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Jaime Pinos

Ernesto González Barnert

 

Jaime Pinos (1970, Santiago) labora una poética marcada fuertemente por la contingencia política, social. Y cuya forma de expresión adopta irónicamente, mordaz, un lenguaje aparentemente de fría crónica, neutral, con pulso periodístico, de investigación dominical con baño de estudio social, pero a través de la descripción misma de los hechos e imágenes. Sin duda, un juego interesante, inteligente y lleno de aciertos. Poesía, a secas. Y creo que logra plasmar y ensayar una " recuperación política intencionada", donde "el texto se pone en uso". Piénsese en la Poesía Situada de Lihn. Tres ideas de las que el autor es consciente. Así como de pertenecer a una tradición poética, continuarla. Asunto que se agradece por estos días dado tanto ego fundador. Como se agradece también la critica sutil con que logra ayudar a ir dejando vacante, sin sentido, la serie de discursos boca para afuera y las ideas comunes a toda época dándoles una vuelta de tuerca inquietante, a través de una re-utilización brillante de su lenguaje común y recursos ciertamente eficaces aunque abusados, para mantenernos entontados en el democratismo actual.

- ¿Cómo llegaste a la Poesía?
- No soy hijo de intelectuales, pero mis padres eran lectores. Sobre todo mi padre. En su velador siempre había una pequeña ruma de libros, tres o cuatro, que leía simultáneamente. En la casa había una biblioteca, pequeña pero con buenos libros. Mucha literatura chilena. Varios libros de Manuel Rojas, de Carlos Droguett, de Alfonso Alcalde. De modo que fui iniciado a la afición o el vicio de la lectura desde muy temprano. He persistido en ello y me identifico plenamente con lo que alguna vez dijo Rulfo: si exististiera el oficio de lector, lo hubiera tomado. En cuanto a la escritura, empecé escribiendo canciones. Primero para la banda de rock que tuve a los quince. Después, en la frecuencia de la trova cubana y la canción de autor. Respecto a la escritura con alguna pretención literaria, empecé a escribir poesía a los diecisiete o dieciocho años. Recuerdo que mi viejo le compró a Erwin Díaz, que por ese entonces era un joven poeta que recorría los bares de Bellavista ofreciendo sus libros, un ejemplar de su antología de poesía chilena contemporánea: De Parra a nuestro días. Para mí fue un masazo en la cabeza. Ahí leí por primera vez a Teillier, a Lihn, a Martínez, a Millán, a Lira. Crecí en una pequeña ciudad de provincia, Los Andes, durante los setentas y ochentas. Ambiente pueblerino, viejos comercios, campesinos en blicicleta, victorias y guano de caballo en la Plaza de Armas. Tal vez por eso me alucinó primero la poética de Teillier, su mundo, su personaje. Empecé, de forma bastante ingenua, copiándole a él.

- ¿Qué ha significado para ti la Poesía?
- La posibilidad, demasiadas veces defraudada, de ser mejor persona. La valentía, traicionada demasiadas veces, de ir por el mundo con los ojos abiertos. Esa experiencia, ese camino. La exigencia y la libertad de recorrerlo. De intentar vivir la vida como la continua invención de ese viaje, de esa aventura. Las respuestas a este tipo de preguntas siempre suenan un poco idiotas. El significado real y profundo de la experiencia poética de un escritor está, o debería estar, en sus textos.

- ¿Para quién escribes?
- Escribo para ser leído porque concibo la escritura como una política. Como una apertura y una búsqueda de contacto y comprensión de la realidad. Una realidad que empieza en el otro, en el hipotético lector al cual está dirigido todo texto. Escribo, ergo el otro existe, escribió Lihn. De cualquier forma, la pregunta es compleja en la circunstancia actual. En términos reales, asistimos a la casi completa destrucción del circuito práctico, vital e imaginario entre los escritores y los lectores de este país. Las razones son obvias y van desde las bases del modelo de educación a la realidad paupérrima de bibliotecas, editoriales, librerías y medios de prensa. Qué otra cosa podría esperarse después de todos estos años de oscuridad para la literatura y, en general, para el Lenguaje Chileno. Leí que Phillip Roth sostenía, hace algunos años, que en Estados Unidos apenas quedaban unos veinticinco mil lectores de literatura. Me pregunto cuántos quedarán en Chile. A propósito de todo esto, se me viene a la cabeza el título del primer libro de David Bustos: Nadie lee al otro lado.

- ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc?
- No soy ritualista. Mientras algunos esperan tendidos la llegada de la inspiración, un verdadero escritor se levanta de la cama y se pone a trabajar, decía el mismo Roth. Creo más en el trabajo que en las ceremonias. En cuanto a lo (estrictamente) necesario: cigarillos, música, libros. Libros sobre todo. Creo que la historia es de Guillermo Valenzuela, a mí me llegó de segunda mano: Valenzuela, muy joven, va a visitar a Enrique Lihn a su casa y ve que éste tiene abiertos muchos libros sobre la mesa y sobre el piso. Valenzuela le pregunta qué está haciendo. Escribiendo un poema, le responde Lihn. Todo texto viene de otros textos. Parece obvio, pero no lo es tanto: para escribir, primero hay que leer.

- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema?
- Como muchos escritores, trabajo con una libreta donde apunto cosas vistas, leídas o recordadas. Soy bastante programático, me interesan los libros unitarios más que las colecciones de poemas. Generalmente, trabajo acumulando materiales que se van articulando a partir de determinadas temáticas o procedimientos de construcción. Corrijo mucho. Obsesivamente, maniáticamente. Reduzco, corto, desecho. Comprendo la escritura poética como una resta cuyo resultado debería ser lo esencial, lo verdaderamente significativo. Las Palabras Justas. Las Palabras Precisas. Creo que el oficio o el arte de la poesía está en eso, en la corrección. En ese trabajo con el silencio, con la elisión. Millán en su diario de vida y de muerte: Lo propio de la poesía es la poda.

- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
-
La escritura es siempre una situación de compromiso. El tema es con qué. Concibo la poesía como una experiencia de subversión cuyo objetivo o cuya utopía sigue siendo, como quería el rebelde de Charleville, cambiar la vida. Como una respuesta, en el plano del lenguaje y de los hechos, frente a toda forma de injusticia o de dominación. Esa postura orienta mi experiencia de la literatura y define mis compromisos. Define textos y lecturas pero, sobre todo, hace las diferencias en un medio donde circulan, peligrosamente confundidos, lobos y ovejas. Mis admiraciones, mis afectos y mis compromisos están con aquellos que escriben o han escrito desde la precariedad antes que desde el poder o la cortesanía. No estoy en el Poder, dice Bertoni. Como él, elijo la poesía escrita desde otro lugar, aunque ese lugar implique desaparecer en la zona fantasma o condenarse a la intemperie. Por ejemplo, para seguir con Bertoni, escribir desde una fuente de soda/ viendo el festival de la una/ en un televisor motorola.

- ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
- La respuesta podría ser larga si tratara de ser exhaustivo. Nombro algunos escritores fundamentales, sus literaturas: Cortázar, Lihn, Perec, Teillier, Droguett, Millán, Bolaño. Una experiencia que considero mi principal escuela literaria: La Calabaza del Diablo, la editorial y la revista. Los años de fuego en que inventamos y construímos ese espacio y vivimos esa aventura. Dos encuentros: Ramón Díaz Eterovic y José Ángel Cuevas. Dos autores que estimo en lo personal y admiro en lo literario, dos escritores que me enseñaron a comprender y practicar la literatura desde la consecuencia y la generosidad.

- ¿Cómo ves la poesía actual chilena? ¿Y dentro de ella a tu promoción y a la más jóven?
- Creo que la poesía chilena pasa por un buen momento. Sobre todo por la diversidad de experiencias, materiales y registros. Creo que esa riqueza se ha desarrollado en la misma medida que algunas ideas y prácticas literarias se han ido debilitando. La idea de Poeta Único, por ejemplo. La idea de Crítico Único, por ejemplo. Respecto a mi generación, si es que tal cosa existe, no me reconozco para nada en el dibujo trazado por algunos. Los noventa como una generación académica y apolítica. Creo que mi poesía, como la de otros autores de mi edad que considero compañeros de viaje, ha jugado a otra cosa. Me interesan muchos proyectos de gente más joven que yo, respecto de los cuales siento una gran afinidad. Lo mismo me pasa con algunas poéticas de la generación precedente, llamada del 87. Creo que la constitución de una identidad generacional está en proceso, más allá de algunos planteamientos más bien publicitarios. Una generación no se constituye sobre la base de prejuicios sino, como decía Anguita, de una serie de preguntas comunes.

- ¿Qué opinión te merece los talleres literarios?
- Nunca pasé por un taller y sólo he dirigido uno, el año pasado, en Balmaceda 1215. No creo que se pueda enseñar a escribir. Sin embargo, creo que un taller puede llegar a ser un espacio útil para propiciar el diálogo y el intercambio. Para el planteamiento o la construcción de problemas e interrogantes que cada uno resolverá en la escritura desde su experiencia y sus lecturas.

-. ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento...cuál?
- Paso. Considero la autoreferencia un pecado capital.

- ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
- Por una regla autoimpuesta, un sentido de la disciplina algo ridículo, termino de leer casi todos los libros que empiezo. Incluso los malos. Sin embargo, recuerdo un par de excepciones monumentales: La Montaña Mágica y En busca del tiempo perdido.

- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
-
La lista es numerosa. El olvido es un destino frecuente para los libros de poesía chilena. Uno que se me viene de inmediato a la cabeza: Ciudadano de Armando Rubio.

- ¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
- Veneno de escorpión azul de Gonzalo Millán. Un testimonio emocionante respecto a lo que es practicar el oficio de la escritura hasta las últimas consecuencias. O en términos de Millán, ser poeta 100% Una demostración práctica, escribiendo hasta morir, de esa radicalidad.

- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
-
Leo Las mañas del zorro, una biografía sobre Juan Rulfo. Releo Arte Marcial de Bruno Vidal.

- ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le daría a este problema?
- No creo que en Chile exista, hoy por hoy, una industria editorial. En rigor, el problema involucra a todo el circuito literario (editoriales, librerías, bibliotecas, prensa) y se explica, fundamentalmente, por la continua y sistemática pauperización del lector chileno durante décadas. Las estadísticas a este respecto son alarmantes. Como he sostenido, la única salida es la autogestión editorial y la paciente y laboriosa construcción de un público lector.

- ¿Qué piensas de los Premios literarios?
- Meros accidentes. De cualquier forma, no tengo demasiada experiencia en estos asuntos. No he sido lo que podríamos llamar un poeta laureado.

- ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional de Literatura?
- No se lo dieron a Lihn, ni a Teillier, ni a Giaconi, ni a Millán. No se lo han dado a Barquero. En ese contexto, existiendo varios escritores con méritos de sobra para recibirlo, lo que me gustaría a mí tiene poca importancia.

- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
- La situación, me parece, sigue planteada en los términos en que la puso Nicanor Parra. Queremos ser país y sólo somos paisaje. En el mismo sentido, no creo que pueda hablarse de una política cultural para promover la poesía, y la cultura en general, en un país donde los escritores, como denunciara alguna vez Carlos Droguett, suelen morir de miseria o de suicidio.

- ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que ha decidido ser poeta?
- Si se ha de escribir correctamente poesía/ en cualquier caso hay que tomarlo con calma/Lo primero de todo: sentarse y madurar. Lihn dixit. De cualquier forma, no soy bueno para dar consejos, sólo regular para recibirlos y muy malo para seguirlos.

- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Me cuesta hacer una lista así de acotada. Recomiendo leer omnívoramente. Desde El Quijote a los folletos publicitarios de las multitiendas.

- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
- Trabajo, junto a los hermanos Roberto y JKO Contreras, en la revista Lanzallamas (www.lanzallamas.com) desde hace tres años. La experiencia ha sido muy buena. El soporte digital ofrece posibilidades de multimedia que permiten cruzar registros y lenguajes. Música, fotografía, video. Por otra parte, las redes que pueden construírse a partir de este tipo de medios me parecen fundamentales para remontar el aislamiento y generar flujos de intercambio y colaboración.

- ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
- Mi hija Amparo, de seis meses, la papa de las cuatro de la mañana.

- ¿Qué te escandaliza?
- La injusticia. La miseria. La impunidad.

- Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta - que nadie más te ha hecho- y te la respondieras. Una que nadie ha tenido la gentileza de hacerla.

- Como dije, la autorreferencia es algo que trato de no permitirme.

- Y por último ¿A qué le tienes miedo?
- A la muerte. Más que a la mía, a la de la gente que quiero y respeto.

 

Vista general

En el espacio,
la ciudad se extiende
sin control,
como una hoguera,
piedra por piedra,
calle por calle,
consumiendo el paisaje,
llenándolo de gente, ratas y pájaros sucios.
Aquí,
la cultura es salvaje
y se construye lo mismo de savia que de sangre.
El hábitat,
un pequeño gran vertedero de la modernidad periférica
al pie de Los Andes,
bajo el inmenso cielo de América.

En el tiempo,
la ciudad se desvanece
bajo el rigor de los cíclicos terremotos
o a manos de la afición nacional por las demoliciones.
Aquí,
nada se conserva,
todo se destruye.
Los lugares y las cosas
apenas ofrecen resistencia
a la continua disolución de este pueblo fantasma,
ahogado en el río del olvido
donde todo cambia sin permanecer.

 

 

Humo

Como tupido velo,
la férrea cortina de humo
cubriéndolo todo.
La neblina densa
de gas y de polvo
gravitando,
depositándose,
sucio sedimento,
sobre los habitantes y las cosas

Aquí se vive
como dentro de una caja cerrada,
en la jaula viscosa del smog.

Peces enfermos
en las aguas podridas de un mar muerto,
boqueamos en medio de la enorme nube oscura.
Nadamos en ella,
llenando las branquias
con su tufo metálico.
El veneno que asfixia a la ciudad
(la televisión mostró hoy los hospitales atestados de niños y de viejos)
es nuestro líquido elemento.

Aquí ni siquiera el cielo es horizonte.
Y la mirada,
hecha humo,
ya no es capaz de ver una cordillera,
aún estando al pie.

Aquí,
como dentro de una caja o una jaula,
transcurren la vida y la muerte
sin respiro.

 

 

Pánico

Estridente ulular de las sirenas,
rojo de las balizas
destellando
cuando cae la noche
y la escenografía del pánico
se hace más patente.

Aquí el miedo es parte del paisaje.

La paranoia,
una minuciosa construcción social
urdida por intereses y consorcios
cuyo negocio es propagar
la sensación del asedio,
la solitaria indefensión del habitante
frente al enemigo interno.
La ocupación policíaca,
una política de Estado
aceptada por la inmensa mayoría
deseosa de vivir en paz
soslayando la cotidiana guerra de clases,
sus consecuencias sangrientas.

Aquí se vive bajo sospecha.

Todos los gatos son negros
cuando cae la noche
en las calles,
a cada minuto más desiertas
y caminan los últimos transeúntes,
desconfiando de su propia sombra,
apresurados,
rumbo al hogar
y su tibio amparo
de rejas,
alarmas
o pistolas
bajo la almohada.

 

 

Domicilio

Fuera de la existencia impersonal en la ciudad,
el domicilio como acotado espacio de lo sentimental.
Objetos como talismanes,
metáforas nimias pero tangibles de la propia biografía,
vestigios conservados para retener en la memoria
la sustancia de otros días, su aura perdida.
Fotografías, retratos, recuerdos de viaje, reliquias familiares.
Cosas íntimas sobrepuestas
en el ámbito neutro y meramente funcional
que definen la arquitectura y el mobiliario.

Escenario privilegiado del exceso que somos,
el domicilio como lugar donde acontece lo doméstico.
Ese orden inestable
que revelan los detritos de la vida cotidiana:
la pasta de dientes a medio terminar,
el diario abandonado en el sillón,
los zapatos perdidos,
las tazas vacías sobre la mesa.
La geometría aleatoria de las cosas
puestas fuera de lugar,
una y otra vez,
en los mínimos desplazamientos del habitar.

Dentro de la vida política de la ciudad,
el domicilio como otro teatro de sus operaciones.
Aquí,
la demostración de uno fijo o legal
es requisito para la existencia civil y económica.
La propiedad de una vivienda,
una aspiración mayoritaria y un conflicto social.
La seguridad residencial
una obsesión justificada por la atmósfera del pánico.
Aquí,
el calor de hogar
se vive a puertas cerradas,
mientras los homeless,
los desalojados, los invisibles,
se agolpan por un plato de comida
frente a las puertas del llamado
Hogar de Cristo.

 

 

Separación

La ciudad está organizada
según el principio de la segregación.
Ciudades dentro de la ciudad,
los guetos se sitúan
a uno y otro extremo de la escala social.
Arriba, los ricos,
amurallados,
consumen el producto de la acumulación.
Abajo, los pobres,
a la intemperie,
se consumen en el rigor de la supervivencia.
Un tramado de impermeables membranas,
mantiene ambos territorios sociales
rigurosamente incomunicados.
Al interior de sus respectivos sectores,
demarcados por el límite
del temor o la sospecha,
ricos y pobres se mueven
cuidando no traspasar la frontera interna.
El extenso muro invisible
que oculta a unos de otros,
que los separa a uno y otro lado
de la ciudad dividida.

La vida está organizada
según el principio de la competencia.
El sistema productivo impone
el individualismo a ultranza
como moral e ideología.
La selección natural
como norma de convivencia.
La vida privada
como único lugar de los afectos.
Lo demás,
el espacio público,
un eriazo hiperpoblado,
la experiencia cotidiana de la separación.
La multitud de los solitarios,
el abismo de distancia
que media entre una y otra biografía.
Cada uno en su claustro,
en su diminuta celdilla hermética,
viviendo su vida.
La multitud de los desconocidos,
nuestros semejantes,
ese vacío en que nos movemos,
a golpes o a empujones,
codo a codo
con nadie.


De 80 días (Deriva de Santiago) Texto inédito.

 

 

 

Fotografía de Alexis Díaz
 


 

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