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El ojo parietal
El ojo del lagarto de Vicente Rivera. Editorial Cinosargo. Arica. 2015

Por Jaime Pinos
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Es este un libro largamente madurado si consideramos la publicación, hace ya cinco años, de la plaquette  Ojos de Lagarto, algunos de cuyos textos son parte de esta entrega. Un largo proceso escritural que expresa la paciencia requerida para aguzar bien el ojo. El tiempo largo que se necesita para desplegar una mirada como la que se contiene en estos versos.

Dos o tres breves apuntes de lectura.

Este es un libro de la mirada, decía. A este respecto, me parece significativo que el primer poema del libro se titule Visión. En sus primeros versos se establece el emplazamiento de esta mirada. Un emplazamiento que permite una visión panorámica del espacio, un observador que se ubica en la altura: Parado en la cima del cerro / le dije a mis amigos: Éste es un verdadero bosque / ésta sí que es tierra firme. 

La alusión a Gonzalo Millán en uno de los epígrafes me parece igualmente significativa, tratándose de uno de los poetas chilenos cuya exploración de las relaciones entre la palabra y la imagen ha sido más vasta, más profunda y más productiva. El tono objetivo y distanciado de los textos, el ángulo de cámara con que están capturadas estas visiones, me parece también una influencia perceptible de su trabajo en este libro.

En el mismo sentido podría leerse la relación entre imagen y fotografía planteada en estos textos. Cito el poema Montaje fotográfico en tres actos: ¿El tiempo ha borrado el paisaje de esta foto?/No. el desierto es/la luz que el tiempo no mide. Y en otro pasaje del mismo poema: Las imágenes/de esta fotografía/guardan el silencio/desmesurado/que la distancia/oculta. Creo que todo este libro podría leerse así, como un montaje fotográfico o un documental. Un documental construido con imágenes que guardan el silencio. Una película en negativo. Un intento de capturar lo que en otro poema es definido como Silencio visual. Atrapar eso que es como una musiquilla/o un casi silencio/que hasta podemos respirar.

Nuestro planeta húmedo tiene una sola mancha marrón donde no existe ningún grado de humedad. Es el inmenso desierto de Atacama. Así comienza el guión de una película que, en muchos sentidos, podría vincularse con este libro. Me refiero a Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. ¿Qué es lo que ve el ojo del lagarto? ¿Qué hay en el espacio que abarca su mirada? Esa sola mancha marrón en el planeta. Ese espacio sin ningún grado de humedad. Miremos entonces el Desierto de Atacama/Miremos nuestra soledad en el desierto escribió Raúl Zurita en Purgatorio. Eso es lo que intenta hacer este libro. Mirar el desierto, como lugar y como transcurso.

Atacama es una mancha solar/paisaje del silencio/desparramándose en la arena/ plumazo de viento/en la memoria de los colores/trazo de luz/desintegrado en el tiempo. Este poema que reproduzco íntegro, Prisma, da las coordenadas con que estos poemas cartografían este espacio. Esta mancha solar. La misma mancha marrón vista desde el espacio en el relato de Guzmán. Un paisaje del silencio. Un trazo de luz. Un lugar, la geometría del Locus, que se articula desde esos elementos fundamentales, silencio y luz, tematizados a lo largo de todo el libro. 

En cuanto al tiempo, los durmientes abandonados de una línea donde ya no pasa ningún tren metaforizan la precariedad de la memoria. La erosión a que están sometidos nuestros recuerdos, la historia de un país, tal como el viento y el óxido carcomen las cosas en el desierto hasta hacerlas desaparecer. Escribe Rivera en el poemaDurmientes: La distancia conservada/entre un riel y otro/estacada/por vigilantes impertérritos/es suficiente para contar/una historia/de tiempos aquellos/cuando el tren era/un paisaje de todo chile. 

Trenes que ya no corren y estaciones fantasmas como metáforas del olvido. La historia de Chile como esa línea férrea que va cubriendo el polvo. Una imagen que, con un sentido cercano al de estos textos, también desarrolló José Ángel Cuevas en el poemaLa destrucción de los Ferrocarriles del Estado plantas y materiales cuyos versos finales dicen: Esos míseros vagones del llamado Expreso/cubiertos de moho asientos rotos/baños sucios/roña, carroña. Aúllan los rieles y saltan entre Temuco/y Puerto Montt/Perquenco / Antilhue / sus ríos/sus cerros de trigo y árboles/ERA CHILE EL QUE PASABA POR SUS VENTANAS ABIERTAS./Y ya no pasa. En el largo trazado ferroviario que es nuestra geografía, hacia el norte como constata Rivera o hacia el sur como en este poema de Cuevas, Chile es ese tren que ha dejado de pasar y probablemente nunca volverá a hacerlo.

Un último apunte. El desierto en este libro no es un espacio estéril, no es un erial. Por el contrario, en varios pasajes se habla de su fertilidad, de su poder genésico. Vuelvo aVisión, el poema que abre el libro: Éste es un verdadero bosque / ésta si que es tierra firme,/ aquí hay que tirar semillas/ y echar raíz./ Aquí todo crece…/pero hacia adentro. El desierto como un bosque. Como un campo de sembradío. Un espacio donde el sol, tal como escribió Gonzalo Rojas, es la única semilla. O el único fruto, como dice este bello poema de Vicente Rivera, Sol: Fruto único en el desierto/ naranja que crece/y se desgaja/ en ácidas lenguas/ de luz y calor/ sobre el lomo/ de viejos reptiles enterrados/ bajo formas/ de cerros y dunas.

Vuelvo al texto de Zurita: Y si los desiertos de atacama fueran azules todavía/ podrían ser el Oasis Chileno para que desde todos/ los rincones de Chile contentos viesen flamear por/el aire las azules pampas de Desierto de Atacama. El desierto convertido en un oasis. En un bosque que crece hacia adentro. Para ver eso, los viejos reptiles enterrados que somos, tendríamos que aprender a mirar de nuevo. Desarrollar el tercer ojo que tienen algunos reptiles y lagartos. El ojo parietal. Tal como nos propone este libro, abrir el ojo de la imaginación. Mirar nuestra soledad en el desierto. Pero también ser capaces de ver, aún a lo lejos pero ya divisables, el oasis, el bosque, las pampas azules flameando en el aire. 

Valparaíso. Mayo de 2015



 



 

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El ojo del lagarto de Vicente Rivera.
Editorial Cinosargo. Arica. 2015.
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