—Jaime, gracias por conversar con nosotros. Queremos comenzar hablando de tu libro Visión Periférica. Ejercicios críticos, donde abordas la crítica como una actividad pública. El desarrollo del libro es la respuesta a esa afirmación, una mirada que quiere registrar el movimiento de la escena literaria: textos de presentaciones, ensayos, entrevistas, prólogos: resumen de una vocación por la cívitas y no el claustro al que se suele asociar la poesía. Cómo crítico, ¿qué te movió hacia los autores y libros allí reunidos? ¿Qué te hace no escribir sobre un libro? —He practicado la literatura como un quehacer que responde a varios intereses, que se despliega en varios planos. La escritura, la edición, el periodismo cultural, la producción, la crítica. Respecto a esta última, comencé a escribir sobre los libros de los otros en los años noventa, motivado por la escasa o nula recepción crítica de lo que estaban publicando las primeras editoriales independientes. Bajo el sello La Calabaza del Diablo editábamos libros de autores jóvenes y una revista donde difundíamos las escrituras emergentes y rescatábamos la tradición poética y narrativa chilena. Allí persistí en la escritura sobre los libros ajenos. En algún sentido me hice crítico por necesidad. Pero lo que en principio respondió a esa necesidad muy concreta de pensar y difundir cierta literatura, fue adquiriendo una importancia central en mi trabajo.
La crítica es una forma de la autobiografía, como dijo Piglia. También es una actividad pública, como plantea su pregunta. Me gusta la imagen de esfera pública de Alexander Kluge. Kluge imagina al lector sentado con su lámpara, leyendo solo. El libro establece una correspondencia entre dos intimidades, la del autor y la del lector. Lo que los convoca es la experiencia compartida. Así ambos conforman, junto a muchos otros, la esfera pública de los libros. Cuando estoy solo pero realmente no estoy solo, escribe Kluge. Creo que la crítica puede propiciar esas correspondencias, multiplicar esos encuentros. Ampliar esa trama, esa confluencia de subjetividades y experiencias que es la literatura. Eso, junto a su valor como trabajo de creación textual, como literatura, justifica su ejercicio.
Viendo en retrospectiva la lista de autores y libros sobre los que he escrito en estos años, veo un trayecto autobiográfico. También veo ciertas reafirmaciones políticas y estéticas. Creo haberme ocupado de textos que despertaron mi interés como lector porque me plantearon buenas preguntas, inspiraron mi imaginación o ampliaron mi capacidad crítica.
Respecto a la última parte de la pregunta, sólo escribo sobre libros que me interesan o me gustan. Tanto como para querer ayudar a hacerlos leer. No me interesa ni me alcanza el tiempo y la energía para otra cosa.
—Tenemos la percepción que hoy en día se desarrolla más crítica (no sabemos si mejor, pero en mayor volumen) que en otros tiempos, y que eso está asociada al surgimiento de editoriales independientes, revistas digitales y fenómenos como la multiplicación de presentaciones y redes sociales. El aura del crítico omnipresente se ha caído hecho pedazos y la verdad es que no lo extrañamos para nada. Pero también es cierto que su recepción es mínima y los medios de comunicación, en general, la ignoran. ¿Tienes una visión pesimista de la crítica en la actualidad o piensas que su desarrollo actual (diseminación de voces y soportes) es auspicioso? —Comparto la absoluta falta de nostalgia respecto al fantasma del crítico único, el juez omnipotente que decidía lo que era digno de leerse y lo que no. Su paulatina desaparición es significativa en una literatura cuyo sector más regresivo ha hecho del crítico sancionador un personaje central.
Tres personajes, tres seudónimos. Omer Emeth, Alone, Ignacio Valente. Un solo diario, El Mercurio. La historia de la crítica chilena como la sucesión de estas grandes personalidades conservadoras que dictan el canon de su época. Desde luego, siempre hubo contracorrientes críticas, intentos de abrir la cancha. Un ejemplo es Enrique Lihn quien publicó a inicios de los ochenta, en una modesta tirada de 500 ejemplares, un texto con intenciones polémicas: Sobre el antiestructuralismo de José Miguel Ibañez Langlois. Luego le dedicaría al mismo personaje un poema en su libro póstumo, Diario de muerte, cuyo título ahorra comentarios: Te dimos demasiada importancia.
Por otra parte, ha existido una omisión deliberada de toda una corriente crítica que se construye en Chile a partir de los años cuarenta. Estoy pensando en nombres como Ricardo Latcham, Juan de Luigi, Yerko Moretic o Jaime Concha, entre muchos otros. Es necesario recuperar estos trabajos que dibujan una coordenada alternativa al relato crítico conservador. En cuanto a lo primero, constato que hay más textos sobre libros, pero no estoy tan seguro de que haya más crítica. Veo una gran vitalidad creativa y editorial de la cual hacerse cargo y la necesidad de potenciar una red plural de escritores que asuma las tareas que siempre han definido la actividad crítica. Poner en valor la producción literaria. Promover su conocimiento y lectura. Inscribir los textos en el panorama más amplio de la tradición. Establecer relaciones de sentido que amplíen y multipliquen los ángulos posibles de lectura. Lo esencial es articular esa red. Construir ese lector colectivo. Propiciar ese diálogo. Los medios para darle circulación a sus producciones, al menos en principio, pueden ser todos. En el uso está el sentido, decía Wittgenstein.
De cualquier forma, es innegable que las redes han abierto un espacio que ha roto el monopolio de los medios convencionales. No hay que pedirle peras al aparato mediático de derecha que domina sin contrapeso hace treinta años. La recepción de esos medios respecto a la literatura seguirá siendo mínima. Como pasa con todo lo no es traducible a entretención o consumo.
—Tú has practicado una poesía civil, para usar el título de Raimondi, donde en Criminal desnudas los mecanismos de control y castigo social, la crónica roja y la pobreza como espectáculo; en Almanaque despliegas la historia política del país, en las últimas décadas, como fracaso y suicidio colectivo, la poesía como un diálogo con nuestros muertos. En Trailer (anticipo de Documental), se reitera la idea del montaje de tus libros anteriores, el poeta como guionista, el poema como cámara. ¿Es Documental el corolario de esta apuesta poética? ¿Qué escritores para ti, hoy en día, son esenciales en tu trabajo de campo, qué otros artistas, qué otras disciplinas? —Me gusta la palabra corolario. Pienso en Documental como eso. Como un momento de síntesis dentro de un proceso de escritura que se inició hace 25 años. De alguna manera, mi esfuerzo por construir libros unitarios, más que colecciones de poemas, puede leerse como una forma de registrar ciertos puntos de inflexión en la historia biográfica y política de una escritura.
De cualquier forma, creo que hay algunas recurrencias que están presentes durante todo ese camino. Ciertos problemas, ciertos materiales. En primer lugar, la fidelidad a la musa de las musas, la memoria. Enfrentar el problema político de escribir en un país que llegó a desarrollar una gran capacidad de olvido. Que aprendió a cambiar de tema cada vez que emergía el recuerdo amargo de la imposición a sangre de la vida neoliberal. Estoy pensando en los años noventa y siguientes. De la oposición a ese ambiente cultural viene un interés fuerte por la Historia. La poesía como una conexión posible a través del lenguaje con esa memoria colectiva, comunitaria. La poética y la experiencia del testimonio, clave en países como el nuestro que han pasado por el terror fascista.
Otro vector de mi trabajo es la pulsión realista. La práctica de la poesía como indagación sobre lo real. Como investigación sobre las relaciones complejas entre experiencia y lenguaje en todos los niveles, personales y culturales. Enfrentar la realidad es también un imperativo ético, sobre todo en tiempos de penuria. El arte tiene como objetivo redescubrir la realidad y no escaparnos de ella, decía Gonzalo Millán. Estoy de acuerdo. La poesía misma ha sido otra zona de investigación central. La reflexión sobre el propio quehacer poético, sus variantes, sus posibilidades. Como trabajo de lenguaje y exploración de las formas. Respecto a esto último, me parece que la poesía sigue siendo el territorio más interesante y más libre. En mi caso la investigación en este ámbito me ha llevado a integrar en un solo montaje la imagen fotográfica o el juego tipográfico junto a las formas verbales y las estructuras métricas. Lo mismo, el trabajo con fuentes y documentos, presente en todos mis libros, me ha convertido en una especie de cazador recolector o de montajista de found footage. La hibridación de géneros es otro rasgo permanente.
En cuanto a las fuentes de alimentación de mi escritura, estas son muy diversas. Desde luego la poesía chilena contemporánea opera como una caja de herramientas esencial. Y a propósito de mis investigaciones sobre el problema de la imagen, he frecuentado mucho durante los últimos años cierto cine documental. Dziga Vertov, Jean Vigo, Chris Marker, Jonas Mekas, Agnes Varda, Joris Ivens, Patricio Guzmán, Alan Berliner.
—Erróneamente la poesía social ha sido objetada por su poca eficacia en los procesos de cambio. En momentos de efervescencia revolucionaria los poetas se avocaron tanto a la escritura como a la acción. Pensamos en Maiakovski, en Dalton, Rugama. En Jorge Salazar, por dar un ejemplo cercano. Sin estar en la otra vereda y sin ser un poeta de la inacción política, Lihn expresaba, en “Mester de Juglaría”: “Ocio increíble del que somos capaces perdónennos/ los trabajadores de este mundo y del otro/ pero es tan necesario vegetar”. Fassbinder señalaba, a raíz de las revueltas del 68, que dirigir películas era más importante para la causa que salir a la calle. ¿Cómo ves el proceso de incidencia social de un artista en la actualidad? ¿La pieza, la calle, la gestión cultural, la política, todas las anteriores? —Toda poesía es social, como programa o como síntoma. En cuanto a la eficacia, la poesía no tiene que ser eficaz. Ni tener algún tipo de utilidad o cumplir una función. Sin embargo, la literatura, la poesía, puede ser una forma de acción. Una política expresada en un conjunto de quehaceres diversos. Una constelación de quehaceres cuyo centro es la lectura y la escritura, no solo en el plano estrictamente textual.
Un primer trabajo es, justamente, leer la Situación. Leer las coordenadas que organizan la realidad que vivimos. Donde la poesía tiene lugar. Ello implica el cultivo de un estado de sensibilidad, de atención permanente a las condiciones del contexto. Convertirse en una especie de antena que se sintoniza y monitorea la realidad, como quería Pound. Otro trabajo permanente es el esfuerzo de escribir políticamente, de politizar la propia escritura. Entender que la política del texto no se juega en el abordaje de determinados temas, sino en una cualidad de la escritura alcanzada tras un arduo trabajo de integración del lenguaje y la experiencia. Que se trata de escribir desde la realidad y no sobre ella.
Otro quehacer es la construcción de espacios concretos para la poesía. Tanto en el plano de una comunidad en el oficio, como respecto a los medios para la circulación y el intercambio de ideas y materiales. En el contexto neoliberal, la poesía, siempre fuera de comercio, ha sobrevivido gracias a un esfuerzo autogestionario importante. En este país de poetas, la poesía no sólo hay que escribirla sino también hacerla. De tal forma, mi respuesta es: todas las anteriores. La incidencia del artista en la actualidad es mínima, subterránea. Los procesos sociales y las corrientes culturales, sin embargo, adquieren en determinados momentos una velocidad vertiginosa. El arte y la poesía pueden ser parte de eso. No hay revolución sin canciones, decía Allende. Tampoco sin poemas. Lo importante es que la poesía y el arte, como experiencia e imaginario, participen desde su especificidad, aporten desde ahí.
Un texto que escribí hace muchos años, La poesía como política, remataba con una pregunta que le hacen a Lihn en 1968. Le preguntan de qué forma la poesía, sin dejar de ser poesía, puede ayudar al avance de la conciencia revolucionaria del pueblo. Lihn responde: Impidiéndole dormitar en esquemas o en vagas generalidades, ampliándola o clarificándola en la dirección, en el ámbito de la sensibilidad. En una situación ideal, a la que es preciso acercarse, la poesía aportaría a la revolución su necesaria dimensión interior. Me sigue pareciendo un buen plan de acción.
—De tu poesía se desprende la idea que el poeta tiene una mirada, un enfoque sobre la realidad tanto o más válida que el resto de los actores sociales. Nos gustaría que profundizaras sobre lo que hace, en tu opinión, que la poesía sea el verdadero registro documental de un tiempo y un espacio determinado. —La poesía ha sido siempre una vía de acceso, un camino de entrada a la realidad. Wallace Stevens decía que la poesía aumentaba la sensación de realidad. Creo en eso. Me considero un escritor realista si por realismo se entiende esa intensificación, a través de la escritura, del sentido de la realidad. La decisión de enfrentarla en vez de evadirla. Enfrentar la realidad desde la poesía implica cuestionarla, interrogarla, hacerle preguntas difíciles, incómodas, capciosas. Entiendo la poesía como una labor de investigación y al poeta como una especie de detective privado que sigue el rastro siempre difuso de lo real. En cuanto al enfoque del poeta, o a la poesía como epistemología, creo que su potencial está en su capacidad de establecer relaciones. Adrienne Rich decía que la verdadera naturaleza de la poesía radicaba en su necesidad de relacionar. Lo que otras formas de conocimiento aíslan o separan, la poesía lo comprende en el entramado de sus relaciones.
Otro elemento que define el acercamiento poético a la realidad es su conciencia del lenguaje. Esa conciencia le permite sospechar sistemáticamente de sí misma y poner en constante tela de juicio toda comprensión reductiva o estática de la vida real. El trabajo con fuentes y documentos es una estrategia, entre varias otras, que practica y ha practicado antes la poesía de la realidad. Sobre todo en su esfuerzo por incluir la Historia, tal como Pound definía la poesía épica.
En nuestra tradición, la estrategia documental tiene antecedentes que pueden rastrearse en un amplio arco. Un arco que va desde la Lira popular al Parra de poemas como 1930, Noticiero 1957 o Temporal. Desde Dawson de Aristóteles España, Naciste pintada de Carmen Berenguer o el documentalismo gráfico practicado por José Ángel Cuevas, Jorge Torres o Bruno Serrano, hasta los trabajos de poetas actuales tan distintos entre sí como Carlos Soto Román, Camilo Brodsky, Christian Formoso, Gloria Dunkler o Juan Carreño. Este trabajo con documentos y fuentes acerca, en algún sentido, el quehacer del poeta al del historiador y el antropólogo social. Sin embargo, creo que la poesía tiene un enfoque particular que permite, como decía Muriel Rukeyser, expandir el documento.
El realismo, en la poesía y fuera de ella, es también una cuestión de resiliencia. Sobre todo durante épocas donde la amnesia es inoculada sistemáticamente como durante todos estos años de vida neoliberal. ¿Qué puede y debe hacer un autor realista cuando la mayoría de las personas no se interesan por la realidad? Mantener la posición. Insistir. Eso es lo que ha hecho al menos un sector de la poesía chilena. Los hechos son porfiados, decía Lenin. Desde luego, los acontecimientos en curso desde octubre pasado han puesto a la realidad en el centro de los días. Veremos si la poesía, tal como demostró ser capaz en otros momentos de nuestra historia, estará ahora a la altura de las circunstancias.
—Lo político es un ámbito que ha cambiado mucho desde tus primeros libros. Las nuevas generaciones están más enfocadas hacia temas como la identidad y el goce, mientras que tu poesía sigue apelando a lo comunitario. ¿Sientes alguna distancia, o quizás alguna afinidad, con estas políticas del yo? ¿Pueden ser compatibles? —A pesar del programa que recibieron de la educación neoliberal, basado en el individualismo y el consumo, mi experiencia en talleres me ha enseñado a no subestimar la pulsión colectiva de las nuevas generaciones. Me gusta la idea de George Perec para quien la política es la historia del presente. Así entendida, ciertamente la política ha cambiado mucho desde que publiqué mi primer libro en el año 97. En cuanto a la apelación a lo comunitario, me parece que más bien he apuntado a la relación entre lo político y lo biográfico. Para mí, la historia de este país ha sido siempre un asunto personal. Fue la historia a la vez aguerrida, luminosa y terrible de este país la que me hizo escritor. Porque me afectan personalmente las realidades sociales y políticas he tenido el impulso de escribir sobre ellas. En mi caso, es este impulso de necesidad personal el que da forma a lo político en mi escritura. El que me permite asimilar, integrar a mi propia experiencia y subjetividad, los hechos de la historia. Es desde ese lugar de confluencia entre lo personal y lo colectivo que el poeta puede cumplir con la función de anunciar a su comunidad las noticias verdaderas. Esas que nunca dejan de ser noticia. Hay un texto de Denise Levertov, parafraseando el dictum poundeano, que me gusta mucho: Los poetas deben buscar en sus propios poemas las noticias que no se encuentran en ninguna otra parte o morir por su carencia. Todos necesitamos recibir noticias fidedignas sobre la realidad que vivimos. El trabajo del poeta con el lenguaje, su búsqueda personal de la relación entre los hombres y los hechos, lo convierte en una fuente confiable. Una fuente que se hace aún más necesaria en medio de la proliferación vertiginosa de fake news. Más que compatibilidad, veo una interdependencia entre los planos del yo y de la comunidad. Una de las acciones políticas que puede propiciar un poema, sea o no explícito esto en su contenido, es revelar esa unidad, el dinamismo que integra lo uno y lo otro. Lo personal es político. Lo político es personal.
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Jaime Pinos. Poeta, escritor, editor y productor. Estudió sociología y es licenciado en literatura y lingüística por la Universidad de Chile. Ha publicado los siguientes libros: Los bigotes de Mustafá (novela, 1997, 2016) Criminal (poesía, 2003, 2017) Almanaque (poesía, 2007, 2016) 80 días (multimedia, 2014) Visión Periférica (ensayo, 2015) Trabajo de Campo (antología, 2017) y Documental (poesía, 2018) Fue creador y editor del sello independiente La Calabaza del Diablo y de la revista homónima. Integrante del colectivo editorial Lanzallamas. Ha practicado la crítica literaria en diversos medios impresos y digitales. Es uno de los organizadores de A Cielo Abierto. Festival Internacional de Poesía de Valparaíso. En 2017 recibió el Premio a la Trayectoria Poética de la Fundación Pablo Neruda.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Entrevista a Jaime Pinos
Por Comité Editorial Elipsis
Publicado en https://revistaelipsis.org/ 19 de julio de 2020