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El espíritu no muere
En Un puño de fuego. Merodeos en torno a la obra de Gonzalo Millán. Editorial Virus. 2017

Por Jaime Pinos


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La poesía chilena tiene algo de nuestra Cordillera de los Andes. Hay en ella grandes cumbres y volcanes formándose o en erupción, lagos y ensenadas, ríos e hilillos de agua cristalina. Hay cumbres y volcanes que ya son famosos en el mundo entero. Su fuego ha atravesado de polo a polo, y han sido reconocidos en el otro extremo del planeta, nada menos que en Suecia. Todavía conservo el ejemplar de Poesía Chilena de Jaime Concha.  Se encontraba en la biblioteca familiar y fue una de mis primeras lecturas sobre poesía. Editado el año 1972 por Quimantú, en la colección Nosotros los Chilenos, iniciaba con esas palabras un somero recorrido por nuestra tradición poética. La poesía chilena como una cordillera. Como un espacio donde lo importante eran las cumbres y los volcanes. Una imagen que aún predomina, arraigada como un lugar común, en el imaginario construido sobre nuestra poesía.

El Espíritu del Valle es la revista que Gonzalo Millán dirigió y editó entre 1985 y 1998. Tres entregas, espaciadas por varios años (más de diez entre el número 2/3 y el 4/5) un número inicial y dos números dobles. Las condiciones de producción de la revista serían un tema interesante en la perspectiva de reconstruir los modos concretos del quehacer cultural bajo dictadura. Publicar una revista de poesía en esos años de plomo era, desde luego, una empresa casi imposible, pero también un gesto de oposición profundamente radical. El Espíritu del Valle se planteó desde el inicio como un proyecto de resistencia y regeneración de un espacio tan diezmado y marginalizado como la poesía chilena en esa época. Su edición implicó el desarrollo de una extensa red de colaboradores, tanto dentro como fuera del país. Así como el trabajo en la permanente precariedad de recursos económicos, resuelta en parte por la solidaridad del exilio sobre todo canadiense.

Sin embargo, lo que me interesa aquí es rastrear la línea editorial de la revista. Las coordenadas sobre la comprensión y la práctica de la poesía que contienen sus páginas. Lo que sigue son algunas notas respecto a la forma en que Millán llevó a la práctica este espíritu en la revista y en su obra. Espíritu, según el diccionario: principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo. El Espíritu del Valle como ese principio generador de una determinada manera de hacer y comprender la poesía. Millán como practicante y difusor de ese espíritu.

Neruda, Mistral, Huidobro, De Rokha. Las cimas de esa cordillera que es la poesía chilena. A contracorriente de esta metáfora de las alturas, Millán y El Espíritu del Valle propondrán trabajar en otra geografía, recuperar la topografía del llano. Así comienza el texto editorial del primer número de la revista: Recuperamos la noción del valle por un imperativo de realismo poético. Espacio de superficie y asentamiento. Zona neutra, perfecta para el desenvolvimiento de la manifestación, es decir, de toda creación y progreso material y espiritual. Porque a causa de su carácter fértil, en oposición al desierto y al océano, así como a las altas montañas, el valle es el símbolo de la vida misma. Recuperar la noción del valle por un imperativo de realismo poético, dice el texto. Buscar la poesía allí donde realmente se hace y sucede. Allí donde puede cultivarse, en terreno fértil. La poesía como una especie de agricultura, siembra y cosecha, una labor imposible en la aridez de la alta montaña.

Desde luego, esta perspectiva supone una lectura consecuente de la tradición poética chilena: Al favorecer el valle para nombrar una revista de poesía, postulamos considerar nuestra tradición, no sólo con los criterios habituales, por la línea de las altas cumbres, el alcance de sus vastedades, por lo insondable de sus simas, sino asimismo por el conjunto de todos los poetas que han aportado y aportarán su cuota de originalidad a la ya definida personalidad común. Esta comprensión de la poesía como un trabajo colectivo, como el esfuerzo mancomunado de poetas mayores y menores, es una coordenada clave. De lo que se trata es de comprender la evolución del quehacer poético en el contexto más amplio de la historia, la sociedad y la cultura. De superar el culto a las grandes personalidades para leer las escrituras poéticas como momentos de una construcción mayor: Al poner el acento en el valle enfatizamos el carácter colectivo de sus actividades, y dejamos de subrayar en forma preferencial figuras aisladas por resaltantes o excepcionales que sean o hayan sido. La traslación de nuestro accidentado e imponente relieve natural a una hiperbólica geografía poética paralela no acusa más que la ambición compensatoria de una ansiedad provinciana, propugnadora por lo demás de una concepción espontánea del genio, desligado de su sociedad y de su historia.

La metáfora de las cumbres como un relato que sitúa a la poesía y al poeta fuera o más allá de su sociedad y de su historia. El Espíritu del Valle como la posibilidad de restituir su lugar en el contexto de la vida cotidiana y la evolución de la sociedad. Esta idea será reafirmada por Gonzalo Millán hasta el final de su vida. En una de sus últimas entrevistas, realizada el año 2006, año de su muerte, Millán declara: Quisimos valorar no las grandes cumbres de la poesía, no lo prominente ni lo descollante como valor personal, sino lo acogedor. Poetas como Rosamel del Valle, por ejemplo, y otros considerados menores por cierta crítica falta de respeto, que los ve como cerritos al lado de la cordillera de los Andes: los mismos tres o cuatro nombres de siempre. La poesía chilena es muy geográfica. Resulta que no vivimos en la cima del Aconcagua. Todos los sitios de poblamiento chilenos están en los valles. A la cima van sólo los andinistas y profetas en busca de inspiración.

A la cima sólo van los andinistas y los profetas, dice Millán. Ni profeta ni andinista, el poeta para Millán es alguien que vive donde lo hace la mayoría y usa el lenguaje común a los habitantes de los sitios de poblamiento. Esta desacralización del poeta, este cable a tierra que Millán y su revista pretenden tender entre la poesía y el valle, pueden leerse también como un rasgo y un empeño de su generación. Waldo Rojas sobre la generación del 60: Poniendo énfasis en la especificidad del hecho literario, acercando las cuestiones de interpretación a los desarrollos teóricos de la lingüística post- saussuriana, los nuevos paradigmas críticos surten el efecto de liberar la comprensión disciplinaria de la praxis literaria de las viejas hipotecas realistas y de sus sociologismos apremiantes. Es posible que esta influencia intelectual, junto con favorecer el acercamiento generacional entre maestros y discípulos, haya favorecido de paso, entre los nuevos poetas, el desapego respecto de la ilusión romántica del poeta-demiurgo, visionario o alquimista del verbo, asimismo que acentuado la preocupación de parte de estos poetas por la dimensión ética del lenguaje. La "era de la sospecha" priva al poeta de su sitial heroico, y, hombre entre los hombres, lo inclina a interrogarse sobre la valía de su relación con la palabra y las condiciones de posibilidad de su oficio.  

El poeta fuera de su sitial heroico. El poeta, un hombre entre los hombres. Ni andinista, ni profeta. Habitante del valle. Poesía del Valle versus Poesía de la Cordillera. Frente a la grandilocuencia del tono y el personaje de los poetas mayores, una actitud y una poesía que se retrae, que se escabulle ante cualquier forma de culto personal. La poesía no es personal en el sentido del individualismo romántico. Para mí, la poesía es impersonal, dijo en alguna entrevista Millán. Una poesía escrita en contra del individualismo romántico, de su insuflación del yo, de su teatralidad y su retórica. Como escribió Nial Binns a propósito de la poesía de Millán en la contratapa de Autorretrato de memoria: Sin retórica, sin excesos y sin la necesidad de las formas métricas tradicionales, enfrenta uno de los tantos retos de la poesía contemporánea. La disolución del yo romántico, todavía vivo, sorprendentemente vivo, después de tantos movimientos post.

Ante esta larga pervivencia del yo romántico, Millán y su poesía se inscriben en el esfuerzo desmitificador que iniciara Nicanor Parra y que podría resumirse en estos versos de su conocido poema Manifiesto: A diferencia de nuestros mayores/-y esto lo digo con todo respeto-/Nosotros sostenemos/Que el poeta no es un alquimista/El poeta es un hombre como todos/Un albañil que construye su muro:/Un constructor de puertas y ventanas. En Millán, sin embargo, la estrategia no es la construcción de un personaje contradictor, como el antipoeta, sino una permanente resistencia a toda forma de egotismo: Yo veo al ego como una especie de tumor que uno tiene, una especie de cáncer psíquico que se ha apoderado de un territorio que no le pertenece, un dictador. Una resistencia que es también una continua elusión del éxito y el reconocimiento personal, una permanente escapada del foco del reflector: El hecho de que el foco del reflector te dé en la cara es aterrador. ¿No? Considero la notoriedad más un castigo que un premio; es una situación catastrófica, por el desgaste y el deterioro que acarrean a la vida personal. Pasar inadvertido es más saludable. O en otra entrevista: El éxito da susto. No tengo vocación de pavo real.

La estrategia de Millán no es la construcción de un personaje, cualquiera sea, sino justamente la anulación de todos ellos, el descubrimiento de todas las máscaras. Le preguntan a Millán: ¿Cuál es el tipo de poeta que más detesta? Millán responde: Para empezar, esos que asumen un personaje y venden su papel recitando el mismo parlamento como actores del año del ñauca. La poesía chilena está llena de personajes.

En vez de construir un personaje determinado que se confronta a los Poetas de la Cordillera, Millán imagina un espacio alternativo. Una geografía distinta. Un lugar donde el poeta pueda ser realmente un hombre entre los hombres, como escribe en la editorial de la revista. Ser un hombre como todos, como quería Parra. Un lugar donde el poeta pueda practicar la poesía libre de cualquier mal de altura, de cualquier mitificación. El Valle como ese lugar donde habita el Poeta Civil.  Poesía Civil versus Poesía Sacerdotal podrían ser los términos de la tensión, tal como la describió Roberto Bolaño: La poesía de Gonzalo Millán, una de las más consistentes y lúcidas ya no solo en el panorama chileno sino latinoamericano, se erige durante algunos años como la única poesía civil frente al alud de poesía sacerdotal. Es un alivio leer a Millán, que no se propone a sí mismo como poeta nacional ni como la voz de los oprimidos.

Millán como poeta del Valle. La revista como expresión concreta de un quehacer inspirado en ese espíritu. Un quehacer desplegado en el espacio del Valle, símbolo de la vida misma, como escribió Millán. La metáfora de las cumbres, el tema recurrente de establecer cuál de ellas es la más alta, comprende la poesía como un sistema jerárquico. El trabajo del poeta cordillerano es alcanzar la cumbre, plantar su bandera solitaria en la máxima altura. Allí donde sólo llegan profetas y andinistas. Por el contrario, quien practica el Espíritu del Valle y permanece en el llano, en los sitios de poblamiento, en vez de jerarquías establece relaciones. Formas de conexión con la comunidad en que su labor tiene lugar.  Su política y su estética son relacionales.  Su modo de comprender y practicar la creación y la crítica se definen por esa búsqueda de contacto e intercambio. Una manera cercana a lo que Nicolás Bourriaud llamó en otra parte La forma relacional: La actividad artística constituye un juego donde las formas, las modalidades y las funciones evolucionan según las épocas y los contextos sociales, y no tienen una esencia inmutable. La tarea del crítico consiste en estudiarla en el presente. 

Hacerse cargo de registrar un momento de esa evolución como tarea crítica. La literatura como un virus cuya dinámica vital es el cambio, la mutación. La crítica como una forma de leer que responde a esa dinámica mutante. Una comprensión viral de la poesía que busca preservar su potencial subversivo. Como dijo Millán en una entrevista: Tengo una teoría viral de la poesía que sostiene que es imprescindible la mutación permanente de contenidos y formas. La retórica ya establecida comúnmente posee carácter entrópico. El reconocimiento público, el éxito de crítica y lectores, disimulan la "cooptación", la anulación de las elementos críticos y subversivos.

Del texto editorial del primer número: Nuestro espíritu se abocará entonces a recoger lo disperso y rescatar lo inicuamente desdorado, recibir lo vigente y proyectarnos al futuro. Esta pretensión no es exclusiva. Se dirige también hacia los valles vecinos y lejanos que hablan nuestra misma lengua y comparten nuestra época y destinos. Queremos que el afán que nos caracterice sea tanto el respeto hacia nuestra idiosincrasia nacional y continental, como una apertura inquieta a todas las novedades y renovaciones estéticas universales.

Recoger lo disperso y rescatar lo inicuamente desdorado, recibir lo vigente y proyectarnos al futuro.  El Espíritu del Valle asumió, justamente, esas tareas. Recoger lo disperso en una época donde, luego del Golpe y la ocupación social y cultural posterior, el diálogo y la producción poética habían sido cortados en dos por el exilio.  Donde las comunicaciones entre la poesía hecha adentro y la poesía hecha afuera de Chile eran tan escasas como dificultosas. La revista se propone servir de puente entre estos dos ámbitos. Lo mismo entre promociones poéticas que, producto del mismo cisma histórico, se habían mantenido distantes, sin posibilidad de interlocución directa. Voces nuevas en la poesía latinoamericana, Diez poetas dispersos, Bibliografía 1985 (catastro exhaustivo de los libros de poesía publicados ese año preparado por Juan Cameron) La voz de los 80: Poesía chilena joven, Poetas chilenos de los 60, Poetas chilenos inéditos. Selecciones, muestras, antologías. La revista como un espacio de difusión e intercambio, de cruces y reposiciones en la perspectiva de reconstruir la red de escrituras y lecturas de la poesía chilena. 

La revista se dirige también a los valles lejanos, dice el texto. Una voluntad que se traduce en la centralidad que tiene la traducción entre sus contenidos. Muestra de poesía alemana actual, Poesía canadiense, Perspectiva de la poesía belga, Breve selección de poesía neozelandesa. La traducción como una forma de romper la auto referencialidad, tan característica de la poesía chilena y exacerbada por el aislamiento que impuso la dictadura durante años. La traducción como una manera de abrir el mapa de referencias a otras tradiciones y otras identidades lingüísticas y culturales. De comunicar los valles, a pesar de la lejanía.

Relaciones, conexiones. Un trabajo que no sólo pretende desarrollarse al interior del campo de la poesía y la literatura. Este afán comunicante se traduce también en la búsqueda de convergencias y entrecruzamientos con otros lenguajes creativos. Particularmente con las artes visuales. Las portadas de sus tres entregas reproducen obras de artistas tan importantes como Eugenio Dittborn, Nemesio Antúnez y Patricia Israel. Todos sus números contienen ya sea trabajos gráficos, galerías de artista, fotografías y comics. De hecho, la revista misma, su factura material, respondía a ese trabajo con la imagen que caracterizó toda la obra de Millán. Recuerda Patricio González, editor histórico de El Espíritu del Valle, en una entrevista reciente: La revista fue pensada desde el principio por Gonzalo con un fuerte componente visual. Compartíamos ciertas referencias a determinadas revistas, una imaginería común. Algunas imágenes publicitarias, por ejemplo. Recuerdo la imagen del detergente Klenzo. Nos mostrábamos monos, catálogos, materiales encontrados en librerías de viejo. Recortes de libros raros, comics. Él venía desarrollando un trabajo visual, que por ese tiempo llamaba Plastic Poetry. Gozábamos mucho ese trabajo. Recortar, pegar, preparar los originales. Trabajábamos en una mesa de luz sobre papel cuché, hacíamos las plantillas. Siempre teníamos sobre la mesa recortes, muchísimos recortes. La idea era intervenir los textos con estas imágenes, realizar un ejercicio de montaje. Era muy entretenido y demandaba cierta destreza manual. Millán tenía mucha habilidad. Las reuniones de la revista eran eso. Había mucho de juego en ese trabajo.

Volviendo a la definición de Bourriaud, la estética relacional como ese juego de las formas que sigue o es parte de la evolución de las épocas y los contextos sociales, habría que anotar el empeño permanente de El Espíritu del Valle por dar cuenta de su circunstancia y tomar una posición clara al respecto.  Primero, respecto al contexto de dictadura en que aparecieron sus dos primeras entregas: EL ESPIRITU DEL VALLE es un esfuerzo más por revivir, mediante la poesía, aquel espíritu de libertad creativa y crítica que para ejercerse a cabalidad requiere y exige de su sociedad el restablecimiento de la convivencia democrática, la vigencia de la justicia, la costumbre de la solidaridad, cualidades que distinguieron a nuestro país por largos trechos de su historia republicana. Luego, años después, cuando formalmente la dictadura se declaraba terminada pero permanecía intacta su ideología extendida ya como forma de vida dominante. A contramano de esa forma de vida, la poesía como antimateria de la sociedad de consumo: Al terminar el siglo XX la poesía ocupa, a pesar de su calidad y responsabilidad en Chile y en el continente, un segundo plano. Queremos valorar en esta situación discreta una actitud de reparo y modestia que nos parece la garantía de su sabiduría. Se ha dicho que la poesía es la antimateria de la sociedad de consumo. Más allá de las modas y del interés circunstancial que le pueda prestar el mercado, la poesía permanece íntegra y digna desenvolviéndose inagotable y fiel a sí misma.

Este carácter abierto y relacional del proyecto podría entenderse también como el esfuerzo por reconstruir la comunidad de la poesía, como un espacio colectivo de resistencia al individualismo y la competencia que se va imponiendo como ethos cultural. A propósito, escribe Jorge Etcheverry: El Espíritu del valle, título que Gonzalo pone a esa revista-puente entre la poesía de Chile y Canadá, es lo que acoge y permite la convivencia e incluso la confluencia de diversos cauces. Para Gonzalo el hecho de la poesía y la existencia de los poetas es casi como una hermandad sagrada, así su ojo tiene el ángulo que le permite captar y entender el trabajo más disímil con el suyo.

Termino regresando al libro de Jaime Concha que leí en la adolescencia. Para hacerle justicia, allí, junto a la metáfora cordillerana, aparece lo que podría ser otra definición de El Espíritu del Valle. Esa manera de comprender y practicar la poesía: Pero, lo mismo que nuestra cordillera, más que los nombres salientes y destacados, hay que señalar también las formaciones sedimentarias, ese conjunto de anillos o de vértebras que van forjando el relieve de este paisaje poético. Es un perfil colectivo, en que hebra a hebra, gota a gota, grano a grano, se va construyendo un gran volumen material que constituye el canto, el lenguaje de todo un pueblo.

Enfrentada la poesía chilena a un tiempo donde el egotismo, la competencia y la separación dominan el paisaje social y cultural, Millán y su revista reafirman, en el lapso de más de una década que cubre su publicación, un proyecto de signo radicalmente contrario: En nuestra revista sigue vigente el énfasis en el carácter colectivo y conjunto, vocación inseparable de su sociedad y de su tiempo, permanece la intención de recoger lo disperso y rescatar lo olvidado, de aquí y de allá. Se mantiene la disposición receptiva hacia el presente y el pasado, lo propio y lo ajeno. Persiste por último la aspiración a una permanente libertad creativa y crítica.

Es esta vocación y estas intenciones las que encarna El Espíritu del Valle. La aspiración a una permanente libertad creativa y crítica. Por eso el proyecto de Millán sigue vigente y puede servir de inspiración y referente para las búsquedas y las construcciones actuales. El espíritu del Valle nunca muere, dice Lao Tse en el Tao Te King. En esa persistencia, aún en las condiciones más adversas, radica la importancia y el potencial iluminador de El Espíritu del Valle. Como escribió Millán en la editorial de su último número, El Espíritu del Valle fue un testimonio de ese espíritu que unido a la vida no muere nunca.

Valparaíso. Mayo de 2016

 

 

Fotografía de Álvaro Carredano


 

 

 

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