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ANTOLOGÍA PREMIO DE POESÍA JOVEN PABLO NERUDA
2006-2011
(PRÓLOGO)
Un paseo por ciertos espacios del gran taller
Por Jaime Pinos
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Este libro presenta una selección de textos de los más recientes ganadores del Premio Pablo Neruda. Incluye a seis poetas en una muestra que abarca desde Malú Urriola, ganadora el año 2006, hasta Julio Espinosa Guerra, penúltimo ganador el año 2011. Todos proyectos poéticos valiosos y significativos que, esto es importante, se encuentran en plena evolución. De hecho, Espinosa Guerra publica por estos días un nuevo libro en España. Cualquier lectura de estos textos, en consecuencia, tendrá un carácter meramente provisional. Notas tomadas en un momento del desarrollo de estas poesías que se encuentran completamente abiertas, en pleno movimiento.
Lo que sigue no es el ensayo que cada uno de estos trabajos merecería por sí solo y que excede las posibilidades de esta presentación. Más bien se trata de algunos apuntes que quieren recoger este carácter de escrituras en proceso y responder a esa movilidad antes que arribar a conclusiones definitivas. Más que exponer y argumentar una interpretación, un breve paseo por cierto territorio de la poesía chilena contemporánea. El paseo de un lector que busca hacerse parte del desplazamiento que dibujan estos poemas. Leer como arte del pasear. Ese arte del que hablaba Robert Walser como una forma de la literatura: Pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada.
Desde luego, la primera inclinación es a establecer puntos en común, convergencias entre estas poéticas. Sin embargo, los criterios tradicionales no parecen funcionar demasiado en este caso. Tanto las fechas de nacimiento de estos autores (1967 a 1979) como la datación de sus primeros libros publicados (1987 a 1999) abren un arco extenso que no parece aglutinarlos en un ámbito común.
Tampoco en un plano programático aparecen comunidades evidentes. Más aún, el descreimiento o la desconfianza abierta sobre la idea o la posibilidad de una generación parece ser, justamente, un rasgo compartido. Si hay coincidencias, ellas responden más bien a una especie de espíritu tribal, de gregarismo espontáneo que se basa en la afirmación de una identidad individual. De la solución que cada autor le da al cruce entre subjetividad y escritura. Como dice Malú Urriola en una entrevista: Hablar de generación es algo que está archipasado de moda. Hay que apostar por las políticas y estéticas de cada autor, y puede que en eso haya coincidencias, pero incluso eso los hace parecer más una tribu que una generación.
Más una tribu que una generación.
Una tribu que ha debido desplazarse en un paisaje difícil, adverso. Este sigue siendo un país de poetas donde la poesía se escribe a la intemperie. El trabajo de estos autores, otro rasgo común, se ha desarrollado en esas condiciones de precariedad. Poetas que han escrito lo suyo en un país donde la poesía ni se compra ni se vende y, por lo mismo, parece no tener lugar. La dictadura y la postdictadura no han sido un contexto favorable para la poesía. La edición, la circulación y la difusión de los textos sigue siendo problemática y ha circunscrito su recepción a unos pocos lectores. Sin embargo, estos textos son testimonio de una persistencia en ella que, en el caso de estos poetas, no sólo se ha traducido en la publicación de sus sucesivos trabajos. Varios de ellos han sido protagonistas de iniciativas y proyectos para sostenerla en los ámbitos de la docencia, la crítica o la edición.
Sin embargo, más allá del contexto y del rechazo a una identidad programática como elementos comunes, lo que caracteriza a este corpus es su heterogeneidad. Distintas estéticas y estrategias de escritura. Distintas maneras de recoger y reelaborar la tradición. Distintas formas de comprender y practicar la poesía.
Desde este punto de vista, este conjunto de textos podría ser leído más como una muestra que como una antología convencional. Una muestra que funciona en los mismos términos que Roberto Echavarren definía Medusario: El conjunto dialoga entre opciones que se recombinan o se apartan. Se confirma un “un aire del tiempo” en el juego de las diferencias.
Plantearse el conjunto de estos textos desde el juego de sus diferencias. Intentar esa forma de leer. O de pasear. Siguiendo a Echavarren, leer estos textos como parte de una serie: una muestra se sustrae de las unidades n de una serie. O como una muestra de pintura en que hay un curador que elige una serie de personas que quiere mostrar en conjunto porque manifiestan ciertas tendencias, o porque simplemente es interesante yuxtaponerlas, por contraste, por retroalimentación o por lo que fuera para enriquecer el panorama de una problemática.
Pasear por esta muestra de pintura. Hacerse cargo de su diversidad, de sus tensiones y desemejanzas en cuanto a materiales, tonos y formas. Hacerlo para enriquecer el panorama de una problemática: transformarse en un lector cuyo registro sea lo suficientemente amplio para ser capaz de establecer relaciones entre estos textos,ya no tanto por afinidad, sino más bien por contraste, por retroalimentación o por lo que fuera.
Esbozo algunos rasgos, algunas anotaciones sobre los poetas incluidos aquí, en la idea de sugerir el carácter heterogéneo y complejo de este conjunto.
Malú Urriola es la poeta que abre la selección de este libro, la única mujer. Sus textos expresan con gran fuerza la comprensión de la poesía como gesto vital: Escribo porque si no, no podría vivir. La poesía para mi es mi pareja y es una forma de ver el mundo y de ver la vida, que está traspasada por una imagen concreta: la poesía para mí es la muerte y la vida espalda con espalda, reflejada en un espejo. Ese reflejo es el que alcanzo a agarrar de la vida. Vivo de los reflejos que tiene la muerte y que tiene la vida, y que tiene el horror y que tiene la belleza. Veo así la vida y así la escribo.
Para Urriola, la escritura, ese mirar la vida y la muerte juntas reflejadas en el espejo, es una especie de estado o disposición del cuerpo y de la mente. Algo de lo cual se participa antes que algo que se crea. Pero, sobre todo, es una forma de libertad y autonomía: la poesía me da la libertad de decir lo que se me plazca en el momento en que se me ocurra. Y si yo tuviera que renunciar a esa libertad creo que no escribiría poesía. Nadie tiene el derecho de disentir o estar de acuerdo con una experiencia individual. La vida es fugaz, dura un fin de semana y creo en la poesía como un estado de emanación, no como estado de creación, que me parece demasiado católico.
La fuerte afirmación de su escritura como una escritura femenina es otro rasgo importante en la poesía de esta autora. Una afirmación que pasa por el cuerpo, el lenguaje y la búsqueda del placer del texto: La poesía de las mujeres es mucho más arriesgada, no busca el éxito ni la fama; busca el trabajo con el lenguaje, y ese es un camino arduo, lleno de piedras y que han tomado las mujeres en este país como política, como estética, que tiene que ver con el placer de escribir, como diría Roland Barthes.
Javier Bello reivindica su filiación surrealista, su conexión con la tradición que encarnaron en este país poetas como Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita o los integrantes del grupo La Mandrágora. Una reivindicación que apuesta a la vitalidad y la vigencia de un pensamiento que no debe ser reducido a un estilo o a un movimiento acotado históricamente. Para Bello, el surrealismo está vigente en cuanto apelación a nuestra capacidad de liberar la conciencia, de bucear en su oscuridad misteriosa y siempre nueva, así como en su potencial liberador del cuerpo individual y social: Creo que resulta bastante corto de mente utilizarlo como un epíteto que designa un estilo o, en términos peyorativos, como un encasillamiento reductor. Por supuesto que soy heredero del surrealismo. Quién esté libre de surrealismo que tire la primera piedra.
No me interesa solamente decir cosas con los libros, sino que el libro sea una cosa en sí misma ha dicho Bello. El deslinde con la poesía contenidista es otro rasgo fuerte de su trabajo. Aquella poesía que, predominante por muchos años, se asumió como un vehículo para la transmisión de un mensaje y cuya recepción apelaba a su valor referencial. Por el contrario, sus textos escapan a cualquier referencia explícita apelando a la conciencia del lector desde el espacio propio del poema: Volver a poner atención al espacio del poema como el espacio privilegiado de la poesía se hace obligatorio y se hace obsesivo mirar dentro del poema e intentar develar la propia materialidad de la poesía. Hablo de la poesía en su relación con la realidad, que es su drama fundamental. Estoy hablando de la poesía como un ejercicio contemplativo, vital.
Rafael Rubio se define a sí mismo como un artesano, practicante de un oficio, como un manufacturador. Lejos de cualquier trascendentalismo, para Rubio el poeta es un trabajador cuyo material es el lenguaje; la poesía el resultado de ese trabajo expresado en el poema: No comulgo con la concepción idealista, burguesa y elitista de la poesía como una cosa trascendente, como una esencia flotante que preexiste al poema, y que se puede respirar o inspirar. Para mí la poesía está en el poema, es el poema, y el poema es un artefacto hecho con palabras, que, claro está, tiene la facultad de emocionar con una intensidad difícilmente alcanzable por otros medios, pero detrás del cual no hay ningún misterio.
La búsqueda de una rítmica y una musicalidad caracteriza la escritura de este autor que se considera un poeta auditivo: leo y escribo con la oreja. Suelo leer mucho mientras escribo, como una manera de afinarme, de lograr captar un ritmo básico que me estimule. Su trabajo con la métrica responde a un principio constructivo donde la coerción formal es vista como una oposición a vencer para liberar las posibilidades del texto: Para mí ahí radica la verdadera libertad: en la coerción formal y en la necesidad de romper, por dentro, esa coerción. Me gusta que el poema se resista a ser escrito. Ceñirme a estructuras métricas fijas me permite un grado de libertad infinitamente mayor que la que me permite el verso libre.
Desde otro ángulo, Rubio se apropia y reelabora elementos de la tradición, con gran énfasis en la poesía del Siglo de Oro español, en una tentativa por reponer antecedentes y precursores, así como abrir para ellos nuevas lecturas: a través de la reescritura y la apropiación intertextual uno propone nuevas lecturas de los poetas precedentes, de la tradición, obligando a leer a los precursores de una manera en que antes no habían sido leídos. Es lo que interesa en ese gesto. Claro que lograrlo es dificilísimo, pero en eso consiste para mí escribir poesía.
Como un río, lleno de barro, ramas, piedras, peces, sapos, hojas secas, cocodrilos, serpientes, pirañas, plantas y en el fondo tres pepitas de oro. Así ha definido Héctor Hernández Montecinos su poesía caracterizada por una escritura caudalosa y derivativa que busca en su proliferación esas pepitas de oro ocultas bajo las aguas del río. Una escritura que se sitúa en la intersección de vida y literatura, fluyendo libre de cualquier delimitación genérica: Ver la literatura como un género definido responde a otra época. Ahora tenemos otras necesidades, son otros los aconteceres.
La vida cotidiana, la biografía y el lenguaje, asumen en su poesía un estatus alegórico donde el lector puede proyectar su propia experiencia como en una pantalla blanca: Intento no ubicar lugares, no definir identidades, deslizarme en los discursos como si se tratase de una pantalla blanca donde quien lea proyecte su propia película interminable o ese guión imposible que resulta ser la suma de mis libros.
Ese guión imposible que ha venido escribiendo Hernández Montecinos se despliega en una obra concebida como obra total, como el desarrollo de un proyecto unitario más allá de su separación, meramente formal, en libros específicos. Dice al respecto el autor: un solo entramado que no se ve fracturado por su separación en libros, o sea, que toda su obra es un solo andamiaje que se ve contextualizado por su propia vida. No toda suma de libros es una obra, y una obra lo es cuando entre el autor y sus libros está su vida.
Citando a Borges, para quien un idioma, o territorio diríamos, es menos un repertorio arbitrario de símbolos, que una tradición o un modo de sentir la realidad; reconozco en el patetismo de ese mito local, los elementos de la lengua-geografía representados, no por símbolos nacionales (bandera e himno en el caso chileno) sino, en palabras de la Mistral, por aquella misma almohada sobre la que todos hemos de soñar. Dicho de otra manera, lo distintivo del Magallanes urbano, lo que nos hace parte distinta del país, es un cementerio: la presencia de la muerte y sus particulares vestigios. Estas palabras de Christian Formoso, podrían resumir la esencia de un proyecto de escritura cuyo eje es el territorio magallánico. La reconstrucción o la refundación en la palabra de esa tradición o modo de sentir la realidad que define sus contornos.
La presencia y los vestigios de la muerte, metaforizados en el espacio del cementerio más hermoso de Chile, se expresan aquí como un tramado polifónico urdido con materiales de diversa procedencia. En este cementerio conviven los espacios y las épocas, los personajes y las hablas. La conquista y la pacificación, las fosas comunes donde yacen los asesinados por la dictadura, la colonización y el exterminio de los aborígenes, la moderna sociedad de consumo y sus lacras, los reality shows y los recuerdos de infancia del propio autor.
El ejercicio de la reescritura aparece como central en la conformación imaginaria de este cementerio, de este espacio donde el asunto es portarse como cadáveres. Reescritura de documentos y soslayo de las fuentes para fundar en el lenguaje este lugar donde un país acorralado se levanta frente a un camposanto. Dice Formoso: hay mucho trabajo de reescritura de textos: reportes antropológicos de fuentes como los anales del Instituto de la Patagonia, notas de prensa reales y ficticias, artículos de revistas ídem, crónicas históricas, etcétera. Muy pocas veces cito las fuentes. Y manipulo la información a mi antojo, tal cual mis modelos.
Para Julio Espinosa Guerra, el poeta, el creador, es un voyeur. Su trabajo es encontrar el ángulo de la mirada que permita ver la realidad con ojos nuevos: Un creador es un voyeur, por lo tanto puede escribir desde la barricada, desde la trinchera, desde un lugar donde los demás no lo ven pero él o ella sí. Descubrir esa realidad otra se puede hacer conversando con la gente, pero también observando desde un punto que los demás desconocen, pero integran. El diálogo no es sólo con las personas, es con el entorno. Luego de verla, el trabajo es escribir esa otra realidad. Esa realidad desconocida o inexplorada donde el lenguaje no puede o le cuesta llegar. Dice al respecto Espinosa Guerra: Por eso yo sigo intentando decir aquello que, supuestamente, el lenguaje no puede y mi poesía seguirá centrada en ello. Y el tema tiene que ver con lo mismo: todas aquellas cosas que están a nuestro lado y que de tan cerca, pareciera que ya no existen.
Esta voluntad de comprensión, esta búsqueda de una profundidad epistemológica, choca contra la degradación del lenguaje común, contra el desgaste de las palabras de todos los días. A propósito de su libro NN, pero como una coordenada válida para todo su trabajo,dice Espinosa Guerra: La preocupación central está en que las palabras cotidianas no dicen ni de cerca todo lo que se puede decir y, además, el sistema social está lleno de tabúes y olvidos, premeditados o casuales. Por lo tanto, NN intenta llegar a eso que no está dicho. Es una poética de lo que existe, pero está innombrado.
La poesía debería ser entonces aquello que logra rozar al menos lo innombrable, lo imposible de decir. Una permanente puesta en duda, unaforma de desconcierto, un permanente desasosiego para el lector. La poesía, para ser poesía, sería entonces el lenguaje quebrándose la muñeca a sí mismo, huyendo del lugar común, del tópico, entendiendo por “lugar común” y “tópico” casi todo el lenguaje normativo y academicista. Y una manera eficaz de conseguirlo, es la imagen poética.
Dejo hasta aquí este paseo. Un recorrido somero que quiere ser tan sólo una incitación a la lectura de estos textos. Una invitación a conocer las lenguas que se hablan al interior de una tribu nómade y diversa. Una tribu cuya identidad común se encuentra, tal como demuestra la calidad de estos textos, en la práctica laboriosa del oficio.
A propósito de lo mismo y para terminar, un último apunte. Varios de estos poetas se han definido a sí mismos como artesanos, han hablado de la minuciosidad y la paciencia que implican trabajar con el lenguaje y las palabras. A propósito de esto, se me vino a la cabeza este texto de Neruda, citado por Jaime Quezada en el prólogo a la antología poética de los ganadores anteriores de este mismo premio: El mundo de las artes es un gran taller en el que todos trabajan y se ayudan, aunque no lo sepan ni lo crean.
Seguramente, la mayor comunidad entre los autores presentes en este libro sea esa. El reconocimiento de ser miembros, por derecho propio, de ese gran taller. Ese lugar de pensamiento y trabajo que, a pesar de todo, sigue siendo la poesía chilena. Un lugar abierto para que los lectores vayan de paseo. Ojalá para quedarse.
Valparaíso. Abril de 2013.