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Reeditar es releer. Releer es recordar.
Los Bigotes de Mustafá /20 años
Por Jaime Pinos
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Dos escenas. Dos recuerdos:
Es 1996. Tienes veintiséis años. Estudias literatura en la Universidad de Chile, después de dos carreras frustradas. Terminaste una novela, crees haber terminado una novela. La has hecho leer a los amigos, Contreras, Montecinos, Olivares, Barraza, los comentarios son alentadores. Le pasas el anillado con la única copia a Zambra, le gusta. Está investigando para una tesis sobre el poeta magallánico Rolando Cárdenas y ha entrado en contacto con Ramón Díaz Eterovic. Cree que Ramón debe leerla, que puede hacer buenas sugerencias para afinar el texto. Vas con Zambra a su casa en el Barrio Toesca, te dice que vuelvas en un par de semanas. Vuelves transcurridas las dos semanas, sin Zambra que no terminaría su tesis sobre Cárdenas. Al cruzar el umbral de la biblioteca, cientos de libros en equilibrio precario, escuchas la trompeta de Chet Baker. Sobre la mesa, un par de vasos, una botella, el anillado con la novela, un papel con notas y correcciones. Ramón te felicita. Brindas con él.
Es 1997. Montecinos ha impreso la novela. La diseña Zambra, el único que sabe algo sobre page maker. Montecinos ha publicado, hace pocos meses, algunos títulos de poesía porteña y has hablado con él sobre trabajar juntos en el sello editorial. El sello se llamará La Calabaza del Diablo. También planean editar una revista. Organizan el lanzamiento de la novela. El lugar es una especie de garaje, en el Barrio Yungay. La sede de un nuevo grupo político estudiantil llamado Surda. Esa noche hay danza, música y teatro. El ambiente es de fiesta. Leen sus textos varios de tus amigos en una lectura colectiva y maratónica. Al poco tiempo, empiezas a trabajar con Montecinos en el proyecto, los libros, la revista. Deciden poner un pie al nombre del sello. Ahora dirá: La Calabaza del Diablo. Ediciones Independientes.
Reeditar es releer. Releer es recordar. Es lo que hago mientras escribo estas líneas para la presentación, veinte años después, de Los Bigotes de Mustafá. Es lo que me encuentro releyendo sus páginas, en el texto que abre el libro e intenta comunicar el sentido de su escritura: Hago esto para ayudar a la memoria a recordar. A recordar ese tiempo que ahora parece tan lejano y está apenas a la vuelta de la esquina. Ese tiempo en que todo era tan distinto. Para cumplir con la razón por la que fue escrito este cuaderno: servir como una pista de quiénes éramos entonces para ayudarnos a saber quién cresta somos hoy en día. Ahora que estamos más acá del perdón y del olvido.
Escribir para ayudar a la memoria a recordar. Una tarea nada fácil durante lo que la novela llama Los años de la Gran Amnesia. Estos años de la eterna post dictadura chilena en que el olvido ha pretendido imponerse social y culturalmente. Una tarea la de la memoria que, sin embargo, a pesar de su aparente imposibilidad, ha hecho suya nuestra mejor literatura. Antes y ahora. Pienso en Rojas, en Droguett, en Bolaño. La letra que ha asumido la labor de recrear la memoria, de no dar la espalda al lado crudo de nuestra historia y de nuestro presente. Este presente que habitamos y que solo se hará comprensible reparando la red del recuerdo. Ayudándonos a practicar más y mejor el trabajo cotidiano de recordar.
En cuanto al contexto de la novela, a casi treinta años del Plebiscito del año 88, pienso en esos días y los recuerdo como un tiempo de incertidumbre y de violencia pero también de entusiasmo y esperanza. Una esperanza y un entusiasmo demasiado cándidos como demostraron los años posteriores. Sin embargo, creo que es importante intentar reconstruir ese movimiento civil que congregó a una multitud de energías y voluntades. Una multitud que no solo quería el fin de la dictadura política. Luego de los largos años atroces del miedo y la violencia, también quería otra forma de vivir. Reconstruir las formas de resistencia y lucha contra la dictadura, las formas de ejercer el rechazo e imaginar otras posibilidades de vida, otro futuro. Recuperar la experiencia de ese movimiento, comprenderla no sólo en el plano de lo social y lo político sino también de lo personal y lo cotidiano. Ese trabajo, es seguro, puede aportar conocimientos muy útiles a las luchas actuales. Sigo creyendo que la literatura, aún las notas dispersas en un cuaderno azul como es el caso de este libro, puede dar testimonio de su época. Que la memoria colectiva, como historia y como ficción, es un campo fundamental de trabajo e investigación. A la vez que una exigencia ética y política.
Servir como una pista de quiénes éramos entonces para ayudarnos a saber quién cresta somos hoy en día. A veinte años de haber escrito eso, sigo creyendo que la literatura puede dar esas pistas. Está dicho: el verdadero escritor es un detective. Un verdadero detective, a pesar de los riesgos y de los sinsabores, no cesa nunca en su búsqueda. Sigue las pistas. Hasta el final.
Valparaíso. Octubre de 2016