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Al ritmo del «beat» de la música urbana

«Apiachere», de Juan Manuel Silva (Libros La Calabaza del Diablo, 2023)

Por Jaime Pinos
Publicado en Cine y Literatura, 12 de agosto de 2023


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El libro del poeta chileno Juan Manuel Silva es un trabajo de lenguaje que intenta no representar sino comprender los códigos culturales y estéticos ofertados por la forma de vida neoliberal, y donde entender es aquí aprender a cantar y a bailar su sonoridad, a tomarle el pulso, llevar su ritmo, moverse en el «flow» de las ficciones del éxito y del consumo que alimentan su imaginario.

Un título enigmático el de este libro de Juan Manuel Silva Barandica (1982). Igual de enigmáticos, al menos para mí al iniciar su lectura, los dos epígrafes que abren el texto. Investigo el primero, del cual proviene el título,  Apiachere. Andamos a piachere, envueltos en papeles dice, atribuido a un tal Maickyel que descubro es un cantante y compositor de música urbana. Maickel Bustos, alias el bacano.

El tema del que proviene la cita, un hit del género cuya letra es extensa y repite el estribillo: Apiachere tenemos auto, plata y mujeres/ Si te cuenteas manin te mueres/No te conozco no sé quién eres. Veo el clip en Youtube. La cámara aérea desciende hacia una población periférica de Santiago. Muestra los blocks de departamentos, los pasajes estrechos.

Luego el despliegue de la estética habitual. Maickyel cantando y bailando entre los chicos del barrio, primeros planos a sus rostros, autos de alta gama, ropa de marca, alcohol caro, el humo de la yerba que sale de sus bocas mientras ostentan a la cámara fajos de billetes, gesticulan con las manos simulando disparar armas de fuego. Lo demás, la música, el ritmo, el flow:

Me robo la película de menor/ Quiero una pistola y un carro cabrón/ Pa’ que lo vacilen en la población/ Pa’ el traficante también pal’ ladrón/ Pura fortuna pa’ los europeos/ Pronta libertad pa’ todos los reos/Buscando la plata pa’ no andar pato feo/A mis panas muertos en el cora los llevo.

Busco a Mickyel en las redes. 120 mil seguidores en Instagram.

Leo por estos días el ensayo de Rodrigo Olavarría,  Apuntes sobre identidad de clase y canción chilena. Hacia el final, analiza un clip de Pablo Chil- E titulado Flyte. La escena es similar. Una multitud de niños y adolescentes, algunos armados, que cantan a coro: Los flaite y los domi haciendo Money.

A continuación Olavarría hace un comentario que me parece define cierta poética y estética comunes: En las facciones de los rostros que se multiplican en la pantalla vemos que esta canción no es un manifiesto ni una declaración de principios, sino la afirmación gozosa del quiebre con las reglas del neoliberalismo, es la celebración de quienes imponen sus propios valores y códigos estéticos a la violencia de la marginalización.

Pienso en la noticia que leí hace algún tiempo: Santiago de Chile capital mundial del perreo, líder desde el 2018 en  streams de spotify. Pienso en la dimensión cultural de la gramática y la experiencia del  flow en este país. Y en por qué y cómo este libro de poesía de Juan Manuel Silva hilvana sus versos con esa lírica y ese ritmo.

Como el dj que busca y selecciona materiales

Apiachere  no es un libro sobre reagetón, desde luego. Su intención no es representar ese imaginario, emularlo paródicamente. Este libro, como el trabajo de lenguaje que es toda poesía significativa, es mucho más arriesgado y más ambicioso. De lo que se trata aquí es de construir un texto al ritmo del beat de la música urbana. Un texto que suene y rime a su manera. Aquí el  flow es el pulso y el tono.

Un comentario breve sobre las operaciones que realiza este libro para sintonizarse con el beat del perreo. Este libro es mezcla, sampleo. Está hecho de materiales muy diversos. Citas cultas, formas de habla, metáforas líricas, subjetividad e historia personal, apuntes de época. Este libro está escrito del mismo modo en que el dj busca y selecciona materiales para trabajar en la mesa de mezclas frente a la pista de baile.

Una estética del montaje o del pastiche que en este libro es un principio constructivo. Poético en el sentido de una forma de escribir poesía. Del uso de un set de procedimientos que busca articular una poesía híbrida y mutante. Una donde chocan y se combinan las imágenes, las palabras, las sonoridades y los ritmos.

Como se lee en el poema «El hoyo del queque»: Así se roba, se samplea/ se construye, se crea./ Sea ruido, acidez, /aspereza o acritud/ algunos/ memorizan versos/ o poemas completos/ otros, fórmulas matemáticas/ o de cocina. Yo quisiera repetir como si de WiFi se tratara/ el tono que usaba mi papá el sabor de la brisa cargada de lluvia/ la leche empapando las galletas.

El trabajo con las formas y los registros del habla popular también me parece fundamental aquí. Los títulos de gran parte de estos poemas provienen de esa oralidad: Chantas culiaos, los tengo cachaos, Una para los vivos, Pasándose películas, Cachen, se lo pitió, Demetrio y medio, No sabría decirle.

Pero, más allá de esto, lo más interesante sucede en el plano del verso. Estos fragmentos de habla entran en juego en el poema como una corriente energética. Su inclusión en el montaje pone en tensión todo el sistema. Marcan un ritmo, dibujan un fraseo que recorre e integra las múltiples vibraciones del libro.

Como en «Si quiere celeste, que le cueste»: Rica/como el viento de septiembre/abierta/como el mes de la patria/así era la tarde/extendida sobre el pasto/tensa entre dos colihues/fresca en su caída a la garganta/luego de una numerosa pichanga/un azul indiviso/como camiseta de la U o el cielo ñuñoíno/ años ha.// Sigo enrollao/ sicoseao/ atrapao/ como/ todo/ ese mundo reducido/ una imagen/ en cuatro partes/ como lo real/ como una pantalla/ de computador/ de celular/ de televisión/ de tablet.


Bajo la amenaza de sentirse diferente

A través de estas y otras operaciones, Apiachere juega su escritura a una empresa de comprensión de alcance antropológico. En el mismo sentido que el Pasolini de Escritos corsarios o Cartas luteranas intentaba comprender ese cambio radical en la cultura italiana de los 70 que llamó una mutación antropológica.

La estandarización de las formas de vida, la asimilación cultural absoluta tras las fantasías del bienestar y el consumo. Como escribe el mismo Pasolini: el ansia de consumo es un ansia de obediencia a un orden no mencionado. Cada uno en Italia siente el ansia, degradante, de ser igual a los otros en el consumo, en la felicidad, en la libertad: porque esta es la orden que ha recibido inconscientemente, y a la cual ‘debe obedecer, bajo la amenaza de sentirse diferente’.

Creo que este libro podría leerse desde ese ángulo. Como un trabajo de lenguaje que intenta no representar sino comprender los códigos culturales y estéticos ofertados por la forma de vida neoliberal. Comprender es aquí aprender a cantar y bailar su música. Tomarle el pulso, llevar su ritmo, moverse en el flow de las ficciones de éxito y consumo que alimentan su imaginario.

Comprender también el reverso oculto de esa trama. Su lado áspero, sangriento. Como canta Maikyel en una coda del tema homónimo titulada «A piachere II»: Nosotros somos el barrio, todo lo que ustedes no ven. Nosotros con nuestro propios ojos vemos balacera, muerte, guerra, droga.

Pienso en el dictum parriano: el poeta habla en el lenguaje de la tribu. Pienso en el lugar de la poesía en el contexto de una cultura degradada que nos pone a bailar al ritmo del dinero y la moral cotidiana de la competencia y el arribismo.

Seguramente, ya no es posible que un poeta pueda identificar su propia voz con esa canción. Tal vez el trabajo de la poesía sea más bien construir dispositivos como este libro, que nos permitan comprender la complejidad que subyace a su simplicidad aparente. Mesas de mezcla donde podamos experimentar la métrica de su flujo vital y estético.

Como se dice en el poema «Somos la barra más anarquista»: Toma una vieja/ y tonta canción/ y haz que parezca hermosa/ cántasela a pares e impares/ sepa lo que sabe/ y descanse/ en un pancito/ una hallullita/ una tortita/ una marraquieta.

 


 

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