisario:
Tantas quejas sin danzar en agradeciendo.
Braulio: (Apareciendo.)
¿Danzar? No se danza ni en las buenas ni en las malas.
Coro:
Es Braulio. ¿Qué nos dice nuestro sacerdote?
Braulio:
¿Negará alguno que el mismo Diablo articuló la
entrada
en Roma cuando no era segura la tolerancia?
¿No podría estar ese mismo Diablo, otra vez
tras esta escandalosa conversión casi vesánica?
Una mujer: (Saliendo de entre el coro.)
La madre del Emperador es nuestra hermana.
No condenará a su propia madre cristiana.
Braulio:
La madre no impera sobre el hijo en Roma
y éste, su hijo podría dejarla viva
pero no así a sus hermanos en la fe.
Emisario:
In hoc signo vinces, le dijo una voz
e hizo grabar en los escudos XP.
Vosotros estáis tan encerrados que no concebís milagros.
Los mismos ángeles guiaron a Constantino en la batalla.
Braulio:
Pero… un Emperador que se hace ayudar por ángeles
podría –traidor-, recuperar su soberanía
sobre nosotros, los otros protegidos del Cielo.
Emisario:
Eso lo condenaría.
Braulio:
En la muerte pero no en la vida.
Y –recordad-, para estos paganos:
“la muerte no es parte de la vida.”
Emisario:
¿Decís que nuestro emperador desea
vengarse de la ayuda que da Dios?
Braulio:
Sólo así podría volver a ser de Roma un dios.
Ya lo sabéis: “El hombre puede ser del hombre un dios.”
Braulio se aparta.
Coro:
Siempre escapa Braulio de la última pregunta.
La respuesta amenaza con romper la primera.
Lucía: (Saliendo de entre el coro.)
¿Y si la Roma cristiana es de nuestro Dios el Reino?
Coro:
¿Qué dice Lucía?
(Cuchichean.)
Es la hermana de Mariana.
Lucía:
¿Y si Dios actúa
mediante un pagano
para regresar
el mundo al divino seno?
Coro:
¿Cómo podría servirse de uno de ellos?
Lucía:
Cómo la puta Magdalena
se hizo la santa más bella.
Coro:
¿Dónde quedamos nosotros?
Sus más leales hijos:
¿Apartados del proyecto?
Lucía:
Quedamos a su voluntad porque es lo justo.
Coro:
Salir, entonces, no sería un premio.
Lucía:
¡Ilusos! No podéis exigir ninguna recompensa por no morir.
Quedaros con todo lo prometido: Vida,
pues ni un grado más de gracia soportaríais.
Coro:
Lucía se conforma con poco.
Lucía:
Lo máximo en que no me convierto en aspirante a diosa.
Seréis como dioses, dijo la serpiente en el Paraíso.
Coro:
No conciben nuestras cabezas tantas palabras.
Queremos saber qué dice nuestro sacerdote.
Braulio: (Regresando.)
“Yo no digo nada.”
Sólo escuché, al igual que vosotros, un rumor,
como tantos más verosímiles se dijeron
en otros tiempos, cuando la carnicería alimentó,
junto con la panza, la risa del populacho.
Constantino porque ganó: creyó.
¿Qué será de nosotros cuando pierda?
Lucía: (A Braulio)
Qué será de ti, tendrías que decir.
(Al coro.)
Recordad, que este ciego, conoce del mundo
porque a todos los ruidos presta oídos.
Nadie lo recuerda en las galerías donde habita el Papa.
Nadie lo invita a los concilios.
Nadie le reclama los diezmos.
Nadie, tan sólo nosotros le conferimos en bautismo
a los catecúmenos que llegan desde la superficie.
Por culpa suya olvidan, otras comunidades, la nuestra…
Mariana:
¡Basta,Lucía!
Lucía:
Hermana:
Nuevamente sales en defensa de un impostor.
Un falso sacerdote.
Coro:
Así se comenta en cuanto alguien lo menciona.
Lucía:
Lo destinaron a este lugar profundo, bajo un baño público,
confiando en que nadie le seguiría en su prédica siniestra.
Mariana:
Y este lugar pútrido él ha santificado.
Lucía:
¿Sin hacerse de, acaso, él un poco parte?
Mariana:
“El sol entra por igual en los palacios
y en las cloacas, y no por ello se ensucia.”
Lucía:
Dice siempre estar en oración, para en verdad, estarlo.
Mariana:
¿No es menos condenable el modesto que oculta la verdad?
Lucía: (Al emisario.)
¿Viste salir a los demás hermanos?
Emisario:
Todas las galerías quedaron vacías.
Lucía:
¡Ah! Únicamente los muertos las habitan.
Emisario:
Así es.
Sólo faltáis vosotros, por ello concurro a daros el
aviso.
Percataos… Ahora habitáis un simple cementerio.
Lucía:
Nadie se acordó de nuestra cripta.
Coro:
Nadie recuerda nuestra cripta.
Lucía:
Será porque su jefe escuchándolo todo, no escucha a
nadie.
Coro:
Nadie, nadie, nadie…
Mariana:
¡Ay¡ Cuánto alboroto.
No puede ser esto obra de Dios.
No creo que el Papa haya abandonado su lecho
ni su mesa con tejado de tierra.
Tendría que verlo para creerlo.
Lucía:
Ay, Tomás apóstol. ¡Salid entonces!
Mariana:
¿Y arriesgarme yo a pecar doblemente?
¿Desconfiar del Papa y pisar la calle?
Lucía:
Nada podría conocerse así.
Mariana:
Siendo ciega tendría donde tantear
y si fuera sorda, aun podría oírme.
Conmigo me basta.
Satanás estudia la vía del pecado
y la despeja de espinas frente a los hombres.
No sale gratis confiar en el orbe
ni en nada de lo que de allí provenga.
Lucía:
¿Cómo podrá Constantino probarnos
que Dios le tiene a él por instrumento?
Mariana:
A una cuestión simple
se responde fácil:
Si el Emperador quiere hacerse cristiano
y hacer de su dominio el Reino de Dios,
no debe salir la Iglesia de las catacumbas,
sino que es todo el Imperio el que tendrá que entrar.
Coro:
Es lo más ridículo que hasta hoy se haya dicho.
Lucía:
¿Podría entrar toda la Germania en las galerías?
¿Los utensilios exóticos,
la tribu errante gitana,
la Galia armada, Hispania,
Alejandría con sus mentes
y Atenas consigo a cuestas?
Todas las vías de tránsito rodado
y los bosques donde se eterniza la Sajonia?
Cada habitante con su propia mueca
y sus vestidos, collares, pieles, perlas,
pertenencias diversas,
comestibles inusitados.
¿Podría esconderse todo aquello bajo la tierra?
¿No sería menos engorroso que nosotros,
la comunidad más pequeña,
abandonásemos la cueva?
Mariana:
Pruebas quiero.
Coro:
La prueba que pide Mariana es imposible.
Mariana:
O creéis en lo imposible o ateos sois.
Lucía:
Al ladrón que llega oculto por la noche
se le atrapa guardando vela y oídos.
Braulio:
¡Basta de parlotear!
Dirigíos a los dormitorios de una vez y orad.
Orad, pues tantas noticias nos han licenciado el ánimo
porque ello es normal en nosotros
gente aburrida, gente tan sencilla.
¡Vamos! Alojaos de una vez.
Lucía:
¡No! Perdonad nuestra afrenta, pero no dormiremos abajo otra
vez.
Braulio:
¿De qué abajo nos habla la Lucía?
No tenéis otro lugar por encima.
Lucía:
Si lo hay, y a él nos iremos hoy.
Coro:
Sí.
Lucía:
Viejo ciego
Murciélago.
No puedes sino habitar la noche
¡Sabemos algo de la luz!
Braulio:
¡Ah! Conque en esas andáis.
Sabéis de la luz. Bien lo sé,
pues la queréis de linterna pero no de guía.
Lucía:
En todo sitio hay algún grado de ella.
Para no toparnos con su perversión
tendríamos que arrancarnos nuestros ojos.
Braulio:
¿Y qué esperáis que no lo habéis hecho?
Coro:
Braulio nos mutila.
Lucía:
Murciélago, murciélago,
tenemos ojos y sabemos de la luz
porque la sombra por la luz se provoca.
Pero tú no ves ni sombras ni menores sombras,
por eso condenáis la admiración de las cosas.
Braulio:
¡Ay!
Podéis cerrar los ojos raza saducea,
pero yo no podría abrir los ojos míos.
Mientras más anuléis al cuerpo será mejor,
aunque ello signifique huir de las pruebas
que son electas e impuestas por Nuestro Señor.
Lucía:
Es un antipapa de cabo a rabo.
Y es, murciélago, un lapsus al revés.
Braulio:
Lapsi vosotros y toda la Iglesia si abandona
el único hogar permitido para ella en la tierra,
sus muertos y el sacrosantísimo cuerpo de Cristo.
Coro:
¡No! ¡No! Tú niegas la vida,
mas por ella sabes de la salvación.
Lucía:
Vamos. Emprended el regreso a casa.
Braulio:
Veréis que la casa no será la casa.
(El recuerdo y la esperanza son engaño.)
No habrá ese lugar que siendo recordado
persista similar, no siendo profanado
y libado por una sangre tan extraña como su animal.
Quedaros conmigo y tendréis casa,
de la turba pinzada… guardada.
Lucía:
Si es tan cierto que el Reino va sobreviniendo
la casa no será un problema,
tampoco nuestras pertenencias.
Roma suficiente nos será.
Coro:
Roma suficiente nos será.
Braulio:
Iros… Veamos si os atrevéis a sacar la cabeza.
Se abre la puerta en el techo. Un gran rayo de luz repleta la
escena.
Coro:
Tantos días habemos aquí permanecido.
Abriendo los ojos y no esperando más
que cuando, en el sueño, cerrados se los tiene.
Ahora Cristo vuelve de modo singular.
Su condición es la de venir siempre bajo una forma distinta
porque si fue carpintero, y no rey de los judíos,
hoy no tendría por qué entrar visible.
Está el reino suyo aquí.
Mariana:
Ay, pobre de mí y de vosotros en apostasía.
El coro emprende el camino de la escalinata. Lucía va al
frente.
Braulio:
En nombre de la fe, que tan solo puede ser ciega,
los conmino a regresar a las obras de la cripta.
Mariana:
Se escapan… (A Lucía.) Lucía… Vuélvete.
Doblemente hermana,
hermana en la carne y en la Iglesia.
La carne me ha hecho más antigua que tú
y puesto que ella me da derecho conocido
te digo: regresa con nosotros.
Lucía:
Desiguales en la carne, pero iguales en la Iglesia.
Braulio: (A Mariana.)
Dirígeme al altar, Mariana…
Mariana: (Rápidamente conduce a Braulio hasta el altar.)
He aquí su losa fúnebre y su tabla del sacrificio dominical.
Braulio: (A los que salen.)
Sobre la tumba de Urbano mártir, les ordeno quedarse…
Coro:
No…
Braulio: (Furioso.)
Por el cuerpo de Cristo encerrado en la eucaristía
les ordeno y les reitero que se queden…
Coro:
No…
Braulio:
Cuántas simpatías de santos en el cielo perdéis
en la partida.
Coro:
Sólo la tuya, si es que lo eres.
Empiezan a desaparecer en la luz de la puerta.
Lucía: (A Mariana.)
Ven, sube conmigo.
Mariana:
Baja, baja de tu cercanía al suelo.
Lucía:
Descendería solamente para recogerte,
pues “yo no desciendo de los cielos,
los cielos descienden conmigo.”
Mariana:
¡Ay, los cielos no ascenderán contigo!
Braulio: (A Mariana.)
¿Han abierto la puerta del baño?
Mariana:
Ya la están traspasando.
Braulio:
¡Ignominia! Satán en todas sus formas manifestado.
¡Carnero dándose contra una roca!
Malaventuranzas:
Malaventurados los que abandonan el lugar dispuesto, porque serán
expulsados.
Malaventurados los que persiguen la luz, porque no verán la
más plena.
Malaventurados los que traspasan el límite del infierno, porque
no darán pie atrás.
Malaventurados los ansiosos de admirar un cuerpo, porque perderán
hasta los huesos.
¡Ay! Renueva Señor los castigos de la antigua ley.
¡Bah! Ni siquiera aquellos bastarían.
Renato: (Entrando.)
¿Qué ocurre aquí?
Mariana:
Nuestros hermanos. ¡Cuánta sinrazón!
Van al encuentro de un paraíso en la Tierra.
Braulio:
Sí. Los condeno a construir la cripta señalando el cielo
y jamás llegándolo a tocar.
Así, como la Babel, será esta Iglesia
aspirante a preservar un lugar entre monumentos a Júpiter,
entre tantas tabernas y orgías
no podrá erguirse ni un alma sin precipitarse.
Qué anhelo, qué edificio grotesco será tallado
a la imitación de una galería subterránea.
Dejará entrar la luz como el templo de Juno,
y no podrá ser tan bello, luminoso y… ¡pecador!
El coro, el emisario y Lucia ya han salido. Queda un silencio
largo.
Renato:
¿A qué viene tanto enojo? Maldiciones yendo y viniendo.
Mariana:
Nos abandonan. Apostataron en masa.
Renato:
Se han enterado del edicto.
El Emperador, estando en Milán, ha declarado
a la doctrina de Cristo su propia religión.
El Papa Silvestre ya le ha bautizado.
Por todas partes corría la noticia, y por esto, las galerías
desde las montañas al fondo del mar quedaron vacías
como inundadas por un diluvio de abajo, arriba.
Ratas huyendo del navío que no naufraga.
Tantas caras alegres decíanse del sacrificio cansadas,
pareciendo un pacto de traición contra el recato matinal.
El mismo Papa abandonó su lugar
llevándose consigo la silla de Pedro.
¿Podéis imaginar el movimiento?,
los acarreos de trastos y niños,
los reencuentros sobre la acera con la parentela.
Pensé que aquí ya nadie quedaría
y queriendo alcanzaros, iba veloz por los acueductos
entre miles de hermanos que, saliendo en un feliz trance,
me hacían nadar a contra corriente.
Dicen: El Reino de los Cielos ha llegado,
y del modo menos esperado.
Mariana:
No me lo digas, esposo mío.
Se sienten enormemente preclaros
por haber advertido la señal.
¡Ja! Pero la señal no podría ser tan clara
como un edicto lanzado desde Milán.
El Diablo anda en esto.
Renato:
¿El Diablo hace a Constantino bautizarse?
Braulio:
A menudo el Diablo batalla contra el Diablo.
Son sus formas de ganar.
Mariana.
Y ¿Qué hay de la señal?
Cristo otra vez en lo secreto.
Renato:
Mas, ¿cómo saberlo con certeza?
Quizá sea cierto y ¡ay! de nosotros.
Braulio:
Mi fiel Renato no será otro complacido
con el primer guiño de este satánico Imperio.
Sabes la forma en que obra un dios menor
cuando al final de cuentas es un mero hombre.
Renato:
Pero el Papa ha dado su venia.
Braulio:
No sería el primer papa que apostata.
Renato:
Eso no es pensable mientras esté regente.
Silencio.
Braulio:
Voy a meditarlo durante el sueño.
Algo me hará saber el cielo, de seguro.
(Observando a Marcia que se ha quedado dormida en el regazo de
Mariana.)
Tu hija ya está bastante crecida,
no es bueno atender a sus caprichos.
Por otra parte:
Tiempo es que comulgue por primera vez.
(Sale.)
Oscuridad.
Mariana:
Renato, esposo mío,
prefiero la persecución y el encierro cierto
a este quedarse en la balanza,
La duda consigue pronta visa.
Desafortunada conciencia es la nuestra.
Renato:
Es probable que Cristo haya retornado
mas, ¿cómo averiguarlo con tan inexactas señales?
Mariana:
“Necios, decís el cielo está rojo,
pero no reconocéis la señal de los tiempos.”
Oh… Palabras de San Mateo,
palabras de Cristo petrificadas.
“Cristo vendrá con las nubes.”
Oh, palabras de San Juan.
Dios, ¿cómo saberlo?
Yo lo quiero todo
O blanco, o negro.
Renato:
Es bueno que el mal se aparezca
no sin murmullo subterráneo y espanto,
no sin pérdida de sangre.
Tal la urraca ladrona que pasea
la longitud férrea de sus armas
-donde mis ojos la vean y de ella nos refugiamos-,
el mal debe salir de las sombras.
Con su plenipotencia,
el ademán adulador del criado,
la fascinación del amante,
el hazme callar en velorio,
su señoría Satanás lleva
todo cuanto Dios prescinde en belleza.
Sus cuestiones son menores, pero precisas.
Al azar se le confiere una posibilidad física
puesto que otorga suerte o no al que le toca
y, sin aquel expectante
casi tenue, casi radiante
tendrá un porvenir impoluto, sino aburrido.
Mariana:
Así es:
Aunque el mal debe verse
no hay por qué tocarlo.
Renato:
¿Qué hacemos?
Mariana:
Dormir, por el momento.
Renato:
¿Y mañana?
Mariana:
Se sabrá de alguna pista.
Renato:
Y, ¿si en verdad nos equivocamos al quedarnos?
Mariana:
Habremos de salir a prisa, agachando la cabeza,
puesto que, a pesar de todo, fue buena la conciencia.
Renato:
También era buena la de las novias desatentas.
Mariana:
Pero yo estoy expectante.
Renato:
Y, ¿si nos vemos respaldados?
Mariana:
Esperar el regreso de la Iglesia al subsuelo.
Renato:
Ello puede tardar mucho.
Mariana:
Lo sé.
Renato:
Esta es, de todas, la mayor prueba:
Comprobar en el Mundo lo que el Mundo no entrega.
Mariana:
A dormir…
Silencio y total oscuridad.
Momento Tercero
Marcia:
Qué triste es la vida de la niña cristiana:
Andar siempre con las manos juntas
simulando estar rezando.
Mis amigos se marcharon al Mundo.
Ya los veo venir a dejarme coronas fúnebres
porque me verán como una simple muerta
ahora que no es su casa el cementerio
y sí continúa siendo la mía.
Ellos también estuvieron muertos
y sin embargo, por no haber resucitado,
la muerte les es aún cosa futura.
Ciertamente, hay maneras de probarlo
como lanzarse desde acantilado
quedando viva,
o intentar cometer un pecado mortal.
Pero, de acontecer el Paraíso,
no podré seguir creciendo,
quedaré una niña para siempre
y yo quisiera, por algunos días,
envejecer lo apropiado.
Mariana:
Porque deseas la tutela de un hombre
pides un plazo de maldad, Marcia, hija.
Y el mal a Dios no podría ser pedido.
Marcia: (Descubierta.)
Madre mía, apareces de pronto
ni dándome una señal siquiera.
Mariana:
Me lo dices a mí,
a la insomne por causa de aquellas luces.
Toda señal es siempre terrible.
Creerla cruza el pecado de idolatría,
pues acontece en lo tangible aunque no…
Marcia: (Saltando.)
Dudas por no haber seguido el edicto imperial.
Mariana:
Dudo por desobedecer al Papa.
Marcia: (Abrazándola.)
El Papa lo perdonará.
Mariana:
No podemos saber tan bajo tierra si “el cielo está rojo.”
No es posible respirar un posible cambio en el aroma de las flores.
Si las señales resultan ciertas nos convertiremos en judíos.
Marcia:
¿Cómo? ¿Qué dices?
Mariana:
Nos quedaremos a la espera de lo ya venido
por no estar a gusto con las señales suficientes.
Y el Reino vendrá con las mínimas.
Marcia:
¡Ay! Madre mía. Salgamos entonces.
Mariana:
No. Aún no. Braulio puede traer noticias desde el sueño.
Marcia:
Él no conoce ni su propia imagen en el espejo.
Mariana:
Por lo mismo ha sido compensado
con los dones de la pesadilla.
Marcia:
Nos querrá consigo bajo tierra.
Mariana:
Oh…
Marcia:
Quisiera ver la ciudad con mis propios ojos.
Mariana:
Silencio, hija.
Marcia:
Quisiera verla.
Quizá ya es jardín verde amarillo.
Cuánto manjar y cuánta pereza.
Un río de limonada,
un estanque termal, una alcoba
donde la luz no contempla sombras
porque todo es transparente.
Quizá ya es jardín verde amarillo
y aquí nosotras, en el Infierno.
Mariana:
Sí, ¿pero cómo saberlo?
Ambas desaparecen entre las sombras. A la izquierda se adivina
la silueta de Renato.
Renato: (En oración.)
Señor…
Atiende la oración pequeña
de este bautizado reciente.
Señor, no te puedo decir nada
que tú ya no sepas de antemano,
desde el mismo instante en que creabas
el agua y la roca sobre la tierra.
Yo quiero pedir,
pero no puedo dejar de alabarte:
Te amaré Señor sin lujuria,
y en medio de las espesuras
sostendré tu cuerpo dolido.
Iré por el mundo cerrado
de tu sacrificio suntuoso,
tomando la forma del ocio
llegaré con flores y manos.
Quedaré, Señor, paralítico
y para sanarme en tus brazos…
Porque me mires, Tú, Señor,
desde la grúa elevándose.
Sangraré y por nada viviré
que no pueda contemplar la venida.
Mas ahora, dime, de una vez y en ello
clamo por un sesgo amoroso:
Qué tan cierto es el paraíso hoy.
Braulio: (Desde el fondo.)
Nada te hará saber Dios que ya no haya dicho.
Renato: (Sobresaltado.)
No… Pero… Quizás.
Braulio:
Pecas al pedir un gesto de piedad,
allende dado con múltiples milagros.
Renato:
Pido clemencia.
Braulio:
Pídela al sacerdote. Yo,
y yo soy un hombre al fin y al cabo
por lo que puedo repetir la ofrenda.
Renato:
Tú eres el sacerdote…
Braulio:
Lo soy.
Renato:
…Sin embargo, hasta muy entrada la noche
te hallabas tan confuso como el resto.
Braulio:
El resto no está confuso cuando ya ha tomado el camino ancho
y yo menos lo estoy en el estrecho.
Faltáis los esposos, Renato y Mariana
y quedará sellado este asunto.
Renato:
Tienes una buena nueva.
Forma rara de avisarlo.
Braulio:
Os tengo una señal que para ser conocida,
por los que no son ciegos como yo,
y se abruman por los colores
no incurre en un pecado de duda y salida.
Renato: (Cayendo de rodillas.)
Dila de una vez, Braulio presbítero.
Braulio:
Hace falta un juramento de silencio.
Renato:
Lo tienes sin pedirlo
Habla.
Braulio:
Tan pronto como me hube dormido
aparecí en un sitio desértico
bajo nubes pardas tormentosas.
Un par de días estuve allí
rogando la presencia del Cielo,
pues las tinieblas no dejaban verme a la vista de Dios.
Sucedió, entonces, con la brisa
huracanándose al frente pero tocándome apenas,
que un ángel de la división
más ínfima del ejercito celeste
se apiadó de mí pasando como un águila,
eclipsando su propia sombra tan enorme
que el lado oscuro de la luns era pequeño.
Yo enmudecí ante su gloría
y el temblor de su tranco meciendo el orbe
me lanzó contra el suelo alzado.
Agazapado lo seguí, aunque él me portaba,
hasta que presencié inscribirse en el polvo terrestre
-como los surcos dejados por un enjambre de topos-
lo siguiente:
“Dios no ve sino la sangre.”
Y supe, a continuación,
que a causa de la sangre se torna iracundo
-cuando un hombre la derrama en su propio honor-
y logra tranquilizarse también
-cuando el honrado por la sangre es él-.
Comprendí la necesidad del holocausto
hoy y siempre por mucho que el sacrificio de Cristo
nos exima de sacrificios cotidianos.
Levanté mi rostro hacia el cielo,
queriendo comprobar quién así escribía,
mas fue la osadía retribuida
con una ceguera que me despertó.
Una vez en vela comprendí la tarea.
No está el hombre a la altura del crucificado
para no llevar, cual Abraham, su hijo hasta el altar,
y pedir que la cruz lo resguarde del sumo despojo,
y pedir que la cruz lo resguarde de la ira gigante.
La atención de Dios requiere la sangre de un hijo,
puesto que el desdén de Dios es Infierno en la tierra.
Isaac en sacrificio, se dijo.
Marcia en sacrificio, él me ha dicho.
Renato es Abraham.
Renato:
¡Ah!
Yo no estoy a esa altura
Me someto al infierno.
Braulio:
¡Necio!
Renato:
Ofrenda que pasa por el pecado.
Braulio:
Dios no peca y tú serás su mero medio.
Renato:
No puede pedir un infanticidio.
Braulio:
¡Imbécil!
¿Acaso te atreves a pensar que ha sido él quién
lo pidió?
El más mísero de los ángeles lo advirtió
mientras viajaba.
Renato:
¿Sólo para hacerme visible? ¡No!
Braulio:
Pareces no comprenderlo a cabalidad, Renato.
Reclamaréis su presencia por medio de los preparativos del
holocausto,
y entonces, cuando venga la ultimación de la niña-cordero,
Dios mismo detendrá tu mano y podremos preguntar.
Renato:
Para entonces seré un homicida.
Braulio:
Es el único nexo posible.
Renato:
Sabrá Dios que de un chantaje se trata.
Braulio:
Es la recomendación de uno de sus ángeles.
Renato:
Que bien podría ser un demonio.
Braulio:
Un demonio no hay tan bello y potente.
Renato:
¡Ay! Debo meditarlo.
Braulio:
¿Qué podría alcanzar tu razón que ya no
haya sido revelado?
Renato:
Déjame en soledad, Braulio.
Braulio:
Yo puedo permanecer aquí abajo
por el resto de mis días, pues soy viejo.
Vosotros contempláis la posibilidad
de un paraíso arriba, terreno y actual.
Cargad con aquella esperanza.
Se dispone a salir.
En cuanto a tu esposa, nada de esto le confíes
pues no podría ser ella madre y diaconisa,
no podría sostener a su hija en el altar
cual abraza al catecúmeno una vez converso,
o al prestar servicio en la misa del sacramento.
No sabe ella que será admitida o Mariana o diaconisa.
Y quizá, ninguna de las dos.
Prudencia…
(Sale.)
Renato:
Marcia…
(Viendo aparecer a Mariana.)
Ahí está la madre del cordero
(Viendo aparecer a Marcia.)
Y ahí el cordero
(A Mariana.)
¿Qué hacéis las dos?
Mariana:
La preparo para su comunión.
Silencio.
Renato: (A Marcia.)
Bondadosa Marcia, vete a jugar con tus amigos.
Marcia:
Padre mío, ya no tengo amigos.
Recuerda que todos subieron,
y yo, por quedarme en vuestra compañía,
me he encerrado aquí.
Renato:
Entonces vaga un instante por la pequeña vía.
Marcia:
Está muy oscura y vacía
La temo si nadie la cuida.
Renato:
Anda donde gustes.
Marcia:
¿Hablas en serio?
Renato:
Sí…
Marcia sale.
Mariana:
¿Qué dice el murciélago?
Habrá soñado alguna cosa.
Renato:
Nada grave
No hay mensajes para nosotros.
Mariana:
Ni siquiera se pronuncia el Cielo sobre este suceso.
Pareciera que el Cielo no nos ve bajo la tierra.
Pareciera que el Cielo sólo ve el pecado.
Renato:
Blasfemias, Mariana.
Mariana:
No puedo negarme a la cabeza.
Renato:
Atúrdela.
Mariana:
No podría.
Renato:
Tú quieres salir. Lo veo.
Mariana:
Es la posibilidad de una prueba lo que abruma.
Renato:
Mantente tranquila y confiada en la Voluntad…
Mariana:
Quizás nos negamos a ella al no salir.
Silencio largo.
Renato:
Mariana.
Marcia me turba.
Mariana:
¿Qué dices?
Renato:
Parece un registro de la tumba.
Nuestro hogar anterior al bautismo.
Mariana:
No es culpa suya el paganismo de sus padres
al momento de haber nacido.
Renato:
Pero…
Mariana:
Es cristiana desde que salió de mi vientre.
Es más agradable a los ojos del Padre
que nosotros, sus propios padres.
Renato:
No la concebimos como a un tesoro,
sino que fue casualidad de la noche.
Mariana: (Furiosa.)
Eso no la hace menos valiosa.
Renato:
Dionisio, y no Cristo, presidió el coito.
Mariana:
Lo mismo podría decirse de nosotros.
Renato:
Pero yo no puedo vivir con una espía de los dioses de Roma
al interior de mi propia casa.
Mariana: (Riendo nerviosa.)
¡Mátala y quémala! A ver si se purga el vicio.
Renato:
Mujer irrazonable…
Temblor. Se abre la puerta superior. Luz y coro entran con Lucía
al frente.
Mariana:
¡Retornáis!
Coro:
¿Retornáis?
Lucía:
Tan aprisa no vayáis.
Mariana:
¡Qué ocurre allá encima?
Coro:
La manifestación de las profecías
Las promesas están cumplidas.
Hemos abofeteado putas, aborteras y brujas
hasta besarles la frente en gesto de misericordia.
Hicimos del templo de Baco
una basílica preciosa,
y derribamos los ídolos paganos.
Júpiter, ni Saturno se han pronunciado
acerca de tantas afrentas.
Venus, partida por la mitad,
y cercenados sus pechos al punto,
que se volvieron los de un hombre común,
fue obsequiada a una viuda
para que le diera un legítimo uso cual mortero.
Ya no es “strana et illicita”,
“prava et immodica”,
“nova et maléfica”,
“tenebrosa et lucífuga”,
“exitialis”, la buena nueva.
Toda regente y lícita
complace al Emperador y lo perdona,
porque el Cielo llegó a la tierra
anticipadamente,
porque no sería conveniente
una entrada más ruidosa
de Cristo invisible y presente.
Mariana:
¡Ay! No sabría decirles
si es el Cielo o el infierno lo que hacéis.
Lucía:
No es ni lo uno, ni lo otro,
sino, más bien, la tierra mejorada,
porque no podría estar la casa indecorosa
ahora que son días del juicio postrero.
Mariana:
Quisiera disfrutar de vuestra fiesta.
Lucia:
Sube al lugar más cercano al Cielo.
Mariana:
Un Cielo todavía arriba,
sepulta y no rapta.
Lucia:
Un cielo de Dios.
Mariana:
De los pervertidos dioses de Roma.
Lucía:
Sus dioses son nuestros dioses
Y nuestros dioses son uno sólo.
Mariana:
Yo no te veo “feliz”…
Lucia:
No verás ningún Cielo colmado de nubes.
No verás ningún apóstol luchando contra sí
y finalizando la batalla sudoroso.
No verás a San Sebastián hermoso.
No verás los lugares acuosos de un tiempo final.
No verás legiones de ángeles en blanco cardumen,
ni un trono redondo como una luna quedándose quieta.
No verás a tu padre vivir en la edad de morir,
ni al Apolo cristiano en el circo
indultado a causa de su belleza.
No verás al fondo los planetas
como se distinguen al final de un pozo antiguo
las monedas prohibidas relucientes.
No verás el fenomenal derrumbe del Mundo,
sino que todo irá despacio acomodándose en el polvo.
No verás al galope a N. S. J. C.,
en descenso por escalinatas invisibles.
No verás las antorchas eclipsarse durante la noche,
porque no será eterno el día ni la noche.
Mariana:
“Eterno es el día” en el Cielo verdadero.
Por tan poco arriesgas morir.
Lucía:
Sube conmigo:
Doblemente hermana mía sólo ayer,
y únicamente hermana en la carne hoy.
Mariana:
¡Lucía! Yo penada de excomunión.
Lucía:
No todavía, pero en trámite.
Mariana:
Defiéndeme tú que vives arriba.
Lucía:
Se pide tú comparecencia ante el Santo Padre.
Mariana:
No me moveré. He jurado quedarme.
Lucía:
Toda auto condena puede indultarse.
Mariana:
Dios entiende mi pesar.
A su capricho quedo abandonada.
Lucía:
Abandonada a un esposo devoto del murciélago.
Mariana:
“Un sacerdote en el altar carece de rostro.”
Yo soy la diaconisa,
debo obediencia a Braulio.
Yo soy la madre y esposa,
debo respeto a Renato.
Lucía:
¡Ja! Madre y diaconisa a un mismo tiempo,
mirad la pertenencia tuya que hallamos fuera.
El coro se divide, dejando a Marcia sola al centro.
Mariana:
¡Marcia!
Marcia:
¡Madre!
Coro:
Jugando en compañía de nuestros hijos.
Mariana:
Baja junto a mí.
Marcia:
Quiero quedarme arriba.
Lucía: (Indicando a Marcia.)
La mantienes encerrada en este sitio asqueroso.
Una alcantarilla de Roma.
Quiere vivir entre los niños.
¡Es una niña, no quiere ser distinta!
Mariana: (En respuesta a Lucía.)
Es ante todo digna de culpa.
(A Marcia.)
¿Desde cuanto menosprecias el antiguo hogar?
Lucía:
Desde que dejó de ser santo.
Mariana:
Lo sigue siendo.
Lucía:
Ya no más que cualquier rincón del Imperio Cristiano.
Mariana:
Aquí están sepultados los mártires de la Iglesia.
Lucía:
Mas subirán a proteger los nuevos templos.
Coro:
A Urbano mártir nos llevaremos.
Mariana:
¿Qué?
Descended vosotros antes que se cumpla dicha profanación.
Lucía:
El Papa la autoriza.
Braulio: (Apareciendo al fondo.)
Que venga, entonces, el Papa a sacarlo
del sarcófago, con sus propias manos,
y no mediante una turba sacrílega.
Lucía:
Otra vez habla el antipapa.
Braulio:
Porque ya no tiene Cristo por dónde hacerse oír.
Coro: (Risas.)
Habla Cristo por su boca.
Renato: (Aparece yéndose en dirección de Marcia.)
Así es. Braulio ha soñado nuevamente.
Lucía:
¡Ja!
Tiresias del foso séptico,
nos ahuyenta con su aliento.
Renato:
Quedaros o iros dejando a la niña.
Lucía:
Su padre eres y tienes pleno derecho sobre ella,
mas volveremos a buscarla y a Urbano mártir.
Renato:
Estaréis incendiados por el fuego de Dios, para entonces.
Lucía: (Al coro.)
Regresadla a sus padres.
(A Marcia.)
El mismo Papa vendrá a buscarte
y también a San Urbano mártir.
Renato toma a Marcia de la mano y la conduce descendiendo la escalinata.
RENATA:
Marcia. Hija. Desobedeces.
Marcia:
Me dijiste: ve donde gustes.
Y hasta allí me dirigí.
Mariana: (Yendo hacia Marcia.)
¡Ah! Marcia pudiste perderte.
Lucía: (A Mariana.)
Estará a salvo entre nosotros.
Cuídala del murciélago… y del lobo,
Mariana.
Mantenla a la vista.
Un padre no es tan confiable como una madre.
Pregúntaselo a Sara de Abraham.
(Sale Lucia y el coro.)
Braulio:
Puesto que donde están los mártires está la Iglesia,
la única forma por la que la Iglesia continúa
santa y subterránea
es protegiéndola del despojo de los apóstatas.
Hay que mantenerse en vela por Urbano mártir.
Renato:
Yo lo cuidaré está noche y, para asegurarnos,
tapiaré las entradas que conducen a la Vía Appia.
Braulio:
Muy bien.
Mariana y Marcia se dirigen a la escalinata. Allí ha quedado
abandonado un paquete.
Marcia:
¡Mira! Mamá, es un paquete.
Mariana: (Toma el paquete y lo registra.)
Es comida… Alguien nos la dejó caer como un anónimo
presente.
Renato:
¿Quién habrá sido tan amable?
Mariana:
Tal vez uno de los parientes paganos que convidaban su pan
cuando fue más terrible la persecución.
Renato:
Alguien se apiada de nosotros.
Braulio:
No. Alguien respalda a la Iglesia oculta.
Mariana:
Alguien de arriba ha visto arriba la mentira.
Son varios pescados. Iré a cocinarlos.
Renato:
Anda.
Marcia:
Te acompaño, Madre.
Mariana y Marcia se disponen a salir.
Renato: (Deteniendo a Marcia.)
Marcia hija… Tendrás que explicarme tu huida, más tarde.
Marcia: (Siguiendo a Mariana.)
Así lo haré.
Salen Mariana y Marcia.
Braulio:
¿Y bien?
Renato:
Si en verdad el reino se ha implantado,
bajo un disfraz, pero está presente,
no morirá Marcia por la estocada.
Y si el reino no viene todavía,
Dios compelido por el clamor de una sangre futura,
tal como con Abraham e Isaac,
vendrá a detener la prueba señalada.
Braulio:
Has pensado prudentemente, hijo mío.
No llames la atención de Mariana.
Citad a la niña durante la vigilia.
Renato:
Sí.
Braulio:
Yo me he soñado mártir en una tumba,
pero no podría suceder cosa tal
si Constantino ha sido condición del Reino anticipado.
Renato:
Sin embargo: ¿Qué nos detiene aquí abajo?
Braulio:
La llegada inminente de Cristo que no admite confort.
Sale. Oscuridad.
Momento Cuarto
Renato:
Dame, Braulio las instrucciones dadas por el ángel.
Braulio:
El ángel no diría nada traducible.
Su simple huella en la arena me ha dicho el cómo.
Renato:
Habla.
Braulio:
Llevarás a tu unigénita hasta el altar
donde le vendarás los ojos.
Tomarás el cuchillo y la degollarás
y entonces su sangre clamará y nos habrá dios recordado.
Renato:
Sí.
Braulio:
Le he dicho que hoy comulgará,
Por eso vendrá engalada a recibir la hostia.
Renato:
La has engañado.
Braulio:
Nada menos justo, tratándose de su propia muerte.
Renato:
¿Oh! Mariana, qué dirá ella.
Braulio:
Qué podría decir, si ya me ha acompañado
cien veces como diaconisa durante
el sacrificio bautismal y dominical.
La devoción de las madres por sus hijos
en algo imita a la de la Virgen por Jesucristo,
mas , ¿quién pudo haberlo entregado sino ella?
Ella: La madre del Dios terrestre.
Mariana seguidora de un ejemplo tal,
se ha cambiado un nombre pagano por el de Mariana,
pues su devoción imita a la de la Virgen.
Pero, ¿quien en esta imitación de María
podría ser Mariana también diaconisa?
Mariana… nuestra hermana.
¡Qué la imite a cabalidad!
Renato:
Esta es una prueba tanto para mí como para ella,
y una recompensa en la forma de señal.
Braulio:
Mas a Mariana se le ha perdonado, como a Sara,
la conciencia de este asunto.
Renato:
Sobre mis hombros todo se carga.
Braulio:
El ser macho implica un gravamen
Silencio.
Yo, en tanto, me ocultaré en lo más profundo de esta
gruta.
Abandona ahora, el sacerdote, el altar,
pues los cielos se verán cara a cara con el hombre.
(Sale.)
Renato: (Tomando el cuchillo.)
¡Señor! Abraham no supo de un caso semejante.
Yo no puedo sino tenerlo presente en este instante.
¿Por qué si anticipas el clamor de la sangre
-pues lo eterno a ti pertenece y lo conoces-,
no interrumpes de inmediato esta tortura?
¡Señor! Siempre hace falta en tu nombre un asesino,
revestido de despojo dolor y descenso.
Pronúnciate, y en ello puedes destrozarme.
Quiero evitar corromper la vida,
pues sé de una ley consistente en cuidar de la cría.
¡Ay! Eres dios porque casi eres demonio.
Ay, no, ay, no… La mente habla por sí sola.
Aparece Marcia vestida de blanco.
Marcia:
Llego expedita, padre, a reunirme contigo en el castigo.
Renato:
No serás castigada. Encumbrada serás tan alto que, por
ello,
descenderé yo al fondo del averno.
Marcia:
¿Me perdonas por escapar aprovechando tu mandato?
Renato:
Qué habría para mí si no lo hiciera.
Marcia:
Mas yo no solicito tu temor al Padre
como causa de mi impunidad.
Renato: (Aparte.)
Cállate, qué dudo.
El diablo dice palabras sabias por tu boca
queriendo apartarme del misterio más seguro.
(Yendo hacia Marcia.)
Vendaré tus ojos, hijita mía.
Marcia:
No me sorprendas con un regalo. Yo no lo merezco.
Renato: (Mientras le venda los ojos.)
¿Vienes a comulgar o a encontrar la paliza?
Marcia:
Braulio me prometió la comunión,
y tú, padre mío, una reprimenda a esta hora.
Lo uno o lo otro me dejará santa.
Renato:
Braulio no sale aún de su escondite.
Marcia:
Enójate mientras aguardo.
Renato guía a Marcia hasta el altar.
Renato:
Siéntate sobre esta lápida.
Marcia:
Pero… esta lápida es el altar.
Renato:
Hazlo ya…
Marcia: (Se sienta, con la ayuda de Renato, sobre el altar, es
decir, la tumba de San Urbano mártir.)
Es tan fría su losa.
Mariana y Braulio aparece entre las sombras, ambos por un sector
diferente.
Mariana: (Aparte.)
Sentada sobre el altar… Mi propia hija.
Ya comete sacrilegio.
Braulio:
Ya está pronta a verse cordero.
Mariana:
Y yo, ¿Diaconisa? Guardiana de objetos del culto
no atino a cortarle el cuello ¡ya!, en sólo un movimiento.
Renato: (Con el cuchillo empuñado.)
Verás que no duele.
Marcia:
¡Ay! No me golpees en demasía.
Renato:
No lo sentirás en golpe, hija mía.
Mariana: (Aparte.)
Y Renato junto a ella…
Diligente hará pagar a su propia hija este sacrilegio.
Renato: (Llevando el cuchillo hasta el cuello de Marcia.)
Ya está rozando el pescuezo…
Señor prohíbemelo pronto… ahora…
Braulio: (A Renato.)
La duda del verdugo matará al condenado.
¡Ve rápido al cuello!
Mariana:
¡Ah! La salvará de vivir en pecado mortal,
con un cuchillo y degollándola.
Marcia:
¡Madre!
Renato:
¡Señor! Detén el sacrificio de un niño
cual alzaste a Abraham del infierno.
Braulio: (A Renato.)
”Cuando llevas una ofrenda y te envaneces
por ello, te condenas junto con tu ofrenda.”
Marcia:
¡Una daga! ¡Mamá!
Braulio: (A Renato.)
¡Renato! Mariana ha encontrado el momento del sacrificio.
Marcia:
Bájame, Madre.
Mariana: (Yendo hacia el altar.)
¡No está allí a su propio arbitrio!
Renato:
¡Alto ahí! Mariana. Es la única manera
de que el Cielo se desdiga del edicto.
Braulio: (Va hacia el altar.)
¡Imbécil! La hembra ofreció el fruto como hoy
detiene la daga.
Renato: (A Mariana.)
El cielo se partirá y tendremos la respuesta apropiada.
Querías una señal, Mariana.
Braulio:
Dios no diferencia a un vivo de un muerto.
Tan sólo se abruma por la sangre.
Él mismo es la sangre.
“La vida está en la sangre.”
Mariana:
Bonito señuelo para presenciar al omnipotente.
(Quita el cuchillo de la mano de Renato y empuja a Marcia desde
el altar.)
Braulio:
Redúcela, Renato.
El Diablo anda presente a través suyo.
Renato y Mariana luchan por hacerse con el cuchillo. Braulio tanteando
el aire ya está junto al altar.
Renato:
Confiad en mí, Mariana.
Mariana:
¡Ah! Infanticida. ¡No eres tú Abraham!
Se abre la puerta. Entra el coro dirigido por Lucía.
Lucía: (En un grito desesperado.)
¡Ay! ¡Ay! Otra vez el murciélago pretende suplir
el sacrificio de Cristo
¡Otra vez un padre cariñoso cae en su trampa sacerdotal!
Marcia: (Subiendo la escalinata. Abraza a Lucía.)
Tía bella y cristiana,
mantenme a salvo de la daga.
Coro: (In crescendo – A Renato:)
¡Tú no eres Abraham! ¡Tú no eres Abraham!
El cuchillo cae frente al altar. Mariana, Renato y Braulio se
lanzan al suelo procurando alcanzarlo.
Lucía:
¡Nuevamente!
El murciélago quiere ver a Dios.
Mariana: (A Renato mientras lucha por la posesión del cuchillo.)
Tú no eres Abraham. Yo no soy tu Sara.
Renato:
¡Habría que serlo para sernos leales!
Braulio: (A Renato.)
Déjame luchando por el arma.
Busca a la niña.
Renato se dirige a Marcia, pero el coro lo sostiene mientras le repite:
Coro: (Sin cesar.)
¡Tú no eres Abraham! ¡Tú no eres Abraham!
Braulio y Mariana continúan luchando.
Braulio: (A Mariana.)
Sierva pecadora. Desobedeces al sacerdote.
Mariana: (A Braulio.)
¡Has engañado a mi esposo y a la Iglesia!
Lucía: (Al emisario que está entre el coro.)
¡Detén a Braulio!
El Emisario:
Le temo. Es muy poderoso.
Lucía: (A Mariana.)
Véncelo, Diaconisa.
Braulio:
Diaconisa no será más.
Mariana:
Pero sí madre.
Braulio: (A Mariana.)
¡Ja! Qué recompensa tan natural
felizmente obtienes por pecar.
Mariana logra doblegar a Braulio. Le roza apenas la muñeca
con el cuchillo. Salta la sangre.
Renato:
¡Sangre de un sacerdote! ¡Ya despierta vengativo el universo!
Un sacrificio accidental. Obra misteriosamente
Dios nos ha visto.
Braulio: (Muriendo.)
Se me dijo: “Dios sólo ve la sangre”,
mas mi sangre no la verá Dios.
Renato:
¿Por qué no la tuya?
Braulio:
Porque yo no estoy.
(Muere.)
Silencio.
Renato: (Inspecciona, asustado, su alrededor con la mirada.)
Somos observados.
“Todo ángel es terrible.”
Ocultémonos o hagamos la pregunta convenida.
Coro:
¡Muerto Braulio!
Lucía:
Así es.
Coro: (Espantado.)
¿Cómo podría suceder?
¿No somos desde ayer inmortales?
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
No ha venido Cristo en lo secreto,
porque ha sido de muerte un hombre herido.
Aún podemos morir.
Aún el Mundo es tierra del Diablo.
Aún la Iglesia vive en lo profundo.
Aún el Imperio es pagano.
Aún el Cielo no habita la tierra.
Hemos sido engañados.
(Caen de rodillas.)
¡Piedad por esta multitud de apóstatas!
A cualquier señal sucumben.
La sangre alerta al hombre y a Dios.
Lucía:
¡Descendamos!
El infierno obra con tal influjo
que hasta el Papa Silvestre se hace apóstata.
¿Quién podrá perdonarnos sino Dios,
tan lejano y furioso por la sangre derramada?
Renato:
¡Mariana!
Esconde toda esta sangre,
pues Dios sólo ve la sangre,
por él o en contra suyo derramada.
Mariana: (Dejando caer el cuchillo.)
¡Oh! Pecado. Pecado contra el hombre y la cabeza de la Iglesia.
Aparece el Papa tras el coro. Todos quedan en silencio al tiempo
que se inclinan.
Silvestre:
¡No!
(Avanza solemne.)
Diaconisa de un templo abandonado,
mas inmensamente fecundo en su amor de Dios.
(A Mariana.)
No has cometido ningún crimen, porque defendías a tu
hija de la muerte -y por ello estás disculpada-. Y por otra
parte, ya no era el murciélago un hombre de Dios, sino más
bien un profeta en el ostracismo de esta cripta, donde, por lo visto,
todavía reunía seguidores.
El papado lo había olvidado por completo, hasta que se recordó
que era en las dependencias del murciélago donde permanecía
el cuerpo glorioso de San Urbano mártir, cuerpo que hoy, con
la autorización respectiva, procederemos a remover.
(Al coro.)
No me vengáis con la inmortalidad, pues sabéis,
que podrá darse en el futuro cercano.
Recordad: “El Reino de Dios no viene con gran aparato.”
Coro: (Levantándose.)
Cuando el Papa se equivoca todo se modifica por darle la razón.
Silvestre:
Bien, hermanos,
extraed a Urbano, rápidamente…
Mariana: (A Silvestre.)
No tan rápido. ¿Acaso no has comprendido nada,
anciano necio y apóstata?
Coro:
¡Oh! Mariana, mantén quieta esa boca.
Lucía:
Perdona a esta mujer ebria de dolor, Papa Silvestre.
Silvestre:
Quiero que se explique justamente.
Mariana:
¿No ve el díos ardiente del Sinaí,
sangre en las manos de la diaconisa?
Un murciélago que es también hombre ha sido dado por
muerto
con una pronta alevosía, en casi la festividad bendita.
¡Ay! Alborotáis la cripta en busca de un cadáver
viejo
para el instante satánico que nos convoca.
Yo María no virgen soy la mariana
por culpa de un cuidado dedicado al objeto del holocausto
y no he logrado convertirme en diaconisa,
pues tan sólo en identidad con la Virgen
me habría librado de los pronósticos del taurino,
¿y ahora qué?
Sara que detuvo la partida de la historia,
hiriendo mortalmente a la parte de su esposo
que era nuestro más cristiano sacerdote.
¡Por qué no perdí algún objeto de mi amor!
Por culpa de ese dios he obtenido
todo lo que no quería perder…
Y yo requiero un gravamen a mi carne.
Vosotros estáis complacidos en el exterminio de una molestia,
mas ella me hizo diaconisa y quiso devolver a Dios
a mi unigénita Marcia, la hija de Renato.
¡En cuanto a este dios oculto y contradictorio,
sólo espero que se despierte sediento de sangre
y presencié entonces mis manos!
(Alzando la vista.)
¡Mírame! ¡No! ¡Míralas!
Mis manos llegan hasta tu alcoba
y en congregación los arcángeles te dan el aviso.
¡Ángeles menos terribles!
¡Ay! Sal de tu encierro, Monstruo,
y destrúyenos en un gesto de desdén.
Tan sólo míranos por un segundo y todo quedará
destruido,
el infierno y el cielo por igual,
pues no hay tierra posible
como tampoco un dios menos macabro.
(A los del coro.)
En cuanto a vosotros,
nada debéis a la bestia celeste. Dadme un obsequio,
y heridme de muerte por piedad de la que espera un final.
Marcia: (Abraza a Mariana.)
Nosotros perdonamos todo.
Mariana:
¡No! Hija. Perdonáis lo que conviene a la piedad.
Pareceos a Dios de veras. ¡Heridme!
Silvestre:
Ser cristiano implica un esfuerzo cotidiano,
pero no se trata de un duelo de titanes.
No, hija mía… Demuestras arrepentimiento,
y eso será recompensado.
¿Es que para apiadarme de vosotros
debo siempre antes condenarlos?
Mariana:
Yo no quiero nada de ti ¡Gusano!
sólo aconsejo que te parezcas a nuestro único Dios.
Silvestre: (Al coro.)
“No seáis tan curiosos del Bien y el Mal.”
(A Mariana.)
No puedes pedir castigo si no tienes algo que confesar.
Mariana:
¿No es suficiente no ocultar nada?
Silvestre: (Al coro.)
Esta mujer ha enloquecido
como “una profetisa desde su propio corazón”
que no está inspirada por Dios,
como una vez sí lo estuvieron:
Miriam, Débora y Santa Ana;
¡Falsa eres!, cual la Jezabel.
Mariana:
¿Me llamas falta profetisa?
¿A mí?
No me viste decir lo que aún no existe.
pero sí dices de mí lo que nunca fue.
Silvestre:
Pides castigo, pero sabes cómo defenderte
de quien compasivo se te aproxima para dártelo.
Mariana: (Burlesca.)
¡Gracias!, Papa, por herirme por allí dónde sangro
sin llegar, jamás, a matarme.
Silencio.
Silvestre: (Al Coro.)
¡Extraed, de una vez, a Urbano mártir!
Renato toma a Mariana.
Renato: (Al coro.)
Llevadlo y depositadlo con delicadeza. Es un cuerpo gastado.
El coro desliza la lápida y del fondo de la tumba saca un
maniquí: Urbano mártir. Todos menos Mariana se pizcan
la nariz.
Silvestre: (Contemplando el cuerpo.)
Qué preciosa reliquia de la Iglesia perseguida.
Coro:
¡Liviano! ¡Liviano!
Silvestre:
Qué estatura de santo, qué oprobio cometemos.
Coro:
¡Liviano! ¡Liviano!
Silvestre:
San Urbano mártir, ora pro nobis.
Coro:
San Urbano mártir, ora pro nobis.
El coro, guiado por el Papa Silvestre, sube la escalinata.
Mariana: (A Renato y Marcia.)
Vosotros. Ayudadme con el cuerpo del murciélago.
Renato: (Murmurando.)
Déjalo tranquilo mientras esperamos
el arribo de la policía imperial.
Mariana: (A Renato.)
Sostenlo conmigo.
Mariana y Renato arrastran el cuerpo del murciélago hasta
donde está la tumba abierta de Urbano mártir.
Lucía: (Percatándose.)
¿Qué estáis tramando?
Deteneos…
Mariana:
Mantente silenciosa. Hermana inmortal.
Lucía: (Tratando de avisar al coro.)
¡Alerta! La diaconisa algo trama.
Coro: (Autómata.)
¡Liviano! ¡Liviano!
Antiguo cristiano…
Mariana deposita el cuerpo de Braulio en la tumba.
Lucía:
¡Una tumba santa convertida en la de un antipapa!
(Al coro.)
Urbano mártir ha sido reemplazado.
Mariana: (Deslizando la lápida hasta dejar cerrada la tumba.)
Así es. Esta ha sido la víctima imperceptible,
la más desatendida de todas.
Tanto menos malvado que Dios,
pues, quien pudiendo desterrar la maldad
no lo hace
convierte hasta al diablo en mártir
Lucía: (Mientras sale, a Mariana.)
Has parido a tu “hija para esclava de una tumba.”
Coro: (Mientras se aleja.)
Sancta Isabel, ora pro nobis.
Sancta María Magdalena, ora pro nobis.
Sancta Ana, madre de la Virgen, ora pro nobis…
Silvestre: (Mientras sale.)
Despreocupaos. No estará disponible por mucho tiempo este lugar
para ser ocupado. En efecto, un grupo de urbanistas ha planificado
la extensión de un canal de regadío que, justamente,
habrá de seguir la dirección de la vía oriental.
Renato: (Junto a Mariana.)
El agua resultó peor que el fuego,
pues el incendio admite la lluvia.
¡Ay!
¿Y nosotros? ¿Los que habitamos esta cripta
por obediencia a Dios? ¿Qué hay?
Nos expulsáis del Pueblo de Cristo.
Silvestre: (Solemne.)
Séneca dice: “Quis hic locus, quae
Regio, quae mundi plaga?”
Vuestro encierro se funda en cierto error teológico. Aquél
consiste en concebir la catacumba como un lugar distinto, ajeno, extraño
al Imperio, cuando -en verdad- no es más que una de sus dependencias
subterráneas.
El Imperio lo está en Todo,
y Dios obra por él y en él.
(Se dispone a abandonar la cripta.)
Renato:
Mariana… El Papa ha resuelto el problema:
La sombra no es más que ausencia de luz.
Marcia:
Madre mía. Salgamos…
El Papa ha sido claro.
Renato:
El bien del Imperio requiere de esta alcantarilla.
El agua por aquí viajará.
Déjate de preguntas:
“Brota de la mano de Dios, el alma sencilla.”
Mariana: (Exhausta.)
La historia comienza con la espera,
antes hubo ocio, hubo también guerra,
pero no un lugar prohibido
en la celda suspendido.
Yo estaré aguardando el agua para en ella ahogarme.
Entonces, en aquel preciso momento,
habrá Iglesia bajo la tierra y será bastante adepto
con mi sola presencia en perpetuo bautismo.
Marcia:
Todo es resistir,
porque todo es renuncia,
todo es saber morir.
Mariana: (Abraza a Marcia.)
¿Quién más te ve que yo te veo?
Viva…
“Hija del Cielo que por la tierra pasa
en un paso de danza.”
Pero quédate aquí, junto a mí,
Hija…
Veme tú morir y me serás eterna.
Marcia:
Qué Dios no se percate de tus gritos…
Mariana:
Sí, en ellos…
Ciertamente, Dios siempre responde, pero a veces tarda demasiado.
Coro: (Como una erupción.)
Este dios del amor es superior al dios del tiempo
porque al pasado le doblega el arrepentimiento.
Y de anteayer el error se fuga hoy.
Mariana: (Diciéndole a Marcia un secreto al oído.)
… Así es.
Marcia: (Ahogándose de felicidad.)
Ay, ay, ay, ay…
¡Cristo siempre triunfa!
Apagón total al momento de cerrarse la puerta.
Fin de
Mariana y Diaconisa
* * *
Joaquín
Trujillo (Viña del Mar, 1983). Estudia 4º año
de Derecho en la U. de Chile. Ha dirigido grupos aficionados de teatro
en Cabildo con los que ha montado piezas clásicas (La Cantante
Calva, Jacobo ambas de Ionesco, Woyzeck de Büchner
y La Madre de Brecht) y de su autoría (Hipatia).
Ha ganado varios concursos, entre los que se encuentran la mención
honrosa de los Juegos Literarios Gabriela Mistral (2002) con Defensa
última de Antígona & Electra y premio de poesía
de la Municipalidad de Con-Cón (1998). Ha sido becario como
escritor novel del Ministerio de Educación por su trilogía
teatral Eva en Sodoma (integrada por Santa Hipatia,
Nihila Catarina y Ema Fumante). Es ayudante ad honorem de Filosofía Moral e Historia Institucional de Chile de los
siglos XVI al XVIII en la Facultad de Derecho de su Universidad, donde
también dirige la sección de Arte y Literatura de Revista
Talión y pertenece al comité organizador del II
Congreso Estudiantil de Derecho y Teoría Constitucional y colaborador
de revista Tráfico de Ideas (UDP). Seleccionado en la
Muestra Off de Dramaturgia Chile 2003 con Ema Fumante o la Nueva
Gog derrumbada, obra publicada por ADN y la Facultad de Humanidades
de la Diego Portales en Ediciones del Temple. Expositor de su ensayo
Brecht y el Derecho en el I Congreso de Derecho y Teoría
Constitucional.