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Rabillo del ojo
Presentación de Visión Periférica de Jaime Pinos
Por Jorge Polanco Salinas
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«Recuerda que Chile
es un lugar raro y divertido
algo así como un circo o una cloaca»
Lou Reed
Ahora que la mirada de dios ha sido reemplazada por google maps, no quedan muchos espacios para escaparse de las ciudades televisadas. Las sociedades del control y del espectáculo tienden a la mirada total. Privatizan el mundo público y publicitan la intimidad. Hace tan solo 120 años, Nietzsche ironizaba sobre la universalización de la mirada, sin sospechar que la técnica aumentaría su potencia en un siglo: «“¿Es verdad que el amado dios está presente en todas partes?”, preguntó una niña pequeña a su madre: “pero eso lo encuentro indecente”». Hoy esta falta de pudor se convirtió en norma, incluso puede disciplinarse interiormente. Las cámaras de vigilancia se introyectan y alcanzan efectos insospechados.
En una imagen que me parece interesante, más allá de los reparos filosóficos, Byung Chul-Han fija su atención en los gimnasios. ¿Qué hace que un individuo vaya a las 3 o 4 de la mañana, solo ante una máquina, a agotar su cuerpo? Si viniéramos de Marte, encontraríamos sorprendente cómo la autoexigencia se ha convertido en un resultado de la necesidad del rendimiento, cuyo poder reside en la autoexplotación del individuo. Houllebecq lo grafica en sus novelas de “Primer Mundo”, donde la lucha por la sobrevivencia se reemplaza por otras formas de mercantilización pseudo-hippie o new age; asimismo Coetzee observa este fenómeno en las sustituciones de los profesores por los lingüistas de paper y los pedagogos de las “competencias”. Estas formas contemporáneas de explotación, alienación y espectáculo, se muestran en las lecturas de Visión Periférica de Jaime Pinos a partir de la matriz aportada por Guy Debord y observadas desde la práctica de escritores chilenos.
Léase con atención el título: “Visión Periférica”, marca un itinerario que no intenta “globalizarse”. Por el contrario quiere llevar a “situación” (o situacionismo, ocupando un término de herencia debordeana) la escritura de los últimos años en Chile. En esta persistencia, Jaime Pinos indaga de refilón, sin agotar —como en un gimnasio— el cuerpo y el corpus de la literatura de postdictadura, echando un vistazo a las fisuras y libertades que ofrece la escritura que, pese a todo, está por construirse. Las alusiones a Lihn, Droguett y Debord son las más persistentes, las que conforman la “poética” del libro. ¿Por qué estos escritores? Arriesgo algunas razones: primero, porque paradójicamente articulan una lectura del futuro que a nosotros nos tocó vivir y, al mismo tiempo, estos escritores afincan su pensamiento en una moralidad que estriba en la consecuencia de escritura (a través de conceptos como situación, situacionismo o compromiso), rehuyendo del relato fundacional y del monumento, propios de la historia de los vencedores. Tanto en Lihn como en Droguett la literatura es una forma de conocimiento, es decir, la comprensión de la caja negra de Chile. Y, sumando a Debord, la escritura es un modo de intervención política en un mundo de espectáculos y compartimentación de la vida. Este legado es incorporado por Jaime Pinos en sus análisis y lecturas de estos últimos 15 años, desbordando la literatura del lugar “literario”.
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Los ensayos de Pinos suelen ubicarse en el registro de la postdictadura, es decir, sobre todo desde el periodo en que empieza a trabajar en La Calabaza del Diablo. Su ejercicio crítico consiste en una mirada situada del trabajo poético-literario; a menudo sus lecturas son generosas —tal vez demasiado, para mi gusto— porque el énfasis está puesto en un doble filo: por una parte interpretar el libro (por ejemplo, en las reseñas o presentaciones) y, por otra, contextualizarlo en el marco político general. Asumo aquí que Jaime Pinos piensa la literatura chilena como un ámbito clave desde donde interpretar nuestra historia y el presente actual del país. A pesar de las disimilitudes de los textos, lo más interesante de Visión Periférica es que perfila una línea de lectura que permite establecer diálogos y tensiones entre los diversos libros por medio de ciertas referencias comunes: espectáculo, capitalismo, banalización y, por oposición, valentía y resistencia político-literaria.
Creo que la principal virtud del libro es, en esta perspectiva, trazar un horizonte interpretativo sobre nuestra época. Calibra la violencia soterrada y de supuesta baja intensidad (engañosa por lo mismo) que corroe la vida cotidiana y que la escritura poética más sugerente atestigua con su impronta de consecuente fragilidad. De ahí que, a mi parecer, el ensayo que articula la poética del libro es aquel referido a la postdictadura: «El mío es el punto de vista de alguien que creció dentro del desastre. Que aprendió a leer después que las piras de libros iluminaran las calles del país sitiado. Que se hizo lector en un país sin libros donde la lectura era considerada una actividad sospechosa o inútil». Siguiendo esta advertencia, podríamos decir que el trabajo documental del desastre que escudriña Jaime Pinos consiste en un abrirse a lo que estaba sucediendo con los escritores de su medio. Práctica que, a estas alturas, resulta extraña, porque incluso algunos críticos de periódico —en muchos casos también escritores— suelen atraparse en la banalidad de la escena.
Es paradójico que lo político de Visión Periférica consista en una labor que fue obvia en otras épocas: escuchar lo que escriben los demás. La primera actitud literaria y política debiera estar atenta a la recepción de lo que ocurre en el ámbito que le compete al escritor e intentar comprenderlo. Sin embargo, ¿cuántos libros pueden citarse que busquen entender lo que acontece en la época, con los pares o incluso la labor de los antecesores que nos sirvan de modelo o como una mínima orientación? A diferencia de otras generaciones o países cercanos, la práctica de la escritura en Chile también se ha visto afectada por la domesticación de la vida a través de la competencia simbólica y política. Aquello se observa en la nefasta costumbre de construir antologías (herencia del siglo pasado), en vez de empezar a componer un panorama a partir de lecturas situadas. Abundan las intenciones de selección, depuración e instalación de espacios estratégicos; faltan ensayos, ejercicios de destrucción de los géneros y dibujar una mirada que sobrepase la literatura y nos conduzca a una comprensión del momento en que nos encontramos. La literatura más interesante nunca fue solo literatura.
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A partir de los escritores cáusticos que Jaime Pinos admira, los ensayos tienen un tono —cómo decirlo— “neutro” o, más bien, “utópico”. No se contagian completamente de la distopía o del desgarro del tiempo (cierto halo conservador muestra también Debord). Logra leer desde una temperatura política, al optar por fisuras periféricas que la vida y la poesía proporcionan. Las claves con que Pinos interpreta los textos contienen a menudo esta “escéptica confianza” que estriba en sopesar el valor de una épica literaria. Por eso hablo de una especie de “temperatura”, un tono que sobrepasa los libros mismos. Por contrapartida, hay escritores y libros que parecieran oponerse a la matriz de lectura desde donde Pinos los interpela, pero los conduce precisamente hacia la liza política de la literatura. Esta es su apuesta, la necesidad de volver a relatar una épica. Como si Visión Periférica advirtiera: de algún lado debe provenir el oxígeno en este respiradero, todavía existen escritores a los cuales admirar. Bastantes para un país como Chile. Por lo que detecto, los paradigmas principales que el libro reconoce son Lihn, Millán, Droguett, Teillier, Martínez y Moltedo. En esta opción se juega soterradamente el concepto del escritor que el crítico y poeta aprecia y que quizás aspira de algún modo ser. Es necesaria por lo demás mucha épica cotidiana para vivir en Chile.
El libro que presentamos me deja esta reflexión final: ¿Qué significa ser escritor en una época como la nuestra? No basta la ingenua oposición de propaganda, ya fue domesticada hace tiempo; tampoco la manifestación de sentimientos bellos (lo que antes se denominaba “alma bella”). Las sensaciones y el sentido común pueden ser cooptados. ¿Desde qué lugar situarse? Si las confianzas de antaño se han desvencijado, es preciso un ejercicio "crítico" constante, epocal e ilimitado. Crítico quiere decir aquí: "poner en situación", revisar nuestras condiciones de posibilidad históricas de las prácticas literarias y lingüísticas. Como Karl Kraus que examinaba obsesivamente las noticias del diario y elaboraba su literatura desde una sátira sutil y corrosiva, siempre atenta a las intoxicaciones de la prensa. La labor del escritor conforma una composición de lugar de las ideas recibidas y del sentido común, el más reaccionario que hay. Así, este tipo de poeta e intelectual contaminado quiere encontrar un punto de apoyo para colaborar en dislocar su tiempo. En esta herencia ubicaría la escritura de Jaime Pinos, en un legado frágil y precario, pero fundamental. Su épica yace en dar testimonio sobre este panorama en que la escritura busca desenredar los engaños triunfantes de la postdictadura.
Termino con una cita de Visión periférica que responde la pregunta de Patricio Marchant: «¿A quién será permitido hacer el comentario de la catástrofe?». Jaime Pinos responde: «Yo diría que la poesía y la narrativa chilenas, lo mejor de ellas, se han tomado esa libertad y se la seguirán tomando. La de hacer el comentario de la catástrofe. Ejercer el derecho de la crítica y la memoria. Escribir, leer, por eso y para eso. Dejar que hable el desastre. Escuchar lo que dice en nosotros».