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Óscar Elgueta, ANTOLOGÍA, 30 años de poesía inédita, Editorial de la Universidad de La Serena, 2009,
309 páginas.  29 de mayo de 2009.

PRESENTACIÓN  DE LA ANTOLOGÍA, DE ÓSCAR ELGUETA , EN EL CENTRO DE EXTENSIÓN
DE LA UNIVERSIDAD DE LA SERENA.

Por Julio Piñones Lizama


                                                                                              

Menuda tarea es la que le corresponde a un poeta, cuando se le encarga presentar a otro poeta. Porque ¿cuál es la esencia de este poeta? Como poeta, sólo existe para mí como esposo, padre o amante de la poesía que escribe. Además, se trata de una historia más clandestina que oficial, como él y ella lo saben, extendida durante más de treinta años.  Son amores, encuentros y desencuentros que se han resistido a morir a pesar del tiempo transcurrido y que vuelven al ruedo desde aquellas madrugadas frías.  Se advierte un lenguaje lejano que se aproxima en este atardecer, instancias nocherniegas expresándose, muchachas interpeladas directamente al corazón para que sus entregas sean auténticas, versos remotos adecuados a otras formas de aquel otro Óscar, como vías abriéndose camino por las arenas.  Son lugares conocidos por todos, pero dichos de un modo especial por las vivencias que se fundieron con aquellas búsquedas. 

¿Son experiencias que viven en este presente o en aquel pasado? Probablemente, ni en éste, ni en aquél; sino en una atmósfera diferente, aislada (de estas y) de esas circunstancias.  Se mantuvieron al borde del paisaje, esperando el momento de la invitación reconocedora de sus espíritus latentes, de sus voces silenciosas.  Fueron criaturas pacientes que se han vestido con letras de imprenta y de gala para la actualización editorial que hoy presentamos, pero traen esos rumores marinos que caracolean sin tregua en las palabras del poeta Óscar Elgueta.  Traen en el trasiego de sus inviernos, los chillidos de pájaros que acompañaron su deambular hace ya décadas por las calles del puerto, mirando gente y objetos, con cariño o displicencia, con morriña o saudade, con la hipnosis de la poesía entre ceja y ceja.

Óscar regresa de aquellas oquedades como un sobreviviente que preserva palimsestos sobre los cuales ha seguido realizando tatuajes, agonías de miserias de pueblo pobre, vuelos de pájaros transformados en peces, anuncios de cataclismos que se deshacen en las espumas, trabajando la letra, asediando al idioma, al mismo y viejo idioma con que nació y anduvo las comisuras del océano, siempre empleando un tono menor, como de confesión, de coloquio con perros y gatos del barrio, de diálogo ensimismado consigo mismo, de letanía crepuscular bajo los colores cambiantes del cielo de la costa, de discurso que sólo quiere ser expresión de lo fragmentario, de charla con lo que se oculta tras los muros de adobe, con denuncias de los desaparecidos que entonces, y todavía, no aparecen.  

Entonces, ¿qué puede decir un poeta de otro poeta, si esto es entre brujos del mismo oficio? Pues nos queda sólo recurrir a las metáforas, al lenguaje cifrado que la cofradía siente, más que entiende.  Las huellas de las pisadas se siguen unas a otras.  Se evoca las vacilaciones, las encrucijadas del verbo que han recorrido los senderos polvorientos en busca de un estilo conciso más logrado.  Se camina con los afanes que al camarada le pertenecen.  Se respira el oxígeno de sus horizontes.  Uno va leyendo en este largo devenir una odisea sin héroe. Uno recorre caminos por los que nunca ha andado, pero cuya intimidad es revelada por los poemas.  Más que referir a un poeta, vale dejar hablar a su poesía. Mejor:  de qué me habla ella a mí.  Y esto es algo que nos dicen sus treinta años de escritura.        
           
Una de las dimensiones relevantes de esta lectura, es la espontaneidad con que su decir lingüístico transmite un clima íntimo a las situaciones que construye.  El tono de sus versos es cercano, muy próximo a la enunciación diaria, incorporando, a veces, la inmediatez citadina; lo que configura el alrededor común de los personajes que deambulan en sus textos y, acaso, al lector que recuerda sus periplos porteños.

El ritmo de sus frases se corresponde con el soporte de la oralidad que maneja con soltura.  Lo marítimo da a los contornos situacionales un aire que renueva las atmósferas intersubjetivas sugeridas.  Las imágenes poseen una transparencia que favorecen el deslizamiento de los encuentros y fugacidades.  Lo pretérito aparece un segundo para difuminarse en las esquinas de un presente que rompe con una nostalgia desacralizada.

Es valioso como las palabras van generando un espacio personalizado excepcional, sin contradicción con lo anterior, dentro del cual los amantes participan de la naturalidad de lo misterioso, de lo familiar tornado extraño, de lo que conduce al terrestre vuelo diario, a la extensa zona de lo intuido más que de lo descrito.  Los cierres de los textos procuran la síntesis explosiva de lo abarcador.

Asimismo, en esta poesía, del acontecer cotidiano, puede surgir la construcción de lo extraordinario, de lo que rompe la linealidad del suceder, dentro de un marco verbal contenido, de un habla puesta en sordina.  Puede ser, desde el vagabundaje emprendido por doquiera, la mezcla de lo auténtico y de lo falso, la autocontemplación de las marcas temporales en sí mismo, el compartir el espacio de los personajes marginales:  la vocación por una soledad poblada de elementos metonímicos entrañables.

Y también, la verbalización de la condena del existir, culpable de tantas y pequeñas cosas, del hastío ante la reiteración de las rutinas urbanas, de los amores y los desamores evocados; sin embargo, también, de la vida por hacerse en medio de las carencias; de las vías sugeridas por el viento y por lo azaroso del vuelo de los pájaros.           

Las singularizaciones del discurso en esta producción se generan por medio de la fricción entre elementos externos incorporados al contexto y la fruición con que se goza la dinámica de un caminar que le presta imaginación a unos ojos abiertos que reconocen lo propio como lo amado.  Las interpelaciones a “otros” u “otras” remiten a desplazamientos con experiencias de soledad y de preguntas sin respuestas en un peregrinar que tiene como promesa incumplida la esperanza del diálogo acogedor. 

2

Los extrañamientos a veces proceden de intertextos artísticos que cobran una nueva vida en el interior de estos poemas, aquí se desenvuelven en planos marcados   por   la  familiaridad  de los elementos más íntimos de una cotidianidad sostenida entre lo mágico y lo semirrealista.  La andadura va encontrando su sentido en la recuperación de lo vivido, de las emociones distantes; pero aún presentes allí, en los recodos de la memoria, en los objetos y funciones que cumplieron sus ritos en una infancia enrarecida. 

En otras ocasiones, la poesía es la aspiración irredenta de los signos marítimos, las sugerencias que desprenden sus cielos y arenas en desplazamiento; son  miradas que nunca se embarcan, sino que presienten las distancias del mundo, la ajenidad de las fuerzas del mar, los mensajes perdidos en el viento; y a pesar de todo, la persistencia en una existencialidad que se vive como una perpetua aventura llena de variables.   

El poeta es quien está en el borde de los acontecimientos temporales, es quien atisba la buena o mala suerte de los náufragos, de quienes perdieron el rumbo o dejaron escapar la fortuna de ser libres, en medio de los destinos indefinidos jugándose al naipe entre el oleaje.  Así se da esta clase especial de vida, así se dan estos días en estos poemas, frágiles entre lo deleznable e indecisos como las brújulas desconcertadas; pero con la voluntad de expectativas siempre abiertas, características del navegante anclado, más que en las costas de Oriente, en el mismísimo y amado puerto nuestro de Coquimbo, desde donde él mira y vive situado el universo.

 

 

 

 

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