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La risa espanta a los jotes
Comentario a Piel de Gallina de Claudio Maldonado. Ediciones Inubicalistas. 2013
Por Jaime Pinos
Publicado en Revista El Desconcierto N° 15 Octubre de 2013
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Poco asimilable de buenas a primeras a lo que, para mal o para menos mal, son los rumbos de la narrativa chilena actual, en la escritura de Claudio Maldonado se dan cita vocaciones, o si se quiere apetencias de estilo, de variada resonancia y contextura. Me parece que estas palabras, escritas por Waldo Rojas a propósito del libro anterior de Claudio Maldonado, Santo Sudaca, son igualmente válidas respecto a este nuevo libro. Creo que en ello radica parte de su valor. Este es un relato que se arriesga a transitar por territorios poco frecuentados por la literatura chilena actual.
Como se destaca en el texto de la contraportada, Piel de Gallina es una novela que puede leerse en clave satírica, desde esa tradición. Como se sabe, la sátira, más que un género, es un registro literario inventado por los griegos y practicado a lo largo de la historia por autores tan fundamentales como Rebelais, Quevedo o Cervantes. La sátira es recreada aquí con total fidelidad a su principal característica: la crítica de la realidad. Una crítica que opera de forma oblicua a través del humor, casi siempre negro, la exageración y la parodia.
Absurdo, sólo tú eres puro dicen los versos de César Vallejo que sirven de epígrafe a esta novela. De alguna manera, me parece que estos versos definen bien la tentativa de este libro. Piel de Gallina es el relato de un delirio. Del sueño afiebrado de un profesor secundario que se debate entre la vida y la muerte en una sala hospitalaria luego de haber sufrido un grave accidente. Un sueño donde, como suele pasar en los sueños, la lógica causal que impera en ese lugar que llamamos realidad es rota o traspuesta. El profesor Lizardo Melgarejo delira en una cama del Hospital de Talca, tiene un sueño absurdo. Un sueño absurdo que, sin embargo, será para él una experiencia de comprensión y lucidez respecto a su propia vida y al mundo que le ha tocado vivir.
El autor consultado en una entrevista sobre la función social de la literatura: Un rol pedagogizante en la literatura a mí me parece que está demás. Una instrucción hacia el pueblo a mí no me calza. Esto me parece importante. Esta novela indaga sobre el problema, dramáticamente contingente, de la crisis terminal de nuestro sistema de educación. Sin embargo, lo hace sin intención alguna de adoctrinar al lector, sin subestimarlo. Antes que eso, su tono paródico busca producir en él una suerte de distanciamiento. Empujarlo a observar esa realidad desde otro ángulo. A comprenderla por la vía del absurdo y de la risa. Una risa amarga, desde luego. Ese humor negro no sólo es un rasgo de nuestra idiosincrasia, sino también, como planteaba Enrique Lihn, un mecanismo de autodefensa, un antídoto. Dice Lihn: De ese humor, y de ese distanciamiento que produce el humor, es algo que ha dado muestras este país, como una manera de defenderse de la realidad, y de hacer irrisión de ella. Son antídotos, por así decirlo, contra la monstruosidad ambiental.
Donde hay educación no hay distinción de clases, dice en un pasaje, citando a Confusio, el Inspector Latorre. Como sabemos, la realidad en nuestro país es bien diferente. Por el contrario, el sistema educacional es justamente la base de la segregación y la desigualdad que vivimos cotidianamente y su principal mecanismo de reproducción. En la misma entrevista, dice Maldonado a este respecto: Estamos condenados a ser los paladines de la injusticia social, históricamente siempre lo hemos sido. Todos nuestros procesos están marcados por eso. Por la enorme desigualdad y porque finalmente el poder oficial ha aplastado todos los movimientos que han pretendido luchar contra esa desigualdad, desde los tiempos de la conquista hasta ahora.
Comparto esta lectura de nuestra historia, como también la convicción de que la literatura es un ejercicio de dudosa utilidad en cuanto a cambiar ese estado de cosas. Sin embargo, creo también que puede aportar a romper con el peso de la costumbre y los automatismos que dominan nuestra vida cotidiana y le dan forma. A corroer los cimientos de eso que Étienne de la Boétie llamó, hace ya casi quinientos años, la servidumbre voluntaria. Vivimos en este país, como el profesor Melgarejo, llevando nuestros maletines con un círculo de jotes acechando sobre nuestras cabezas. La risa puede ser, como es el caso en este libro, una forma eficaz para espantarlos.
Valparaíso. Agosto de 2013