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Whitchapel de Camilo Brodsky
Cartas desde el infierno

Jaime Pinos

 

 

El crimen como texto. El texto de nuestra propia vida en la Sociedad Criminal. La experiencia cotidiana de los que vivimos una vida jugada a la ruleta rusa entre víctimas y victimarios. Los que habitamos una ciudad, un país y un mundo marcados por la violencia, la sospecha y la paranoia. Todos vivimos en Whitechapel. Todos vivimos en el silencio cómplice de aceptar, más o menos resignadamente, el estado de cosas. La muerte, en todas sus formas, como parte del paisaje. Como un accidente posible. Cada día.

El crimen opera como la hermética forma de mantener el silencio social;/un pacto total y absoluto donde todos observamos/desde las páginas del diario hasta que entramos.  Vivimos en una sociedad de vigilancia y control. La Sociedad Policiaca y la Sociedad Criminal son caras de la misma moneda. Los dos términos de una dialéctica siniestra cuya reproducción social y cultural se alimenta del miedo y el silencio. De nuestro miedo y nuestro silencio.

Desde cierto punto de vista, Whitechapel funciona como una galería grotesca, un catálogo donde se expone la multiplicidad de formas que la violencia asume en la Sociedad Criminal. Un collage de crímenes reales, de alcance y contexto muy distinto, cuyo montaje da como resultado el relato del horror y la enfermedad. Más que la prosodia el crimen/del texto es la escena/los testigos cómplices y víctimas.

El crimen organizado: las maras, el Cartel de Juárez. El crimen en serie: Andrei Chikatilo y su saga de sangre en la URSS. El crimen en masa, el genocidio: Auschwitz, los campos de exterminio nazi. El criminal como  metáfora social: Jack the Ripper y su mitología, sembrada con los asesinatos irresueltos de Whitechapel en la Inglaterra victoriana y acrecentada por la ficción y la iconografía cultural hasta nuestros días. Escenas del crimen, materiales con que se va armando este libro. Cuadros de una película gore filmada con el realismo y la lírica cruda de un director como Sam Pekinpah.

Algunas notas sobre dos de estas escenas.  

Escena 1. Chikatilo.
los títulos de Chikatilo/sus diplomas en lengua/y literatura rusa/sus ingenierías pulcras/de taller soviético/sus correctas pulsiones/infernales canalizadas/en el detenido estudio/del marxismo leninismo/aprobado con honores. Andrei Chikatilo, su doble vida. Públicamente, hombre tranquilo, padre de familia, militante disciplinado y estudioso del Partido. Secretamente, sangriento asesino en serie, 53 víctimas ultimadas a cuchillo antes de ser detenido.

Chikatilo mata por primera vez en 1978 y sólo es capturado en 1990. La demora de doce años en atraparlo se debió, en gran medida, a la resistencia de las autoridades soviéticas a aceptar que un Hombre del Partido pudiera ser el sicópata caníbal que estaban buscando.

El Carnicero de Rostov es condenado a muerte el año 92 y ejecutado en 1994. La última parte de su historia coincide con los años del derrumbe definitivo de la URSS y, en algún sentido, lo metaforiza. Chikatilo: la negación viviente de la pretendida superioridad moral del socialismo sobre el occidente capitalista y decadente. Demostración del fracaso total del estalinismo y su propaganda. O mejor, revelación encarnada de su verdadera naturaleza criminal: Bajo aquel totalitarismo todos entramos en el gran crimen comunista. Crearon un mundo en el que todo el mundo era culpable escribió Vesko Branev.

 Escena 2. Auschwitz.
Se conservan muy pocas fotografías de Auschwitz. Hace tres años, entregado anónimamente, llega a manos del Museo del Holocausto, en EEUU, un álbum con 116 fotos de Auschwitz. Se trata del álbum personal del comandante nazi Karl Hoecker, segundo adjunto del comandante del Campo. En las fotografías, él y el resto de los oficiales alemanes (Josef Mengele, entre otros) aparecen sonriendo, gastándose bromas. Las escenas son de relajo y camaradería. Un grupo charla al calor de unas cervezas. Otro escucha entusiasmado a un acordeonista. Auxiliares femeninas de las SS posan comiendo guindas. El mismo Hoecker es retratado dándole la mano a su perro.

Los mismos que trabajaban cotidianamente en el proceso industrial de la aniquilación. Cada uno en su puesto, cumpliendo su labor con eficacia y sentido del deber. Los mismos que durante el día asesinaban niños, mujeres y ancianos en masa, organizada y metódicamente. Ellos, los victimarios de Auschwitz, por primera vez en esas imágenes, pueden ser vistos como seres humanos.

Después de Aushcwitz/nadie escribe en lo absoluto nos dice Brodsky, parafraseando a Adorno. Tal vez la escritura después de Auschwitz, después de todos los horrores y todos los genocidios, tenga el sentido de ayudarnos a comprender lo que atestiguan las fotos de Hoecker. El hecho, monstruoso, de que los victimarios sean seres humanos y no monstruos.

Whitechapel es un libro que, más allá de sus méritos formales, enfrenta con valentía la interrogación a uno de los sectores más oscuros de la realidad en que vivimos. El crimen como reflejo de lo que somos o podemos llegar a convertirnos. El crimen como metáfora predilecta del Poder, como mecanismo para imponer la conformidad social por la vía del terror. Whitechapel aporta con lucidez y profundidad al desciframiento textual y político de esa forma de vivir en que, paradójicamente, se ha convertido el crimen para todos. Autores, cómplices, encubridores o inocentes. Todos vecinos de Whitechapel. Habitantes de la Sociedad Criminal.

A estas alturas de la sofisticación alcanzada por el mal humano, tal vez sólo  eso le quede a la poesía. Ayudar a comprender. Romper el silencio social, el pacto total y absoluto de que habla Camilo Brodsky en este libro. Escribir intentando descifrar las cartas que nos llegan, y nos seguirán llegando, desde el infierno.

 

El Tabo. Junio de 2010. 


 

 

 

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