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CAE LA NOCHE SEGÚN DIJO EL TRUENO
A propósito del libro de poesía Junkopia de Jonnathan Opazo
(Fotografías de Rodrigo Figueroa)
Editorial Bifurcaciones, 2016
Por Claudio Maldonado
Poeta y editor
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II . . . .. . . . . . .
Con las restantes mascaradas
que el tiempo reanuda,
uno piensa en las miles de manos
que ya descorren lúgubres cortinas
en infinitos cuartos amoblados.
Preludios, de Prufrock y otras observaciones
T.S ELIOT
Antes nos gustaba el eriazo Junkopia, lo creíamos infinito en su libertad, la pobreza era un aliado, un hermano que nos daba tiempo para reírnos de las viejas que pavimentaban el patio de la casa nueva por miedo a llenarse las chalas de barro. Pero ahora, en el recuerdo, con esa débil magia que es escribir para el otro, nos encontramos que el eriazo Junkopia se llenó de lavadoras, bolsos con ropa de los setenta, gatos muertos, perros muertos, wáter trizados de liceos peligrosos, colchones estampados a fuego con el orín del padre, del hijo y del espíritu santo del retail. Ahora nuestro eriazo es la montaña infinita de Junkopia, y el lolo-viejo, el viejo-lolo y el niño-niño, por muy tarado que sea, lo tendrá que aceptar. En el eriazo Junkopia no hay altoparlantes que funcionen para llorar o quejarse o gimotear por el destino aciago. Sumidos todos entre los escombros la situación sólo da para escarbar y poner en fila india o hispana todas las sillas de Coca Cola, Fanta o Sprite que se encuentren y montarse en una observación paralizante del estado de las cosas. No es fácil. Súmenle a eso el calor huasteco de la talquinidad: ese vapor calduo de completo sopeado que derrite las cuerinas de las micros y el tungo Jodorowskyano de un krishna de café. Es ahí, en el momento del sentado contemplativo, cuando en Junkopia nos miramos a los ojos y hablamos de Freirina y de su gente. “Pero nosotros somos la Ciudad del Trueno pos, choro, na que ver” -aúlla un huaso con cara de Willy Sabor mientras patina en su camioneta por una calle tapizada en mierda de avestruz. Su nuevo emprendimiento en Singapur. Las sillas quedan tiritando en sus cojeras, porque en Junkopia queremos seguir contemplando, a lo Stephen Hawking, pero sin tanto cerebro, ni con tanta fealdad, pero con algo de corazón y vergüenza, porque al final volver a la crónica no es tan malo. Total no somos Freirina. Algo nos conocen en el Gran Mojón: se nos cayó el pueblo el 2010 y luego Piwi Herman lo lanzó a la usura. Ahora el eriazo Junkopia está lleno de ruinas, pero espérate un ratito que las grúas del capital hagan la limpieza y nos exilien para siempre del horror. Nos hacemos los longis. Mejor. Y seguimos la conversa. Odiamos la fiesta del cerdo en la plaza de armas de Junkopia y odiamos la fiesta del vino, llena de huasolianos frunciendo el pico con su copa en la diagonal. Siempre llega gente con sillas nuevas en esta parte de la contemplación. Nos peleamos con los documentalistas locales por hacer de la miseria del Negrito, del Rucio o del Colorado una forma de olvidar que Junkopia es Junkopia y nada más. No seremos Freirina, y desde lo alto los obreros del eriazo devoran sus panes con jamonada y Africola, fermentan los intestinos con esos postres de pitos de hoja prensada, que deberían liberar litros y litros de rabia, pero que al final, como estamos en Junkopia, solo implotan en el colon estresado de la acumulación. Un tarahumara ancestral nos tiró el dardo del no estallido. Seguimos en las sillas rotas de Junkopia, nos gusta pensar que no somos ese larismo lastimero de la modernidad charcha que se juega en los casinos flaites: “Caballero, ¿se sirve una bibía?, es gratis’” Somos el estallido natural de lo precario, y todo se percola en estas sillas, no siempre, porque la mayoría de las veces tenemos que vivir. Constatación de nuestro reflejo: esperar que algo fuera de lo humano cambie el curso de los ríos infectados, en este eriazo baldío, tataranieto indigno del gran Eliot: Cual ciudad en las montañas cruje y se renueva y estalla en el aire violeta, torres que se derrumban: Jerusalén, Atenas, Alejandría, París Londres y Junkopia.
Texto leído en la presentación del libro el viernes 2 de Noviembre de 2016, Talca.
Fotografía de Rodrigo Figueroa