Persiste en el imaginario colectivo la idea de que la poesía no sucede en la vida real sino en otra parte. Que lo poético es algo separado de las contingencias cotidianas. Algo que está más allá de los trabajos y rigores del día a día. Esta imagen hace del poeta un desinstalado, un personaje excéntrico cuyo quehacer, la poesía, no parece tener utilidad alguna. En alguna medida esto último es cierto. La poesía no tiene utilidad, o no la produce, en una cultura donde prima el valor de cambio, la circulación y el consumo de las mercancías. Donde el poema puede ser homologado, como hace irónicamente uno de los poemas de este libro, con el aroma artificial de un desodorante de ambiente: Mis manos huelen a Poet/ y el poema nace.
Los poemas de este libro se sitúan allí, en el mundo real. Su poesía está escrita allí, en los entresijos de una vida radicalmente contrapoética. Ahí donde se sufre lo que Jorge Teillier llamó la avería de lo cotidiano. Estos poemas son también el registro de un momento en el trayecto de una vida. Un momento que tiene detrás suyo la experiencia del fracaso y la pérdida de ciertas ilusiones. Me piden que escriba como el libro anterior, se lee en Proceso. Pero pasados los años, ya no se escribe igual; Con el tiempo suceden trastornos, /las cosas se enfrían,/y el amor y la poesía se alejan. /Todo es apenas un lago que chorrea óxido de tus ojos.
Flotando en ese lago de óxido, escribir es difícil. Este poema breve se titula Ejercicio: Me cuesta escribir como me cuesta el aseo de la casa, el poema comienza a nacer, y no sabíamos /que estuvo días posando en la repisa, a punto de caer y romperse como un cenicero /o un gato de porcelana. Este carácter problemático de la escritura, práctica siempre a contrapelo, aparentemente fuera de tiempo y lugar, se reitera a lo largo de todo el libro. De hecho, un poema se llama precisamente Dificultades que se presentan al escribir. En otro, Asunto de fe, se repone esta dificultad interpelando directamente al poeta: ¿Has escrito últimamente? Lo he intentado pero es difícil.
Sin embargo, a pesar de todo, el poeta escribe. A pesar del óxido, de las derrotas y desilusiones personales y colectivas. Todo hombre que sufre se vuelve observador escribió el peruano Julio Ramón Ribeyro, cuya mirada y tono se me ocurre pertinente relacionar con el relato que articulan estos poemas. Frente a la tentación del fracaso, la escritura es un estado de atención que nos permite encontrar la poesía, aún en medio de las miserias de nuestra cotidianeidad. Se trata de aguzar el ojo, de darle profundidad a la mirada. De Poema crítico de comienzos de siglo: Si agudizas la mirada Zen/ en una de esas, encuentras hebras de pasto /en los pantalones/ un zumbido de abejas en la cabellera;/ pequeños cortos entre los trenes subterráneos /y las galerías comerciales/, angustia que provoca la droga del poema.
A este trabajo de observación permanente que sostiene el poeta de estos textos, se suma otra labor. El poeta es aquí un cazador recolector. Alguien que se mueve en el espacio cotidiano recogiendo escenas, instantes de poesía, para fijar algún fragmento en el poema. Un recolector de cochayuyo, como se dice en Auto de fe: Es algo que va más allá de toda secta o amuleto, remos dibujando las ondas que llegan a la orilla, encarnación del recolector de cochayuyo que /levanta sus poemas en la playa. Sin optimismos ni fracasos.
Teillier, a inicios de los noventa, en una entrevista a propósito de los pequeños fracasos: Hay que caer K.O. cada cierto tiempo, como diríamos los boxeadores. Después de la cuenta de diez tú analizas porqué caíste, te sirve para tus entrenamientos y tus próximos combates. Este libro participa de la poética boxística enunciada aquí. Escribir es un largo y difícil aprendizaje que implica caer y levantarse de la lona. Igual que un boxeador, el poeta encuentra, después de muchos combates, su estilo: Nado sincronizado en la charca. Habilidad de observación en la neblina. Para marcharte y regresar con asombro. Al envejecer y extinguirse, debes raspar /la olla de tu estilo. Estilo para escribir, estilo para vivir. Para sortear los golpes ajenos y asestar con fuerza y precisión los golpes propios.
En la misma cuerda, el poeta puede ser también una especie de nadador de fondo. Alguien capaz de cubrir largas distancias. Alguien cuya resistencia puede vencer las corrientes, a menudo traicioneras, del lago de óxido en que nos movemos. Como dice el poema Cuota de pesca: No importa la forma en que bracees el estilo es la resistencia; /estética de las olas dando en los roqueríos.
Estética de las olas dando en los roqueríos. No es fácil escribir ahí. No es fácil vivir ahí. Esta poesía está escrita justamente en ese lugar. En el lugar peligroso de la rompiente. Poesía es lo que hacen los poetas, escribió Teillier. Es lo que ha hecho en este y en sus libros anteriores Cristian Cruz. Encontrar en esa turbulencia cotidiana, en medio de las asperezas de la vida real, breves momentos de belleza y poesía. Resistir. Enfrentar el oleaje y nadar como lo hacen los poetas. Bracear con estilo.
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Bracear con estilo.
Presentación de “No era yo esa persona” de Cristián Cruz.
Ediciones Inubicalistas 2021.
Por Jaime Pinos