Seguir un rastro en el silencio
Instalaciones de la memoria. Poesía: Verónica Zondek / Fotografía: Patricio Luco
Alquimia Ediciones 2013
Por Jaime Pinos
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En cada acto de memoria los dos, el lenguaje y la imagen, son absolutamente
solidarios y no dejan de intercambiar sus carencias recíprocas: una imagen acude allí donde puede fallar la palabra; a menudo una palabra acude allí donde parece fallar la
imaginación. Este fragmento del libro de Geoges Didi Huberman Imágenes pese a todo,
podría servir para empezar a presentar someramente lo que es este libro. Este libro
como acto de memoria. Este libro como un tejido que se urde en el montaje de los
textos y las fotografías, de las palabras y las imágenes, en un relato único. El relato de
una ausencia, de un vacío.
Se dice en el texto introductorio: Esta fotografía, al igual que la palabra escrita,
trabaja sobre una superficie blanca, un desierto, un vacío. Su objetivo es re-ver y re-
decir. Todo está ahí afuera, oculto o disimulado. No hay habla sonora. La ruina
continuará siendo inerte en tanto nadie la vea. Me parece una definición certera del
espacio en que se mueve este libro. Un espacio de silencio. Un espacio sin habla
sonora. Una zona de voces mudas. En ese espacio, este texto, a la vez escrito y visual,
se juega por convocar a esas voces mudas, por hacerlas hablar. Una convocación cuyo
objetivo es justamente re-ver y re-decir. Esto es, volver a ver y volver a decir. Tal como
recordar es volver a pasar por el corazón.
Las oficinas salitreras abandonadas. Seguramente, entre los numerosos
pueblos fantasmas de nuestro país, los más simbólicos. Interrogar esas ruinas desde la
imagen y la palabra para rescatarlas de lo inerme o de lo invisible. Para preservar de
la disolución lo que todavía nos pueden decir. Para hacerlas ver. Ver lo que el velo
pesado del tiempo nos ha ido ocultando. ¿Colgará aún/una palabra/de/estos
muros/devastados?/¿Serán estos fierros/la escritura que signa una historia? Recordar
aquí es intentar responder esas preguntas. Escuchar esas palabras casi inaudibles, leer
esas escrituras a punto de desvanecerse en el aire. Colgando en la fragilidad de la
memoria. A punto de caer en el olvido.
Dos fragmentos: ¿Quién vio y dejó de mirar?/¿Qué vemos nosotros?/¿Qué hombre
escupió al cielo? Otro: Una ventana se construye para mirar a otra./¿Cuántos rostros en
domingo espiaban otro rostro?/¿Qué pared deshojada te pertenecía?/¿En cuál cama
gritaste de placer?/¿En cuál te retorciste impotente? Buscar un rastro en medio del
desierto. Preguntarse por la vida cotidiana de quienes vivieron sus días en ese lugar
ahora derruido. Preguntarse por quién se asomaba por esas ventanas. Rastrear las
huellas del pasado, los rostros y las miradas de quienes las caminaron. El hombre que
escupió al cielo. Los amantes y los enfermos. Todos ellos. Los que ahora están
ausentes. Responder a la pregunta que se hace en el mismo texto: ¿Los ausentes/dónde
están?
En ese sentido, este libro puede leerse como un testimonio. Desde luego, no
todo relato sobre el pasado puede constituirse como un testimonio. El requisito para
que un relato sea un testimonio es su capacidad de articular un diálogo imposible. El
diálogo con lo que no está. Sin embargo, es justamente esa capacidad la que define a la
poesía. Esa capacidad de poner a la palabra en el lugar de lo que no habla, como decía
Roberto Juarroz. Ponerla en ese lugar para poder ver: Y ver/ver cómo brotan/en qué ventana/en qué ojo el testimonio.
Un par de comentarios más.
Me parece interesante cómo trabaja en este libro el concepto de instalación.
Vuelvo al texto introductorio: instalaciones o ready-mades que ha dejado el paso del
hombre sobre la tierra; fotografías de lo ya instalado; exposición que el fotógrafo ha
optado por armar al modo de un peep-show, sólo que esta vez no es el agujero de una
cerradura, sino una ventana. Un peep-show, digo, inundado de silencio, muy lejos de lo
erótico; una estética del ayer que ya no habitamos y que quizás un día encuentre su sitio
en las salas de algún museo; exposición que brama por ser la animita que nos reinstale el
alma perdida.
Según Gerard Wajcman el ready-made consiste esencialmente en introducir
vacío en el objeto. Los ready-made son objetos sin, objetos carentes de algo. Una rueda
de bicicleta sin neumático, en el caso emblemático de Duchamp. Una estética que
persigue, según el mismo Wajcman, Mostrar eso que no se puede ver. Me parece que
este libro funciona como un ready made en los mismos términos. Un libro que trabaja
con ese vacío, ya no al nivel del objeto de arte, sino al de la historia y la cultura
humanas. Los pueblos abandonados del salitre como instalaciones que ha dejado el
paso del hombre sobre la tierra. Cada uno de estos pueblos fantasmas como un ready
made a gran escala. Los últimos vestigios de una vida ya extinta que, sin embargo,
podemos tratar de rescatar interrogando la nada en que se han convertido: Registro de
la memoria como nada./Registro de la nada como memoria. Registrar eso que no se
puede ver. Instalarse en ese peep-sow inundado de silencio.
Para saber hay que imaginar dice Didi Huberman. Creo que ese es el trabajo, el
acto de memoria, al que nos invita este libro. Saber cómo era la vida en las oficinas
salitreras que son metáfora de tantos otros abandonos y derrumbes en un país como
el nuestro, tan aficionado a las demoliciones. Saber, imaginar esa vida. Seguir su rastro
casi perdido en las arenas del olvido. Cumplir con la promesa que encierran esas
palabras escritas en este libro: nunca más el silencio en la página del desierto.
Valparaíso. Diciembre de 2013