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Anotaciones a 18 poetas jóvenes de la Región Metropolitana

Jaime Pinos


Parto agradeciendo a los editores de Poética.cl la invitación a presentar este libro. Lo que sigue son algunas anotaciones, ideas apuntadas en el transcurso de su lectura.

En una mirada panorámica, sólo eso es posible en estas líneas someras, diría que los textos de esta compilación demuestran, claramente, la vitalidad de la escena poética joven de Santiago. Casi todos menores de treinta años, la reunión de estos autores despliega ante los ojos del lector una amplia gama de temáticas y registros. La ciudad, la escritura, la biografía, la Historia y las escenas cotidianas del Horroroso País. Poemas escritos con un rigor objetivista junto a otros articulados como proliferante deriva textual. Narratividad y lirismo. Diversidad de influencias y de búsquedas.

Un escenario muy saludable, si entendemos la literatura como un diálogo entre voces y miradas distintas que se enriquecen mutuamente, tanto en la coincidencia como en la confrontación. En vez de la obsesión de algunos por convertirse en la Voz Única, vicio de la egolatría tantas veces repetido en la historia literaria chilena, una actitud abierta a la convivencia, no necesariamente pacífica, entre diferentes proyectos y experiencias.

No tengo duda de que muchas de estas escrituras continuarán su desarrollo y que seguiremos teniendo noticias de varios de estos autores en el futuro. Sólo depende de su persistencia en un oficio cuya práctica, muchísimas veces, depara el mismo esfuerzo y la misma soledad de un corredor de fondo. Leer y escribir. Leer. Sobre todo, leer.

Respecto a la definición de este libro como muestra y no como antología, me parece interesante rescatar aquí las palabras de Roberto Echavarren, uno de los editores de Medusario, libro aparecido hace diez años y referencia ineludible del llamado neobarroco. Medusario también fue definido en su momento como una muestra. Dice al respecto Echavarren: La antología tiene esa pretensión de reunir una época, un lugar, y aquí no se trata de eso; yo lo veo más bien como las muestras de pintura, en que hay un curador que elige una serie de personas que quiere mostrar en conjunto porque manifiestan ciertas tendencias, o porque simplemente es interesante yuxtaponerlas, por contraste, por retroalimentación o por lo que fuera para enriquecer el panorama de una problemática. Una muestra de pintura, dice Echavarren. Cuadros que, expuestos en conjunto, adquieren inéditas significaciones al dibujar nuevos campos de fuerza en los cruces que genera su montaje.

En mi opinión, esta perspectiva es mucho más interesante y productiva que el desgastado gesto de la antología. De la antología como ejercicio de poder o maniobra de instalación. De la antología como pretensión de establecer los nombres o las coordenadas explicativas encubriendo, la mayoría de las veces, tan sólo exclusiones sectarias y reduccionismos. En vez de eso, una muestra, o una colección de pintura diría Echavarren, abierta en principio a todos los colores y texturas. Un cuadro colectivo cuya imagen se va componiendo a partir de trazos y materiales yuxtapuestos, como en una pintura de Tápies.

Inevitable al leer libros como este, no buscar aunque sea los atisbos de una posible identidad generacional. Sin embargo, creo que lo verdaderamente importante es discutir sobre qué bases podría constituirse esa identidad. Respecto a esto, dos o tres comentarios.

Recuerdo lo escrito por Ricardo Piglia en un texto bastante antiguo, publicado en la revista Literatura y Sociedad a mediados de los sesentas: Toda generación tiene una misión. Su destino es cumplirla o traicionarla. Cabe preguntarse entonces cuál sería la misión de esta poesía joven y de toda aquella que quiera situarse en la oscura realidad de nuestros días. La poesía no sirve para nada, me dicen reza un verso de Elicura Chihuailaf. Tal vez sea cierto. Sin embargo, paradójicamente, es la larga y poderosa tradición de crítica del presente e imaginación de otro futuro, lo que ha hecho de la poesía una de las expresiones mayores de nuestra cultura. La porfiada valentía de poetas y escritores que, a pesar de saber la inutilidad de su gesto, practicaron la escritura como parte de esa misión imposible que es, hasta hoy día, alcanzar la completa libertad del bicho humano.

Pero sobre todo, una generación se constituye en el trabajo serio y sostenido de reinventar, de reiterar diría Lihn, la propia poesía. Y eso se hace poniendo buenos textos sobre la mesa. Cuando le preguntaron a Bolaño cuáles eran los rasgos comunes de su generación, respondió así: ¿Qué nos une? Bueno, todos escribimos, con mayor o menor acierto. Más bien la pregunta es ¿qué nos debería unir? Y la respuesta es muy sencilla. Obras maestras. Pero, claro, es muy fácil decir obra maestra. Escribirlas es lo difícil.

A propósito de lo mismo y citando nuevamente a Roberto Bolaño, un recado para todos aquellos que, por distintas razones, fueron o serán omitidos de esta u otras compilaciones: Primer requisito de una obra maestra: pasar inadvertida.

Jaime Pinos F.
Bar Espantagruélico, Santiago. 12 de enero de 2007

 


 

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