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Amanecidas violentas: deslumbrante privilegio

Por Víctor Coral

Si bien es cierto que la tradición poética peruana no está exenta de rasgos místicos –pensemos solo en Esther Allison (descubieta para mí por el crítico Ricardo González Vigil) o en Santa Rosa de Lima-, el tener a un poeta místico como José Pancorvo en calidad de contemporáneo no deja de ser un deslumbrante privilegio. Su reciente entrega, Amanecidas violentas (Sol Negro, 2009), confirma plenamente esta idea, y devela, por si fuera poco, algunos destellos lingüísticos que se independizan de aquella condicionante trascendente.

“Cuando pude amanecer/ ya se ponía el sol/ y me salió otra razón”, dice JP, cargado de pesar por no haber vivido el tiempo de oro de la humanidad (la Edad Media, supongo, a juzgar por el tradicionalismo que profesa); pero, a su vez, con el convencimiento de que otra perspectiva es posible en un mundo entenebrecido por la preeminencia del oro, la imagen, y sus usos y abusos que son origen de todos los mal(estares) que nos agobian en tiempos hipermodernos.

Y de ello va el poemario, de amanecidas, despertares, iluminaciones; pero también de oscuridades, grisuras, y un espíritu temible, fortalecido, que se enfrenta a la burda cotidianidad callejera cantándola, elevándola, acaso viendo lo mejor de ella, como en esa parábola de los Evangelios Gnósticos donde los discípulos de Jesús solo siente hedor y repugnancia frente a un perro putrefacto, y el Salvador se fija en la belleza de sus blanquísimos dientes…

“Vendí el mundo al botellero”. ¡Qué contundencia trivial la de este verso! Y retrata el programa de toda mística: el abandono del repugnante mundo manifestado para asumir un compromiso mayor con lo trascendente, aun cuando esto no necesariamente asegure logros poéticos (pero en el caso de JP el balance es positivo).

Amanecidas violentas es un texto tan complejo, en consecuencia, que con solo detenernos en el aspecto de las transgresiones gramaticales tendríamos para un ensayo especializado cuyos objetivos escapan a este recensión. Basta señalar que en “Canción en Taxi Cristalino” aquella transgresión se devela (¿rebela?) como una auténtica necesidad expresiva:

Pero yo aún venía muy
Para regalar
El licor paraísos infinito
(…)
El muy cielos
Aún pasó
Y yo ya estoy bien
muerto
muy el cráneo de meditación.

Todo el que conoce bien a JP estima que su figuración en medios y su reconocimiento como poeta debería incrementarse. No voy a enfatizar ello. Solo quiero recordar que el camino místico aquí, en España (recordemos al gran De la Cruz) y en la China (literalmente hablando) nunca ha sido una alfombra roja hollywoodense, y andarse quejando por ello es cosa de no-logrados y codiciosos. Este no es el caso de JP: en su obra se resume -sublime y violentamente- lo mejor y lo más oscuro de nuestra tradición; lo más elevatricio -yo también me gasto mis neologismos- de nuestra desconcertante o maravillosa realidad (al gusto del cliente), y un espíritu que pugna por encontrar una salida mayor al despropósito global actual. Con Amanecidas violentas debemos celebrar que esa ideología –que podemos compartir, combatir o repudiar, igual da- no haya difuminado lo poético; más: lo ha fecundado.

Trepana el cosmos muyuntin
Y en el continuismo sublime
No pienso, no deseo,
No dudo, no recreo,
No ambiciono

Y más que las plantas del paraíso
Es en ensueño divino en el corazón y la Plaza
Y en el arte del no-espacio sin escalas
Mi residencia-templo:
Ondulo hasta cuando no existía
Y adoro
En el Corpus Christi:
Nada de bienes menores
La afinación de mi exorcismo se sublima

 

 

 

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