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La venganza de Lira

Revalorización de la figura del poeta chileno

Jaime Pinos
Texto leído en la mesa Revalorización de la figura del poeta chileno. Primer encuentro nacional de poesía Pero en Talca. Noviembre de 2008.

 


Es octubre de 1981. Plena dictadura. En la pantalla de Canal 11, suena la orquesta anunciando al próximo participante. El animador empieza a leer la tarjeta de presentación. Titubea. “¿Cuánto es su apellido, don Rodrigo?” pregunta. “Canguilhem”, responde el participante. El animador reanuda la presentación: “Rodrigo Lira Canguilhem. Soltero. 31 años. Profesión: editor. El tema: análisis del autor”. Aplausos del público. Caracterizado y vestido de moro, Lira  hace una breve introducción respecto a la importancia de conocer a los clásicos. La cámara enfoca su rostro en close up. Menciona a Goethe, a Miguel de Cervantes, a Shakespeare. Luego, inicia su actuación. Blandiendo una larga daga empieza a declamar un fragmento de Otello. Suena la trompeta de eliminación, pero Lira prosigue y termina:

así mis negros pensamientos,
con pasos airados,
no han de volver al dulce amor,
hasta que una venganza dura y plena,
no los engulla.

Yolanda Montecinos habla por el jurado. “Yo le voy a dar, por su actitud, fíjese, por su actitud: 2000 pesos dice”. Dos meses después, Lira se cortará las venas en la tina de su departamento.

La revalorización de la figura del poeta chileno, se llama esta mesa. Recuperar el valor perdido por el poeta chileno. O, lo que realmente importa, recuperar el valor perdido por la poesía chilena. Creo que a este respecto lo primero sería situarse. Entonces, se me viene a la mente la imagen de Rodrigo Lira en ¿Cuánto vale el show? En más de un sentido, creo que su última performance es una metáfora dramática del largo y crudo invierno que han sido los últimos cuarenta años para nuestra poesía. Porque escribo estoy así Por/Qué escribí porque escribí es/Toy vivo, la poesía/Terminóo conmigo escribió Lira en su “Ars Poétique”, parodiando a Lihn.

Habría que empezar estableciendo esa situación. La orfandad y el abandono que la poesía chilena ha tenido que enfrentar y sobrevivir durante las últimas décadas. La poesía chilena es un gas, dice Bolaño. Y tiene razón si se piensa cómo su lugar, si es que ese lugar alguna vez existió, se ha ido desvaneciendo casi por completo en medio de un país que ha marchado en el sentido contrario y la ha relegado al rincón de las cosas inútiles o inservibles.

La poesía no sirve para nada, me dicen escribe Elicura Chihuailaf. Es cierto. La poesía es algo que vale poco o nada en una sociedad como la nuestra. Ya lo dijo Piglia: en sociedades como ésta, sociedades organizadas en función de la mercancía y la Utilidad, la literatura no existiría si no se la hubiese encontrado hecha. En Chile, la poesía ha sido reducida a una práctica tan minoritaria y secreta como ciertas formas de ocultismo. Esa es la situación.

Habría que pensar también en cuanta responsabilidad le cabe a los propios poetas en todo esto. La poesía chilena suele ser una hoguera de vanidades donde lo que importa no es la poesía sino la figuración y el acceso a ciertas cuotas de poder o respetabilidad. En este sentido, la poesía nacional, o su práctica degradada, suele reproducir la lógica de competencia y canibalismo imperante en vez de concentrar sus energías en hacer más y mejor poesía.

Como sea, en este País de Poetas la poesía pareciera estar en un proceso irreversible de extinción o haber sido condenada sin remedio a la invisibilidad total. Pasto de farándula, los medios sólo se interesan en ella si pueden presentarla como un mundo canallesco donde la envidia es ley y los autores se pelean a dentelladas para diversión del público. En cuanto al apoyo estatal, las prioridades claramente son otras. La poesía no es parte de la estrategia de desarrollo nacional. De hecho, en el contexto actual, estas palabras de Martí, tituladas justamente “El valor de la poesía”, suenan extemporáneas y hasta ridículas: ¿Quién es el ignorante que sostiene que la poesía no es necesaria a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental que creen que toda la ruta se acaba en la cáscara. La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿Adónde irá un pueblo de hombres que haya perdido el hábito de pensar con fe en la significación y el alcance de sus actos? Buena pregunta.

Sin embargo, y en esto hay una tremenda paradoja, la poesía chilena subsiste. No sólo eso. Sin pecar de falso optimismo, es evidente la cantidad de publicaciones, encuentros y proyectos editoriales que han aparecido y siguen apareciendo, porfiadamente y a pesar de la aridez del paisaje. Siempre ha sido así. La verdadera poesía chilena se ha hecho a la intemperie, ajena a la comodidad de los altos salones, la ilusión del éxito o los trucos publicitarios. Sobran los ejemplos. Poesía desmintiendo, en el lenguaje de los hechos, su supuesta imposibilidad. Ese fue el camino y el trabajo de poetas como Lihn, como Teillier, como Millán, como Juan Luis Martínez. Afirmación de la poesía como una forma de vitalidad y de comprensión de lo real, a pesar de todas las muertes y de todos los prejuicios que han ensombrecido y siguen ensombreciendo a este país.

La poesía no muere, sólo duerme dijo Alfonso Alcalde. Aún más, diría yo. La poesía chilena, hace ya un tiempo, ha comenzado a despertar. Una demostración es este mismo encuentro, así como el torrente de escrituras, textos y proyectos que han ido emergiendo en los últimos cuatro o cinco años. Un torrente aún difuso y subterráneo pero que, poco a poco, libro a libro, ha ido incrementando su caudal hasta conformar una escena potente y diversa. Paradoja: la poesía chilena crece y se multiplica en medio del desierto. En el eriazo de un país que parece haber perdido el alma en los ritos vacíos del consumo y el espectáculo.

Sostener ese trabajo, seguir apostando a ese imposible que ha sido siempre la poesía en este país, es nuestra responsabilidad y nuestro desafío. El tiempo dirá si tuvimos el valor de hacerlo. Valor en el sentido de valentía. Si fuimos capaces de imponer la poesía en medio de este presente. Si fuimos capaces de cumplir, contra los que alguna vez pretendieron o siguen pretendiendo hacer desaparecer la poesía chilena, la venganza dura y plena que prometió Rodrigo Lira.


 

 


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