Residencia de José Ángel Cuevas
Presentación de "Poesía del American Bar", Hebra Editorial, 2012.
Por Jaime Pinos
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Inicio estas líneas agradeciendo a José Ángel Cuevas y a Hebra Editorial la oportunidad de presentar este libro. Además de un amigo entrañable, Pepe Cuevas es uno de mis poetas de referencia y su trabajo una influencia persistente en mi propia escritura. Hemos sostenido, amistad aparte, una larga relación literaria que se inició con la publicación de su libro Maxim y su complicidad en los años de la revista La Calabaza del Diablo, y que ha perdurado hasta hoy. Dicho esto, voy al comentario del libro, más bien algunas notas de lectura que me parece pertinente compartir aquí.
Desde luego, Poesía del American Bar recoge los materiales y el punto de vista característicos de la extensa obra de Cuevas. El país como un inmenso texto ha escrito el ex poeta en otra parte. Este libro renueva el ejercicio de lectura de ese inmenso texto que es el país y que ha encontrado en Cuevas a uno de sus lectores más profundos y más lúcidos. La historia nacional vista desde la perspectiva de una generación cuyo dramático trayecto abarca los días en que la revolución parecía estar sucediendo, pasa por la catástrofe de la dictadura y continúa en esta época post. Uno puede ser muy conchesumadre / poca cosa. /Feo / tonto. Pero no se le puede negar/ que ha pasado un tremendo trozo de vida/ bajo el Tercer Reich Chile. Cuevas ha escrito la crónica de ese tremendo trozo de vida. Se ha hecho cargo y sigue haciéndolo en este libro, a pesar de la muerte, el olvido y la decepción.
Sin embargo, me gustaría concentrarme en los textos que abordan la situación post dictadura. Ya pasó la sangre/ pasó la cárcel, pasó el odio por aquí./La dictadura pasó/ pasó / pasó. Concentrarme en los textos que hablan de esta época post, de la vida que nos ha tocado vivir después de la sangre, la cárcel y el odio. Una tentativa de poetizar desde y sobre nuestra circunstancia presente que se abre con nitidez en los poemas de su libro anterior, Estación Delirio, incluido en la antología titulada Canciones Oficiales. Desde esos poemas, emergen con fuerza en la escena de la poesía de Cuevas las tarjetas de crédito, los edificios Paz Froimovic, la niebla televisiva. Las metáforas de un paisaje en que las cosas y su consumo han desplazado de la vida cotidiana, ya casi por completo, toda experiencia de solidaridad e imaginación.
Yo soy el país dice el puto Jimy B. un país sin alma/ que le chuparon el corazón. Oye, mira, camina entre/ las hordas pulento bacán cabezas cortadas huesos/ repartidos. Un país sin alma. Un país al que le chuparon el corazón. O mejor, un pueblo al que se ha sometido sistemáticamente a esta extracción de su propio ser como si se tratara de una lobotomía masiva o de la extirpación de un tumor social. El pueblo chileno reducido a la nada, sin más identidad que la impuesta por los ritos vacíos del trabajo alienado y el consumo. Lo popular como una subjetividad que se desvanece para dar paso a la masa indiferenciada de los consumidores. Ya no se puede escribir ningún poema de la subjetividad/ gente que se convirtió en mierda/cesante, trabajólica y estúpida. /No me interesa/Ni el país bajo el vendaval/No.
Puente Alto/Colapsó, el texto que abre este libro, describe justamente ese proceso de desaparición iniciado hace décadas con las erradicaciones impuestas por la dictadura. A nadie le doy el espectáculo de arrasar una comuna entera/ni paso de camiones cargados / miles y más que miles/en la Erradicación forzosa 1982./Esa escena. Erradicar significa cortar, arrancar de raíz. Una erradicación no sólo territorial sino también cultural y política cuyo objetivo es desvincular a los sectores populares de su propia experiencia, acumulada por generaciones, de su propia historia de resistencia e invención de lo cotidiano. Nadie dice nada/ni viejos trabajadores / ni ex obreros sentados ni mujeres sufridas / Piola / nadie pesca./No poseen autoridad nadie les ha enseñado nada/ Sólo la tele / los locos están dando la hora. El país bajo el vendaval. Esa escena. Un fuerte vendaval que ya dura cuatro décadas. Que ha arrasado con todo un mundo para instalar en su lugar la degradación y la violencia. El país de Hans Pozo. Un país convertido en un gran vertedero, en un lugar invivible: No les doy este lugar para vivir mis guachos/aceite quemado/chunchules, vienesas tiradas a la calle.
En el mismo sentido, el de leer ese texto intrincado que es el Chile de hoy, se inscriben los poemas que desmontan mecanismos y procedimientos del Poder y el Espectáculo, así como sus consecuencias vitales. El individualismo, por ejemplo, en un poema llamado precisamente así, Individualismo: Ya no se podrá/ ver sobre los hombros el reflector de la hermandad/ cargar bebida pan televisor para la comunidad. /Vidas paralelas, poco a poco levantar un cielo/Unos pobres diablos a la deriva. /El Compañerismo es un recuerdo; pan para hoy/hambre para mañana. O la televisión, esa ventana electrónica de mierda, y su copamiento de la vida privada y el imaginario: Todo el santo día diciendo idioteces gente que mata a otra y la persigue/ofertas de champú máquinas de negrura, chocolates, autos./Después se entera de ocultamientos / robos / crímenes/pasa el día y ve amores tontos/tipos que hablan raro/informaciones sobre la vida/algunos se van de la casa / toman cocaína / pasan cantantes /modelos / mujeres producidas que cuentan sus vidas trabajadas. Pasa el día y la noche por esa ventana electrónica/de mierda. Me parecen imágenes de mucha claridad. Claridad en el sentido de hacernos ver lo que ya no vemos o nos cuesta ver. Las mil formas en que, cotidianamente, el Poder se disfraza de costumbre o de normalidad para hacerse invisible, para encubrir su ocupación totalitaria de toda la realidad.
Termino con estos versos: Fue una venganza de Perrochet, dice Bataille/ posmodernidad/ lumpenproletariat/de la pasta básica / un infierno / mi Infierno/mi residencia en la Tierra. Me parece que estos versos encierran una ética profunda. Una ética que es marca de identidad en la poesía de José Ángel Cuevas. La marca de alguien que ha apostado y sigue apostando su poesía al destino de su comunidad. Que ha fijado allí su residencia. Aunque eso implique vivir en un infierno. Aunque implique beber los tragos amargos que se sirven en la barra del American Bar. Situarse en el presente. Escribir ahí. Tener el coraje, que ha demostrado Cuevas durante tantos años y se reafirma en este nuevo libro, de vivir el día a día en las olas cargadas/de realidad.
Valparaíso. Mayo de 2012