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Lavar los jirones de una vida
Andrés Florit: Materias de libre competencia y regulación.
Das Kapital Ediciones, diciembre 2011. 103 pp.

Jaime Pinos




 

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Materias de libre competencia y regulación no es un libro de poemas, al menos en el sentido convencional. No es una colección de poemas, digo. Su trama se va urdiendo, más bien, como un sistema hecho de pequeñas piezas. Como un rompecabezas o un mecanismo de relojería. Apuntes, anotaciones, algunas brevísimas, como escritos al pasar. Instantáneas, postales familiares, escenas de la ciudad esbozadas en viñetas de unos pocos cuadros. Fragmentariedad de la mirada y de la escritura como estrategia. O mejor, como mood: No estoy en el mood de hacer un poema con/cadencia, ritmo, versos largos, que sea evocador/y transporte al que lo lea o escuche a quién sabe/dónde. Ni menos estremecer a quién recordándole/lo de la muerte y los días contados, la cuenta/regresiva, la juventud que se agota, etc. Sólo quiero estos jirones de una tela para qué completa. Un libro de poesía hecho de jirones. Un libro que se sabe o se quiere una tela incompleta.

Cada momento constituye la realidad. /o, más bien, puede constituir/la realidad, o pudo haberlo hecho,/¿o tal vez podrá? Creo que estos versos de Robert Creeley, extraídos de su libro Pedazos, aluden al punto de vista que predomina en este texto. El de las pequeñas cosas, los gestos mínimos, los detalles. Lo real visto o entrevisto desde la perspectiva del momento, de la fugacidad. El poeta como paciente recolector de esos momentos, de esos jirones o pedazos de realidad: Espero la micro pero la dejo pasar. Es domingo en/ la tarde, hay poca gente en las calles, estoy absorto/en cosas mínimas y disfruto de la maravillosa/lentitud del día. Atención, hasta ser absorbido por ello, en lo minúsculo y lo efímero. Intento de fijar, aunque sea por un instante, el continuo fluir de la vida. Escritura para preservar del olvido, haciendo una marca en el agua, lo que se fue, lo que se ha vivido: Escribir lo que me gustaría releer en unos años/ mas, sin vergüenza: es lo que fui. Y tal como dice la/ Ana, si no lo anoto se me olvida.

Escribir sólo lo que es necesario, como para que sea recordado por siglos, decía Kenneth Rexroth. Creo que este libro comparte ese afán de precisión. Este libro prefiere no decir suficiente a decir demasiado. Hasta en lo espontáneo ser exacto, escribe Florit. Ese esfuerzo de exactitud es en esta poesía una forma de preservar lo esencial de cada momento. De proteger su escritura y su recuerdo de los efectos ópticos del lenguaje, que siempre tiende a la proliferación. Leo y encuentro en Veneno de Escorpión Azul de Gonzalo Millán, poeta tan presente en este libro, el siguiente texto: La lengua prolifera jugando consigo misma/ Lo propio del lenguaje es propagarse, difundirse con una prolijidad exuberante./ Lo propio de la poesía es la poda (bonsái)/ La insistencia en la precisión concentrada del signo, vacuna/ La poesía es una laguna lacónica junto al mar de la lengua.  Florit navega en esa laguna lacónica. Intenta y consigue ser exacto en lo espontáneo. Podar un bonsái en movimiento.

Ahora que sale a colación el diario de Millán, se me ocurre que estas Materias de libre competencia y regulación también podrían ser leídas desde ese ángulo. Como anotaciones de un diario (de hecho, hay varios textos datados: 1998, 2003, 2007) o como apuntes en una libreta. Una libreta como la que Enrique Lihn usaba, según le cuenta él mismo a Pedro Lastra, menos para retener el objeto que para anotar mis reacciones ante él, en una dialéctica de estímulo y respuesta.

Una nota al margen: el corpus o el sistema que constituyen los diarios de muerte de Lihn y de Millán son uno de los agujeros negros de la crítica chilena, si es que tal cosa existe, y un reto pendiente para los lectores atentos de la poesía chilena en general.

Hay varios otros aspectos de este libro que sería pertinente revisar. El trabajo con el pop (importante en un poeta que ha declarado la influencia de las letras de Gustavo Cerati en sus inicios) o los covers y sampleos de poemas canónicos, por ejemplo. Sin embargo, quisiera completar estas breves notas de lectura con un par de comentarios sobre la definición del poeta o la situación de la poesía que están planteadas en él.

Quiltro café claro:/ quién como tú durmiendo a pleno sol/ a la entrada de un bazar sin clientes. O en otro poema: Se está bien aquí,/ como en cualquier parte donde haya viento fresco/y pocas obligaciones. La reivindicación del ocio. El poeta como un cansador intrabajable, en términos de Claudio Bertoni, otro poeta relevante, no sólo a este respecto, como referente de este libro. El Ocio como tiempo y espacio alterno a la dinámica de la utilidad, el trabajo asalariado, la circulación de las mercancías. El Ocio como apertura cotidiana a la contemplación y a la creación, anverso y reverso de una misma libertad. Una libertad ahogada por las imposiciones del time is money. Escribe Florit: un buen proyecto:/ escribir versos de cuando en cuando/ y el resto del tiempo leer, ver series,/ caminar por el barrio, tomar algo con los amigos./ Pero es justamente el dinero/ el obstáculo para dejar de necesitar dinero. La paradoja me enferma (y no es metáfora).

 Ganarse la vida es perderla, escribió Henry Miller. Esa paradoja es una de las materias centrales de este libro que, me parece, se inscribe con acierto en la larga tradición de pensamiento respecto de esta cuestión. Desde la poesía oriental al Elogio de la pereza de Paul Lafargue. Desde el No trabajen jamás de Guy Debord y los situacionistas franceses, al Manifiesto contra el trabajo del Grupo Krisis.

Comparto la importancia de situar a la poesía en el centro de esta paradoja. Hablar de la situación del poeta y su oficio en el contexto de un poder que ha colonizado la vida cotidiana a partir de esa disociación básica: tiempo productivo/tiempo libre. La sobrevida en los túneles de la supervivencia versus la fantasía de realizar, al fin, la propia vida en los paraísos artificiales del espectáculo y el entertainment.

Materias de libre competencia y regulación nos recuerda que la poesía está para abrir otro espacio y otro tiempo. Para resistir la ocupación cotidiana de la vida por las narrativas del poder, el consumo, la enajenación. Que la poesía puede y debe ser un momento de lucidez. Ese momento en que logramos fijar la vista fuera de la pantalla. En que dejamos de escuchar el ruido blanco. Ese momento en que somos capaces de detenernos y, como dice Canetti, lavar los jirones de nuestra propia vida.



 

 

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