Almanaque, de Jaime Pinos: un libro de memoria de largo plazo
Por Felipe Ruiz
A menudo, cuando me enfrento a la crítica, tengo la impresión que la sorpresa siempre rondará mis ojos y mi mente a la hora de abrir el libro en cuestión y adentrarme en él. Pero como el mismo Pinos reconoce al final de Almanaque, este libro no está hecho para sorprender. Es más, se podría decir que ni siquiera está hecho para marcar algún tipo de hito particular en la poesía nacional. Es un libro sin pretensiones, sin excesos, y escrito con paciencia de relojero. Por sus páginas se deja entretejer la escritura seca, documentada y a ratos cronista que Pinos nos tiene acostumbrados desde aquel maravilloso Criminal.
Pero el sentido y el trasfondo de este libro es otro. Se trata de auscultar la herida aún abierta por el dolor de Chile, el dolor del Golpe y el dolor que este acarrea aún de modo sostenido en la violencia implícita de unos gobiernos que no han sabido suturarla. Los poemas que componen Almanaque son de factura citadina y ese dolor trasmuta en el flagelo de la vida de la urbanidad santiaguina. Ese es su escenario predilecto. Desde allí, se trata de articular un discurso poderoso y corrosivo, pero como dijimos, sin excesos, donde la palabra se transforma a ratos en una excusa para la denuncia a secas.
En el terreno literario, la escuela de Pinos se emparenta con la de José Ángel Cuevas en el sentido de someter al hablante a una suerte de ruina espiritual (e incluso física), de la que podríamos hablar sin más de la culminación del fracaso. Se trata de la derrota de los ciudadanos, de aquellos sobre los cuales recae el flagelo de la marginalidad real y simbólica de la palabra impuesta, de los slogans del triunfalismo rampante al que nos tiene acostumbrados los media.
Pero quería yo continuar sobre el tema literario. El sistema al que recurre Pinos es a ratos poético y a ratos de corte periodístico, con una exposición secas de los acontecimientos que se van narrando de modo sostenido y sin vacilaciones en versos cortos y punzantes. Hay espacios también, en todo caso, para la prosa y en más de algún poema Pinos recurre a ella. Pero en su mayoría, estos se tratan de poemas del desencanto, de la factura cíclica de la derrota como epicentro de ejecución de un hablante que no parece creer en el porvenir sino es aciago.
Almanaque puede parecer a un lector épico y acostumbrado a las grandes proezas literarias a ratos un libro parco y demasiado poco pretencioso. Pero se trata, una vez más, de la paciencia, que parece que Pinos cultiva con esmero a la hora de articular su obra como un conjunto de poemas dislocados y sin unidad aparente, salvo retazos de significación dispersa, a modo de colección de argumentos, a modo de recolección de crónicas poéticas sin distensión alguna, pues si algo caracteriza a este libro es la permanente tensión a la que está sometido el lector, que está puesto a prueba, y puede correr el riesgo de perder en el intento de traslucir el verdadero trasfondo de esta poética desazonada, desencantada, y, por qué no decirlo, oscura.