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La estrechez de la ausencia
Sobre Almanaque, de Jaime Pinos

Por Rodrigo Arroyo

Este libro no lo he escrito yo, lo escribieron los muertos.
Carlos Droguett

Es interesante cómo, desde el epígrafe de Teillier(1) que abre este Almanaque (Ed. Lanzallamas 2009) podemos leer la firme intención de hacerse parte de aquello que Carlos Droguett le afirmara en una entrevista clandestina a Ignacio Ossa(2), en relación con limitarse a dar cuenta de la realidad, dada las cruentas o brutales características de ella, y que permanece explícito en una breve nota introductoria que el mismo Droguett escribe en 60 Muertos en la Escalera, y que se relaciona a su vez con el epígrafe a estos comentarios sobre el libro de Jaime Pinos. De este modo la mencionada escritura de los muertos es importante para señalar que no podemos decir ingenuamente que este es un libro desprendido de la negación a la condición de autor, digamos, sin fijarnos en lo que implica el recoger textos de otras autorías, como es el caso explícito de  Una muerte, un silencio (Pp. 55) que corresponde a una nota periodística; entre otros más presentes en el libro. Lo que Jaime hace, entre otras cosas, es tensionar(3) la noción de autor como escribiente, así, en el mismo texto mencionado podemos ver un acercamiento a Lihn, en su poema dedicado a Carlos Faz: he aquí los espejos que retienen el aire del ausente, señalando dicha ausencia desde la escritura, exhibiendo Jaime así una poética basada en una distancia a la ficción. Escribe, buscando / realidad, / descripción precisa / de la situación en que se encuentra (Pp.12), nos señala, ahuyentando cualquier atisbo de mitificación, sabiendo las implicancias políticas que ello le acarrearía. Así, Bolaño Droguett, dictadura y postdictadura. Testigos y acontecimientos acuden convocados a rellenar, cubrir cada espacio, a modo de resistencia. Impidiendo, insisto, cualquier posibilidad de mito, por incipiente que sea. Por lo demás, añadir otras voces, otros sesgos, nos entregaría al menos la posibilidad de articular una historia, o al menos parte de ella. Porque en el fondo somos también esos muertos que esperan a alguien para hablar y decir que somos esos muertos, es decir, que seguimos en el campo. Es por esto, creo, que el libro aparece como sabiéndose pertinente. Porque ha leído el contexto al cual alude, al cual no ingresa, o sí ingresa, pero con la pretensión de señalar, invertir y desmantelar. Es decir ingresa, transformándose en algo escondido, discontinuado.

Ahora, la forma en que Jaime aborda la escritura, o mejor dicho, la forma en que convoca la realidad desde la escritura está marcada por un después único que le lleva por diversos medios y voces, a señalar que allí hubo algo que realmente tuvo lugar ahí, aquí. La poesía como / trabajo de campo (Pp.41) nos señala, ligando a esta escritura en cierto modo con algunos aspectos de la novela negra. Llevándonos a imaginar al autor sentado, leyendo y uniendo medios, escrituras, incluso a modo de collage; porque este yo lo vi, de Jaime está sancionado por los medios de comunicación, buscando en ello tal vez que el hecho mantenga dicha condición y no se banalice en opinión, otorgando de paso así a la escritura de este libro cierta perdurabilidad, alejándola de ser una impresión en lenguaje poético. Y bien, algo importante de incorporar textos de medios de comunicación, más allá de lo mencionado, y de la transferencia en sí, es que se genera una paradoja, pues los mismos medios son los que aquí exhiben la memoria, el luto y la tragedia. Los que Jaime sabe seleccionar, para que no haya histeria alguna. Es decir, sin estridencias, porque ya nadie recuerda o quiere recordar (Pp.57).  Mostrándonos por sobre todo, o más bien entregándonos, historias como códigos para poder entender una realidad palpable y no sólo identificable. Mostrando, porque es la posibilidad que el libro otorga, reconociendo de antemano la derrota, pero aún así, iniciando o intentando siempre una última pelea, estableciendo un fino guiño con el cierre que Bolaño nos entrega en Amuleto.

O será acaso que la inclusión de otros autores, otros textos, otros medios, no es otra cosa sino la existencia de un lenguaje privado y no ya una poética, en este libro. Y que la voz poética se transforma en una comunicación, se hace nítida producto de su compromiso ante los hechos.

¿Dónde inicia, dónde termina este lenguaje privado?, ¿En su culminación a través de la escritura de este libro, o bien en su recorrido ejercido en la lectura?, ¿Será este lenguaje privado la forma de intentar un abordaje al lenguaje?, es decir, que producto del enfrentarse a una realidad tal, no le queda a Jaime Pinos en este caso, más que preguntarse si, como diría Primo Levi, a nuestra lengua le faltan palabras. Pero no en su literalidad. Es decir, que esta ausencia de palabras no sea otra cosa sino una carencia de formas de abordar el lenguaje para enfrentar la realidad, narrarla, describirla, o bien fundirla con el deseo interno de palabra.

En fin, sin duda estamos ante un libro melancólico, que viene a revisar o enrostrarnos las ausencias, pero no sin ofrecerse como posibilidad, pero sin pensar que la poesía nos ofrezca salvación alguna a no ser que se transforme ella en un discurso iluso e ingenuo, panfletario, adolescente. Mejor dicho, hay ausencias que van más allá del reconocimiento de ellas mismas, de los culpables o de la derrota. Exhibición de ausencias que apuntan quizá a imaginar a un niño jugando, frágil como un volantín, mientras la realidad nos señala un cuerpo meciéndose como una campana. / Una campana que tañe a duelo. O una abuela comiéndose su propio excremento ante la indiferencia (y ausencia) de sus hijos.

Si tuviéramos entonces que resumir el sentido de este libro, creo que diría relación con el cuerpo, con las marcas que exhibe, con su presencia dolorosa, que en su aparición, en su enunciación nos remiten a un dolor del que no fuimos testigos. Estableciéndose así aquello que Sergio Rojas describiera no como el registro el horror, sino el horror del registro4. Y por ello, a riesgo de resultar en exceso reiterativo,  creo que es ahí, en la ausencia, en las imágenes de la ausencia que este Almanaque logra convocarnos y ya no en su supuesta privacidad, sino más bien aquí, entre los escombros, para que podamos, al fin solos, sobrecogernos.


Valparaíso, enero del 2011

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Notas

1.- Para hablar con los muertos / hay que saber esperar
2.- DROGUETT Carlos, Sobre la Ausencia, Ed. Lanzallamas, Stgo. 2009
3.- Incluso, como señalara al respecto Carlos Henrickson, a través del distanciamiento escritural hacia una tercera persona. http://www.letras.s5.com/jp111110.html
4.- ROJAS Sergio, Cuerpo Lenguaje y Desaparición, en Políticas y Estéticas de la Memoria, Ed. Cuarto Propio, Stgo. 2006, Pp. 181.


 

 

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