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La fecunda posteridad de José Miguel Varas

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 16 de Febrero de 2014


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La muerte no ha tenido dominio en la obra de José Miguel Varas. Cinco libros del premio Nacional de Literatura 2006 han aparecido desde su fallecimiento, el 23 de septiembre de 2011. A la recopilación de crónicas y reseñas Debo decir sucede (Catalonia, 2011) se agrega Escucha Chile (Lom, 2012), en la que Luis Landa seleccionó algunas de sus crónicas emitidas por Radio Moscú. Tres títulos más aparecieron en 2013: la reedición de En busca de la música chilena (Catalonia), escrito junto al musicólogo Juan Pablo González; los dos primeros tomos de su Narrativa completa (Lom), que reúne sus nueve novelas, y el rescate de uno de sus primeros libros de cuentos: Lugares comunes, presentado por Mago en enero de este año.

La gran novedad que muestra el libro de Lom es la recuperación de la novela inédita El viaje, sobre un muchacho que se dirige a San Rosendo en tren luego de recibir un telegrama que le comunica la muerte de su padre. Varas la escribió alrededor de 1970. Según cuenta su hija Cristina Varas Largo, el autor encontró el manuscrito entre unos papeles que tenía guardados. Al comentárselo a sus editores de Lom, ellos le propusieron publicarlo a fines de 2011 o al año siguiente. "Cuando lo volvimos a revisar después de su muerte, ya para la publicación dentro de la Narrativa completa, nos dimos cuenta de que había una parte con hartos cambios y correcciones respecto del original. Se ve que lo estuvo revisando hasta el último", dice Cristina Varas.

El crítico Jaime Concha, autor del prólogo de Narrativa completa, considera la novela recuperada un punto de inflexión en la trayectoria de Varas. A juicio del académico chileno radicado en Estados Unidos, El viaje fija una "línea divisoria": antes de 1970 predomina el relato breve o nouvelle (Sucede, Porái ); después, "un trío de textos mayores, que ha extendido de modo decisivo la reputación del autor": El correo de Bagdad (1994), La novela de Galvarino y Elena (1995) y Milico (2007).

Concha destaca en Varas el tratamiento de la oralidad chilena en sus variedades urbanas y campesinas; señala su deuda con la gran tradición del realismo social proveniente de Manuel Rojas, González Vera y Alberto Romero; advierte puntos de contacto con las primeras narraciones de Vargas Llosa y afinidades con la literatura posfranquista de Antonio Muñoz Molina y Manuel Vázquez Montalbán. En términos globales, califica su producción como un "incesante laboratorio de invención, sobriamente original" y dice que su "singular artesanía narrativa constituye hoy por hoy un capítulo esencial de nuestras letras contemporáneas", que alcanza a sumarse a lo que autores como Carlos Cerda, Patricio Manns, Germán Marín "y muy especialmente Carlos Franz están haciendo hoy en el formidable salto cualitativo que ha dado la narrativa nacional".

Sus primeros cuentos

Publicado por iniciativa de Máximo González, editor de Mago, Lugares comunes incluye trece relatos escritos entre 1949 y 1968. Encabeza el volumen "Nosotros", historia con la que José Miguel Varas ganó en 1968 el primer lugar en la versión inaugural del concurso de cuentos de revista Paula. Varas escenifica, con peculiar sentido del humor, la discusión entre un hombre y su amante a bordo de un taxi en el que suena por la radio el famoso bolero de Pedro Junco.

Lugares comunes apareció bajo el sello Nascimento en 1969, gracias al interés del editor costarricense Joaquín Gutiérrez, y fue celebrado por el crítico literario Hernán del Solar en "El Mercurio": "Se ve en su lenguaje una fluidez que sugiere una capacidad de producción nada común. Escribe con sencillez y naturalidad. Se le oye la voz, se le tiene delante, y percibimos el tono exacto de las palabras, el ademán, la sonrisa que le subraya levemente el ingenio con que suele ver el mundo y a sus variadísimos habitantes".

Los tres prólogos incluidos en la reedición del volumen fueron escritos por Iris Largo Farías, viuda del escritor, y sus hijas Inés y Cristina. La familia ha jugado en los últimos años un rol fundamental en la recuperación y difusión de su obra, sobre todo gracias al trabajo de Cristina. "No es que tuviera dudas de lo gran escritor que era mi padre -dice-, pero después de su muerte lo he ido constatando mucho más por la cantidad de personas que se nos han acercado, escrito, llamado, contando que compartieron con él o que escribió algún texto que no conocíamos. Incluso hay un cuento de él escrito a los 13 años en el Instituto Nacional, que no incluyó en Cahuín, y que hace poco encontraron alumnos de la Academia de Letras. Siempre nos llegan comentarios de lo generoso que era. Eso me hace sentir súper bien, es un mayor estímulo para estar involucrada en los textos suyos que yo sé que van a seguir saliendo".

Cristina Varas Largo descarta ser la editora "oficial" de Varas, pero admite que, junto a su madre, es quien más participa en las decisiones relacionadas con su obra literaria y periodística. "Es algo tácito, que se ha dado de manera natural", explica. De las cinco hermanas -una fallecida- ella es la única editora. A su regreso a Chile desde la Unión Soviética, en 1985, Cristina estudió Castellano en la Universidad Católica y varios años más tarde obtuvo el magíster en edición de la Universidad Diego Portales con una tesis que consistía en la recopilación de cien crónicas de José Miguel Varas. Se publicó el mismo año de su muerte, con el título Debo decir sucede.

"Trabajé con cerca de 500 artículos y eso que no alcancé a rastrearlos todos", recuerda. Ahora que se desempeña como editora freelance, luego de tres años como correctora de textos escolares en Santillana, Cristina Varas se propone revisar exhaustivamente la revista "Vistazo", que dirigió Luis Enrique Délano y en la que escribió José Miguel Varas. Ya había alcanzado a leer algunos números cuando hacía su recopilación, pero el material era demasiado, los plazos de la universidad se venían encima y "tampoco era realista hacer un libro gigante". Le quedaron también pendientes números de El Siglo y del diario La Época.

- ¿No te abruma todo el trabajo que se te viene?
- Ahora ya no. Al principio fue difícil por el proceso de su partida, pero ha pasado el tiempo y me siento con más energía para hacerlo. Más capacidades y más decisión también.

- Cuando hacías la compilación dejaste fuera un par de crónicas polémicas. ¿Te dijo que las sacaras para evitar la controversia?
- Es que no le gustaba. Más que no gustarle, le lateaban las peleas, encontraba que eran una pérdida de tiempo. Yo estoy de acuerdo. Cuando le dieron el Premio Nacional hubo algunas declaraciones pesadas, agresivas. Pero de verdad no le importaban mucho. Eso era bien genuino en él. Quizás en su fuero íntimo se molestaba en algún grado, pero su actitud era "son libres de decir lo que quieran". También decía que en gustos no hay nada escrito. En el caso de esas crónicas que excluí, yo después coincidí con él. Las escribió cuando joven, en un contexto periodístico, y decía que no aportaban mucho, prefería dejar solamente textos que inviten a leer, que entusiasmen a la gente.

- Cuando murió Varas se comentó que tenía avanzada una biografía de su cuñado, el folclorista René Largo Farías.
- Sí, se dijo que el libro estaba casi listo, pero no era así. Revisamos y estaba el esqueleto no más. Era su forma de trabajar: pensar mucho, luego hacer un esquema bastante detallado, eso le llevaba harto tiempo, y finalmente sentarse a escribir. La verdad es que el último tiempo no se sentía nada de bien. Trataba de hacer cosas, iba adonde lo invitaban, pero eso le significaba muchísimo más desgaste que antes y casi no le quedaba energía para trabajar en la casa, salvo en las cosas que le pedían: prólogos, presentaciones, charlas en colegios y universidades. Él decía, sobre todo los primeros años después del Premio Nacional, que era como su condena, porque lo hacía con gusto, pero le quitaba mucho tiempo para escribir.

- ¿Nunca pensó en escribir sus memorias?
- Se habló mucho cuando murió de que las estaba haciendo. Tampoco es correcto. Distintas personas se lo plantearon. "¿Cuándo va a escribir sus memorias?", le preguntaban periodistas, literatos, escritores. Y él durante varios años se negó, pero después fue haciéndose a la idea. Una vez me comentó que se había conseguido el libro con los discursos de García Márquez ( Yo no vengo a dar un discurso ) y tenía la idea de juntar todas las presentaciones de libros que había hecho, que son muchas, y tomarlas como punto de partida de una suerte de memorias. Tengo la sensación de que él quería hacer un mosaico de textos de distintas épocas que sirvieran a modo de autobiografía. Eso es algo que me encantaría hacer en algún momento, porque sus discursos son muy entretenidos.

- Jaime Concha dice que muchas obras de José Miguel Varas son textos híbridos, sui géneris e inclasificables, donde se mezclan géneros y formas narrativas.
- Es cierto. Mauricio Electorat está haciendo su tesis doctoral sobre la obra y el personaje de mi padre. Justamente parte de ese punto. Dice que José Miguel Varas inventó un género que no existía y que si bien tiene rasgos del nuevo periodismo de Estados Unidos, es otra cosa totalmente distinta y que él considera una fusión difícil de clasificar. Yo concuerdo con eso. Lo mencioné en mi tesis: hay muchas crónicas que perfectamente podrían ser cuentos. Hay un texto que salió en El Siglo, sobre una huelga, que está posteriormente en Lugares comunes como "Campamento". Es distinto, porque es un relato, pero está basado evidentemente en su crónica anterior. Muchas veces tomaba material periodístico de él mismo y lo transformaba en literatura. En otros casos, escribía ficciones en las que recurría a géneros periodísticos como la entrevista o las cartas al director.

Lector de Franz y Piglia

- ¿Tu padre te pedía opiniones de los libros que estaba escribiendo?
- Muy rara vez. Me acuerdo que me pidió explícitamente opinión sobre el libro Los tenaces: me fue mandando esas crónicas, pero yo tampoco podía opinar mucho; él escribía muy bien y tenía su propia idea de cómo hacer sus libros. El primer borrador se lo mandaba siempre a mi mamá. Por eso ella estaba al tanto de lo que escribía. Con Jaime Concha tenían una relación de mucha amistad y de respeto mutuo. A menudo le enviaba borradores o correos pidiéndole opiniones.

- ¿Te comentaba qué narradores contemporáneos le gustaban más?
- Le entusiasmaba mucho la literatura de Carlos Franz y de Ricardo Piglia. Para todas nosotras era un enigma cómo hacía para leer tanto y a la vez hacer tantas otras cosas, porque estaba súper al día. Siempre le veía dos, tres o cuatro libros en el velador, con frecuencia de nombres que yo no conocía. Leía mucho en italiano y sobre todo en inglés. De repente le llegaban libros de rusos que leía en español o me pedía que le tradujera algún texto del ruso, como uno sobre el agente secreto José Grigulevich, porque quería hacer una nueva edición de Las pantuflas de Stalin. Me acuerdo de que transmitió mucho con Sciascia en su momento, igual que con Pessoa. Pero te estoy hablando de hace quince o veinte años, porque en el último tiempo su vida era una vorágine.

- ¿Cuándo se publicarán sus cuentos completos?
- Seguramente el próximo año. Es un trabajo larguísimo, porque hay cuentos que están desperdigados en distintas publicaciones. Alfaguara tenía hasta hace poco los derechos de los Cuentos completos. Son bastante completos, pero así y todo hay relatos que escribió después o que encontró más tarde. Yo quiero darme el tiempo de ir a rastrear nuevamente archivos. En La Huachita hay dos cuentos que habían sido escritos muchísimo antes y no se habían publicado. Estoy casi segura de que me voy a encontrar con algunos que no fueron publicados en libro. Piensa que solo las novelas tienen 1.500 páginas más o menos. Los cuentos van a tener otras tantas. A ver si para su cumpleaños, el próximo 12 de marzo, también publicamos una edición homenaje de la novela Porái, que en 2013 cumplió cincuenta años.



 



 

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