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“TESTIMONIA EL AUTOR EN ESTAS CUARTILLAS SU PASO POR EL INFAMÍSIMO 73”

Por Jonnathan Opazo Hernandez


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Los poetas que nos importan —pienso— viven fuera del glamour. Ocupan oficios raros. Son nómades y se mueven como sombras azules. Los poetas que nos importan viven en sus textos. Viven en el anonimato y mueren en el anonimato. Quisiéramos para ellos una mejor vida, pero las luces están en otra parte. La plata, por supuesto, también.

En vida, Hernán Carvajal fue Lord Cuchuflí y Juan de Quintil. Tradujo, subterráneamente, las temporadas en el infierno de Rimbaud, a quien leyó —cuenta Felipe Montalva en un texto publicado en Punto Final— en la Escuela Normal José Abelardo Núñez de Santiago. Ofició de profesor rural en escuelitas en el Maule y la Araucanía. De esos trotes en territorios dejados de la mano de Dios, Carvajal aprendió el castellano enrarecido con que escribiría su opus magnum: Inxilio.

En la nota a su segunda edición, a cargo de Agora e Inubicalistas, se nos cuenta que el libro fue publicado por primera vez en 1993 en Los Tebos, Caleta Horcón. De esa primera edición existieron 100 ejemplares autoeditados por el autor. En el texto de la contraportada de ese primer tiraje, Carvajal deja claro el objeto de su texto: «Testimonia el autor en estas cuartillas, su paso por el infamísimo 73. En naves-prisión derivaron embarcaciones en bahía de Valparaíso, luego centenares fueron ninguneados hacia Pisagua. Tal cuenta este libro. Pero para nada espere el lector el facilongo del lineal periodístico. De estas apuntaciones de alteridad no es invalidante el silencio».

Como un Vallejo poseído por su lenguaje trilceano, Juan de Quintil escribe con la urgencia y el dolor del que ha caído preso por las razones equivocadas. Y como un preso, sabe que lo único que tiene a mano es el lenguaje, su lenguaje personal, salpicado de memoria. Un lenguaje vivo, que no es el lenguaje parco, seco, frívolo, de los milicos, de los gorilas, de los informes de los pacos sacando partes o dando órdenes.

En el poema Otrosí del infierno, fechado el 13 de septiembre del 73, escribe: “No son las armas ninguna esperanza de humana inteligencia: quienes las sirven internalizan oscuro rayón. Es bien evidente: sus propios hermanos configuran el centro vivo de los tunazos. Contra toda represión, los proscritos resisten con vientos rojos y vientos negros”.

¿La razón de su detención? Desde 1963, Hernán Carvajal fue un activo militante del Partido Comunista de Chile. Adscribió, con posterioridad, al upeísmo. Y como todo upeliento —mote despectivo que aflora en las boquitas de la derecha chilena cada cierto tiempo—, tuvo que mirar horrorizado cómo el proyecto político de Allende se iba a las pailas, entre aviones, tanquetas y calculada violencia. Frente a esa catástrofe, no quedó otra que inventarse una lengua nueva y rara para sobrevivir al toque de queda verbal de los milicos:

La macroputa de estas asesinaciones
Treinta verdolagas desfajan pantaletas
De los generales traidores
Mirad mi casa rota
Vesania toda de llamas
Esos hawker hunter sus rockets impunidad
Salvador Allende batiéndose solo
Contra nuestra estrella negra
La historia de mi tierra fue actuada
Por enemigos enconados de la vida
Ácaros autocondecorándose de patriotullismo
A vivir con gloria los del deshonor
. . . . Fusiles SIG
. . .. . . . . . . . . fósforo blanco
.. . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . . napalm
La pura matadera contra el popular
En algún lugar podría quedar alguna esperanza.

Carvajal, que como todo buen escritor es también un gran lector, disemina también la obra con sus autores de cabecera: Pavese, Rimbaud, Cernuda. Estos paratextos, pienso, adquieren en Inxilio una luz nueva, la luz lívida del teatro de la historia. Se transforman en el reflejo roto de la realidad quebrada de los presos políticos. “Te ahuecaron los ojos, te rompieron / las manos para traicionar un nombre. / Muéstrame los ojos, dame tus manos: / hijo, estás muerto! Porque tú estás muerto / puedes perdonar: hijo, hijo, hijo!”, escribe el inxiliado traduciendo a Salvatore Quasimodo. Porque si escribir poemas no salva a ningún país del fascismo, el lenguaje poético es, en el mejor de los casos, una resistencia al utilitarismo que la palabra adquiere en boca y puño de dictadores, generales y toda la ralea de custodios del Poder.

Que el libro haya sido publicado en 1993 y no en plena dictadura, probablemente lo aleje de sus pares generacionales –estoy pensando en La bandera de Chile de Elvira Hernández o La Ciudad de Gonzalo Millán, El paseo ahumada de Lihn, etc.—, pero sobrevive también como testimonio de la época. En ese sentido, el caso de Juan de Quintil se parece más al de Juan Balbontín, que luego de escribir El paradero volvió a su Osorno natal, donde murió hace un tiempo. Carvajal, lejos del barullo, murió el 2016 en Pichiquillaipe, cerca de Puerto Montt.

En la portada de esa primera edición de Inxilio, se leen los versos de Enrique Lihn que funcionan como la inscripción del Infierno de Dante: “Nunca salí del horroroso Chile”. De ese erial remoto y presuntuoso que lo envió a la humillación del campo de concentración, del habla dura de los patrones, estos poemas huyen, se vuelcan hacia adentro. Salen a recoger palabras como quien busca setas o identifica pájaros por su canto. Inventan otra forma de nombrar las cosas. Esa es la tarea. No hay otra. Nunca ha habido otra.



 

 

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“TESTIMONIA EL AUTOR EN ESTAS CUARTILLAS SU PASO POR EL INFAMÍSIMO 73”
A propósito de Inxilio de Juan de Quintil (Hernán Carvajal)
Por Jonnathan Opazo Hernandez