En poesía es mucho lo que se puede decir y tan escasas las certezas. Me
cuesta creer en los poetas que piensan saber cabalmente lo que es la poesía.
Dudo incluso de su franqueza: me parece que un poeta sincero reconoce la incertidumbre
ante la creación, la comunión entre el silencio y el tiempo. Aquellos
que pretenden describir, usualmente prescriben la escritura correcta. Pero nada
es más tajante que la incertidumbre. La supuesta distinción entre
poetas académicos y autodidactas es al fin al cabo superflua: todo poeta
es un autodidacta en la medida en que no existe formula para escribir poesía,
y es también académico en la medida en que lee.
Basta con
observar la milenaria escritura china para darse cuenta de la modestia a la que
nos remite el tiempo. ¡Qué estulticia más grande pensar que
se tienen dominadas las certezas del futuro! La cronología y el deber ser
nada tienen que ver con lo poético.
En mi caso, la experiencia
temporal de la creación aparece muchas veces traspasada por un susurro
que decanta finalmente en guijarros de experiencia. En la maduración de
la palabra, el tiempo pareciera albergar un cobijo insondable. El trabajo poético
sustenta un sentido semejante al de un alquimista: las palabras con las cuales
se trabaja constituyen a la vez a quien la ocupa: el poeta. Cada poema contiene
la necesidad de afirmarse a una palabra, inclusive a una sola palabra, y no desgarrarse
en el pasmoso desorden. De aquí germina el lugar de una constelación.
Wang-Fô teje el estambre con la suavidad del laúd.
Los colores
fijan sus luces diamantinas, señales de una llamarada desmentida por un
amasijo de manchas confusas. No se sabe si Wang-Fô desconfía demasiado
o si el mundo no es más que un cúmulo de imágenes umbrías,
borradas sin cesar por nuestras lágrimas.
Los poetas también
intentamos pintar las letras, uniendo la niebla del lenguaje, presintiendo los
secretos íntimos de los recodos, como si las palabras ardieran y al mismo
tiempo quemaran sus propias cenizas.
Por eso los dos intuimos que la vida
arañada por las palabras sólo abre la diáspora del
alba.
La
jardinera
Una intensa luz se recuesta en el jardín.
Las palomas aparecen desde las sombras, vuelven del norte y sus gorjeos ruedan
por la mañana. ¿dónde está el trino? La garganta se
va anudando en el canto, y me dices que al medio hay un abismo sin música
ni luz. Deseo volver a la hiedra enraizada del diamante fino, estrechar la patria
gastada con tu cruda voz. Ahora que nos derrumbamos como arena, y se avecina la
ominosa oscuridad, el jardín abandonado del canto herido retira su iluminación.
En él se ve asomar la siembra podada por ti misma en los rincones de tu
voz.