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JORGE
POLANCO: LAS PALABRAS CALLAN
(Ediciones
Altazor, Viña del Mar, 2005)
Por
Armando Roa Vial
Las palabras de Jorge
Polanco no quieren callar. O callando, dejan de hacerlo. Aunque él
nos advierta: "Sigo callando cuando hablo". Poderosa razón entonces
para navegar en este libro de aguas verbales epigramáticas, a veces lindantes
en la parquedad del epitafio; y si de navegaciones se trata, el navegante que
hay en Polanco recuerda al seafarer anglosajón cuyo temple definió
tan bien Ezra Pound: poemas como estos se escriben porque un hombre aferrado al
silencio no pudo dejar
de hablar. El poetizar sobre la precariedad de la propia poesía no es un
ejercicio inútil; es, quizás, parafraseando a Jorge, el pulso inagotable
para la tinta de la palabra que nos entinta con sus manchones, que nos extirpa
de despojos. En este viaje el poeta también calla para que otros hablen
por él, máscaras diríamos, de tantos compañeros en
la ruta del asombro y la sospecha: Enrique Lihn, Alejandra Pizarnik y Paul Celan.
No son los únicos, desde luego. Pero el guiño a ellos no es casual.
Porque en tiempos de estridencia ellos escribieron en sordina. Le doblaron la
muñeca a la falsa retórica. Jorge se hace eco de esa tradición.
La suya es una poesía que abraza gozosamente su propia impostura, la falta
de estatutos y fueros y credenciales ante esa realidad poblada por cosas que,
al decir de Lihn, en una cita que Jorge recoge en este libro, "nos responden
por sus nombres pero se nos desnudan en los parajes oscuros". Es esta una
poesía admonitoria, sentenciosa. Los poemas, a lo largo de las cuatro secciones
del libro, parecen balizas en medio de un océano ocupado por la página
en blanco. No sabemos bien si los poemas hablan por lo que dicen o por lo que
callan. O para decirlo en otros términos, si el espacio más decisivo
de estos textos es el de la palabra o bien el de la ausencia de palabras. Y es
que así como Jorge nos advierte que al hablar calla, podríamos conjeturar
lo inverso, que al callar habla. ¿Se le puede reclamar algún sentido
a las palabras? ¿Se trata simplemente de que la solidez de lo real es un
mero supuesto, que lo que mentamos como real es algo huidizo, volátil,
que nada tiene presencia, que el contrato entre el nombre y la cosa ha sido desahuciado?
No lo sabemos a ciencia cierta. Creo que Polanco, en este libro, asumiendo esas
interrogantes, nos ubica en un escenario de redefinicioniones saludables para
la poesía. Ante todo la poesía entendida como ejercicio de modestia,
como un mero lente de aproximación; segundo, el lenguaje poético
como ejercicio ético ante el manoseo impune de la palabra, digamos, ante
la pirotecnia verbal, ante la verborrea de ciertos experimentos retóricos
que, antes de delinear las cosas con contornos precisos, rescatando lo más
macizo de su individualidad, la desdibujan transformándola en remedo, en
caricatura. El pasmo ante lo innombrable tiene mucho más nombre y relieve
que las credenciales impostadas del lenguaje sin contención que a nada
ni a nadie delimita. Insisto: la parquedad es aqui cautela respetuosa ante lo
sagrado del nombrar, comedimiento necesario que encierra también un signo
de interrogación frente a la palabra cuando esta sucumbe al deterioro,
el trajin o simplemente el agobio de la sobreexposición
Por otro
lado, en este libro, cuando el habla transita de la mano de claroscuros, de parpadeos,
de fisuras, de temblores y derrotas, cuando la palabra se vuelve más fronteriza
que nunca, percibimos, por contrapartida, un oleaje enorme de recogimiento y fervor
ante la maravilla del lenguaje y sus encrucijadas. Es, creo, una sospecha luminosa,
rebosante de fe, un testimonio en la voz de quienes han perdido la voz para volverla
a encontrarla. Es el perder para poseer, la vía negativa, la que en estas
páginas despliega un fino contrapunto. Pero esa voz para los que han perdido
la voz no es una voz cualquiera. Jorge Polanco, presumo, al indagar por un decir
no menoscabado por las erosiones del tiempo, estatuye la palabra como un acontecimiento
que se agota en su acontecer mismo, único, irrepetible. Así nos
dice Jorge: "Toda palabra tiene su exilio en la inagotable duración
de un segundo" Es, pues, en esa perduración de lo fugaz, de lo discontinuo,
de lo que ya no está disponible por haberse consumado, donde se sella el
carácter verdaramente auroral del lenguaje. Digamoslo así: no hay
palabra que se bañe dos veces en el mismo poema, porque o no es la misma
palabra o no es el mismo poema.
Sería inútil agotar las
reflexiones que despierta este libro. Sólo quiero decir, al terminar, que
lo he leído con genuino entusiasmo, pues veo aquí la obsesión
punzante y profunda de un poeta sagaz, inteligente, que interpela y provoca al
lector porque él es también un enorme lector, que observa y se observa
al escribir, que se interna en senderos poco transitados sin alardes ni estridencias,
con la modestia de los genuinos creadores.