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Notas de una contratapa.
Sobre Trabajo de campo de Jaime Pinos y la poesía situada


Por Camilo Brodsky


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No desviar la vista
Pase lo que pase
Sostener la mirada
J.P.


No debiera ser difícil escribir sobre la poesía de Jaime Pinos. Infinidad de hilos me unen a él, de lo político a lo humano, de lo humano a lo textual, y de vuelta otra vez. Pero nunca es fácil, sin embargo. Y es que la poesía de Jaime, que se mueve siempre en una doble o hasta triple articulación —lo que es, lo que fue, lo que pudo ser, por ejemplo—, puede convertirse en una espina incómoda, como el guisante bajo el colchón de la princesa; una incomodidad arraigada en la realidad, la película que nos quita el sueño, y que acá se articula como un estilete que entra sin ruido en la carne social, aunque a su paso desgarre músculos y tejidos de un discurso más acostumbrado al boudeville y la apariencia que al corte meticuloso de un emperador al que todos sabemos desnudo y decadente, como cuadro de Dorian Grey guardado con los esqueletos en el clóset nacional.

Carlos Henrickson reseña en el postfacio la palabra catálogo, a propósito de la obra de Jaime. Y claro, está esa recolección permanente de la realidad en estos textos, una mirada que opera a la vez como bisturí, recortando fragmentos, sucesiones de imágenes del entorno —social, textual, político, vivencial, pero principalmente cultural, en la línea de lo que por cultura se puede entender a partir de ciertas lecturas de Gramsci y Benjamin— y situándolos sobre una mesa de disección —que ya no es la de Lautréamont, pues no hay fiesta ahí ni vuelo macabro siquiera, sino fría concreción— para ser observados una y otra vez, convertidos por este ejercicio en realidad resignificada a partir de su situación de objetos textuales, incluso objetos de memoria textual que, elegidos entre otras miles de combinaciones posibles de la memoria, conforman un panorama otro, realidad denotada por la propia elección del autor, que al construir esta elección y la linealidad de los fragmentos configura una escena de lo real obliterada por los discursos del poder, el crédito, la amnesia colectiva y el exitismo. Una suerte de discurso paralelo al Gran Discurso, que lejos del púlpito y la epicidad tantas veces vacía de una cierta poesía, nos deja en las manos el corazón palpitante de un proyecto mancomunado abortado, de una democracia contrahecha que se ha consumido en su propia retórica, donde precisamente los jirones hilvanados en la obra de Jaime nos muestran una de sus feroces contracaras, y donde quizás sean los monstruos grasmcianos también los que se expresan, esos que nacen y dan a luz, al mismo tiempo, a la crisis (La crisi consiste appunto nel fatto che il vecchio muore e il nuovo non può nascere: in questo interregno si verificano i fenomeni morbosi piú svariati); o bien pueden ser, también, una imbricación de estos con las catástrofes —cotidianas y públicas— implicadas en el propio capitalismo.

Esta poesía —qué poesía; estos textos, estos sentidos, estas reconstrucciones de escena-, que transita en los hechos con una minuciosa paciencia documental, da cuenta de una bitácora alternativa a los floreos e intercambios de patotas; se instala en la función de anotar la realidad sin aspavientos, en tratos con un objeto de estudio en el que la distancia se comporta como lo que es: un imposible que cae bajo el peso de la evidencia de que no hay más objetividad que los grados de distancia que nos separan de la catástrofe, el crimen, el desarraigo de la Humanidad. Con mayúsculas.

Una bitácora construida en base cierta forma de convicción ética amarrada al verso, como un Ulises que sabe debe escuchar los alaridos destemplados de estas nuevas sirenas portadoras de la desintegración social para reconfigurar un territorio posible para el despliegue de la palabra. Entender, de alguna manera, que una particular bancarrota de la poesía es plausible de ser superada al entendernos más como el amanuense de los fragmentos de realidad que se escogen para la articulación del discurso, que como el demiurgo que domina el lenguaje y crea un mundo a su medida, situándonos más cerca de la anotación meticulosa de los hechos y su posterior re-ensamblaje —nunca objetivo, siempre tendencioso y parcial—, o bien instalándonos en el rol de constructores de notas al pie entre las dislocaciones del sentido y la documentación móvil de la Historia, síntesis improbable entre el uno íntimo que hace las observaciones, y el otro distante y distanciado por la enajenación impuesta al ser humano en esta fase del capitalismo, síntesis improbable pero no por eso menos deseable como camino a intentar recorrer de alguna forma.

Hay una suerte de zona intersticial desde la que se instala la labor poética de Jaime y algunas otras, que tienden a emparentarse entre sí pese a las muchas distancias que se pueden hallar entre ellas. Pienso en algunas cosas de Huenún, de Juan Carreño, de Carlos Soto Román, de Henrickson e incluso mías, por poner algunos casos. Un empeño —en diferentes gradientes— donde incluso ciertas formas de construcción del recuerdo y la memoria personal quedan hasta cierto punto supeditadas a la reconstrucción histórica de esta memoria, a su puesta en juego desde una politicidad no exenta de problemas, pero que no aparece tensionada —por lo general— por un deber ser externo a la propia dinámica de los textos y el trabajo del lenguaje. Poéticas materialistas o documentales —siempre documentadas— quizás, historiográficas en alguna medida, arqueológicas y antropológicas en alguna otra; poéticas que, precisamente, despliegan un específico trabajo de campo. Pero, por sobre todo, poéticas situadas, que desde distintos flancos siguen el rastro de una búsqueda de preguntas —no necesariamente nuevas ni mucho menos— para el quehacer que enfrentan, configurando un campo —no diremos escena, pues sería exagerar— en cuyo marco el trabajo de Jaime resulta una de las entradas imprescindibles para comprender las tensiones que allí se juegan o se pueden jugar, tanto internamente como en el contexto de la poesía chilena hoy en funciones. Pero ese es otro tema, y no viene al caso meterse ahora en esa camisa.

Respecto de Trabajo de campo, en lo específico, señalar que entrega los elementos suficientes como para hacerse una idea del trabajo de Jaime, incluyendo algunos textos de Documental, aún inédito. Y eso se agradece, pues permite apreciar en cierta medida este work-in-progress, que es una de las formas en que se puede leer la obra de Jaime, como partes en permanente construcción de un libro mayor sobre el presente, la memoria que lo antecede y la realidad de la que es expresión: la ciudad; una cierta forma de asumir la bancarrota que la niega al ser enunciada; el margen como espacio imposible de impostar, por patente y de urgencia real cuando se trabaja sin tomarlo como dato. La política como forma de aproximación ineludible, la poesía como anotación y pie de página de un proceso inevitable, por humano e histórico.

Debiera ser fácil —particularmente para mí— escribir algo sobre estos textos. Infinidad de hilos me unen a él, de lo político a lo humano, de lo humano a lo textual, y de vuelta otra vez.

Pero no lo es. La realidad —sus versiones, sus meandros— nunca lo ha sido.


Villa Frei, 2016


 

 

 

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