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La poesía como política
Jaime Pinos
Intervención en mesa de debate sobre “Poesía y política: estrategias a la realidad en los discursos políticos recientes”, moderada por Camilo Brodsky, y la participación de Pablo Paredes, Ernesto Guajardo, Víctor Hugo Díaz, organizada por
Editorial Cuarto Propio en
Feria Internacional del Libro de Santiago, 2007.
Un par de versos de Juan Cameron para empezar. El poema, publicado a fines de los ochenta, se llama justamente Poesía Política: La situación en Chile es extremadamente compleja /No entiendo una palabra / No sé resolver este problema. Creo que estos versos de Cameron ponen las cosas en los términos precisos. La poesía política como un intento de comprender la situación, de resolver las preguntas planteadas por la realidad, a menudo dramática, de este país. Lo que sigue es el esbozo de algunos elementos, para mí imprescindibles, en la construcción de una poesía política en el contexto actual. O mejor, de una poesía que opere o sirva como una política, esto es como una estrategia de apropiación y transformación de la realidad, aquí y ahora.
La poesía como estrategia textual. Una poesía política debería plantearse, en primer término, como una relación, siempre compleja o problematizadora, entre lenguaje y experiencia. A este respecto, me parece que hay dos cuestiones fundamentales.
La primera es la posición que ocupa o pretende ocupar el poeta, el lugar desde dónde observa y habla. A más de cincuenta años de la publicación de Poemas y Antipoemas, creo que las aguas de la poesía chilena siguen divididas entre aquellos que trabajan por continuar y profundizar la empresa desacralizadora de Parra, o de rescatar la radicalidad de su impulso inicial, y aquellos que pretenden restituirle al poeta su aura sagrada. Poetas terrestres versus, como los llamaba Neruda, poetas celestes. O en términos de Bolaño: Poesía Civil versus Poesía Sacerdotal. Me parece obvio que una poesía política sólo podría encarnarse en el tipo de poeta que fueron o en que intentaron convertirse Enrique Lihn, Rodrigo Lira o Gonzalo Millán. Antes que un medium o un sacerdote capaz de conectarse con las altas esferas, poseedor del don prestigiante de la clarividencia, tan sólo un diestro operador del lenguaje. O como diría Lihn respecto a la labor poética, como siempre en tono paródico: ser un buen narrador que hace su oficio/ a medio camino entre el bufón y el pontificador.
La segunda cuestión en el ámbito textual es el material de trabajo. Si la poesía política debería ser la tentativa por comprender la situación vital e histórica en que ella misma tiene lugar, lo fundamental, antes de escribir, sería leer. El país como un inmenso texto, escribe José Ángel Cuevas. Una poesía política tendría que ser capaz de desmontar, a través de sus operaciones con el lenguaje, el juego de significados y significantes que constituye la realidad actual. La poesía política es o debería ser un ejercicio de lectura o deciframiento, en un plano tanto simbólico como práctico, de la situación del país. Una situación extremadamente compleja, como dice Cameron, cuya interpretación implica, necesariamente, su refutación o su crítica.
Otro campo ineludible para la construcción de una poesía política es el rescate o la relectura de la tradición. Lo que se ha llamado poesía política, o poesía social, tiene antecedentes bastante remotos en la tradición chilena. Un primer antecedente es la Lira Popular. Poetas como José Hipólito Casas o Rosa Araneda, entre otros, así como poetas anónimos o desconocidos, lograron, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, articular un discurso poético enraizado y dirigido al mundo popular. Me parece que ese es el origen de un arco que se abre con Carlos Pezoa Véliz y alcanza, en términos del material poético y la intención política, a la vertiente abierta por la antipoesía y sus principales herederos (pienso en el Lihn de El Paseo Ahumada o La aparición de la Vírgen). En términos más contemporáneos, creo que esa línea de trabajo con la contingencia histórica y social tiene entre nosotros continuadores relevantes como José Ángel Cuevas o César Soto, por mencionar sólo un par de nombres.
Finalmente, más allá de lo textual, creo que una poesía política debería hacerse cargo, en términos prácticos, de su desesperada situación en este País de Poetas. Después de casi cuatro décadas de pauperización o abierto sabotaje del circuito entre escritores y lectores, la poesía chilena debería asumir como primera tarea recomponer sus propias condiciones de existencia. Para ello, además de la apelación a un estado demostradamente indolente respecto a la cultura en general, la poesía debería abordar el camino de la independencia y la autogestión como el único viable para recomponer ese circuito. En el contexto actual no basta con escribir, también hay que hacer literatura. Creo que la emergencia de editoriales y proyectos autogestionarios en el último tiempo, alentados sobre todo por las promociones más jóvenes, es una esperanza y un síntoma de vitalidad a este respecto.
Escribo poesía para seducir mujeres y para destruir el sistema capitalista... en ese orden escribió el poeta norteamericano Kenneth Rexroth. Un poeta declaradamente revolucionario cuya tentativa, inspiración fundamental para los beats, era, en sus propias palabras, la de aunar erotismo, misticismo y revolución. Para los que aún sostenemos la creencia, casi esotérica a estas alturas, de que el cambio social es posible, creo que sus palabras encierran una intuición fundamental y totalmente valedera. La intuición de que la poesía puede contribuír a alimentar una nueva perspectiva que en vez de disociar las dimensiones sociales e individuales de ese cambio, trabaje por integrarlas. La Historia nos ha enseñado cómo esa disociación ha llevado al fracaso reiterado del proyecto de cambiar radicalmente esta sociedad, sustituyendo un poder por otro, una dominación por otra. Un fracaso que le ha costado la vida o la segregación a una multitud de poetas. Dos casos dramáticos que se me vienen de inmediato a la mente: Maiakovski y Roque Dalton.
Sin embargo, pensando en el futuro (y pensar en el futuro o imaginarlo es también una tarea ineludible para la poesía) creo que la poesía debe trabajar y fortalecerse para cuando los tormentosos vientos que corren cambien de dirección. Entonces, si ese día llega y la poesía chilena ha tenido la valentía sufuciente como para sobrevivir, su experiencia podría aportar a ese cambio lo que hasta ahora ha sido su carencia principal. Le preguntan a Lihn, año 1968: ¿En qué forma la poesía es capaz de ayudar, sin dejar de ser poesía, al avance en la conciencia revolucionaria del pueblo? Termino esta intervención con su respuesta: Impidiéndole dormitar en esquemas o en vagas generalidades, ampliándola o clarificándola en la dirección , en el ámbito de la sensibilidad. En una situación ideal, a la que es preciso acercarse, la poesía aportaría a la revolución su necesaria dimensión interior.
Santiago, Noviembre 30 de 2007