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Alegría

Por José Miguel Varas
Revista Rocinante (Santiago, Chile), Nº. 59 (sept. 2003) p. 42

Los últimos 30 años, cada 11 de septiembre me acuerdo de Fernando Alegría. Y a continuación, casi de inmediato, de un caballo chileno llamado “Gonzalez” que alguna vez ganó el clásic0 de San Felipe (California). Es el héroe de la novela Caballo de copas, la más perfecta picaresca chilena, cuyos personajes humanos son chilenos trasplantados a Estados Unidos.

A su autor, Fernando Alegría, maravilloso escritor, me lo imagino hoy, algo desvaído per0 sonriente, olvidadizo, un poco distraído, en su casa de Palo Alto, un pueblo norteamericano idéntic0 a otros 349 del estado de California.

Tal vez la intensidad de las esencias nacionales que destila su obra se deba, en parte, a su prolongada ausencia del país. Alegría vive en Estados Unidos desde 1943 y aunque año tras año ha venido por estos lados y ha pasado aqui períodos más o menos largos, lo cierto es que el extrañamiento le ocasionó una obsesión rebelde: recordar Chile a toda hora. Y tratar de que Chile lo recordara a él. En lo primer0 tuvo éxito.

Durante los años de la dictadura cientos de miles de chilenos y chilenas aprendieron lo que es el exilio. Fernando Alegría lo sabía desde antes. Es el decano de los exiliados, con varios doctorados en la materia, aunque lo haya sido por propia decisión. O, muy chilenamente, porque así se dieron las cosas. Después del golpe militar vivió el exilio de veras. El régimen lo exoneró de su cargo de Consejero y Agregado Cultural de la Embajada de Chile en Washington, para el que había sido designado por Salvador Allende. Además, le prohibió regresar a Chile.

No cultivó el caldo de cabeza. Asumió su exilio con entereza y total dominio de la materia. Desde el primer instante se dedicó a aserrucharle el piso internacional a la dictadura y a participar en el movimiento de solidaridad. En 1977 asumió la dirección de la revista Literatura chilena en el exilio, editada por el poeta David Valjalo.

Diez años después le dieron un permiso de 30 días para volver. En su notable autobiografía literaria, Nos reconoce el tiempo y silba su tonada, escrita en colaboración con Juan Armando Epple, describe de manera memorable, haciendo us0 del humor para enmascarar la emoción (es parte de su estilo), su llegada a Santiago:

“Al salir de Pudahuel y hundir mis zapatos en el barro sentí una inmensa euforia. Había llovido duro y parejo, per0 ese mediodía se iba abriendo como una naranja de or0 y yo veía con asombro el verde brillante de las chacras de Colina y Quilicura. Las zanjas del Metro me parecieron misteriosas y plenas de riesgos. Las torres del centro, el laberinto de brillantes avenidas y pasos aéreos y subterráneos, los parques de invierno y los almendros y cerezos de primavera, los eucaliptus de altura, la bulla del día santiaguino, el cañonazo de las doce, todo, se me vino en una sola bocanada y vagué en mudo trance en un viejo automovil que daba aletazos con sus puertas desvencijadas y tiraba escapes azules como fumarolas de volcán de barrio”.

Decia que me acuerdo de Fernando Alegría cada 11 de septiembre... Resulta que justamente ese día, de 1973, yo debía pasar a buscarlo muy de mañana, al departamento de un amigo suyo frente al Parque Forestal, para luego irnos juntos a la casa de Pablo Neruda en lsla Negra.

Logré comunicarme con él después de las ocho de la mañana.
-Fernando, hoy no vamos a poder ir a lsla Negra.
-¿Por qué? -dijo molesto-, Pablo nos espera. ¿Qué pasa?
-Estamos de golpe.
-¿De qué?
-De golpe. Hay un golpe militar en marcha.
-Ah.
Largo silencio. Al final: -Bueno, entonces habrá que suspender el viaje. ¿Hasta cuando?
-Hasta nueva orden.

No volví a verlo hasta unos 16 años más tarde, después del plebiscito.

Se diría que en toda su obra, que incluye una veintena de novelas, cuatro o cinco libros de poesía y quince de ensayo, Fernando Alegría ha estado empeñado en mirar, aprehender, sopesar y contarle al mundo el carácter único, original y grandioso (sin perjuicio de apequenamiento) del pueblo chileno. Y eso indefinible y evasivo, “lo chileno” brota siempre, sin esfuerzo y como jugando, con una sonrisa socarrona, tanto de sus espléndidas novelas “políticas”, Como un árbol rojo (sobre Recabarren), Camaleón (sobre un presidente mequetrefe), Mañana los guerreros (sobre el Frente Popular), Allende. Mi vecino el Presidente o El paso de los gansos (sobre el golpe militar del 73), como de las que podríamos llamar novelas picarescas o populares, Caballo de copas y Maratón del Palomo, o de sus inolvidables poemas Y llamarle casa y Viva Chile mierda, que aun hoy me parece estar escuchando en la voz egregia de Roberto Parada desde el proscenio de la Peña Chile Ríe y Canta, de René Largo Farías.

Una vez más, este 11 de septiembre estaré acordándome de Fernando Alegría.


Ver: Fernando Alegria. OBRA NARRATIVA SELECTA. Seleccion de Juan Armando Epple. Biblioteca Ayacucho. 2002. Caracas, Venezuela


 

 

 

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