CRIMINAL de Jaime Pinos. Libros La Calabaza del Diablo, 2004, 46 páginas.
Yo soy el implacable
Por Alejandro Zambra
Hoja por hoja. Las Últimas Noticias. 2003
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“A otros les tocó el premiado./A mí, sólo una mierda de vida/y toda una vida de mierda para malvivirla”, escribe Jaime Pinos en “Criminal”, raro volumen de poemas recién publicado por Libros La Calabaza del Diablo en el que –a partir de monólogos y abundantes citas de prensa- el autor intenta darle una vuelta de tuerca a la biografía de Roberto Martínez Vásquez, más conocido como “EL Tila”, monrero, drogadicto, violador y asesino que en diciembre de 2002 se suicidó en su celda con el cable de una máquina de escribir eléctrica.
Autor de “Los bigotes de Mustafá”, una buena novela –una buena primera novela para ser más preciso-. Pinos (33 años) ha elegido ahora la poesía para abordar la complejísima historia de “EL Tila”. La lectura de “Criminal” revela que la elección de este género no pudo haber sido más adecuada: la idea es esquivar la moralina, presentar los hechos desde adentro sin mayores distorsiones, como si se tratara de la documentación de un caso cuyo juez, naturalmente, es el lector. La intimidad propia del monólogo poético (o “monólogo dramático”, como llaman los ingleses a este tipo de texto) permite construir un retrato convincente y, desde luego, terrible.
Aparecen, así, en brutal convivencia, los muchos rostros de “El Tila”: el niño criado por sus abuelos y violado por sus tíos que vendía globos y pedía limosna en el sur; el delincuente juvenil aparentemente rehabilitado que hasta ganó un concurso literario (“si alguna vez me dieron algo/fue tan sólo para sacarse fotos”, apunta Pinos), pero que luego reincidió y agudizó la crueldad de sus crímenes; el preso de alto riesgo que según los informes médicos poseía un nivel intelectual superior al promedio; el introvertido vecino que “sabía de todo, siempre estaba leyendo”; y el criminal, finalmente confinado en un cubículo, que le dirige una carta al ministro del Interior criticando el tratamiento de que ha sido objeto.
No se crea, en todo caso, que Pinos intenta “estetizar” o sublimar el horror; aunque suene a un despropósito, su interés es más político que “literario”. Lejos de las estilizaciones épicas de los simpatizantes del crimen perfecto (Borges, por poner un caso) o –si pensamos en el cine- de la bella violencia de Quentin Tarantino, acá la sangre es sangre y no un pretexto para desplegar argumentos librescos. De ahí que resulten inapropiadas algunas referencias (una cita de Thomas de Quincey, en especial) acaso demasiado literatosas al lado de la demoledora y arriesgada “realidad” de los episodios convocados.
“Para evadirse de mí,/ellos han acumulado/rejas, alarmas, dispositivos,/guardias a contrata y policía regular,/armas, celdas de castigo, picanas eléctricas”, hace decir Pinos a “El Tila”, plenamente consciente de que representa todo lo que el optimismo oficial quiere encubrir: “Yo soy el que acecha/Yo soy su miedo”, “Yo soy el que no tiene piedad/Yo soy el implacable”, “Yo soy el que no tiene perdón/Yo soy el condenado”, asegura, agónicamente orgulloso de su absoluta marginalidad.
El lector de “Criminal”, se ve obligado a detenerse en su propia paranoia, a mirarse en un espejo enormemente incómodo: ese es el principal mérito de este libro de Jaime Pinos.