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Jaime Pinos: “Hacer cultura y hacer dinero no son sinónimos”

Por Felipe Reyes
radio.uchile.cl
18 de agosto de 2015



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Si pudiéramos describir la escena literaria nacional de hoy en términos futbolísticos, Jaime Pinos (1970) tendría su lugar en la formación titular de la selección y sin duda sería señalado como un jugador polifuncional: narrador, poeta, editor, crítico literario… para Pinos, si de lectura y escritura se trata, “todo es cancha”. “En la ciudad de la escritura, mis mejores paseos han transcurrido en los barrios limítrofes, en los arrabales. Cruzando las fronteras difusas que, a la vez, separan y comunican uno y otro ámbito”, señala el escritor. Y es quizá esa visión periférica  la que lo ha ubicado como un referente para nuevas generaciones de escritores. Prueba de ello es que el nombre de Pinos es uno de los más recurrentes en las presentaciones de nuevas obras publicadas.

Como uno de los fundadores de la  revista literaria y editorial La Calabaza del Diabloinauguraría el catálogo de ésta con la novela  Los bigotes de Mustafá  (1997), su primer libro, en el que ya se advierte su interés por cruzar distintos registros de escritura. Luego cambiaría de lenguaje con el poemario Criminal  (2003), en el que textos periodísticos, encuestas, y la propia voz de  El Tila  (Roberto Martínez Vásquez, “el psicópata de La Dehesa”), su protagonista, conforman fragmentariamente un conmovedor y ácido conjunto narrativo-poético que mira de frente (y sin pestañear) a la crónica roja, y que nos señala nuestros aspectos más vergonzosos como sociedad.

Luego, junto a otros jóvenes (y no tanto) escritores y creadores, urdiría un nuevo espacio de difusión y discusión: la revista y editorial  Lanzallamas, espacio – virtual y material – que  agruparía a los convencidos de que la literatura se regenera a partir de su propia lectura.   Bajo ese sello verá la luz su libro  Almanaque  (2010), texto en el que Pinos irá alternando en clave poética los avatares del año 2006: la muerte Pinochet, la revolución pingüina, las elecciones presidenciales, el macabro caso de Hans Pozo, nuevas osamentas de detenidos desaparecidos son encontradas, recién nacidos son confundidos en el hospital de Talca, muere el poeta Gonzalo Millán… hechos relatados con sensible  y crítica observación a un amigo recientemente fallecido.

Con este camino recorrido a lo largo de casi 20 años de actividad como actor y testigo destacado de la escena local, Jaime Pinos se sitúa como una voz autorizada – y siempre atenta – que ha ido registrando la evidencia de una época con sus lecturas, con su mirada, con sus numerosos ejercicios de crítica literaria como una dimensión más de la escritura, como él mismo señala, en revistas, libros, presentaciones y encuentros en los que su análisis ha sido requerido. Y es este trabajo el que hoy se agrupa en el contundente volumen  Visión periféricaEjercicios críticos  –306 páginas–, publicado por Das Kapital ediciones. Conversamos con Jaime Pinos sobre la perspectiva con la que aborda la crítica literaria, la escritura y la edición en el Chile actual.

¿Cuándo parte su tu interés en la crítica literaria?
Empecé a publicar mis primeros comentarios en la revista La Calabaza del Diablo a fines de los noventa. Después seguí desarrollando ese trabajo en la revista Lanzallamas y otros medios independientes. De cualquier forma, la crítica ha sido siempre para mí una dimensión más de mi escritura. Siempre me han interesado los libros de los otros. Investigar la tradición y registrar la actualidad de nuestra producción literaria.  El crítico es un lector que se va transformando en una especie de investigador privado. Un detective que en vez de crímenes investiga escrituras y establece relaciones nuevas para abordar los textos.

¿Reconoces alguna influencia o referente en la crítica literaria nacional?
En Chile existe una tradición crítica potente pero desconocida. Estoy pensando en el trabajo de críticos como Latchman, De Luigi o Moretic, por poner algunos ejemplos. Es una tarea pendiente reconstruir esa tradición. Sin embargo, mi referente principal es Enrique Lihn quien no hacía diferencia entre su trabajo literario y su trabajo crítico. Lihn es, en mi opinión, no sólo nuestro crítico más lúcido en el ámbito de la literatura sino también en el espacio más amplio de las artes visuales y la cultura en general. Me identifico plenamente con su forma de comprender y practicar la crítica: no como una actividad especializada, sino como crítica de la vida.

Desde esa perspectiva ¿qué te parece el estado actual de la crítica literaria nacional? Se suele decir que se utiliza como un espacio de poder más que como un ejercicio estético, de escritura, como tú planteas.
La crítica es siempre una práctica ideológica y política. Sobre todo cuando se trata de críticos que pretenden erigirse en jueces o evaluadores de lo que es buena o mala literatura, en constructores de un supuesto canon. Desde esa forma de comprender la crítica se llega rápidamente a la figura del crítico único, tan presente y tan nociva en nuestra tradición. Frente a esa comprensión autoritaria, me parece que han surgido en el último tiempo escrituras críticas de otro signo. Escrituras que proponen formas de leer y situar los textos sin pretender agotarlos. Que pretenden confluir o confrontarse con otras perspectivas de lectura asumiendo que la recepción de un texto es siempre un trabajo colectivo, un diálogo, una discusión. Más que un espacio de poder, entiendo la crítica como un espacio de generosidad, intercambio y aprendizaje. El crítico debería ser valorado por la profundidad con que aborda los libros y no por su destreza en acumular razones para que no se los lea o para despreciar a sus autores.

¿Crees que juega algún papel el contexto histórico en la elaboración de la crítica literaria o solo se considera  el juicio estético del texto?
Me parece que la comprensión del texto y de sus respectivos contextos son dos momentos de una actividad única. El texto crítico, como ejercicio de lectura, se expande cuando asume distintos puntos de vista. Cuando en vez de excluir integra dimensiones y posibilidades diversas de interpretación. Desde luego, el contexto histórico es una dimensión fundamental para comprender un texto. Sin embargo, no es posible reducirlo a ella. Lo mismo pasa respecto a un análisis puramente estructural o estético. En vez de reducir, ampliar, complejizar, relacionar. La tarea de la crítica es esa: ayudar a abrir la mirada, a enriquecer la lectura. Hacer preguntas, plantear problemas. La crítica es, en lo fundamental, un ejercicio de creatividad e imaginación.

En una época en que todo lo determina el mercado y en la prensa todos hablan de los mismos autores y los mismos libros ¿Consideras que los medios “alternativos” cumplen un papel importante en la difusión de nuevas voces?
En un país sin prensa, donde los monopolios manejan todos los medios, la construcción de espacios alternativos para la circulación de ideas y textos excluidos o marginados ha sido fundamental.  En este sentido, internet abrió un espacio que ha sido fundamental no solo para la difusión de voces nuevas sino para el trabajo de memoria y relectura de nuestra tradición literaria y cultural. Espacios de guerrilla, de contracultura, que acogen y difunden lo que el mercado niega o invisibiliza. Espacios de intercambio y diálogo que se articulan como una alternativa al monólogo del poder. Para el mercado, lo que no se vende no existe. La poesía no se vende, por ejemplo, ergo no existe. Los medios alternativos o independientes luchan contra eso. Lo hacen a pesar de la escases de recursos y la falta de apoyos. Lo hacen porque están hechos por gente que cree en la literatura y no busca obtener con ella ni reconocimiento, ni dinero, ni poder.

¿Qué te parece este “renacer editorial” que ha florecido en los últimos años, ya que es en las mal llamadas editoriales “chicas” donde se están publicando los libros más interesantes?
“Somos una pequeña editorial que publica grandes libros”. Recuerdo ese slogan que usábamos para las ediciones de Lanzallamas. No hay editoriales chicas. El trabajo de una editorial se define, más que por la escala de su operación económica, por la forma en que construye un catálogo y un lector. La edición independiente chilena, escribió Antonio Gil, es lo único heroico que ha ocurrido en la cultura chilena de los últimos cincuenta años. Tal vez no sea lo único pero, eso es seguro, ha sido clave para la construcción de un espacio de resistencia,  libertad y autonomía. La mejor literatura, el pensamiento crítico más profundo y radical, está corriendo por esas vías. Hacer cultura y hacer dinero no son compatibles. Menos aún en este país donde el dinero ha colonizado la vida casi por completo, donde todo tiene precio. Los editores independientes saben eso. Trabajan gratis o casi gratis, pero siguen trabajando. Esa es su elegancia y su valentía.



 



 

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Jaime Pinos: “Hacer cultura y hacer dinero no son sinónimos”
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