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reporte desde Talca
Jonnathan Opazo
Publicado en https://lacitadeunacita.wordpress.com
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UNO.
Estuve cinco años leyendo a tanto profesional del paper, tanta densidad teórico pichulera -en el decir de Geisse-, vi a tanto dirigente universitario engrupido, con el cerebro lleno de hongos hablando de vanguardias inexistentes. Nadie vio esto. Nadie vio lo que vimos ayer en la calle: el saqueo a la farmacia, las barricadas en las esquinas, el Banco Chile en llamas, los pacos que no dieron abasto. El lumpen feliz, “¿quieren agüita, cabros?”, “¡somos terrible’ peligrosooh siii!”, etc. Nadie. Y mañana no sabemos qué chucha va a pasar. Estamos en medio de una tormenta de especulación. Y ahora mismo, el único que me aparece brillante y luminoso, a pesar de que al final se transformó en un viejo amargado y medio reaccionario, es Bolaño, cuando escribió: “Los burgueses y los pequeño burgueses se la pasan en fiesta. Todos los fines de semana tienen una. El proletariado no tiene fiesta. Sólo funerales con ritmo. Eso va a cambiar. Los explotados tendrán una gran fiesta. Memoria y guillotinas. Intuirla, actuarla ciertas noches, inventarle aristas y rincones húmedos, es como acariciar los ojos ácidos del nuevo espíritu”.
DOS.
La tarde de ayer en Talca fue dura. Durísima. Me crié en la región del Maule, conocida, entre otras cosas, por su implacable conservadurismo. Ayer vimos fuego, barricadas, saqueos por doquier. Los niños-lumpen tuvieron su fiesta: aprovecharon el caos para tomarse el centro de la ciudad, ese centro-del-consumo que suele expulsarlos o asimilarlos sólo en funciones menores: aparcando autos o pidiendo limosna en calidad de zombies-pastabaseros. Esta vez llegaron al centro dispuestos a todo. No quiero excusarlos, pero nadie puede negar que tras años y años de lanzarlos a las periferias como seres indeseables sólo engendra rabia y desprecio por la paz social que nosotros construimos a punta de endeudamiento, carreras universitarias poco rentables, deudas infames para tener un título universitario. Etcétera. Esa paz social, ese contrato espurio, fue el que ayer terminó de calcinarse en las barricadas de la calle 1 sur.
La marcha comenzó a las 4 de la tarde. No podría calcular cuánta gente había. Al ojo, éramos una congregación de por lo menos 6 cuadras. Al voleo, escuché a un hombre mayor decirle a alguien por celular que no había visto algo así desde que sacaron a Pinochet. Una hermosa culebra de río que avanzó por las calles céntricas de esta ciuda-intermedia al son de “El pueblo unido jamás será vencido” y “paco entiende, no somos delincuentes / el único que roba es el presidente”. Todo estaba en perfecta normalidad hasta la Plaza de Armas. Ahí comenzó la lluvia de bombas lacrimógenas, los intentos infructuosos por apagarlas. ¿Hubo provocación? Pues claro. La hubo y Carabineros actuó como mejor sabe hacerlo: con violencia. Porque, por favor, hay un abismo enorme entre una masa de personas que, a lo sumo, pueden lanzar piedras, y una tropa de policías armados con chalecos antibalas, escudos, lumas, etcétera.
Ahí comenzó todo. Con la repre vino la euforia. Se levantaron enormes barricadas en la calle 1 sur. En un momento apareció un carro de bomberos porque la nube de humo era tenebrosa. Fueron amablemente invitados a alejarse del lugar. Y lo hicieron. La marcha avanzó y las barricadas siguieron, en una especie de ping-pong entre la poli y los que estábamos en la calle. Retrocedíamos desde la plaza hacia el sector oriente, siempre por l 1 sur. La ex calle comercio. La calle de los retail. Las calles que, luego del terremoto, se transformaron en la vitrina de la gran empresa: Banco Estado, Banco Santander, Falabella, La Polar, Almacenes París, Entel, Claro, WOM. El niño-lumpen sabía, y lo sabíamos nosotros también, que el daño era menor. Pero también había otro grupo de chicos que sabía, y resultó ser así, que la prensa ocuparía esas vitrinas rotas como excusa para llamar a los militares a la calle y ponerle nombre a este huracán que todavía no somos capaces de procesar.
El día de ayer fue la fiesta de la periferia. Y no me extraña para nada. La clase media endeudada llena los centros comerciales los fines de semana. Las clases populares, sin acceso a crédito, probablemente miraron durante años la fiesta insípida de La Clase Media Chilena. Ayer, la clase media estaba en casa, recibiendo Whatsapps alarmistas, muerta de miedo, recibiendo un lavado de cerebro magistral a través de las noticias. Mi madre, a las 11 de la noche, me dijo que comprara cosas para comer porque se venía el desabastecimiento. Mi hermano chico, de 12, me dijo que estaba viendo películas porque las noticias lo estresaban y lo ponían nervioso.
TRES.
Anoche, en cadena nacional, Sebastián Piñera dijo que estábamos en guerra. Que el enemigo estaba organizado y era implacable. Yo estuve en la calle y les puedo decir que el único enemigo, que por cierto carecía de absoluta organización, son las clases populares que olvidaron en sus villas-miseria, en esos blocs miserables rodeados de eriazos y basurales. El enemigo, si es que existe, es lo que ellos mismos crearon mientras se llenaban los bolsillos de plata.
Hoy, los supermercados están cerrados. Los almacenes de barrio siguen funcionando normalmente. Mi vecino, sin ir más lejos, se levanta a las seis de la mañana a preparar pan. A las nueve abre el negocio. Tiene alcohol -que nos sirve para aplacar los nervios y suspirar tranquilos después del caos del día-, verduras, abarrotes y otros insumos de primera necesidad. Eso no debería cambiar, a menos que, maquineados por la derecha, los almacenes comiencen a guardar alimentos para provocar la sensación de escasez que nuestros abuelos experimentaron durante la Unidad Popular.
CUATRO.
No estamos en guerra. Acá la única guerra es la del Presidente y sus primos, esa tropa de ricos oligofrénicos, gente sin calle y sin sangre, a las que nuestros vecinos, nuestros familiares, eligieron para malgobernar un país profundamente desigual y esquizofrénico. Pero nos vamos a cuidar. Porque somos más. No vamos a tranzar. Porque no se tranza con criminales. Y Sebastián Piñera, Andrés Chadwick, Karla Rubilar, sus partidarios, los periodistas de las grandes cadenas televisivas que orquestan esta serenata cruel, son eso y nada más: criminales.
Talca. 21 de octubre de 2019.