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"La
novela de Galvarino y Elena", de José Miguel Varas
LA VIDA ES
UNA NOVELA
por Ernesto
Guajardo
Pluma y Pincel, n° 179, 1998, pp. 42-43.
¿Para qué puede servir una vida? A esa pregunta pretende
responder José Miguel Varas en La novela de Galvarino
y Elena (Santiago, LOM Ediciones, 1996). A través de casi
doscientas páginas, las figuras de Elena Rojas y Galvarino
Arqueros van desplazándose, con naturalidad y vehemencia,
matizadas de rasgos de buen humor, en los cuales se reconoce el tono
Varas.
Dostoiewski, recuerda Luis Alberto Mansilla, sostenía que la
vida puede ser similar –o más vibrante aún que una novela.
Ello queda de manifiesto en estos relatos de vida que traen consigo
la presencia de la épica de lo cotidiano, como definiera esta
obra Patricia Espinosa.
Es necesario considerar la circunstancia de que estamos hablando
de obreros organizados y, más aún, militantes del Partido
Comunista. Se podrá comprender, entonces, a qué se enfrentará
el lector de esta obra. La historia personal tiende a fundirse con
la historia colectiva y nacional; la vida que se relata no puede ser
sólo la existencia intramuros, son vidas ciudadanas
–en toda la extensión del término– y diversas. En otras
palabras, son vidas como de novela.
Al ser relatos evocativos de lo cotidiano, éstos tienden a
evitar los maximalismos. Quienes recuerdan lo vivido poseen la sencillez
en el decir, como para no desplazarse por las páginas justificando
cada acto, cada juicio.
Emerge así una visión personal de la historia colectiva
y nacional, la cual, al ser registrada en la modalidad del testimonio
presenta interesantes aspectos del sentido común, del imaginario
cultural, de los prejuicios de los representantes de los sectores
populares.
Se está así, frente a una historia que no pretende la
grandilocuencia, no siempre coherente; profundamente afectiva, esto
es, un relato más próximo a la vida que varios análisis
que, desde la pretendida asepsia de los escritorios, se realizan sobre
el pasado.
Es, en definitiva, una novela que vale la pena conocer, pero no sólo
para extraer anécdotas que relatar, sino para aprovechar la
ocasión de pensarse, desde la quietud de la situación
de lector, respecto del devenir en el presente siglo en Chile y, en
particular, del rol que han tenido en él los trabajadores y
sus organizaciones, sindicales o políticas. Si de algo sirve
el relato de la vida de los otros, no sólo es para conocer
la distancia que han alcanzado sus pasos, sino, también, para
examinar un poco la propia existencia, en una perspectiva de futuro.
Aparte del agrado que implicó leer esta obra, la misma nos
permite realizar algunas reflexiones que, partiendo de ella, alcanzan
otras orillas.
Si es efectivo, como lo propone Javier Pinedo, que las recientes producciones
narrativas nacionales se organizan en torno a dos ejes discursivos
básicos: modernidad e identidad; en donde esta última
se expresa en el interés por “recuperar y destacar la identidad
de los sectores marginales”. En esa lógica, las formas culturales,
así como la historicidad de dichos sectores, se visualizan
como los elementos más propios de lo que se entendería
como una noción de chilenidad, por ende, de identidad.
La obra de José Miguel Varas se inscribe plenamente en dicha
corriente identitaria, tanto en su fondo, como en su forma.
Algo que distingue esta obra del concierto narrativo que la contextualiza,
es el hecho de que no se construye a partir de los hablantes hegemónicos
en la narrativa actual, esto es, sujetos acotados a los espacios culturales
y sociales de las capas medias y altas, principalmente. En la mayoría
de las novelas recientes, afirma Pinedo, «no se presenta todo
lo chileno, sino sobre todo lo relacionado con las clases productoras
de novelas».
Establecer este juicio nos parece necesario para evitar ambigüedades.
El ensayista Martín Cerda buscaba permanentemente re-situar
las obras artísticas, así como a la propia persona de
los creadores. Reflexionando sobre Roland Barthes, Cerda sostenía
que se escribe «desde un cuerpo sexuado, racialmente identificable,
históricamente fechable y socialmente reconocible (...). Esto
nos permite, a su vez, que el escritor sea siempre sujeto de enunciación
y objeto de ella». Y, respecto de la obra en sí, el ensayista
señalaba que ella “se nos da siempre dentro de un sistema de
referencias, valoraciones, de ‘sentidos’ o de prejuicios que, fatalmente,
configuran su lectura”.
Con lo anterior, Cerda no postulaba sino el superar la muda “literalidad”
de la literatura, que pretende abstenerse de todo enunciado relativo
a la situación histórico-social en que ésta se
sostiene.
Las personas/personajes que se desplazan a través de esta obra
pertenecen a la clase obrera, por lo tanto corresponden a representaciones
de sujetos social, política y culturalmente excluidos, excentrados.
Ello se torna más evidente en estos días, toda vez que
una de las características del actual proceso es la consagración
(y no sólo tópica) del consenso, categoría que
implica la homogeneización, como lo sostiene Tomás Moulián
y, en ese sentido, la desaparición del otro. Algunos,
como Diamela Eltit, han dado cuenta de este hecho. Esta escritora
sostiene que existe la voluntad de ocultar que el sujeto popular «tiene
una estética, una historia y una producción cultural
importante»; que la pobreza «tiene estrategia, tiene formas
de vida, formas de sobrevivencia que son a veces muy impresionantes,
sobre todo las estrategias de sobrevivencia familiares. Aquí
se está perdiendo todo un habitar, porque ellos tienen muchas
producciones culturales. La pobreza no es solamente drama, también
tiene excedentes estéticos, y eso no está en ninguna
parte».
Ante esta desterritorialización del sujeto popular del ámbito
de lo artístico, la obra de José Miguel Varas irrumpe
con la fuerza de lo explícito, de la construcción de
un discurso que no sólo se instala en esta otredad ignorada,
sino que la expresa con la voz de quienes la componen.
Es así como la voluntad de re-presentar este territorio social
y cultural específico, parece llevar a Varas a escoger una
modalidad híbrida, al menos en el marco de los géneros
literarios canónicos. De este modo, la subversión
es llevada también al ámbito de la forma: La novela
de Galvarino y Elena, «como su nombre lo indica, no es
una novela», se lee en la presentación de este libro.
Con esta mordacidad, se asume que este tipo de discurso se encuentra
descentrado respecto de las clasificaciones establecidas. El
propio autor lo señala, al definir su obra como ficción
documental “o algo por el estilo”. Esa indecisión al momento
de precisar el carácter de la obra puede explicar por qué,
ella en sí misma, trasgrede las categorizaciones canónicas.
Como lo señala Jorge Narváez, el estatuto de los textos
documentales se origina en su ausencia de estatuto; por lo mismo,
éstos son atentatorios respecto de las parcelaciones rígidas
de las especialidades. Al mismo tiempo, afirma Narváez: “el
estatuto de estos textos sin estatuto supera los dualismos del código
de la ficción mentira/verdad”. Y, como veremos más
adelante, no es la única relación que tienden a fragmentar.
Lo interesante del caso, es que –para este crítico chileno–
estos textos “se hacen necesidad en el caso de América Latina,
donde el modelo de escritura testimonial es fundamento en la construcción
del discurso de identidad y representación imaginaria”.
En ese sentido, creemos que, en La novela de Galvarino y Elena,
la forma se entrelaza íntimamente con el fondo, y viceversa:
el recurrir técnicamente al testimonio sitúa a este
corpus textual en el universo de aquellos discursos literarios preocupados
por la identidad. Del mismo modo, la preocupación por ella
encuentra una de sus mejores expresiones en las distintas formas del
testimonio.
El testimonio, a juicio de John Beverley, “es una forma ecléctica
que surge de la hibridación de otras formas disponibles dentro
de la cultura dominante”. En términos de clasificación,
esa hibridación original puede devenir en problema, toda vez
que origina una “variedad irreductible de estructuraciones literarias
contenidas bajo la sombrilla de Testimonio”. Creemos que La novela
de Galvarino y Elena, que no es novela, se ubica en este
ámbito. En efecto, mientras una mirada puede subvalorar esta
obra en términos estético-literarios (es testimonio,
no novela se dirá), otro posicionamiento sobre el texto
puede sostener que el mismo no es útil para un análisis
histórico o sociológico, (es pura literatura,
mascullará). Por último, una visión ecléctica
categorizará serena: esta obra es una novela testimonial, o
bien, un testimonio novelado.
Tal vez la dificultad de ubicar esta obra proviene de la implícita
voluntad de ver en el testimonio ya sea un género literario,
o bien una forma perfectamente delimitada.
Sin embargo, como lo señala Juan Jacobo Villegas, el testimonio
tiende a adoptar y adaptar distintas formas ya existentes de
los géneros discursivos, como ocurre –precisamente– en el caso
de la novela.
En ese sentido, recogemos la definición de testimonio,
propuesta por Villegas, esto es, “un constructo historiográfico,
introducido desde cierto sector de la institución literaria
preocupado por dar visibilidad a cierto tipo de producción
cultural que por transgredir a fronteras tradicionales entre los discursos,
no encontraba un lugar de clasificación necesaria para ser
incluida en ciertos ámbitos de recepción”.
En este caso en particular, la visibilidad que persigue Varas está
referida a las vidas mínimas, pero inmensas, de Elena
y Galvarino, los otros de esta modernidad, con el agregado
de que, a través de esos relatos de vida, de esas subjetividades,
se va elaborando una mirada más amplia y comprehensiva sobre
gran parte de la evolución histórica de nuestro país
durante el presente siglo. De este modo, los sujetos invisibles adquieren
formas, y voces, en las páginas de este libro.
Todo ello es, aunque no se haya deseado, un gesto –también–
político.
En efecto, y esto por el hecho de que, por un lado, el acto de aportar
en una re-lectura y re-escritura de la historia patria, incide en
el constante y diverso desarrollo de la memoria social. Por otra parte,
al privilegiar los relatos autobiográficos de sujetos populares
se están validando los mismos como discursos integrantes de
la historia, como registros válidos de ella. De este modo,
y citamos en esto a Villegas, se están reivindicando subjetividades
no hegemónicas en pos de afirmar una nueva subjetividad (‘conciencia’)
obtenida en el terreno de la acción política (intersubjetividad
contrahegemónica).
Lo anterior queda mucho más nítido si se recuerda que
los protagonistas de esta obra han vivido gran parte de este siglo,
y una importante fracción de ese tiempo lo han hecho como obreros
organizados y militantes del Partido Comunista. En ese sentido, a
través de estos relatos de vida, de estas subjetividades, se
va elaborando una mirada que pretende ser globalizadora y coherente,
al mismo tiempo que se constituye en la expresión de un registro
desde abajo de diversos aspectos de la evolución histórica
de nuestro país, durante el presente siglo.