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“Dile a Jesús que tenemos hambre” de Juan Pablo Cifuentes.
Un lamento por la humanidad

Por Constanza Veloso Luarte

 




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Dile a Jesús que tenemos hambre (Opalina Cartonera 2016), el poemario que inaugura  de manera formal la obra de Juan Pablo Cifuentes (Los Ángeles, 1985), logra captar la atención del lector con un agudo título que, desde sus posibles significados, advierte el encuentro de un sentido suplicante y sugerente que invita a la lectura.

Mencionar que el autor fue criado en la ciudad de Yumbel, en medio del ambiente religioso de la misma, y de una considerable influencia cristiana, resulta particularmente relevante para comprender los cimientos de esta obra que se expresa desde una intensa y evidente finalidad asentada en el cristianismo, al que accedemos mediante el filtro de la perspectiva del poeta.

No es erróneo afirmar que esta colección de poemas encierra una crítica social, tópico ya común, relativamente pertinente en nuestro contexto socio-histórico, y ampliamente abordado por las generaciones contemporáneas. Sin embargo, es un error creer que estamos frente a una crítica habitual, plagada de tendencias políticas o de referencias a acontecimientos sociales particulares. Lo que encontramos al leer las páginas del poemario, no es un camino a empaparse de la calle como lugar físico y objeto lírico central; se trata de una referencia a la miseria humana, manifestada, principalmente, por una serie de vicios humanos que conforman gran parte de la obra: Imprudencia, ironía, avaricia, orgullo, pobreza, pereza e ira, entre otros, cada uno de los cuales da pie a un poema y remite al sentido la obra como totalidad.

Todos estos males parecen reunirse y sintetizarse en dos imágenes específicas: la pobreza y el hambre, pero éstas no deben ser entendidas en su sentido mundano, sino como metáforas de una miseria de carácter espiritual: “Escuché de un ser que acoge al necesitado/ Dile que tengo hambre/ No de alimento, sino de sueños…” (Cifuentes, 39) El hablante lírico también reafirma esta idea al hacer mención a una pobreza que padecen incluso los ricos, entendidos éstos como pertenecientes a su lugar socio económico: “Veo en los ojos la desazón, el abatimiento/ Y no solo en los ojos de los pobres/ También en los de los ricos./ éstos se sacian hasta el extremo de cosas materiales/ Pero están tan famélicos en el espíritu.”(20)

A partir de estas dos imágenes que centralizan la esencia del poemario, se desprende una suerte de desolación y renuncia a la vida, que el hablante lírico expresa de modo mordaz o resignado según sea su temple anímico. Así, el hablante se vuelve irónico al criticar una de las tendencias más comunes de nuestra sociedad actual: Señoras y señores/ Tengan el honor de presentarles nuestra última adquisición /Que es resultado del proceso evolutivo/ El hombre light,/ La mujer light,/ La cultura light,/ El mundo light…() El lighticismo es el fenómeno en boga/ Es lo que nos unirá en un solo pueblo/ Todos seremos light/ Todos seremos uno”.(34)

El fruto de los vicios alcanza el apogeo de su efecto en una resignación que no solo los admite como parte innata de la naturaleza humana, sino que lleva al hablante lírico a un desgano de vivir, una pereza que es un vicio más, pero que es también consecuencia de la miseria humana que lo abruma: “…prefirió lo más fácil/ Lo más placentero, lo menos esforzado/ Prefirió la dulce muerte” (22)

Con dichas apelaciones, Dile a Jesús que tenemos hambre, hace un llamado de atención a las penurias sociales, cuyo origen no se encuentra precisamente en asuntos socio políticos, sino en la carencia humana, en la falta de valores y de conciencia social que impide la empatía. En el poema homónimo, el poeta sintetiza y explicita esta protesta: Veo el hambre al ir por la calle y subirme a una micro/Y no tener ganas de ceder el asiento a una anciana/En olvidar los agradecimientos y los saludos/Por los gritos, el desenfreno  y el enojo…”(46)

En medio de esta miseria, la imagen de Jesús, que, en cierto modo puede parecer irónica desde el título de la obra, hasta casi terminada la lectura de la misma, adquiere importancia significativa al convertirse no solo en el receptor de este mensaje crítico/poético, sino también en la clave del mismo: Su ausencia es la causa de los vicios, y su presencia se plantea como una posible solución:

Veo el hambre en los fanáticos que ya no lo son                                         
En las nuevas generaciones que han pasado de ti
Que te han ignorado, que tu relato de convertir el agua en
vino
O caminar por las aguas o la ciencia ficción de la crucifixión
Con el despertar al tercer día sean leyendas lejanas,
Mitológicas
Y que la iglesia se nutra en el pecado, el libertinaje y el silencio… (46)

La apelación a la figura cristiana reafirma el sentido de un hambre y una pobreza de orígenes espirituales, pero que, a su vez, aparecen como intrínsecas al hombre: “La pobreza es lo que nos da la vida/ Si fuéramos ricos ya estaríamos muertos” (21). Y así como la pereza se presenta como el nocivo efecto de las miserias humanas, también la imprudencia, al mismo tiempo que se une al listado de los vicios, puede entenderse además, como el temor a la vaga esperanza que, en cuanto más credulidad otorga, más hiere: No hay lugar para trivialidades ni fantasías/ Es mejor pensar que nada nos queda/ Que aunque soñemos a raudales/ No somos más que unos simples mortales” (9) El poeta nos recuerda que: “No hay que crear falsas ilusiones./ Es fruto de la imprudencia que lloro todos los días.” (9) Es la imprudencia de creer que se puede lograr un mundo mejor.

En estos versos y mediante el enfoque en la pérdida de la figura de Jesús, es apelada también, quizás de manera inconsciente, la caída de los grandes relatos, a los que debemos la incertidumbre y la falta de valores de la época posmoderna. Esto hace del poemario una suerte de rescatador, un buscador de fe y de valores que permitan tanto volver al pasado, o bien, avanzar hacia un futuro renovado de humanidad y espiritualidad.

Así, la obra de Cifuentes, más que una crítica, es un lamento al alma, un llanto casi resignado, pero también un llamado a despertar de las tantas alienaciones sociales de hoy en día, a formar nuevos relatos que contengan renovados valores humanos y sociales, y a cultivar el sutil brillo de esperanza que aún se encuentra en los mismos recovecos espirituales que causaron su pesar.



 



 

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