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Patrimonio - 2007 | index | Jaime
Pinos | Autores |
Jaime
Pinos
Ernesto
González Barnert
Jaime
Pinos (1970, Santiago) labora una poética marcada fuertemente por la
contingencia política, social. Y cuya forma de expresión adopta
irónicamente, mordaz, un lenguaje aparentemente de fría crónica,
neutral, con pulso periodístico, de investigación dominical con
baño de estudio social, pero a través de la descripción misma
de los hechos e imágenes. Sin duda, un juego interesante, inteligente y
lleno de aciertos. Poesía, a secas. Y creo que logra plasmar y ensayar
una " recuperación política intencionada", donde "el
texto se pone en uso". Piénsese en la Poesía Situada
de Lihn. Tres ideas de las que el autor es consciente. Así como de pertenecer
a una tradición poética, continuarla. Asunto que se agradece por
estos días dado tanto ego fundador. Como se agradece también la
critica sutil con que logra ayudar a ir dejando vacante, sin sentido, la serie
de discursos boca para afuera y las ideas comunes a toda
época dándoles una vuelta de tuerca inquietante, a través
de una re-utilización brillante de su lenguaje común y recursos
ciertamente eficaces aunque abusados, para mantenernos entontados en el democratismo
actual.
- ¿Cómo llegaste a la
Poesía?
- No soy hijo de intelectuales, pero mis padres
eran lectores. Sobre todo mi padre. En su velador siempre había una pequeña
ruma de libros, tres o cuatro, que leía simultáneamente. En la casa
había una biblioteca, pequeña pero con buenos libros. Mucha literatura
chilena. Varios libros de Manuel Rojas, de Carlos Droguett, de Alfonso Alcalde.
De modo que fui iniciado a la afición o el vicio de la lectura desde muy
temprano. He persistido en ello y me identifico plenamente con lo que alguna vez
dijo Rulfo: si exististiera el oficio de lector, lo hubiera tomado. En
cuanto a la escritura, empecé escribiendo canciones. Primero para la banda
de rock que tuve a los quince. Después, en la frecuencia de la trova cubana
y la canción de autor. Respecto a la escritura con alguna pretención
literaria, empecé a escribir poesía a los diecisiete o dieciocho
años. Recuerdo que mi viejo le compró a Erwin Díaz, que por
ese entonces era un joven poeta que recorría los bares de Bellavista ofreciendo
sus libros, un ejemplar de su antología de poesía chilena contemporánea:
De Parra a nuestro días. Para mí fue un masazo en la cabeza.
Ahí leí por primera vez a Teillier, a Lihn, a Martínez, a
Millán, a Lira. Crecí en una pequeña ciudad de provincia,
Los Andes, durante los setentas y ochentas. Ambiente pueblerino, viejos comercios,
campesinos en blicicleta, victorias y guano de caballo en la Plaza de Armas. Tal
vez por eso me alucinó primero la poética de Teillier, su mundo,
su personaje. Empecé, de forma bastante ingenua, copiándole a él.
- ¿Qué ha significado para ti
la Poesía?
- La posibilidad, demasiadas veces defraudada,
de ser mejor persona. La valentía, traicionada demasiadas veces, de ir
por el mundo con los ojos abiertos. Esa experiencia, ese camino. La exigencia
y la libertad de recorrerlo. De intentar vivir la vida como la continua invención
de ese viaje, de esa aventura. Las respuestas a este tipo de preguntas siempre
suenan un poco idiotas. El significado real y profundo de la experiencia poética
de un escritor está, o debería estar, en sus textos.
-
¿Para quién escribes?
- Escribo para ser leído
porque concibo la escritura como una política. Como una apertura y una
búsqueda de contacto y comprensión de la realidad. Una realidad
que empieza en el otro, en el hipotético lector al cual está dirigido
todo texto. Escribo, ergo el otro existe, escribió Lihn. De cualquier
forma, la pregunta es compleja en la circunstancia actual. En términos
reales, asistimos a la casi completa destrucción del circuito práctico,
vital e imaginario entre los escritores y los lectores de este país. Las
razones son obvias y van desde las bases del modelo de educación a la realidad
paupérrima de bibliotecas, editoriales, librerías y medios de prensa.
Qué otra cosa podría esperarse después de todos estos años
de oscuridad para la literatura y, en general, para el Lenguaje Chileno. Leí
que Phillip Roth sostenía, hace algunos años, que en Estados Unidos
apenas quedaban unos veinticinco mil lectores de literatura. Me pregunto cuántos
quedarán en Chile. A propósito de todo esto, se me viene a la cabeza
el título del primer libro de David Bustos: Nadie lee al otro lado.
- ¿Cuándo escribes necesitas algo
a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc?
- No
soy ritualista. Mientras algunos esperan tendidos la llegada de la inspiración,
un verdadero escritor se levanta de la cama y se pone a trabajar, decía
el mismo Roth. Creo más en el trabajo que en las ceremonias. En cuanto
a lo (estrictamente) necesario: cigarillos, música, libros. Libros sobre
todo. Creo que la historia es de Guillermo Valenzuela, a mí me llegó
de segunda mano: Valenzuela, muy joven, va a visitar a Enrique Lihn a su casa
y ve que éste tiene abiertos muchos libros sobre la mesa y sobre el piso.
Valenzuela le pregunta qué está haciendo. Escribiendo un poema,
le responde Lihn. Todo texto viene de otros textos. Parece obvio, pero no lo es
tanto: para escribir, primero hay que leer.
- ¿Cómo
es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema?
-
Como muchos escritores, trabajo con una libreta donde apunto cosas vistas, leídas
o recordadas. Soy bastante programático, me interesan los libros unitarios
más que las colecciones de poemas. Generalmente, trabajo acumulando materiales
que se van articulando a partir de determinadas temáticas o procedimientos
de construcción. Corrijo mucho. Obsesivamente, maniáticamente. Reduzco,
corto, desecho. Comprendo la escritura poética como una resta cuyo resultado
debería ser lo esencial, lo verdaderamente significativo. Las Palabras
Justas. Las Palabras Precisas. Creo que el oficio o el arte de la poesía
está en eso, en la corrección. En ese trabajo con el silencio, con
la elisión. Millán en su diario de vida y de muerte: Lo
propio de la poesía es la poda.
-
¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- La
escritura es siempre una situación de compromiso. El tema es con qué.
Concibo la poesía como una experiencia de subversión cuyo objetivo
o cuya utopía sigue siendo, como quería el rebelde de Charleville,
cambiar la vida. Como una respuesta, en el plano del lenguaje y de los hechos,
frente a toda forma de injusticia o de dominación. Esa postura orienta
mi experiencia de la literatura y define mis compromisos. Define textos y lecturas
pero, sobre todo, hace las diferencias en un medio donde circulan, peligrosamente
confundidos, lobos y ovejas. Mis admiraciones, mis afectos y mis compromisos están
con aquellos que escriben o han escrito desde la precariedad antes que desde el
poder o la cortesanía. No estoy en el Poder, dice Bertoni. Como
él, elijo la poesía escrita desde otro lugar, aunque ese lugar implique
desaparecer en la zona fantasma o condenarse a la intemperie. Por ejemplo, para
seguir con Bertoni, escribir desde una fuente de soda/ viendo el festival de
la una/ en un televisor motorola.
- ¿Qué
poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y
también la propia vida?
- La respuesta podría ser
larga si tratara de ser exhaustivo. Nombro algunos escritores fundamentales, sus
literaturas: Cortázar, Lihn, Perec, Teillier, Droguett, Millán,
Bolaño. Una experiencia que considero mi principal escuela literaria: La
Calabaza del Diablo, la editorial y la revista. Los años de fuego en
que inventamos y construímos ese espacio y vivimos esa aventura. Dos encuentros:
Ramón Díaz Eterovic y José Ángel Cuevas. Dos autores
que estimo en lo personal y admiro en lo literario, dos escritores que me enseñaron
a comprender y practicar la literatura desde la consecuencia y la generosidad.
- ¿Cómo ves la poesía actual
chilena? ¿Y dentro de ella a tu promoción y a la más jóven?
- Creo que la poesía chilena pasa por un buen momento. Sobre
todo por la diversidad de experiencias, materiales y registros. Creo que esa riqueza
se ha desarrollado en la misma medida que algunas ideas y prácticas literarias
se han ido debilitando. La idea de Poeta Único, por ejemplo. La idea de
Crítico Único, por ejemplo. Respecto a mi generación, si
es que tal cosa existe, no me reconozco para nada en el dibujo trazado por algunos.
Los noventa como una generación académica y apolítica. Creo
que mi poesía, como la de otros autores de mi edad que considero compañeros
de viaje, ha jugado a otra cosa. Me interesan muchos proyectos de gente más
joven que yo, respecto de los cuales siento una gran afinidad. Lo mismo me pasa
con algunas poéticas de la generación precedente, llamada del 87.
Creo que la constitución de una identidad generacional está en proceso,
más allá de algunos planteamientos más bien publicitarios.
Una generación no se constituye sobre la base de prejuicios sino, como
decía Anguita, de una serie de preguntas comunes.
-
¿Qué opinión te merece los talleres literarios?
-
Nunca pasé por un taller y sólo he dirigido uno, el año pasado,
en Balmaceda 1215. No creo que se pueda enseñar a escribir. Sin embargo,
creo que un taller puede llegar a ser un espacio útil para propiciar el
diálogo y el intercambio. Para el planteamiento o la construcción
de problemas e interrogantes que cada uno resolverá en la escritura desde
su experiencia y sus lecturas.
-. ¿De tu
obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento...cuál?
-
Paso. Considero la autoreferencia un pecado capital.
-
¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
-
Por una regla autoimpuesta, un sentido de la disciplina algo ridículo,
termino de leer casi todos los libros que empiezo. Incluso los malos. Sin embargo,
recuerdo un par de excepciones monumentales: La Montaña Mágica
y En busca del tiempo perdido.
- ¿Cuál
es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- La
lista es numerosa. El olvido es un destino frecuente para los libros de poesía
chilena. Uno que se me viene de inmediato a la cabeza: Ciudadano de Armando
Rubio.
- ¿Cuál fue el último
libro de poesía chilena que leíste?
- Veneno de
escorpión azul de Gonzalo Millán. Un testimonio emocionante
respecto a lo que es practicar el oficio de la escritura hasta las últimas
consecuencias. O en términos de Millán, ser poeta 100% Una
demostración práctica, escribiendo hasta morir, de esa radicalidad.
-
¿Qué libro estás leyendo ahora?
- Leo Las
mañas del zorro, una biografía sobre Juan Rulfo. Releo Arte
Marcial de Bruno Vidal.
- ¿Cómo
ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones
le daría a este problema?
- No creo que en Chile exista,
hoy por hoy, una industria editorial. En rigor, el problema involucra a todo el
circuito literario (editoriales, librerías, bibliotecas, prensa) y se explica,
fundamentalmente, por la continua y sistemática pauperización del
lector chileno durante décadas. Las estadísticas a este respecto
son alarmantes. Como he sostenido, la única salida es la autogestión
editorial y la paciente y laboriosa construcción de un público lector.
- ¿Qué piensas de los Premios literarios?
- Meros accidentes. De cualquier forma, no tengo demasiada experiencia
en estos asuntos. No he sido lo que podríamos llamar un poeta laureado.
- ¿Quién te gustaría que
recibiera el Premio Nacional de Literatura?
- No se lo dieron a
Lihn, ni a Teillier, ni a Giaconi, ni a Millán. No se lo han dado a Barquero.
En ese contexto, existiendo varios escritores con méritos de sobra para
recibirlo, lo que me gustaría a mí tiene poca importancia.
-
¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su
política cultural para con la Poesía?
- La situación,
me parece, sigue planteada en los términos en que la puso Nicanor Parra.
Queremos ser país y sólo somos paisaje. En el mismo sentido, no
creo que pueda hablarse de una política cultural para promover la poesía,
y la cultura en general, en un país donde los escritores, como denunciara
alguna vez Carlos Droguett, suelen morir de miseria o de suicidio.
-
¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando
en esto de la poesía, alguien que ha decidido ser poeta?
-
Si se ha de escribir correctamente poesía/ en cualquier caso hay que
tomarlo con calma/Lo primero de todo: sentarse y madurar. Lihn dixit. De cualquier
forma, no soy bueno para dar consejos, sólo regular para recibirlos y muy
malo para seguirlos.
- ¿Cuáles
son los 10 libros que recomiendas leer?
- Me cuesta hacer una lista
así de acotada. Recomiendo leer omnívoramente. Desde El Quijote
a los folletos publicitarios de las multitiendas.
-
¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por
Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
-
Trabajo, junto a los hermanos Roberto y JKO Contreras, en la revista Lanzallamas
(www.lanzallamas.com)
desde hace tres años. La experiencia ha sido muy buena. El soporte digital
ofrece posibilidades de multimedia que permiten cruzar registros y lenguajes.
Música, fotografía, video. Por otra parte, las redes que pueden
construírse a partir de este tipo de medios me parecen fundamentales para
remontar el aislamiento y generar flujos de intercambio y colaboración.
- ¿Qué cosa últimamente te
quita el sueño?
- Mi hija Amparo, de seis meses, la papa
de las cuatro de la mañana.
- ¿Qué
te escandaliza?
- La injusticia. La miseria. La impunidad.
- Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta - que nadie más
te ha hecho- y te la respondieras. Una que nadie ha tenido la gentileza de hacerla.
-
Como dije, la autorreferencia es algo que trato de no permitirme.
-
Y por último ¿A qué le tienes miedo?
- A la
muerte. Más que a la mía, a la de la gente que quiero y respeto.
Vista general
En el espacio,
la
ciudad se extiende
sin control,
como una hoguera,
piedra por piedra,
calle
por calle,
consumiendo el paisaje,
llenándolo de gente, ratas y pájaros
sucios.
Aquí,
la cultura es salvaje
y se construye lo mismo de
savia que de sangre.
El hábitat,
un pequeño gran vertedero
de la modernidad periférica
al pie de Los Andes,
bajo el inmenso
cielo de América.
En el tiempo,
la ciudad se desvanece
bajo
el rigor de los cíclicos terremotos
o a manos de la afición nacional
por las demoliciones.
Aquí,
nada se conserva,
todo se destruye.
Los
lugares y las cosas
apenas ofrecen resistencia
a la continua disolución
de este pueblo fantasma,
ahogado en el río del olvido
donde todo
cambia sin permanecer.
Humo
Como
tupido velo,
la férrea cortina de humo
cubriéndolo todo.
La
neblina densa
de gas y de polvo
gravitando,
depositándose,
sucio
sedimento,
sobre los habitantes y las cosas
Aquí se vive
como
dentro de una caja cerrada,
en la jaula viscosa del smog.
Peces
enfermos
en las aguas podridas de un mar muerto,
boqueamos en medio de la
enorme nube oscura.
Nadamos en ella,
llenando las branquias
con su tufo
metálico.
El veneno que asfixia a la ciudad
(la televisión
mostró hoy los hospitales atestados de niños y de viejos)
es
nuestro líquido elemento.
Aquí ni siquiera el cielo es horizonte.
Y
la mirada,
hecha humo,
ya no es capaz de ver una cordillera,
aún
estando al pie.
Aquí,
como dentro de una caja o una jaula,
transcurren
la vida y la muerte
sin respiro.
Pánico
Estridente
ulular de las sirenas,
rojo de las balizas
destellando
cuando cae la
noche
y la escenografía del pánico
se hace más patente.
Aquí
el miedo es parte del paisaje.
La paranoia,
una minuciosa construcción
social
urdida por intereses y consorcios
cuyo negocio es propagar
la
sensación del asedio,
la solitaria indefensión del habitante
frente
al enemigo interno.
La ocupación policíaca,
una política
de Estado
aceptada por la inmensa mayoría
deseosa de vivir en paz
soslayando
la cotidiana guerra de clases,
sus consecuencias sangrientas.
Aquí
se vive bajo sospecha.
Todos los gatos son negros
cuando cae la noche
en
las calles,
a cada minuto más desiertas
y caminan los últimos
transeúntes,
desconfiando de su propia sombra,
apresurados,
rumbo
al hogar
y su tibio amparo
de rejas,
alarmas
o pistolas
bajo la
almohada.
Domicilio
Fuera de la existencia
impersonal en la ciudad,
el domicilio como acotado espacio de lo sentimental.
Objetos
como talismanes,
metáforas nimias pero tangibles de la propia biografía,
vestigios
conservados para retener en la memoria
la sustancia de otros días, su
aura perdida.
Fotografías, retratos, recuerdos de viaje, reliquias familiares.
Cosas
íntimas sobrepuestas
en el ámbito neutro y meramente funcional
que
definen la arquitectura y el mobiliario.
Escenario privilegiado del exceso
que somos,
el domicilio como lugar donde acontece lo doméstico.
Ese
orden inestable
que revelan los detritos de la vida cotidiana:
la pasta
de dientes a medio terminar,
el diario abandonado en el sillón,
los
zapatos perdidos,
las tazas vacías sobre la mesa.
La geometría
aleatoria de las cosas
puestas fuera de lugar,
una y otra vez,
en los
mínimos desplazamientos del habitar.
Dentro de la vida política
de la ciudad,
el domicilio como otro teatro de sus operaciones.
Aquí,
la
demostración de uno fijo o legal
es requisito para la existencia civil
y económica.
La propiedad de una vivienda,
una aspiración
mayoritaria y un conflicto social.
La seguridad residencial
una obsesión
justificada por la atmósfera del pánico.
Aquí,
el calor
de hogar
se vive a puertas cerradas,
mientras los homeless,
los
desalojados, los invisibles,
se agolpan por un plato de comida
frente a
las puertas del llamado
Hogar de Cristo.
Separación
La
ciudad está organizada
según el principio de la segregación.
Ciudades
dentro de la ciudad,
los guetos se sitúan
a uno y otro extremo de
la escala social.
Arriba, los ricos,
amurallados,
consumen el producto
de la acumulación.
Abajo, los pobres,
a la intemperie,
se consumen
en el rigor de la supervivencia.
Un tramado de impermeables membranas,
mantiene
ambos territorios sociales
rigurosamente incomunicados.
Al interior de sus
respectivos sectores,
demarcados por el límite
del temor o la sospecha,
ricos
y pobres se mueven
cuidando no traspasar la frontera interna.
El extenso
muro invisible
que oculta a unos de otros,
que los separa a uno y otro lado
de
la ciudad dividida.
La vida está organizada
según el principio
de la competencia.
El sistema productivo impone
el individualismo a ultranza
como
moral e ideología.
La selección natural
como norma de convivencia.
La
vida privada
como único lugar de los afectos.
Lo demás,
el
espacio público,
un eriazo hiperpoblado,
la experiencia cotidiana
de la separación.
La multitud de los solitarios,
el abismo de distancia
que
media entre una y otra biografía.
Cada uno en su claustro,
en su
diminuta celdilla hermética,
viviendo su vida.
La multitud
de los desconocidos,
nuestros semejantes,
ese vacío en que nos movemos,
a
golpes o a empujones,
codo a codo
con nadie.
De
80 días (Deriva de Santiago) Texto inédito.
Fotografía
de Alexis Díaz