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Viaje hacia el valle de los bárbaros
Presentación de Poemas de un bárbaro de Jesús Sepúlveda

Por Jaime Pinos

 


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Agradezco a Contragolpe Ediciones la invitación a presentar este libro que reúne el trabajo poético de Jesús Sepúlveda. Un trabajo sostenido durante más de veinticinco años que, desde luego, no es posible abordar aquí con exhaustividad. Lo que sigue son entonces algunos apuntes de lectura, notas sobre la cartografía extensa que despliegan estos textos como escritura e imaginario. En el valle de los bárbaros crece el árbol de la poesía. Versos escritos al inicio de este libro y en un texto hacia el final, en el poema Comunidad de poetas. Lo que sigue son algunos comentarios a partir de las coordenadas de ese viaje. De ese viaje, del cual estos textos son testimonio y recreación, hacia el valle donde crece el árbol de la poesía. 

He estado en más de veinte países, pero mi sed de ver el mundo nunca se acaba. "El desplazamiento agudiza la conciencia", escribí por ahí. Y no me cabe duda que viajar abre los ojos y aligera la carga. Siempre he querido ser volátil como los gitanos de Lorca o el marinero de Neruda, o trotamundos como los cazadores-recolectores que poblaron Chile. Viajar no es sólo un acto de videncia, sino también de ventriloquia. En mi caso, como hispanoparlante, he tenido a veces que adoptar el inglés -o el francés chapurreado que hablo, o el portuñol ladino- como lengua franca. Sólo creo haber tenido problemas para darme a entender en la República Checa y una vez en una tienda de fotografías en Bangkok. La poesía de Sepúlveda ha sido escrita así, en movimiento. Gitano, marinero, trotamundos, cazador recolector. El poeta es aquí alguien en tránsito cuya identidad migra con él en ese desplazamiento que es la escritura. Poesía nómade, los textos de Sepúlveda pueden ser leídos como una bitácora o un diario escrito por alguien cuya poesía, de República Checa a Bangkok, ha sido vivida como un viaje. Cuya identidad ha sido construida en esa migración espacial y biográfica. Poesía de paso, como dice Luis Cárcamo Huechante en el prólogo. El viaje es un cambio de escenario que corrobora la persistencia del sujeto que viaja, escribió Enrique Lihn. Esta poesía se juega en esa misma dialéctica entre cambio y persistencia.

El desplazamiento agudiza la conciencia. Abre los ojos, aligera la carga. Otra dimensión del viaje en esta poesía es el espacio interior. Convertirse en cosmonautas del espacio interior, escribió alguna vez Alexander Trocci. Estos versos pueden ser leídos también como el trayecto de alguien que viaja hacia adentro de sí mismo. Como un viaje de autoconocimiento. La escritura como el registro de un recorrido que busca la iluminación: Los verdaderos poetas registran el viaje de iluminación/a través del lenguaje escrito. //Los verdaderos artistas hacen lo mismo con su arte. Y en otro poema: El ser antiegótico fulge en un acto de alquimia e iluminación. //Su espíritu es nómada/y su errancia perfecta. Viajar en esta poesía es también moverse hacia adentro, hacer luz dentro de sí.

En un plano vivencial, pero sobre todo metafórico, la experiencia de la droga aparece en estos textos como una vía para la apertura de la percepción, como un umbral hacia otros planos de la experiencia. Dice Sepúlveda: Por otro lado, también están las experiencias de tipo frontal: la dipsomanía, por ejemplo. Y no sólo las drogas sino el alcohol. Experiencias que constituidas en categorías culturales están presentes en casi toda mi producción textual, y que de un modo u otro, configuran gran parte de mi imaginario. Desde Lugar de origen hasta libros como Chocolate Marroquí, Kif o En el corazón del bosque, los libros de Sepúlveda constituyen la crónica de un viaje imaginario cuyas referencias van desde el chamanismo a la poética beatnik. En esta poesía la droga amplía los horizontes del viaje y de la experiencia. Abre, parafraseando a Henri Michaux, El infinito turbulento.

De tal forma, Jesús Sepúlveda desarrolla una poesía que comprende el viaje desde varios ángulos. Como desplazamiento espacial o geográfico, como aventura de descubrimiento interior o como ampliación del campo perceptivo. Todos ellos, sin embargo, se articulan en una poética única cuyo sentido profundo responde a  lo dicho en aquellos versos de Juan Luis Martínez: Movimiento es la única forma de permanecer vivos.

“Vos sos un tipo bárbaro” –dijo ella. Esta atribución de identidad, incluida en el primer libro de Sepúlveda y datada en 1989, en Buenos Aires, puede considerarse otro rasgo que se proyecta en todo su trabajo. El poeta como un bárbaro. La poesía como una forma de la lengua en los términos que afirma ese verso de Hotel Marconi: Tu lengua bárbara aparece y desaparece/Destellos en cuarto sin luz/Tibieza inerte.

Esta vinculación entre poesía y barbarie puede leerse también desde distintos puntos de vista. El primero, la pertenencia de Sepúlveda a una promoción de autores denominados por cierta crítica como los bárbaros. Dice Javier Bello respecto de este grupo que se hace visible en las postrimerías de los ochentas: "Los bárbaros" -Guillermo Valenzuela, Sergio Parra, Víctor Hugo Díaz y Malú Urriola- intentan, por el contrario, recuperar, en la fragmentación de los restos del "terremoto social" de 1973 el lenguaje de la tribu, disperso en los diversos códigos citadinos, logrando, sin embargo, más bien, dispersar el propio lenguaje de sus textos. Creo que habría que situar este trabajo de recuperación del lenguaje de la tribu, de esa lengua bárbara, en el contexto de un periodo político y cultural extremadamente complejo y vertiginoso. Fines de los años ochenta: el fin supuesto de la dictadura y el inicio de la transición supuesta hacia la democracia. En ese contexto, la escritura de Sepúlveda se afirma como un gesto de resistencia. Como una forma de oposición al compromiso con el poder que marcó a fuego toda la postdictadura.

A este respecto escribe Sepúlveda: resistir el oficialismo que promovía lo hegemónico, lo consensual, el acuerdo nacional, la reconciliación, el consenso político y, por tanto, el arte funcional. Y dentro de ese arte, cierta poesía instrumental a la democracia negociada y restringida -que construyeron en Chile- y que convirtió el arte, y la cultura en general, en una práctica megaeventista, transformando a los intelectuales y escritores en funcionarios e instrumentos del orden. Frente a la domesticación y la renuncia, dominantes en esos años, sostener el disenso y la palabra poética como un ejercicio permanente de crítica de la realidad. Frente a la cortesanía de los poetas devenidos funcionarios, frente al cinismo de los civilizados, oponer el gesto vitalista y rebelde de la barbarie.

Un par de ideas más antes de terminar.

Para mí la escritura es una forma de tratar la experiencia y un modo de percibir las cosas. Los textos son el registro de esa práctica vital o vitalista a través de la cual uno va aprendiendo los mecanismos de producción discursiva: los teje y maneje del lenguaje. Esta definición me parece central. Esta es una poesía cuyo centro de gravedad está situado en el espacio de la autobiografía. Una poesía que habla desde la propia vida. Vivir y escribir poéticamente quieren ser aquí una sola cosa, la misma cosa. En medio de la separación impuesta por el poder, intentar restituir la unidad perdida. Combatir la idea de que la cultura -y con ella la poesía- está en una especie de esfera de cristal fuera de lo cotidiano. Entre la vida y el arte hay una separación impuesta por el mundo industrializado. La cotidianidad está totalmente alienada. La poesía comienza a morir por la imposición de los procesos de estandarización.

  Este trabajo de unir lo que el poder separa, esta apuesta por recomponer la relación orgánica entre la escritura y la vida, es otro de los fundamentos de esta literatura. Al vivir en armonía con el planeta y la naturaleza, sin relaciones jerárquicas de poder, la poesía no estaría separada de la cotidianidad. En ese mundo, quizás utópico e ideal, todos podríamos ser poetas y todos podríamos visualizar el diario vivir como una práctica estética, sin esa separación tan tajante entre vida y arte que impone el modelo civilizatorio occidental. El diario vivir como una práctica estética, esa utopía. La posibilidad de la poesía como experiencia cotidiana de liberación, individual y colectiva. A propósito, se me vienen a la mente estas palabras del situacionista Raoul Vaneigem en el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones: Los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones, tienen un cadáver en la boca.  Lo que esta poesía tiene en la boca no es un cadáver. Lo que esta poesía tiene en la boca es la palabra insumisa que quiere convertirse en esa moneda cotidiana de que hablaba Jorge Teillier.

¿Qué esperamos aquí, reunidos en la plaza?/A los bárbaros que llegan hoy. Como se sabe, en el célebre poema de Cavafis, Esperando a los bárbaros, éstos nunca terminan de llegar a la ciudad. El arribo de los bárbaros se posterga una y otra vez y finalmente se frustra al caer la noche haciendo dudar de su existencia. Por el contrario, al leer estos textos se tiene la certeza de que los bárbaros no sólo existen sino que continúan escribiendo. Que continúan su viaje, como Jesús Sepúlveda, lejos de la ciudad amurallada y enferma, hacia ese valle escondido entre la neblina de los días donde crece el árbol de la poesía. 

 

Valparaíso. Enero de 2014.



 



 

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