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"Recolector de pixeles" de Christián Aedo
Lo que tenemos y no tenemos que decir

Jaime Pinos

Pequeños cuadros de color, la mínima unidad de que está compuesta una imagen digital. Pixeles. Fragmentos. De eso está hecho este libro. Lejos de cualquier ficción de representación unitaria, este libro se articula como una constelación de sentido en la que, tanto como lo que dice cada fragmento, importa lo que dice el vacío entre ellos. Vacío en el sentido de silencio: tras cada una de las palabras que construyeron esta imagen/tras los colores/el espacio residual/intraducible que separa a una pregunta de su respuesta/la parte más pequeña de la pantalla/un punto en la frontera irrelevante/entre lo que tenemos y no tenemos que decir.

El texto es aquí un espacio. Un espacio definido no a partir de sus límites sino de los objetos que lo ocupan: Alinear palabras y redefinir un espacio/es como si fuéramos a ordenar los muebles/de una casa con grandes muros blancos/Dar la dirección precisa a cada objeto/a cada sílaba/línea geográfica fatal/Buen gusto/cuando sólo se piensa en llenar agujeros/Un espacio se define por los objetos que lo habitan. Este texto, su forma de relacionar realidad y lenguaje, puede leerse como una especie de campo de fuerza o de ámbito energético en el cual las palabras y las cosas definen su pertenencia por acumulación de tensiones entre sí y respecto a la totalidad. Una totalidad difusa cuya imagen se vislumbra y, a la vez, se desvanece.

En el juego de cámaras, o de puntos de vista, que propone este libro, otra estrategia privilegiada es la del zoom. El fragmento, o el píxel, sólo pueden verse mediante el acercamiento del lente. Paradójicamente, este enfoque en lo mínimo, este cierre del ángulo en un primerísimo plano del objeto, es una estrategia de distanciamiento que hace posible una imagen más clara en el contexto del flujo y la continua mutación de la modernidad urbana: Donde la imagen se píxela rápidamente la ciudad se detiene por un momento.

Recolector de pixeles es un libro antilírico, en el sentido en que Parra o Lihn son poetas antilíricos o, si se prefiere, narrativos. Sin embargo, y como consecuencia de sus propios principios constructivos, su narratividad es problemática y ese carácter es justamente uno de los contenidos fundamentales y más interesantes del libro: es el problema de tratar de hilar una historia/precisamente esos caprichosos momentos en que exageras/y todo se desvanece/repentinamente/hay un vacío.  

Desplazamientos textuales en la página, juegos de tipografía, recursos gráficos e intervenciones en la materialidad del libro. El trabajo con la forma metaforiza la dispersión y la fractura de la experiencia y la realidad de que se habla en el texto. La forma es aquí una extensión del contenido, como quería Robert Creeley.

En cuanto al ejercicio de la escritura como experiencia individual, el sujeto se plantea a sí mismo como un recolector. Alguien que no inventa nada. Alguien que se limita a juntar los trozos dispersos como quien recoge guijarros en el río. Yo no busco, encuentro. Picasso dixit. Desde esta perspectiva, el trabajo escritural es aquí una labor de registro y montaje donde el poeta es un diestro operador del lenguaje,  términos en que Rodrigo Lira definía su propia práctica poética.

Esto último me parece importante. En medio de las proclamaciones rimbombantes, los discursos autoreferentes o la astucia publicitaria de ciertas poéticas presentes en el campo actual, creo que las definiciones respecto a este asunto demarcan ciertas diferencias y agrupamientos. Alternativamente a las poéticas cuyo centro es la hipérbole del yo o  el remakedel personaje decimonónico del vidente o el demiurgo, creo que se ha ido constituyendo una corriente que pone el acento en otra parte. Una corriente que comprende y practica la poesía como una epistemología y una política antes que como un lugar de legitimación o prestigio con base en el viejo mesianismo o la espectacularización del autor. Poesía civil v/s poesía sacerdotal, decía Bolaño. Pensando en textos publicados recientemente, se me vienen a la cabeza libros como Paraderos iniciales de Raúl Hernández, Raso de Carlos Cardani o Retiro de televisores de Edson Pizarro, por poner tres ejemplos en registros bien distintos.

Recolector de pixeles es un libro que contribuye a una comprensión y una práctica más compleja y problematizadora de la poesía en el contexto presente y en relación a la tradición en que pretende inscribirse. El epígrafe de Lihn que abre el texto no es casual. Lihn comprendía la poesía como una forma de callar. Habría que repensar con mucha detención las implicancias teóricas y prácticas de esta tesis. En el mismo sentido, este libro de Christian Aedo nos recuerda que la poesía es una delgada línea entre lo que tenemos y no tenemos que decir.

Isla Negra. Abril de 2010

 

 

 

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"Recolector de pixeles" de Christián Aedo.
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