CIAN Texto leído por Andrea Palet en la presentación de Cian de Jonnathan Opazo
(Cuadro de Tiza, 2019) Publicado en https://lacitadeunacita.wordpress.com/
Cuando vi el título de este libro de poemas, Cian, pensé que iba a tratar de las artes de la imprenta, que Opazo había hecho una visita a esos lugares de reproducción de panes y peces y le había impresionado que todos los colores del mundo se puedan hacer mezclando solo tres, magenta, amarillo y cian, más negro. Pero no. El origen de Cian está en la biografía de Alexander von Humboldt que escribió la norteamericana Andrea Wolf, La invención de la naturaleza, o también: el origen de Cian está en la descarga eléctrica que supone la lectura como reescritura. Porque yo, si me gusta mucho un libro, leo otro parecido. El poeta, en cambio, escupe,vomita, escribe otro libro-hijo no reconocido: roba, añade, resta, dibuja, rasca, limpia, deja una esencia. Como el maníaco que no suelta su presa, como el boxeador que no deshace el abrazo hasta producir algo nuevo.
En su libro anterior, Cangrejos, la atmósfera era de encierro y enfermedad, la enfermedad del cangrejo, el cáncer. El tono era marrón y el blanco sucio de los hospitales, ese blanco manchado de las paredes con hormigas, el blanco craquelado de los zapatos de enfermera teñidos con betún líquido Virginia. Quien habla está en el trance de las tardes de hospital, quizá “muerto de angustia/ ante el panorama inmenso”, como decía nuestro célebre tuberculoso. Piensa en el cuerpo, en su escaso poder, en la derrota biológica: “… el cuerpo se llueve como una casa vieja”, dice, “el muñón de un diabético como el botón de un árbol”. Apenas se permite la descompresión del humor negro, y hay también una coquetería de la reticencia, en la forma del tópico “no sé si quiero escribir de esto en realidad”, como en los versos “olvidar la metáfora/ rechazar el propósito”, o en el poema “Terminar borrando todo”.
En Cian la mirada no es menos orgánica pero ya no es hacia abajo y hacia adentro sino hacia arriba y hacia afuera, pero un afuera que no es nuestro afuera, nuestro domesticado, turístico y ajardinado afuera, sino el afuera radical de los naturalistas de carboncillo y barómetro, de charqui y grasa de ballena, cuyas travesías de exploración por tierras ignotas para ellos nos cambiaron la cabeza, arrojándonos al tobogán de la modernidad. En la cima del volcán Chimborazo, en Ecuador, Humboldt, a lomo de mula, con mal de altura, los pies con llagas y las manos dormidas de frío, valiente como todos los locos, mira en vivo y en directo la curvatura de la Tierra y se pega un alcachofazo similar al de Darwin en Galápagos o en el cerro La Campana: todo está conectado.
Por qué elegir este tema? No lo sé. Sí sé que nuestra ansia de coraje, de pureza, de peligro narrable, de violencia sublimada, se complace en los relatos de los exploradores puros porque esa posibilidad se cerró para nosotros, observadores castrados de un mundo ya siempre intermediado. Cuando leemos El viaje del Beagle contado por el propio Darwin, o La pérdida de la fragata Wager, de John Byron, o Quince días en las soledades americanas, de Alexis de Tocqueville, o las Memorias de un oficial de marina inglés que tradujo José Toribio Medina, o El peor viaje del mundo, sobre la terrible expedición fallida a la Antártica del capitán Scott, o su contraparte, la increíble historia del Endurance de Shackleton atrapado en el hielo, es casi inevitable querer alguna prenda, una piedra, un token, un hermoso fósil como recuerdo de la aventura humana a la que acabamos de asistir.
Cian es una de estas piedritas, está bien pulida y es muy delgada y plana: perfecta para hacer patitos –o sea para expandir su resonancia– y susceptible de rotar sobre su eje vertical. Hay unos torcimientos gramaticales que me dificultan leerlos en voz alta, pero sí puedo contarles que tiene dos tintes característicos: el primero apunta a la “inconfundible crueldad de la ciencia y la irremediable y seductora violencia de la naturaleza”, como dice Opazo en el poema “Eléctrico”. El conocimiento exige sacrificios, sí, por eso no tuvimos medicina decente hasta que alguien se atrevió a abrirnos en canal para saber qué había adentro. O, como se lee en el poema “Cian”:
Esta ciencia es, en realidad, un catálogo de víctimas. La
naturaleza, que renueva todos los días sus votos de crueldad
–por ejemplo, un tigre asesina a las crías de un mono–, un
sobrio e indiscutible inventario de muertos.
Cerbatana y veneno: la única forma de capturar a un mono tití
es disparar un dardo a su madre para que se desplome selva abajo
–cometa peludo que atraviesa la verde espesura–:
la cría, en su apego irrenunciable, se mantiene adherida a su regazo.
Humboldt, en su apego imperturbable hacia la ciencia,
se mantiene aferrado a su deseo.
Lo que es una lectura muy contemporánea, muy de la nueva piedad. Recorre estos poemas la violencia implícita en la actividad primaria del naturalista, la taxonomía, y se habla de inventario, de insectario –que es siempre contemplación mortuoria–, de catálogo de víctimas en “Cian”, de catálogo de espasmos en “Eléctrico”.
Luego hay otra familia de palabras invitada a esta reconstrucción en chispazos de una vida: la de los colores, que también es una taxonomía, un catálogo, en su forma comercial de Pantone, por ejemplo, y sobre todo un corte aleatorio y convencional de la realidad, que nunca como en los colores es tan obviamente un continuo. Opazo usa con la fruición del exceso los términos relacionados con el azul. Cerúleo, índigo, celeste, cobalto, turquesa, añil, glasto, azur. Cian, por supuesto. Y luego purpúreo y lavanda, blanco perla francés y marino, todo elegante y europeo, todo frío, nunca el complementario del cian, que es el rojo, tan grosero, tan humano. No es por cierto un autor obnubilado por lo germánico, por el azul de los conservadores y de la nobleza, sino uno que eligió empapar la página con las dos superficies más inabarcables y a la vez más cercanas a la vida humana: la atmósfera y el agua.
El azul es el color más raro en la naturaleza, no está en la lista de cien palabras básicas que existen en todas las culturas, es esquivo, venenoso, destiñe más que cualquier otro, pero lo elegimos para representar la inmensidad, el espíritu y todo lo que nos excede, porque al agua la vemos azul, y porque azul creemos que es la atmósfera, que Humboldt llama justamente “océano aéreo”, como nos recuerdan los poemas “Océano” y “Purpúreo”. Esta dualidad es complicada para hacer buena sociología, pero le viene de lo más bien a un ejercicio de poesía.
Felicito entonces a autor y editores de este artefacto azul donde circula a raudales un aire extremadamente limpio, lleno de oxígeno. Es lo que necesitamos para respirar, nada más y nada menos.
Selección de poemas de Cian, de Jonnathan Opazo Cuadro de Tiza. 2019
ACERO
Cimas del Chimborazo:
Humboldt mira la curvatura
de la tierra –la suave loma
del horizonte– y piensa que
cabe completa en la
palma de su
mano. En sus
palabras –cree– no cabe
sino en la forma de cuarzo
o estalactita: dura, áspera,
pero cabe: pesa y luego
llueve sobre un valle o
el techo de totoras de una
cabaña: erupción volcánica
o pesada columna de materia
tritura la irisada curva
del horizonte.
CERÚLEO
Entre sus yemas, Humboldt,
coge una polilla: fino polvo
que recuerda: la sal es luz
coagulada. Volverás a tu
país como la polilla volará
nuevamente, terca, resuelta
hacia el fondo transparente,
tibio, de la fogata; en sus yemas,
nube de Magallanes a escala
de insectario, un cosmos
diminuto en los surcos
del tacto.
AZUL PISCINA
Un plano cerrado
en el cian de la piscina
y una gama imposible
de azules en la superficie
del agua: una pintura de
Hockney salpica el poema:
los sueños celeste de los nadadores
se parecen a los sueños cobalto de los
escaladores de montaña: cosquillas en
la panza del vacío, escozor en el vientre
de un dios turquesa, eléctrico como una pila.
Un plano cerrado: el sonido del agua
es celeste y cian y se parece a los sueños
de los nadadores o las cimas del Chimborazo:
transparencia de cielo y agua: espectralidad
de la materia, gaseosa como un fantasma.
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Texto leído por Andrea Palet en la presentación de Cian de Jonnathan Opazo
(Cuadro de Tiza, 2019)
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