Hacer silencio
"Incomunicaciones". Poesía de Rodrigo Arroyo. Ediciones Inubicalistas, 2013, Valparaíso
Por Jaime Pinos
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Vivimos en la saturación de las imágenes y los signos. La profusión de las
informaciones transmitidas por los medios, la omnipresencia de las pantallas, signan
la época, marcan nuestra vida cotidiana. Sin embargo, más allá de esta evidencia, lo
importante es comprender la profundidad de eso que Guy Debord describiera, hace
más de cuarenta años, como La Sociedad del Espectáculo: El espectáculo no es una
colección de imágenes, dice Debord, en cambio, es una relación social entre la gente que
es mediada por imágenes.
Vivimos en ese mundo. Vivimos en el flujo ininterrumpido de las imágenes
vacías y las informaciones falsas. Nuestras relaciones con los otros, personales y
políticas, todas ellas, son absorbidas por esa trama y se pierden en ella. Lo que antes
era vivido directamente, lo que antes era una experiencia, se ha convertido en una
mera representación. Hemos sido convertidos en espectadores. Gente que no actúa. Gente que solo espera. Gente que ve pasar la vida frente suyo en vez de vivirla.
Me parece pertinente esta referencia a Debord respecto a este libro que dice en
uno de sus textos: Realidad del espectáculo que nos estremece/y nos hace
aparecer/como el sueño de niños perdidos/que se han abandonado fuera del
lenguaje/incluso fuera de los límites de una cerca de madera. Todos vivimos perdidos
como esos niños. Todos estamos dentro de ese sueño. Abandonados fuera del
lenguaje, extraviados más allá de la cerca. Condenados a hablar con palabras que ya no
sirven para llamar a las cosas por su nombre. Ni a tender lazos intensos o perdurables
entre nosotros.
Esta poesía ha sido escrita desde la conciencia de esa situación. Desde la plena
conciencia de nuestra soledad: De este modo la soledad nos deja ver que todo se ha
quebrado,/y las olas amenazan con destruir/nuestras formas de representar la
realidad,/como si así nos definiéramos/como si así nuestro lenguaje fuera algo más de lo
que es:/una ciudad en la cual se dividen las tristezas y los cuerpos. No es más que eso
nuestro lenguaje, una ciudad dividida. En ella tiene su residencia esta poesía que se
hace cargo de las relaciones complejas entre el lenguaje y la realidad, entre la palabra
y la experiencia. Así como de la pregunta sobre la representación del mundo y su
eventual imposibilidad.
Respecto a esto último, el problema de la representación, una de las
indagaciones centrales de este libro: Si al menos supiéramos de la huella que los dedos
dejan en la escritura,/sabríamos que toda representación suplanta un duelo ausente/si
al menos supiéramos reconocer las ruinas de un incendio. La sospecha sistemática
sobre cualquier posibilidad de representación es una coordenada fundamental aquí.
Toda representación es a la vez una suplantación y, como tal, está condenada a
fracasar. El poema es entonces una derrota que se sabe de antemano: Buscas la
posibilidad para acercarte a una escritura imposible/señalada desde la derrota, lo sé.
El fuego; el incendio. Imágenes recurrentes en Incomunicaciones. Metáforas del
lugar arrasado a que ha sido reducida la palabra, la poesía. Metáforas de su
indefensión y su precariedad: El fuego tiñe la superficie de la tierra que nos
arrebataron/detalle que ignoramos hace un tiempo/y que ahora nos impide decir lo que
vendrá. Ya nadie sabe lo que vendrá. Tampoco la poesía. De ella solo quedan, como
escribe Arroyo en un verso: las marcas de humo en las paredes/vestigios de una
escritura que una vez ardió/y tiznó la habitación.
Frente a un lenguaje que ya es solo tierra quemada, frente a la imperiosa
necesidad impuesta a la poesía de aprender a moverse allí, entre las ruinas y los
escombros, la estrategia de esta poesía es el silencio. Frente al copioso caudal de
imágenes y signos con que inunda nuestras vidas el espectáculo, su respuesta es la
mudez. Escribir es aquí una manera de callar. Callar: ser el silencio, como escribiera
Enrique Lihn. La mudez es a ratos la forma que adopta el pensamiento escribe Arroyo.
Una forma de pensar y de escribir que busca rescatar a la palabra de la banalidad y el
vaciamiento de todo sentido y capacidad de expresión. Una poesía que busca sus
materiales entre las cenizas. Que busca un lugar más allá del desierto, otra orilla: ¿En
qué lugar yace la mudez?//Un parpadeo de palabras; más allá del silencio y las cenizas,
conforman nuestra orilla.
A propósito de esa forma de pensar, de ese lugar donde yace la mudez, se me
vienen al recuerdo estos versos de Roberto Juarroz: Sacar la palabra del lugar de la
palabra/y ponerla en el sitio de lo que no habla. Y en el mismo poema de la Duodécima
Poesía Vertical: abrir el espacio novísimo/donde la palabra no se simplemente/un signo
para hablar/sino también para callar,/canal puro del ser,/forma para decir y no decir. Creo que toda la poesía de Rodrigo Arroyo, incluido este libro desde luego, siempre se
ha jugado a eso. A abrir ese espacio de silencio. A desplazar la palabra hacia el
mutismo para poder recuperar, en medio del ruido ensordecedor en que vivimos, su
vitalidad y su capacidad de significación.
Un último comentario antes de terminar.
Escribir es mirarnos a los ojos se dice en un verso de este libro. Un gesto cada
día menos trivial en una sociedad como la nuestra donde la mirada, tanto en el espacio
público como en el privado, se concentra en las pantallas antes que en la mirada de los
otros. Ojos en las pantallas, oídos con auriculares. Miradas que no se cruzan, palabras
que no se dicen ni se escuchan. El lenguaje, ese vacío en que nos movemos, esa ciudad
en la cual se dividen las tristezas y los cuerpos.
Comunicarnos es escuchar, escribió alguna vez la poeta Cecilia Vicuña. Para
escuchar, primero hay que aprender a cerrar la boca. Luego, aguzar el oído. Ese órgano al revés que sólo escucha el silencio, como dijo Juan Luis Martínez. Para
comunicarnos, a pesar de todo este bullicio, de la música ambiental que el espectáculo
pone en todas partes, a toda hora y a todo volumen, tenemos que aprender a hacer
silencio. Estos textos fueron escritos para eso. No para hacer ruido. Para hacer
silencio.
Valparaíso. Noviembre de 2013.