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Savanna
Fotografías de Mauricio Emiliano Valenzuela. Libros del Pez Espiral, 2016
jaime pinos
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el ojo se mueve por la vasta extensión de la llanura, se desplaza por esta sabana, captura imágenes del espacio, de las cosas, de la flora y la fauna que habitan aquí, los árboles escasos en medio de las enormes praderas tapizadas de hierba, ahora muy corta y casi enteramente seca tras la dilatada duración de la última estación del fuego, demasiado larga, tan larga que ha vuelto casi imposible la vida para los habitantes de este paisaje, el espacio mental o metafórico desplegado en esta sabana, donde hace mucho no cae una sola gota de lluvia y el calor abrasa, drena las marismas, obliga a los habitantes a desplazarse en manadas y rebaños numerosos que buscan desesperados agua y alimento, a los que se quedan, a agruparse cerca de los pocos lugares con agua todavía, siempre atentos al acecho de los depredadores que también se han quedado y tienen hambre acumulada, esa es la ley acá, la ley del hambre, el juego mortal de la cacería, comer y ser comido, eso es la vida en esta sabana, en este espacio mental donde el ojo se mueve, donde el corazón busca la memoria, aquí, donde la vida es salvaje, como lo ha sido también en otros parajes, como en la larga y angosta sabana donde el ojo ha nacido y crecido hasta hacerse mayor, la misma ley, la danza violenta de la presa y el cazador, la coreografía de la muerte, sus movimientos, sus imágenes, piezas del collage de la depredación, sintagmas de su gramática sangrienta, todo lo que sangra puede matarse y ser comido, acá las cosas suceden bajo esa lógica implacable, las leonas cazan al búfalo, el león come primero, luego las leonas, los cachorros, la hienas llegan, toman su parte, los chacales y los buitres se disputan las sobras, las moscas acaban de limpiar los huesos, es así, acá casi no hay árboles, no hay donde trepar ni esconderse, nadie escapa a la ley del hambre, a la ley de la cacería, nadie escapa de la sed bajo el sol de fuego que lo abrasa todo, que enciende gigantescos incendios que se extienden con rapidez consumiendo el pastizal, iluminando la noche inmensa, la estampida de los habitantes huyendo de las llamas, la sabana se quema como la memoria, como un montón de huesos blancos, el ojo que ve estas imágenes, que las captura y las fija, sabe del peligro, sabe que la lluvia todavía tardará mucho en caer desde este cielo, que la sequía y el fuego arrasarán por mucho tiempo más este paisaje, este espacio de la mente, este pasaje en el tiempo hacia la realidad conocida de la larga y angosta sabana donde nos ha tocado vivir, su naturaleza humana, la violencia abyecta del único animal en estas llanuras que no solo mata por comer, el ojo que ve y captura las imágenes sabe que se mueve entre los depredadores, que debe desarrollar el mimetismo, aprender a camuflarse, a confundir, como las líneas de la cebra, al ojo del león, el otro ojo, el que captura estas imágenes ha aprendido a moverse, a respirar en la humareda, a enfrentar los peligros que implica sobrevivir en esta sabana, a correr el riesgo de ver cómo son las cosas aquí adentro, a armarse del valor necesario para no desviar la vista, para mirar de frente los horrores de nuestra vida salvaje